Primeros
hallazgo de la mansión o villa de Claviclum.
En
1772 al construirse un batería de seis cañones en el castillo Bajo del Faro
aparecieron ruinas de una casa con paredes, junto a candiles, platos, hornillos
de piedras y mosaícos, que el párroco y cronista de Torrox Don Ciriaco Fernández
de Acevedo, describió de ls siguiente forma: cuartos señalados con un empedrado especial un primoroso, las piedras
eran poco más grandes que unas de un dedo pulgar, azules, encarnadas u negras y
de toros colores.
En 1773
escribe que mismo párroco y cronista: Cuando
el Guarda de Rentas Reales D. Francisco Fernández empezó a edificar una vivienda
en la zona del actual Faro, encontró entre otras cosas un idolito (imagen
de una deidad) de metal que colocó encima
del tejado, el que después enfadado lo hizo pedazos de una pedrada. Posiblemente,
en uno años de fervor religioso lo consideró un ídolo o demonio que le traía
maña suerte. Dos años después el Guarda Real al ampliar la casa: Encontró un arca de plomo de 14 arrobas de
peso con 18 monedas y otras curiosidades, y una mina por la que se cabía de pie
un hombre y cuya salida se dirigí al mar.
Entre 1909 y 1913 el farero
Tomás García Ruiz, realizó excavaciones de forma particular en las ruinas
romanas, en la zona donde agricultores al arar la tierras encontraba objetos
cerámicos que le estorbaban en su labor.
García Ruiz la denominó «villa a mare» (villa del mar), halló termas que
son las que hoy están en el paseo Ferra de Conejito. Fue Ceán Bermúdez el
primero en identificar la ruinas del faro con la mansión no villa romana de
Caviclum, que aparece en el «Itinerario de Antonino» en la calzada romana de Cástulo
(o Cazlona en Linares, Jaén) a Malaca, porque la ruta era Jaén, Granada, Sexi (Almuñécar)
a Málaga, era la décima mansión del
camino militar ente Cástulo y Málaga.
El farero García Ruiz, con aficiones arqueológicas
era un erudito, describió sus hallazgos con toda minuciosidad de detalles,
haciendo que las esculturas descubiertas eran de gran belleza propias de la perfección
de Fidias. Pues bien este farero no tiene ni una calle en Torrox. Olvidado como
otros prohombre más.
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Caviclum, villae a mare
Yacimiento Arqueológico Faro de Torrox, Málaga
Desde el horizonte se divisa un inmenso
promontorio extendido mar adentro, como si de una gran lengua rocosa se
tratara. Un espacio donde la mano del hombre ha logrado arrebatar una
pequeña porción de su reino al propio Neptuno y el señor de las
aguas, en lugar de cargar su ira contra ellos, los obsequia con
cuantiosos frutos. Allí, en tierra firme, se alza Caviclum presidida por una majestuosa villae maritimae.
Conforme se aproximan los navíos a esta zona costera del Mare Nostrum,
es habitual contemplar un embarcadero repleto con un gran número de
pequeñas y medianas naves armadas por comerciantes, todas pintadas de
colores donde predominan las tonalidades verdosas y azuladas marinas y
cuyos cascos se engalanan con la imagen de alguna divinidad o
emblemáticos episodios legendarios. En esta obra portuaria, levantada en
madera noble hacia la cara occidental de la villa, las onerariae mantienen sus velas arriadas, los remos recogidos y la pasarela desplegada sobre la superficie de un muelle no muy amplio. Y es que la actividad en este asentamiento marítimo siempre es incesante. Si
algunos hombres cargan las mercancías en el interior de las bodegas,
otros se dedican a subir el lastre para ocupar el espacio dejado por el
desalojo de sus productos transportados.
También es muy común descubrir una orilla
repleta por aquellos botes utilizados en las diversas pesquerías que en
este mar se practican, así como las pequeñas barcas o hippois,
con sus característicos mascarones de proa, empleados para el
transporte del personal de los navíos que permanecen fondeados en alta
mar a la espera de atracar en el pequeño puerto. Mientras esto se
produce, la mayoría de su tripulación desembarca en tierra firme para
disfrutar de los placeres y servicios que ofrece Caviclum, puesto que, como se conoce, la mansio es en realidad la última zona habitada en estas aguas antes de alcanzar la siguiente parada del itinerario que son las cetariae de Sexi y su cotizado collia saxitanum.
Cualquier marinero que se tercie a
navegar por estos mares, y sea bien entendido en el comercio de
cabotaje, sabe que una vez zarpado del principal y concurrido portus de Malaca con rumbo hacia Sexi Firmum Iulium debe pasar por algunas villae costeras (pulsa aquí si quieres conocer La Villa Romana de Torre de Benagalbón en el municipio de Rincón de la Victoria) hasta abandonar los caladeros de la vieja Maenoba
a mitad de trayecto. Antes de adentrarse en las aguas donde lo único
que se consigue distinguir son continuas calas protegidas por enormes
escarpes y pronunciados acantilados que las flanquean, la travesía se
interrumpe obligatoriamente para recalar en este lugar y abastecerse
convenientemente.
Con la puesta de sol ninguno de los botes propiedad del patronus de la villae a mare
se encuentra faenando. Todas quedan varadas a la orilla del río con sus
redes recogidas y en espera de la siguiente jornada de capturas. En
cambio, para los que parece que no se les concediera tiempo de descanso
alguno es al personal dedicado en las distintas cetariae
repartidas entre la zona de atraque y la orilla. Una pequeña senda
dibuja el camino de ascenso que comunica con la factoría de salazón
meridional, próxima esta también a la villa. Los hombres que trabajan en
ella corren, de un lado para otro, afanados en sus diversas y
singulares tareas: unos transportan la sal procedente de la cercana Maenoba y
amontonada en las inmediaciones. Otros, en cambio, cargan grandes
cestos de mimbre colmados con la pesca del día, siempre de gran variedad
y tamaño. Todo este género es limpiado y troceado
minuciosamente por manos expertas en el oficio, depositándose en las
diversas piletas cuadradas y rectangulares que forman parte de la
cetaria. Los desperdicios parece que también son aprovechados, pero reservados para otros fines.
Las piezas limpias y troceadas se mantienen a la intemperie durante varios días, tres si se busca elaborar un salsamentum
más suave o no tan salado. Todo bien mezclado con sucesivas y alternas
capas salinas y agua de mar hasta que se provoca su maceración. Transcurrido este periodo de tiempo, la salazón resultante es envasada, junto con parte de su líquido, en el interior de las amphorae que se apilan esparcidas alrededor de la zona de despiece. Finalmente, la salsamenta de origen local formará parte de la red comercial a través de las naves que atracan en Caviclum
o, por el contrario, serán destinadas a las ciudades del interior,
alejadas todas de la costa, con las que el propietario de la villa
mantiene contacto y negocios por las distintas rutas que proporciona la
vía fluvial.
Los envases son elaborados en los talleres emplazados en la misma mansio; son numerosos los esclavos que desde el área norte de donde se sitúan las cetariae se aproximan cargando la cerámica.
Aunque no es de extrañar que, por el alto volumen de producción
salsamentaría que se elabora y su gran concurrencia, las ánforas también
sean distribuidas desde las figlinae de ciudades cercanas y con gran tradición alfarera como pueda ser Segalvina.
Pero este alfar no es el único emplazado en Caviclum; dirección a las termae se
distinguen, a ambos lados del sendero, las columnas de humo emergentes
de otros hornos diseminados por el lugar. Al igual que ocurre en las
instalaciones de salsamentum, en estos talleres también se
registra una gran actividad. Un ejemplo son los porteadores de leña
apilando la madera que después utilizarán para alimentar los praefurnium.
De sus cámaras se desprende un calor tan intenso que hace bañar en
sudor a los mismos artesanos que en los alfares se encuentran
trabajando.
La arcilla precisa para la fabricación de estos envases se extrae directamente de la orilla del flumen que circula paralelo e inmediato a la cara oriental de la villa en su desembocadura. Para épocas de estío, la materia prima es transportada desde la rica e inagotable Maenoba, constituyéndose siempre como la mejor opción para el abastecimiento de recursos.
En definitiva, este es el ambiente que se respira en Caviclum a la puesta de sol de un día cualquiera; esta es la vida en la mansion cuando los mulsum destinados
a la pesca permanecen varados en tierra a la espera de la siguiente
faena, los porteadores terminan de cargar y descargar las mercadurías en
las bodegas de sus navíos comerciales, los salsamentarii continúan elaborando salsamentum y garum en las distintas cetariae dispuestas
próximas al mar y los alfareros prosiguen fabricando ánforas donde
terminarán envasando los productos. Mientras tanto, el resto de
tripulantes, comerciantes y demás viajeros disfrutan del hospedaje y
descanso que brinda el lugar, además de otros servicios como puede ser un buen baño relajante en sus termae.
Continuará.