Capítulo XLIII
De los consejos segundos que dio don
Quijote
a Sancho Panza
¿Quién oyera el pasado
razonamiento de don Quijote que no le tuviera por
persona muy cuerda y mejor intencionada? Pero, como
muchas veces en el progreso desta grande historia
queda dicho, solamente disparaba en tocándole en
la caballería1, y en los
demás discursos mostraba tener claro y
desenfadado entendimiento2, de
manera que a cada paso desacreditaban sus obras su
juicio, y su juicio sus obras; pero en esta destos
segundos documentos que dio a Sancho mostró
tener gran donaire y puso su discreción y su
locura en un levantado punto.Atentísimamente le escuchaba Sancho y procuraba conservar en la memoria sus consejos, como quien pensaba guardarlos y salir por ellos a buen parto de la preñez de su gobierno. Prosiguió, pues, don Quijote y dijo:
—En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas3, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel escremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero4, puerco y extraordinario abuso.
»No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuestoI da indicios de ánimo desmazalado5, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería, como se juzgó en la de Julio César6.
»Toma con discreción el pulso a lo que pudiere valer tu oficio, y si sufriere que des librea a tus criados7, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártela entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo; y este nuevo modo de dar librea no le alcanzanII los vanagloriosos.
»No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería8.
»Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchasIII a ti mismo, que toda afectación es mala9.
»Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago10.
»Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra.
»Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos ni de erutar delante de nadie.
—Eso de erutar no entiendo —dijo Sancho.
Y don Quijote le dijo:
—Erutar, Sancho, quiere decir ‘regoldar’, y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy sinificativo; y, así, la gente curiosa se ha acogido al latín11, y al regoldar dice erutar, y a los regüeldos, erutaciones, y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso12.
—En verdad, señor —dijo Sancho—, que uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo.
—Erutar, Sancho, que no regoldar —dijo don Quijote.
—Erutar diré de aquí adelante —respondió Sancho—, y a fee que no se me olvide.
—También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves13, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.
—Eso Dios lo puede remediar —respondió Sancho—, porque sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena, presto se guisa la cena, y quien destaja, no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener, seso ha menester.
—¡Eso sí, Sancho! —dijo don Quijote—. ¡Encaja, ensarta, enhila refranes, que nadie te va a la mano! ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas14! Estoyte diciendo que escuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos, que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de Úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito; pero cargar yIV ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja15.
»Cuando subieres a caballo, no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y desviadas de la barriga del caballo, ni tampocoV vayas tan flojo, que parezca que vas sobre el rucio; que el andar a caballo a unos hace caballeros, a otros caballerizosVI, 16.
»Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día; y advierte, ¡oh Sancho!, que la diligencia es madre de la buena ventura17, y la pereza, su contraria, jamás llegó al término que pide un buen deseo.
»Este último consejo que ahora darte quiero, puesto que no sirva para adorno del cuerpo, quiero que le lleves muy en la memoria, que creo que no te será de menos provecho que los que hasta aquí te he dado: y es que jamás te pongas a disputar de linajes18, a lo menos comparándolos entre sí, pues por fuerza en los que se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás aborrecido, y del que levantares en ninguna manera premiado.
»Tu vestido será calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo; greguescos, ni por pienso19, que no les están bien ni a los caballeros ni a los gobernadores.
»Por ahora, esto se me ha ofrecido, Sancho, que aconsejarte: andará el tiempo, y según las ocasiones, así serán mis documentos, como tú tengas cuidado de avisarme el estado en que te hallares.