jueves, 4 de agosto de 2016

Frigiliana la Vieja. Peñón del Fuerte. Otros pueblos






                               (Cerro de El Fuerte o Peñón de Frigiliana)
 
Tres de doce cuadros cerámicos de Frigiliana


El historiador Ramón Fernández Palmeral, no cuenta en su libro, lo siguiente (1).

Frigiliana la Vieja. Peñón del Fuerte. Otros pueblos

    Los antiguos asentamientos humanos prehistóricos de esta zona evolucionaron hacia las poblaciones indígenas, turdetanos y los ibérico-púnico que se relacionan  a través del comercio con  las colonias fenicias y griegas de la  costa malacitana, como ya se ha comentado.   
     Sin embargo, si bien las primeras poblaciones ocuparon las cuevas de Frigiliana o Nerja, en un periodo de inestabilidad social y colonial, estos pueblos amenazados buscaron lugares más seguros como  la fortaleza natural de altura  del Peñón de Frigiliana (El Fuerte). Posteriormente pudo ser un asentamiento argárico por la riqueza mineral existente en la sierra de Almijara con minas de galenas de plomo, de hierro y cobre, esencial para la aleación del bronce. En el Peñón o Fuerte se han encontrado utensilios de bronce. Dicen, yo no lo he visto, que hay un menhir de la época argárica en la ladera donde estuvo el castillo y que se ve desde el Chorruelo. Existen restos argáricos recogidos  en el Museo de Frigiliana.
     Como las tribus íberas eran muy vulnerables, tenían que ocupar  fortalezas de altura que le asegurara su supervivencia en caso de ataques entre tribus enemigas o piratas de la antigüedad. Por ello, este rico valle de la actual Axarquía Orienta entre Nerja, Torrox, y a su espalda el angosto valle del  Acebuchal (rico en agua, fauna y flora de la Sierra de Almijara) se protegían en la única fortaleza natural existente, ante la falta de una autoridad que no llegará hasta siglos después con el califato Omeya de Abderramán III.
     La colosal estructura rocosa de El Fuerte, con meseta y loma en la parte superior lo hacía ideal para un asentamiento, además disponía de agua de la lluvia y de una mina de aguas perforada en la parte norte, especie de sumidero, y abancalamientos de terrazas para el cultivo de sorgo o cebada, aunque su principal base proteínica era el ganado, y la rica fauna salvaje de caza en la zona desde tiempos prehistóricos del Cro-Magnón  (Cuevas de Nerja y Murciélagos de Frigiliana).
     En el Peñón se asentó, presumimos, Frigiliana la Vieja, cuyo nombre indígena o latino desconocemos.  Del siglo XI, datan las alquerías mozárabes de Calixto y  de Patamalara (confluencia arroyo Acebuchal y del río Torrox).  O quizás alquerías taifas y almohades del siglo XI y XII, ésta última documentada por Pablo Rojo Platero, en página 24 de Frigiliana árabe y morisca. La cabalgada de Frigiliana, Málaga, 2012
     Después de consolidarse el poder de los Omeya, la zona  es nombrada como Huira de Rayya, que se divide en dos zonas: Frigiliana la Vieja, a cuyo cobijo nace la alquería de la Frigiliana la Nueva y posiblemente una especie de alcázar o castillo que conocemos como el de Lízar, de pequeño tamaño para uso militar, pues la población árabe sería de unos 150 habitantes máximo, con unas 30 ó 40 casas al pie del alcázar, y que la función era la de residencia del  alguacil con algunos hombres de guerra, y la  de cobijar a la población en caso de ataques enemigos.
     Por ello, no podemos considerar al Peñón de Frigiliana como exclusivo refugio de la sublevación de los moriscos 1569, posterior a esta fecha creemos que el Peñón pasaría a denominarse El Fuerte, por los cristianos viejos repobladores, por ser sinónimo de fortaleza natural y derivar en “Peñón fuerte”, y por ende El Fuerte.
      Los estudios de los historiadores Pablo Rojo Platero, Antonio Malpica Cuello, Virgilio Martínez Enamorado o Juan Vázquez Rengifio, confirman con sus estudios, la habitabilidad de El Fuerte, anterior a los árabes. Lo que ha sucedido, evidentemente, es que tras siglos de ocupación humana los restos arqueológicos primitivos desaparecieran o se transformaron por los moradores, como sucede en todos los asentamientos.
     El Fuerte era un cumbre dominante y defendible (de una a dos hectáreas),  por donde posiblemente pasaron  romanos y visigodos, y, por supuesto los árabes (hallazgos de cerámica vidriada y  monedas). Desde El Fuerte se divisa el castillo de Bentomiz a 711 metros de altitud en Arenas (a uno 25 kilómetros de distancia en línea recta). Bentomiz es un nombre de origen godo que quiere decir «sierra desde donde se ve el mar». Un enclave privilegiado, la falta de agua se suplía con aljibes, que en tiempos de sequía se llevaba haciendo una cadena humana, y cada uno de los hombres se pasaban los cántaros unos a otros. No puedo pasar línea sin recodar las palabras del gran poeta de Sayalonga Manuel Fernández Mota cuando sobre el castillo escribió:
 «Tengo mis pies clavados sobre piedras heridas, sobre la oscuridad de la historia perdida entre las brumas. Algún temblor, algún latido o eco parece subir por entre los guijarros y los pastizales...».

    
     A pesar de estos hallazgos aislados deberían hacerse prospecciones en este placer arqueológico (cumbre y alrededores). Protegerlos y cerrarlos a los furtivos de los buscadores de metales y monedas o simplemente excursionistas que se llevan a su casa lo que encuentran, con lo que están cometiendo un delito al Patrimonio Nacional. Enclave arqueológico que debería ser declarado Bien de Interés Cultural, para protegerlo de los expolios.
     De chaval (tenía unos doce o trece años, 1960), subimos mi primo Antonio Vacas  y yo a la cumbre del Fuerte desde los Cuatro Caminos, monte a través salvando peñas, pinos, abulagas y tochas de esparto. Por aquellos años de mi adolescencia no sentía el esfuerzo sobre mis piernas, ni  supe percibir la antigüedad de esta fortaleza, lo que sí recuerdo es que en la cara norte había una mina o resumidero de agua, cuya antigüedad no sabía situar. Tal vez sentimos el deseo de escavar buscando el tesoro de los moros, olvidando el posible cementerio árabe o «almacáber».   
     El único tesoro que encontramos entre la maleza fue una especie de mina de unos cinco metros de longitud donde saciamos  nuestra sed porque no llevábamos ni cantimploras.
    También queda en estas lomas la sangre humana que forma parte de las raíces de los romeros y de los enebros, y de algún tejo centenario que persiste en ofrecer sus ramas como arcos de ballestas. Y si mi primo y yo hubiéramos tenido oídos prestos, seguramente hubiéramos oído el lamento de los heridos, el olor del humo de los hogares en los hornillos entre las piedras de la historia hoy olvidada, una historia que debemos recuperar.  
    Gran número de las estelas sepulcrales musulmanas ensalzando la gloria de Allah, y en solicitud de su infinita misericordia para el creyente enterrado bajo ellas, pasaron a servir de sillares en templos cristianos y casas solariegas. Más o menos, es lo mismo que siglos atrás  los árabes hicieron  con las columnas romanas, aprovecharlas para sus mezquitas.
     Lo que necesita el Cerro de El Fuerte y su entorno geografía son excavaciones y empleo de georadares y demás técnica de prospección arqueológicas.
        En 1569 subieron moriscos de Torrox, Cómpeta, Canilla de Aceituno, Sedella (Málaga), para refugiarse del exterminio de los cristianos,
       Hoy, simplemente con un reconocimiento del mapa  terrestre de Google encontré estos restos de una antigua fortaleza visible desde el satélite. Lo cual evidencia la necesidad de un estudio serio: