viernes, 24 de diciembre de 2021

Actas II Jornada Sierra de Bentomiz. 450 aniversacio batalla del Peñón de Frigiliana

 

 



 

El Patrimonio Histórico de los pueblos de la Axarquía es muy rico, especialmente el referido a las etapas andalusí y morisca. La batalla del Peñón de Frigiliana se puede considerar como uno de los hitos más importantes y desastrosos del levantamiento morisco en las zonas montañosas del Reino de Granada de 1568 para defender su identidad y su propia subsistencia.

Para recordar estos hechos se celebraron el 8 y 9 de junio de 2019 las II Jornadas de Patrimonio en la localidad de Frigiliana, coincidiendo con el 450 aniversario de la rebelión y la batalla del Peñón.

La presente publicación recoge los diferentes temas tratados en dichas Jornadas, referidos a la historia de los moriscos y al Patrimonio histórico y cultural de los pueblos de la Axarquía, especialmente de Frigiliana.

450 aniversario de la batalla del Peñón de Frigiliana. 

TÍTULO:

4.50 Aniversario de la batalla del Peñón de Frigiliana. II Jornadas sobre Patrimonio Histórico de la Axarquía. Sierra de Bentomiz
ISBN: 978-84-09-22725-9

Depósito legal: MA 912-2020

COORDINACIÓN: Aurora Ma Urdíales Escobar - Pablo Rojo Platero Alberto Escolano Pastor Antonio Guzmán Valdivia

AUTORES: Pablo Rojo Platero Aurora Ma Urdíales Escobar Antonio Manuel Peña Méndez Adolfo Moyano Jaime Alberto Escolano Pastor Jaafar Ben El Haj Soulami Pilar Pezzi Cristóbal Carlos Gozalbes Cravioto Pedro Valcárcel Sánchez

PRESENTACIÓN: Alejandro Herrero Platero Carmen Cerezo Sánchez
ILUSTRACION DE PORTADA: Antonio Salguero

FOTOGRAFÍAS E IMÁGENES: Pedro González Conejero, Mariano Ibáñez, A. Herrero, R. Holder, José Padial, Arribas-Wilkins, Vivas, Fernando Medina Gálvez, Purificación Ruiz García, Amparo Ruiz de Luna, Archivo Temboury, Archivo Histórico Provincial de Málaga, Archivo Parroquial de Frigiliana, Archivo Histórico Municipal de Vélez-Málaga, Archivo Municipal de Frigiliana, Museo Arqueológico de Frigiliana (MAF), Museo del Prado, Colección Bancaja, Biblioteca Nacional de París, Capilla Real de Granada, Biblioteca Valenciana, La Ilustración Española, Semanario La Linterna, De Civitates Orbis Terrarum (Joris Hoefnagel), Cristoph Weiditz, Nicolás Chapuy y Google Earth.

MAQUETACIÓN Y DISEÑO: Salvador Soler
EDICIÓN:

Excmo Ayuntamiento de Figiliana
IMPRESIÓN: Masquelibros S.L. 2020

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Pasado por Ramón F. Palmeral autor de "Reseña historica  de la villa de Frigiliana" 2016 en Amazon


lunes, 20 de diciembre de 2021

En la exposición de Galeón de Manila en Alicante, 20 de diciembre 2021/ Fotos del Palmeral

 

 











 






Ramón Palmeral en la exposición del Galéon de Manila en Comandancia Naval de Alicente. Muelle de Levante. 20 de diciembre de 2021. Merece la pena verla, a mí me ilustró mucho.

Es una colección de Enrique Gaspar Vicepresidente del Instituto Seda España y Comisario de la exposición.

 

Una visita a la exposición del galeón de Manila en Alicante

Fotografía: Ramón Palmeral.

jueves, 2 de diciembre de 2021

 

1.-VICENTE BLASCO IBÁÑEZ DESALOJADO DE LA GENERACIÓN DEL 98

 Por Francisco Fuster García/ Cuadernos Hispanoamericanos

Desde el punto de vista estrictamente cronológico, resulta difícil negar la pertenencia de Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 29 de enero de 1867 – Menton, Francia, 28 de enero de 1928) a ese grupo de escritores e intelectuales españoles al que la historiografía ha dado en llamar generación del 98, empleando una fórmula acuñada por Azorín y fundada, de forma tan discutible como eficaz, en el poder evocador de una fecha marcada a fuego en la historia contemporánea de España. Blasco tenía tres años menos que Miguel de Unamuno, dos menos que Ángel Ganivet, uno menos que Ramón del Valle-Inclán, cinco más que Pío Baroja, seis más que Azorín, siete más que Ramiro de Maeztu y ocho más que Antonio Machado. Fue, por tanto, coetáneo de los autores citados (a la mayoría de los cuales, además, conoció personalmente) y compartió con todos ellos ese complejo periodo del pasado de nuestro país que cubre, más o menos, las últimas décadas del siglo xix y las primeras del siglo xx. No obstante estos datos objetivos, lo cierto es que son escasos los manuales de historia de la literatura en los que se le considere un miembro de pleno derecho de esa generación; y en aquellos pocos en los que sí se le nombra, siempre se añade un matiz para justificar que, en puridad, la obra blasquista no forma parte del canon porque es algo distinto que conviene valorar aparte, como separado de lo que sería el núcleo duro del 98, integrado por Baroja, Azorín, Unamuno, Valle-Inclán, Maeztu y Machado.

Para entender esta especie de marginación o aislamiento, que no es en absoluto caprichoso, sino que obedece a una serie de razones, hay que remontarse hasta la época del cambio de siglo y situarnos en el momento histórico en el cual se produjo la aparición de los miembros de la generación del 98 en el «campo literario» del fin de siglo español, por usar la categoría teorizada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Desde esta perspectiva, lo primero que hay que tener en cuenta es que la irrupción de esta generación de escritores coincide en el tiempo y en el espacio de la España finisecular con el periodo de máximo reconocimiento de escritores realistas ya consagrados como Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Armando Palacio Valdés, Juan Valera o Pedro Antonio de Alarcón; autores que lograron vivir con cierta solvencia gracias a lo generado por la venta de sus libros. Por otro lado, no hay que olvidar tampoco que muchos de estos escritores fueron jóvenes de provincias que emigraron a Madrid buscando hacerse un hueco en el mundillo literario de la capital, donde intuían mayores oportunidades. Como ha señalado José-Carlos Mainer, la conquista del público se convirtió en el asunto clave en esos primeros años del siglo durante los cuales «se ha incrementado copiosamente la nómina de pretendientes al Parnaso» (2010: 46). En ese contexto de choque generacional, las relaciones entre los aspirantes a escritores profesionales y aquellos que ya habían logrado ese objetivo no siempre fueron fáciles ni cordiales, entre otras cosas porque los más jóvenes (la autodenominada «gente nueva») consideraban a los mayores (la llamada «gente vieja») como «representantes de los odiados valores de la Restauración y les reprochan sobre todo que ocupen posiciones morales e intelectuales dominantes que se oponen (o ponen freno) al pleno reconocimiento de su talento» (Lissorgues y Salaün, 1991: 164).

Como explicó en su día Rafael Pérez de la Dehesa, el público lector de Galdós y de la novela realista, formado por las clases medias y los grupos de artesanos y obreros ilustrados, siguió leyendo a los continuadores del realismo como Blasco Ibáñez, mientras que los escritores jóvenes «pasaron a crear un tipo de obra que solo podía ser apreciado por medios de nivel cultural relativamente alto» (1969: 225-226), lo cual propició la formación de un nuevo público burgués más culto e incluso la aparición de nuevos editores que centraron su trabajo en este tipo de literatura, quizá más exigente con el lector. En términos de mercado editorial, lo cierto es que «ninguna de las primeras firmas de nuestro siglo, con la excepción de Blasco Ibáñez, logró superar, y en muchos casos ni siquiera igualar los ingresos de sus antecesores literarios» (1969: 225). Frente al fracaso que, a nivel de ventas, fueron los primeros libros publicados por Azorín, Baroja, Valle-Inclán o Unamuno, sabemos que, a la altura de 1905, Blasco Ibáñez era, después de Galdós, «el novelista que más vendía en España, alcanzando tiradas que, como hemos visto, eran superiores a los 15.000 ejemplares» (Varela, 2015: 521). Por otra parte, se da la circunstancia de que este extraordinario y prematuro éxito coincidió con el periodo en el que más frecuentó Madrid y más relación mantuvo con los intelectuales que allí se movían. Cerrado su ciclo de novelas valencianas con la publicación de Cañas y barro (1902), redujo su interés por la política local e inició su ciclo de novelas sociales (La catedral, El intruso, La bodega, La horda) con el inequívoco objetivo de ampliar su campo de visión y de hacerse un hueco en ese complejo campo literario de la capital, donde cualquier escritor que quisiera merecer ese título debía jugar sus cartas. Por desgracia para él, y pese a lo incontestable de su triunfo comercial, sus novelas fueron tan bien recibidas por el público como minusvaloradas por la crítica, que puso reparos a su estilo, al que juzgó de precipitado o poco elaborado, e incluso al uso de un castellano que, al estar influido por su bilingüismo, también fue tildado de incorrecto.

Como ha argumentado Peter Vickers, Blasco era un hombre de acción, con una clara vocación política, que chocaba frontalmente con el modelo de escritor de la época y que sentía un claro rechazo tanto por los modernistas, a quienes censuraba su actitud impostada e hipersensible, defensora de una concepción elitista del arte por el arte, como por los intelectuales «de tertulia» que se pasaban la vida en el café, a los que afeaba su nula predisposición a implicarse en la vida pública y en los problemas reales de la sociedad. Frente a la falta de compromiso de los modernistas y al pesimismo abúlico de los noventayochistas, Blasco ejerció como un agitador político y cultural al que ni siquiera le gustaba considerarse un escritor profesional, justo por su deseo de distanciarse de quienes sí presumían de serlo: «Yo me enorgullezco de ser un escritor lo menos literario posible; quiero decir, lo menos profesional. Aborrezco a los que hablan a todas horas de su profesión y se juntan siempre con sus colegas, y no pueden vivir sin ellos, tal vez porque sustentan su vida mordiéndoles» (León Roca, 1967: 574). En el caso concreto de su relación con el 98, la diferencia entre Blasco y los miembros canónicos de esa generación es que fueron estos los que, por distintas razones, le lanzaron ataques personales o, en el mejor de los casos, mantuvieron con él una relación cordial que, sin embargo, jamás llegó al grado de la amistad. Por su parte, y ante las distintas muestras de desconsideración que recibió de todos ellos, Blasco optó, casi siempre, por un elegante silencio: rara vez respondió a las ofensas personales y nunca entró a valorar las críticas generadas por su literatura. Por eso, más que de un enfrentamiento directo, que jamás existió, lo justo sería hablar de la imagen negativa que se desprende del repaso a las opiniones que los noventayochistas vertieron sobre la persona y la obra de Blasco.

La relación entre Ramón del Valle-Inclán y Vicente Blasco Ibáñez es paradigmática del tipo de vínculo que unió al escritor valenciano con quienes componían la generación de la que, en teoría, él mismo formaba parte. Como ha argumentado Antonio Espejo (2005: 87-89), vistas sus trayectorias de forma global y con cierta perspectiva, a Valle-Inclán y a Blasco, nacidos en 1866 y 1867, respectivamente, les unieron más cosas de las que les separaron: ambos sentían la misma admiración por Italia y por la cultura clásica; se sintieron muy atraídos por América Latina y visitaron aquel continente en diferentes ocasiones (Valle-Inclán hizo numerosas estancias allí y Blasco no sólo visitó Buenos Aires, sino que incluso llegó a fundar dos colonias en la Patagonia); se declararon antimilitaristas, ya a finales del siglo xix y, cuando estalló la Gran Guerra, los dos se pusieron ideológicamente de parte del bando aliado; por último, ambos se posicionaron en contra de la dictadura de Primo de Rivera, participando de la oposición intelectual antifascista, en el caso del primero, y actuando en contra de la Monarquía y en favor de la República desde su exilio en París, en el caso del segundo. En este sentido, no había ninguna razón objetiva que hiciese pensar en un futuro enfrentamiento. De hecho, durante esos años de mayor presencia de Blasco en la capital, a los que ya me he referido, éste acudió –junto con Azorín y Galdós, que también estuvieron presentes– a un banquete en honor de Valle-Inclán que se celebró en el Café Inglés de Madrid, en 1904, con motivo de la publicación de su novela Flor de santidad. En ese mismo banquete, tanto Valle-Inclán como Blasco participaron en una entrevista conjunta que el escritor argentino José León Pagano les hizo a ambos, en un tono cordial y bastante distendido, hasta el punto de que Blasco llegó incluso a invitar a Valle-Inclán a que escribiese una serie de artículos –que jamás se materializó– sobre el idioma castellano para el periódico republicano El Pueblo, que él mismo dirigía. En definitiva, una relación que, sin llegar a ser íntima, ni de trato cercano, sí evidenciaba un respeto intelectual y personal que, por desgracia, no se mantuvo durante mucho tiempo, al menos por parte del escritor gallego.

El inicio del conflicto, como ha señalado Espejo, debe situarse en 1910, cuando Valle-Inclán, que se encontraba de estancia en Argentina, envió una carta a Azorín en la que se quejaba del mal trato que había recibido por parte de la colonia española en Buenos Aires y atribuía ese comportamiento, entre otras cosas, a la impresión que Blasco había dejado tras su paso por aquel país: «Para estos ataques hay otras razones: mi significación tradicionalista y el fracaso de Blasco, que habiendo venido jaleado por ellos, tuvo peor acogida por el elemento intelectual, y finalmente que no los quise por intermediarios en el negocio de las conferencias, ni darles un tanto por cien como pretendían» (1989: 503). Tras este primer reproche, realizado en privado, Valle-Inclán siguió lanzando nuevas críticas, ya abiertamente en público, a la obra de un Blasco al que consideraba un imitador de los novelistas franceses y a quien acusaba, conforme al argumento más común en los ataques al escritor valenciano, de sacrificar la calidad de su obra en beneficio de la rentabilidad económica. El único reconocimiento, si se le puede llamar así, que el autor de Luces de bohemia tuvo para con él, fue el hecho de admitir, en su respuesta a una encuesta de 1927, que –al igual que se podía decir de él mismo– Blasco era un autor cuya rebeldía natural le alejaba completamente de la ortodoxia y el academicismo, cosa que el gallego sí consideraba como un mérito: «Hay un tipo de escritor que nunca será académico: Unamuno, Baroja, Blasco Ibáñez; yo desde luego… Este tipo de escritor no será académico, en primer término, porque no lo busca. Luego porque la Academia, con su espíritu, con sus normas, con su vida quieta, ata, apaga en el escritor lo que en él haya de independencia, de rebeldía, de libertad» (1995: 339).

No obstante este moderado elogio, todavía quedaba por llegar el último ataque de Valle-Inclán a Blasco Ibáñez, que fue también el más duro, no tanto por su contenido, que no revelaba ninguna sorpresa, sino por el momento en que se produjo: a las pocas horas de la muerte del escritor valenciano, y por lo poco elegantes que fueron sus palabras. El desagradable episodio, que ya fue reconstruido en su día por J.-M. Lavaud (1974), arranca con el fallecimiento de Blasco el 28 de enero de 1928 en Fontana Rosa, su mansión de Menton, en la costa azul francesa. Un día antes de confirmarse el óbito, cuando llegaron a España las primeras noticias sobre el delicadísimo estado de salud por el que atravesaba Blasco, el periódico Informaciones realizó una encuesta en la que, bajo el título «Opiniones de varias personalidades sobre el maestro», se pidió a varios escritores una breve valoración sobre la obra blasquista. Valle-Inclán respondió a dicho cuestionario afirmando que ni había leído nunca a Blasco ni se creía la noticia de su muerte, que él interpretaba como un «reclamo» propagandístico más de los que, según él, tan bien se le daban al valenciano. Palabras que, si bien pueden considerarse sinceras, resultaban claramente imprudentes y, sobre todo, muy poco elegantes para referirse a una persona que ya agonizaba.

 

 

 

domingo, 21 de noviembre de 2021

46 años de la Marcha Verde en el Sahara Occidental

 

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46 años de la Marcha Verde en el Sahara Occidental

Una herida abierta entre Marruecos y España

20 noviembre 2021,

El presente mes de noviembre de 2021 se cumplen los 46 años de la maniobra de presión de los Estados Unidos y Hasan II (rey de Marruecos), para forzar a España la entrega de su colonia del Sahara Occidental. El 5 de noviembre de 1975, unos 350,000 civiles desarmados, enarbolando banderas marroquíes cruzaron la frontera del territorio colonial español del Sahara, en la llamada Marcha Verde, mientras las potencias internacionales no condenaron lo sucedido. Finalmente, España, Marruecos y Mauritania, tras tensas conversaciones diplomáticas, acordaron que España abandonaría el territorio que era y es de los saharauis. Actualmente, España no puede hacer nada a favor de la antigua colonia del Sahara Occidental sin enfadar a Rabat que lo ocupa ilegalmente desde 1975, que lo considera suyo, por el simple hecho de ser colindantes. Marruecos tiene en contra, más de 50 resoluciones de la ONU a las que no hace caso. Marruecos es miembro de la ONU desde el 12 de noviembre de 1956...

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martes, 16 de noviembre de 2021

 

27. EL AÑO DE VICENTE BLASCO IBÁÑEZ Y MIGUEL HDERNÁNDEZ

 Ambos autores valencianos recibirán sendos homenajes por parte de las instituciones, el primero del Congreso de los Diputados y del Ayuntamiento de Orihuela, y el segundo del Ayuntamiento de Valencia. Es inevitable establecer ciertos paralelismos entre ambos personajes, de los que pese a su firme compromiso político durante años solo se les han reconocido por sus obras literarias.

Se abre un periodo clave en la visibilización de dos escritores inseparables de su faceta política, sin la cual no se entienden sus obras. ¿Podemos explicar La araña negra de Blasco sin hablar de su anticlericalismo radical? ¿O entender la vida -y sobre todo la muerte- de Hernández sin recordar sus textos como comisario de propaganda de la República durante la Guerra Civil?

 

Empecemos por el más mayor. Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867 - Menton, Francia, 1928) compaginó su actividad literaria y periodística con la política. Fue un agitador de masas, muy cercano al obrerismo, republicano y anticlerical. Defendía que el problema del pueblo era la falta de educación, de manera que la extendió de forma gratuita para las clases bajas y democratizó el acceso a la información con un diario (El Pueblo), que se vendía a un precio mucho más bajo que el resto. El próximo 29 de enero se celebrará el 150 aniversario de su nacimiento.

Miguel Hernández (Orihuela, 1910 - Alicante, 1942) fue un pastor obligado a dejar los estudios, lo que no obstante no le impidió escribir poemas que le llevaron a Madrid. La Guerra Civil le pilló joven, cuando de sus versos emanaban alegatos pro justicia social y denuncias contra el abuso de poder y la explotación de las clases bajas, como se puede leer en Vientos del pueblo. Acabó ejerciendo de comisario político y luchó en el frente con el carnet de militante del Partido Comunista. Siempre le indignaron los manjares opulentos a los que le invitaban personajes incluso de su misma ideología, mientras la mayoría de la población intentaba sobrevivir a duras penas. Este año se cumple el 75 aniversario de su muerte.

 

Un año de actos

Para el Año dedicado a Blasco Ibáñez, el Ayuntamiento de Valencia destinará 50.000 euros en un programa de actos que presentará el alcalde, Joan Ribó, el próximo 10 de enero. Se espera también alguna iniciativa por parte de Presidencia de la Generalitat Valenciana, aunque hasta la fecha todavía no se ha desvelado nada. Miguel Ángel López, secretario de la Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez, adelanta que este año verán la luz publicaciones inéditas del escritor y político. La Biblioteca Valenciana también le dedicará una exposición en el monasterio de San Miguel de los Reyes con materiales propios y de la Fundación.

“Blasco Ibáñez es un personaje que cualquier valenciano conoce, pero es muy desconocida su realidad: durante la Segunda República se le consideró un héroe, pero en la Guerra Civil se destruyó todo su recuerdo, no se quiso saber nada de él”, señala López. Recuerda que fue un “personaje muy poliédrico, con facetas muy integradas” y reivindica que este año será una oportunidad para explicar su proyección internacional, “muy desconocida”: “En Estados Unidos, Los cuatro jinetes del Apocalipsis fue el libro más vendido, solo por detrás de la Biblia”. “La industria de Hollywood se lo rifaba y hoy las universidades estadounidenses nos piden datos para investigar, mientras que en las escuelas de la Comunitat Valenciana ni siquiera se le estudia”, compara.

Raquel Andrés Durà

Este año será especial tanto en Orihuela como en Alicante. En su ciudad natal se hará una completa exposición bibliográfica y documental con objetos personales suyos, mientras que en la capital, el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert acogerá del 15 al 18 de noviembre el IV Congreso Internacional sobre Miguel Hernández. Estos serán los dos actos centrales, pero habrá otras actividades didácticas en torno a su figura y publicaciones.

Entre ellas, destaca la edición del facsímil de la obra Miguel Hernández y sus amigos Orihuela de Manuel Molina de 1969. El director de la Fundación Cultural Miguel Hernández, Aitor Larrabide, cuenta que todavía no se ha fijado un presupuesto para las actividades, aunque asegura que tanto la Diputación de Alicante como el Ayuntamiento de Orihuela se han comprometido a hacer una aportación para que el poeta tenga “un homenaje digno”.

El director de la Cátedra Miguel Hernández en la Universidad de Elche (UMH), Francisco Esteve, señala que la declaración institucional es una “plataforma para seguir investigando y potenciar la presencia” del poeta y de su mujer, Josefina. Asimismo, sostiene que “la parte personal” es su aspecto menos divulgado y cita las cartas con sus amigos y su novia, donde “se desnuda de su profesión poética y se ve el interior de la persona”. “Su biografía y trayectoria literaria hay que ligarla a la vigencia del mensaje del poeta: la defensa de los derechos humanos y valores intemporales que merecen que se difundan”, añade Larrabide. “Era conocedor de las injusticias sociales y apostaba por una transformación social”, apostilla.

Más allá de los tópicos sobre naranjas y pesca

A menudo se ha querido utilizar las obras de Blasco Ibáñez como parte del folclore valenciano, destacando símbolos como las naranjas, la vida y pesca en la Albufera o la cotidianidad en la Huerta de Valencia. Pero lo cierto es que sus narraciones iban más allá del aséptico costumbrismo. Novelas como La barraca son un claro símbolo de la lucha campesina contra las presiones económicas de los terratenientes. Un retrato que por cierto también tiene una lectura muy actual con las deudas contraídas con los bancos y en el propio campo valenciano, ahogado por el escaso margen de beneficio que les dejan las grandes distribuidoras.

Durante el mandato de Rita Barberá, el Ayuntamiento de Valencia impulsó la reedición de algunas de sus obras. En un prólogo escrito por la propia alcaldesa, sin embargo, eludía su inseparable ideología política y citaba a Blasco Ibáñez simplemente como “uno de los personajes más excepcionales, apasionantes, atractivos y prolíficos que ha dado la cultura valenciana”. Añadía que el escritor “sorprendió al mundo con su pronunciada y cambiante personalidad”.

En otro prólogo, la entonces concejala de Cultura, María José Alcón, se refería a él como “el más insigne de los literatos valencianos de los últimos tiempos” y defendía que “desde las instituciones públicas y privadas valencianas no se ha sido cicatero a la hora de dar difusión al autor y a su ingente legado novelístico”. Una visión que contrasta con la de la Fundación, que reclama una divulgación mucho más integral del personaje.

De Miguel Hernández se han hecho populares sus versos antibélicos (Tristes guerras o Sentado sobre los muertos) o aquellos escritos desde la cárcel donde acabó muriendo, como Las nanas de la cebolla, dedicadas a su niño. El poeta de Orihuela ha pasado a la historia así, como un padre angustiado que se retorcía de dolor por no estar junto a su amada ni junto a su hijo, como víctima de una guerra sin vencedores ni vencidos y casi con arrepentimiento. Nada más lejos de la realidad: hay fuentes que señalan que a Miguel Hernández sus amistades dentro de la Iglesia le ofrecieron la libertad a cambio de renunciar a sus ideas y militancia. Y nunca lo aceptó.

¿Dónde están sus calles?

¿Quién sabe dónde está la calle Miguel Hernández en Alicante? Existe, pero pocos alicantinos sabrán localizarla. Se trata de una calle ‘escondida’ en el barrio de Benalúa, a pocos metros de la cárcel donde murió (donde hoy están los juzgados de la ciudad). En su Orihuela natal la calle Miguel Hernández tampoco es una de las arterias principales de la localidad, sino que está ubicada en su límite norte, aunque al menos desemboca en la plaza donde pervive su Casa-Museo.

Blasco Ibáñez, en cambio, ha tenido mejor suerte en el nomenclátor. La avenida que lleva su nombre en Valencia es una de las principales de la ciudad y además atraviesa la zona universitaria. Sin embargo, a veces da la sensación de que por ello ha muerto de éxito, ya que muchos valencianos solo han oído este nombre por el topónimo, sin saber quién es el personaje.

Además, hasta el cambio de gobierno de 2015, la prolongación de esta avenida hasta el mar ha sido motivo de conflicto urbanístico (primero con el PSOE y después con el PP de Rita Barberá), porque supuso la degradación del barrio de El Cabanyal y la presión a los vecinos para que vendieran sus casas para luego derribarlas. Así, el nombre de Blasco se usó durante años como símbolo de la codicia de unos y del terror de otros.

Polémica por sus legados

Blasco Ibáñez y Miguel Hernández tienen otro punto en común: la polémica en torno a su legado. En el caso del escritor valenciano, se trata de unos 3.000 libros, dibujos, correspondencia y otros objetos personales que se encuentran actualmente en la Casa-Museo de la Malvarrosa (Valencia). La Fundación, propietaria del legado, firmó un acuerdo in extremis en 2002 con el consistorio liderado por Rita Barberá y estuvo a punto de marchar a Madrid por la dejadez política.

Este convenio finaliza, precisamente, el 20 de diciembre de 2017. La Fundación pide que “se abra una nueva etapa” en la que se potencie la difusión del escritor y político y que se le asigne “un papel protagonista” en la gestión de la Casa-Museo, un espacio que hoy luce igual que hace 20 años y donde no se celebra ningún tipo de actividad. A finales de año conoceremos si la Fundación renueva el contrato que permitirá a los valencianos seguir teniendo cerca el legado del escritor. La voluntad es que siga en Valencia, afirman portavoces de la organización.

Con respecto a Miguel Hernández, su legado ha acabado marchando de tierras alicantinas. Inicialmente se intentó un proyecto cultural y turístico en Elche con más de 5.000 documentos que nunca atrajo a la entonces alcaldesa Mercedes Alonso, del Partido Popular. De esta manera acabó en Quesada (Jaén), lugar de nacimiento de Josefina Manresa, mujer del poeta. Desde 2015 este es un lugar de referencia para los ‘hernandianos’ gracias al Museo Miguel Hernández-Josefina Manresa.

 

 

jueves, 11 de noviembre de 2021

El Honor en la Guardia Civil por el coronel José Hernández Mosquera Jefe de la Comandancia de Alicante.

El Honor en la Guardia Civil por el coronel José Hernández Mosquera Jefe de la Comandancia de Alicante.

 El 10 de noviembre de 2021 en el Centro de Arte del Ayuntamiento de Alicante, y organizado por la Hermandad Monárquica de España en Alicante se ofreció sendas conferencias sobre "Valores Militares" , entre ellas, una sobre El Honor en la Guardia Civil por el coronel José Hernández Mosquera Jefe de la Comandancia de Alicante. Fueron presentados por Frasciso Burló Carbonells presidente de dicha Hernández, así como de Juan Bosco Montero y como ponentes Joaquin Vergara, Otros ponentes Teniente Coronel del Ejército de Tierra Luis Miguel González Garijo. Comandante del Ejército del Aire Francisco Moreno Agudo. Con gran exito de publico que llenó la sala.

lunes, 25 de octubre de 2021

"La dureza curvada del sílex", nuevas formas de expresión, por Pilar Galán García

 

Nuevas formas de expresión para una nueva forma de vivir

Título: La dureza curvada del sílex
Autor: Ramón Fernández Palmeral
Novela, editada por Amazon, 2021
ISBN: 979-8592770340, 133 páginas

La novela de Ramón Fernández Palmeral La dureza curvada del sílex, publicada en Amazon (Kindle e impresa) es una obra sorprendente, innovadora, vanguardista, una nueva forma de hacer literatura para unos nuevos tiempos, como los presentes, sin lógica ni reglas, con una escritura dinámica muy diferente a las narraciones estereotipadas, tradicionales y pausadas a las que estábamos acostumbrados a leer.

Yo la subtitularía “Nuevas formas de expresión para una nueva forma de vivir”, otra manera de expresar inéditos planteamientos vivenciales, sobre todo por haber vivido unos tiempos convulsos y trepidantes en que han subido y bajado las curvas de infectados y muertos por la pandemia de covid-19 y sus variantes.

En estos momentos en que se desploma la economía mundial, baja el PIB, se derrumba el empleo, se restringe viajar, reunirnos con amigos, se pospone el abrazo y la zancadilla, porque impera la distancia y se prohíbe el contacto, es necesaria una obra refrescante. Es en estos tiempos y en este caótico panorama cuando aparece La dureza curvada del sílex, una novela trepidante que, como daga de sílice imposible, se arquea y contorsiona para entrar en nuestros corazones...

 

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