(Cerro de El Fuerte o Peñón de Frigiliana)
El historiador Ramón Fernández Palmeral, no cuenta en su libro, lo siguiente (1).
Frigiliana la Vieja. Peñón del Fuerte. Otros
pueblos
Los antiguos asentamientos humanos prehistóricos de esta zona
evolucionaron hacia las poblaciones indígenas, turdetanos y los ibérico-púnico que
se relacionan a través del comercio con las colonias fenicias y griegas de la costa malacitana, como ya se ha comentado.
Sin embargo, si bien las primeras poblaciones
ocuparon las cuevas de Frigiliana o Nerja, en un periodo de inestabilidad
social y colonial, estos pueblos amenazados buscaron lugares más seguros
como la fortaleza natural de altura del Peñón de Frigiliana (El Fuerte). Posteriormente pudo ser
un asentamiento argárico por la riqueza mineral existente en la sierra de
Almijara con minas de galenas de plomo, de hierro y cobre, esencial para la
aleación del bronce. En el Peñón o Fuerte se han encontrado utensilios de
bronce. Dicen, yo no lo he visto, que hay un menhir de la época argárica en la
ladera donde estuvo el castillo y que se ve desde el Chorruelo. Existen restos
argáricos recogidos en el Museo de
Frigiliana.
Como las tribus íberas eran muy
vulnerables, tenían que ocupar fortalezas
de altura que le asegurara su supervivencia en caso de ataques entre tribus
enemigas o piratas de la antigüedad. Por ello, este rico valle de la actual
Axarquía Orienta entre Nerja, Torrox, y a su espalda el angosto valle del Acebuchal (rico en agua, fauna y flora de la
Sierra de Almijara) se protegían en la única fortaleza natural existente, ante
la falta de una autoridad que no llegará hasta siglos después con el califato
Omeya de Abderramán III.
La colosal estructura rocosa de El Fuerte,
con meseta y loma en la parte superior lo hacía ideal para un asentamiento,
además disponía de agua de la lluvia y de una mina de aguas perforada en la
parte norte, especie de sumidero, y abancalamientos de terrazas para el cultivo
de sorgo o cebada, aunque su principal base proteínica era el ganado, y la rica
fauna salvaje de caza en la zona desde tiempos prehistóricos del Cro-Magnón (Cuevas de Nerja y Murciélagos de Frigiliana).
En el Peñón se asentó, presumimos,
Frigiliana la Vieja, cuyo nombre indígena o latino desconocemos. Del siglo XI, datan las alquerías mozárabes
de Calixto y de Patamalara (confluencia arroyo
Acebuchal y del río Torrox). O quizás
alquerías taifas y almohades del siglo XI y XII, ésta última documentada por
Pablo Rojo Platero, en página 24 de Frigiliana
árabe y morisca. La cabalgada de Frigiliana, Málaga, 2012
Después de consolidarse el poder de los
Omeya, la zona es nombrada como Huira de
Rayya, que se divide en dos zonas: Frigiliana la Vieja, a cuyo cobijo nace la
alquería de la Frigiliana la Nueva y posiblemente una especie de alcázar o castillo
que conocemos como el de Lízar, de pequeño tamaño para uso militar, pues la
población árabe sería de unos 150 habitantes máximo, con unas 30 ó 40 casas al
pie del alcázar, y que la función era la de residencia del alguacil con algunos hombres de guerra, y la de cobijar a la población en caso de ataques enemigos.
Por ello, no podemos considerar al Peñón
de Frigiliana como exclusivo refugio de la sublevación de los moriscos 1569, posterior
a esta fecha creemos que el Peñón pasaría a denominarse El Fuerte, por los
cristianos viejos repobladores, por ser sinónimo de fortaleza natural y derivar
en “Peñón fuerte”, y por ende El Fuerte.
Los estudios de los historiadores Pablo Rojo
Platero, Antonio Malpica Cuello, Virgilio Martínez Enamorado o Juan Vázquez
Rengifio, confirman con sus estudios, la habitabilidad de El Fuerte, anterior a
los árabes. Lo que ha sucedido, evidentemente, es que tras siglos de ocupación
humana los restos arqueológicos primitivos desaparecieran o se transformaron
por los moradores, como sucede en todos los asentamientos.
El Fuerte
era un cumbre dominante y defendible (de una a dos hectáreas), por donde posiblemente pasaron romanos y visigodos, y, por supuesto los
árabes (hallazgos de cerámica vidriada y
monedas). Desde El Fuerte se divisa el castillo de Bentomiz a 711 metros
de altitud en Arenas (a uno 25 kilómetros de distancia en línea recta).
Bentomiz es un nombre de origen godo que quiere decir «sierra desde donde se ve
el mar». Un enclave privilegiado, la
falta de agua se suplía con aljibes, que en tiempos de sequía se llevaba
haciendo una cadena humana, y cada uno de los hombres se pasaban los cántaros
unos a otros. No puedo pasar línea sin recodar las palabras del gran poeta de
Sayalonga Manuel Fernández Mota cuando sobre el castillo escribió:
«Tengo mis
pies clavados sobre piedras heridas, sobre la oscuridad de la historia perdida
entre las brumas. Algún temblor, algún latido o eco parece subir por entre los
guijarros y los pastizales...».
A pesar de estos hallazgos aislados deberían
hacerse prospecciones en este placer arqueológico (cumbre y alrededores).
Protegerlos y cerrarlos a los furtivos de los buscadores de metales y monedas o
simplemente excursionistas que se llevan a su casa lo que encuentran, con lo
que están cometiendo un delito al Patrimonio Nacional. Enclave arqueológico que
debería ser declarado Bien de Interés Cultural, para protegerlo de los
expolios.
De chaval (tenía unos doce o trece años,
1960), subimos mi primo Antonio Vacas y
yo a la cumbre del Fuerte desde los Cuatro Caminos, monte a través salvando
peñas, pinos, abulagas y tochas de esparto. Por aquellos años de mi
adolescencia no sentía el esfuerzo sobre mis piernas, ni supe percibir la antigüedad de esta fortaleza,
lo que sí recuerdo es que en la cara norte había una mina o resumidero de agua,
cuya antigüedad no sabía situar. Tal vez sentimos el deseo de escavar buscando
el tesoro de los moros, olvidando el posible cementerio árabe o «almacáber».
El único tesoro que encontramos
entre la maleza fue una especie de mina de unos cinco metros de longitud donde
saciamos nuestra sed porque no
llevábamos ni cantimploras.
También queda en estas lomas la sangre
humana que forma parte de las raíces de los romeros y de los enebros, y de
algún tejo centenario que persiste en ofrecer sus ramas como arcos de
ballestas. Y si mi primo y yo hubiéramos tenido oídos prestos, seguramente
hubiéramos oído el lamento de los heridos, el olor del humo de los hogares en
los hornillos entre las piedras de la historia hoy olvidada, una historia que debemos
recuperar.
Gran número de las estelas
sepulcrales musulmanas ensalzando la gloria de Allah, y en solicitud de su
infinita misericordia para el creyente enterrado bajo ellas, pasaron a servir
de sillares en templos cristianos y casas solariegas. Más o menos, es lo mismo
que siglos atrás los árabes hicieron con las columnas romanas, aprovecharlas para
sus mezquitas.
Lo que necesita el Cerro de El Fuerte y su
entorno geografía son excavaciones y empleo de georadares y demás técnica de
prospección arqueológicas.
En 1569 subieron moriscos de Torrox, Cómpeta, Canilla de Aceituno, Sedella (Málaga), para refugiarse del exterminio de los cristianos,
Hoy,
simplemente con un reconocimiento del mapa terrestre de Google encontré estos restos de
una antigua fortaleza visible desde el satélite. Lo cual evidencia la necesidad
de un estudio serio: