domingo, 30 de septiembre de 2018

Biografia de Gabriel Miró Ferrer

Gabriel Miró

(Alicante, 1879 - Madrid, 1930) Escritor español que, al igual que otros miembros de la llamada «generación de 1914» (Wenceslao Fernández Flórez, Benjamín Jarnés, Ramón Pérez de Ayala), dejó atrás los cánones del realismo decimonónico y renovó la narrativa peninsular, en su caso por la vía de un exquisito lirismo. Sus obras, calificadas de novelas líricas y poemas en prosa, se centran en sensuales descripciones paisajísticas.

Gabriel Miró
Hizo sus estudios en el colegio de Santo Domingo de Orihuela y en el instituto de Alicante. Se licenció en derecho en la Universidad de Granada (después de algunos cursos en la Universidad de Valencia) y tuvo modestos empleos en el Ayuntamiento y Diputación de Alicante. En 1901 se casó con Clemencia Maignon, hija del cónsul de Francia en dicha ciudad. En 1914 reside en Barcelona, en cuya Diputación consigue un empleo, y donde la editorial Vecchi y Ramos le encarga la preparación de una enciclopedia religiosa.
En 1920 es funcionario del Ministerio del Trabajo en Madrid. Vive primeramente en el barrio de Argüelles y encuentra un joven admirador en su vecino Dámaso Alonso, que se relaciona con él y lo evoca después exhalando vida y tratando de "domeñar la rebeldía de la melena gloriosa". Como escritor fue cronista de la ciudad de Alicante (1911). Desde 1921 ejerció como secretario de los concursos nacionales del Ministerio de Instrucción Pública, en el que también tuvo un empleo. En 1925 ganó el premio Mariano de Cavia. Colaboró en diarios y revistas como ABC de Madrid y La Nación de Buenos Aires.
Cuantos críticos han estudiado su obra insisten en que, ante todo, Gabriel Miró es un poeta y que su lenguaje es el propio de la poesía. Como novelista, su novela se aproxima más al ensayo. Pero la gloria de Miró es su expresión, porque él consideraba la palabra "como la más preciosa realidad humana". Aunque los motivos, tipos y pueblos que nos presenta pertenecen a los predilectos de autores de la generación del 98 como Azorín, su forma externa es más propia de la de los poetas modernistas.
Cada vocablo, cada frase de Miró está hipercargada de emoción y, sobre todo de sensaciones. No sólo hay en su lenguaje la expresión de cada uno de sus sentidos, sino que se acumulan en él las sensaciones de dos o de tres de ellos en una complejidad y riqueza nada frecuentes. En sus obras no hay dinamismo; son cuadros de una extraordinaria potencia evocadora. Su geografía, retratos y paisajes los centra en su región natal levantina.
Gabriel Miró comenzó a ser conocido cuando, en 1911, el "Cuento Semanal" le premió Nómada, la narración de un rico jijonense que perdió a su hija y a su esposa y que, para olvidar sus penas, se entregó a una mala vida en la que dilapidó su hacienda convirtiéndose en un nómada nostálgico en Francia, hasta regresar a su tierra en la miseria; y, vencido y humillado, se refugió en la casa de su hermana, que estima como una desdicha su llegada. Esta novelita, que había sido precedida de otras -la primera parece que fue La mujer de Hojeda (1901)-, le situó entre los escritores españoles como un levantino que escribía unas novelas distanciadas de los regionalismos conocidos.
En Barcelona se le publicó una novela muy valiosa dentro de su genio típico: Las cerezas del cementerio (1910). Valdivia regresa a su pueblo en busca de reposo, pues está enfermo del corazón, y, en el viaje, conoce a una señora con la que un tío suyo había tenido relaciones amistosas muy accidentadas. Valdivia y ella se apasionan y todos conocen sus amores culpables. Cuando Valdivia muere es enterrado en el cementerio de Posuna, famoso por sus cerezos con ricos frutos que nadie come pensando en que toman su sustancia de los muertos. Pero la amante visitó su tumba y comió de sus cerezas, con las que "sorbía y comulgaba la esencia del amado". Es una novela cuyo estilo está perfectamente adecuado a ese contenido de exaltado e impresionante misticismo amoroso.
En El abuelo del rey (1915) presenta tipos pueblerinos de Serosa, y el principal de ellos, don Arcadio, amante de la tradición, que se amarga la vida primero con el hijo (ingeniero que ama los viajes y se casa con una cubana que muere del primer parto sin que su suegro haya demostrado el más pequeño interés por ella; el hijo se aleja de sus padres y muere en Filipinas) y después con el nieto (arruina a los abuelos con sus supuestos inventos, y se va a América sin que nunca se sepa de él más que una vaga noticia de que unos indios le han proclamado rey). Aunque es de las más dinámicas, no es precisamente de las mejores.
En Nuestro Padre San Daniel (1921), "novela de capellanes y devotos" que sitúa en Oleza (Orihuela), en medio de las intrigas familiares resplandecen figuras como Paulina, transida de sensualidad por el paisaje que "le latía encima", o el cura don Magín, entre maravillosas descripciones como la muerte de don Daniel o la de las solemnidades litúrgicas de unas vísperas en la catedral de Oleza.
Ya había comenzado La novela de mi amigo (1907) con un personaje de deseos frustrados y desventuras (la muerte de su hermana de tres años quemada por un pan hecho brasa, su vida con una mujer sórdida y sin ser capaz de asirse a la única esperanza que es el amor que siempre le ha profesado su cuñada, siempre silenciosa junto a él, acaba con su suicidio en el mar "sorbiendo la copa de su amargura"). Niño y grande (1922) presenta dos aspectos: el de un murciano de la huerta que narra su infancia y confidencias con dos condiscípulos, y que después, cuando los volvemos a encontrar, se hallan enredados en adulterios más o menos románticos. La parte de esta novela en la Mancha puede considerarse autobiográfica, porque se puede creer coincidente con el viaje que Gabriel Miró realizó a Ciudad Real en 1893.
También son autobiográficas El libro de Sigüenza (1917), en el que Sigüenza personifica al autor con su bondad, su sencillez, su melancolía y su sinceridad, que fracasan ante la hipocresía y la inmoralidad aldeanas; y Años y leguas (1928), en el que, ante Sigüenza, pasan veinte años y el paisaje (pueblos, masías, calvarios, morterete) comenzó "a pasar y envejecer referido a su vida". Esta última obra -la última también de su bibliografía- se considera lo mejor y más expresivo de su producción: forma brillante modernista y los aldeanos y los pueblos del 98.
Lo que hay en los libros citados de cuadro pictórico se considera el mejor acierto estético de Miró. Por esto tienen gran significación Figuras de la Pasión del Señor (2 volúmenes, 1916-17) y El humo dormido (1919), con sus Tablas del Calendario entre el humo dormido. Dos obras en las que escenas y personajes del tema van apareciendo como acuarelas. En la primera, con emoción y vivos colores, nos presenta quince capítulos, cada uno con independencia del resto. Los tipos -aunque vestidos con los ropajes bíblicos- están tomados de su humanidad levantina; los paisajes de su tierra natal se sobreponen a las estampas de Judea.
En los de la segunda obra citada, con los personajes, nos va describiendo toda la Semana Santa. Como típica expresión del arte literario mironiano ha de citarse El obispo leproso (1926), en la que nos presenta la ciudad puritana en apariencia, pero contaminada de las más deshonestas pasiones. La lepra patéticamente llamativa se da en el prelado de la diócesis, ya que el leproso es personaje de la predilección mironiana. Aunque se ha acusado a Miró de abusar de un vocabulario precioso y desusado, su prosa es de una gran originalidad y una de las expresiones más ricas de la literatura española moderna.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Un viaje por el valle de Guadalest



Un viaje al valle de Guadalest

Por Ramón Fernández Palmeral 

               9.2.- Un viaje al valle de Guadalest

El domingo 24 de mayo de 1992, llevábamos dos años en Alicante, decidimos mi mujer Julia Hidalgo y yo hacer un viaje en coche, en mi Opel Kadet, por el valle del Guadalest, acompañados por unos amigos que decían que se comía muy bien en el valle del Guadalest, y había manantiales de agua mineral.
Así que metí en el maletero unas garrafas de agua, vacías, por si encontrábamos alguna fuente.  Me acerqué a casa de la pareja de  amigos para  recogerlos. Salimos a eso de las diez de la mañana por la N-332, dirección Benidorm, no teníamos prisa. La figura imponente del Puig Campana lo teníamos persiguiéndonos a nuestra izquierda, hasta que una vez en Benidorm tomé desvío para la CV-70, hasta llegar a La Nucía, donde nuestros amigos nos indicaron que no acercáramos a la Font Favara, que se halla tras unas curvas en descenso. Aquí no pudimos coger agua porque se había convertido como un pequeño parque y desistí en recogerla.
 Al pasar por medio de casco urbano de La Nucía, vimos un mercadillo disantero. Hicimos lo posible por aparcar. Y dimos una vuelta por el mercadillo que ocupaba toda una calle, era la Avenida Porvilla, pero en descenso, era como un rastro, porque se vendía de todo, lo mismo cosas viejas, ropa, fruta, que máquinas de coser antiguas, etc., ¡ah! y revistas cómic y libros, y como reconozco que soy un adicto a los libros, un ludobiblo, o ludoliterario (no bibliófilo), no encuentro un palabra adecuada, y me compré un libro titulado Historia de la literatura murciana de Francisco Javier Díaz de Revenga y Mariano de Paco, publicado en la Universidad de Murcia. Academia Alonso X el Sabio. Editora Regional de Murcia, 1989. A eso de las once de la mañana se llenó el mercadillo de visitantes, en su mayoría extranjeros, por sus caras de personas de piel clara y ojos azules o verdes.
Mi mujer y los amigos algo compraron, pero no recuerdo qué, aunque las compras de mi mujer, en mercadillos, se concretan en blusas o algún vestidito. El bullicio de la gente era una animación social que a veces cansa, como ocurrió a eso de las doce.
Finalizada el recorrido de mercadeo tomamos la carretera de Polop, al abrir la ventana ya empezó a entrar el potente olor y la voz de los pinos, el bosque animado con el canto de los jilgueros y el vuelo alto de las rapaces. La visión del celebrado y casi volcánico monte Ponoch, cabezo de buey, por su forma de tronco cónica truncado, me sorprendió, pensé que debía ser un placer caminar por sus senderos que relinchaban de un verde intenso. Era un lugar de escaladas puesto que tiene paredes verticales de gran altura. Desde la carretera se veía por la parte este el pueblo de Polop de la Marina, con su gran torre campanario como una lanza, como un eucalipto sobrio de mampostería que desafiaba el cielo, y en una cota superior el cementerio, rodeado de pinos en oración. Era tan espectacular el pueblo matriz entre montañas y valles que decidimos parar y aparcar en el arcén, al salir del coche la vista del barraco todo abancalado me recordaba una vista de mi aldea de El Acebuchal (Málaga). Tras las preceptivas fotografías, levantamos el precario campamento, y pasamos decididos a entrar al pueblo de Polop.
El aparcamiento fue caprichoso, paramos en la calle muy cerca de la plaza de los Corros, el topónimo es acertado hay 221 chorros de aguas engrifadas, fresca y húmeda como ninguna otra, el sonido curvo y cristalino del elemento HO2, se dejaba oír como en una orquesta donde nosotros éramos los compositores al azar del agua monótona y persistente.
Cuando decidí que era hora de sacar las garrafas, dijeron nuestros amigos, que para recoger agua, me tenía preparada una sorpresa, iríamos a otra fuente más silvestre. En la parte superior de los chorros se mostraban escudos de algunos pueblos de la provincia, y el de Polop, en lugar preferente, que tiene una torre de donde sale una higuera y debajo una acequia de agua, con una corona de barón.
Me sorprendió ver unos azulejos con un texto de Gabriel Miró, no puedo recordar qué decía porque mi memoria es limitada, le hice una foto y luego vi que  correspondía a Años y leguas, libro del que no tenía ni idea. Delante de una casa cercada por una valla de un enrejado se encontraba el busto de Gabriel Miró sobre un fuste de mármol negro veteado y en el zócalo el nombre y la fecha: 1879-1979. Es decir erigida en el centenario de su nacimiento.
Dimos una vuelta por el pueblo hasta la plazoleta de la iglesia, que por ser domingo se celebraba la eucaristía. No entramos porque la iglesia rebosaba de fieles. Regresamos a la plaza de los Chorros y tomamos unas cervezas en el Bar Coliseo, y como era la hora de los aperitivos había familias y algunos jubilados jugando al dominó. Al lado estaba la Residencia de ancianos “Les Fonts”, donde hondeaban banderas británicas.
Continuamos viaje por la CV-70 dirección Guadalest por una carretera femenina de contorneadas curvas, el olor a pinos era intenso, como lo son los olores que desprende su resina en vísperas del estío. Las crestas rocosas se mostraban con formas quebradas, agudas e irregulares, picos, arbotantes, pináculos como de catedrales naturales, envidia de los escaladores y alpinistas de los Alpes, era la cara oeste de la Sierra de Aitana, con el pico más alto de la provincia de Alicante.
 Subiendo de cota las curvas se fueron abriendo en el radio de su circunferencia, cuando se empezó a ver el campanario de Guadalest, los amigos nos indicaron que tomara una bifurcación a la izquierda entre pinos carrascos, señalizado como Coto de Caza. Continuamos por la carretera estrecha que se convirtió en carril, al fin llegamos a una explanación y aparcamos. Nuestros amigos nos dijeron que sacáramos las garrafas, habíamos aterrizado en una fuente dentro de una especie de callejón sin salida, con una indicación sobre una puerta metálica blanqueada que decía: Font del Molí. Pero la fuente quedaba a la izquierda a una altura de medio metro rodeada de un brocal de piedras en mampostería, el agua salía abundante por un tubo o caña de bronce en la boca de la faz de un león de bronce. Llené las garrafas y bebí de un agua natural mineral, era como la que otras veces bebí en la fuente del Molino de Finestrat. El agua vuela como ave fría y penetra enloquecida en su nido-agujero para regresar, porque el agua es un ser inmortal y vitalista. Sobre un murete unas abejas se recreaban en  la delicia de su redil de flores amarillas, violetas, rojas...
 Volvimos a la carrera general con nuestras garrafas llenas de la inmortal agua, elemento esencia de la vida, porque toda sustancia que es capaz de transformarse y reproducirse es inmortal aunque sea un objeto natural con vida en otra dimensión. Ya lo dijo el poeta surrealista francés Pauld Eluard: “Hay otros mundos pero están en este”. Vidas multiformes como el agua, el aire o las rocas.
 En la cosmopolita y museística Guadalest aparcamos el coche en unos aparcamientos municipales de pago, 100 peseta le di al guardacoches que con una simple gorrilla se identificaba como una autoridad de la seguridad vial. Entramos en una zona de escaleras y curvas hasta llegar a unas piedras que inician la subida por unas escaleras hasta el túnel. Desde aquí se ve la identidad icónica de Guadalest: el campanario sobre un pináculo de rocas. A media altura se encontraba unos azules con una prosa laudatoria a Guadalest firmado por Wenceslao Fernández Flórez, que dice más o menos que aunque desaparecieran las palmeral de Elche y se hundiré en el mar el peñón de Ifach, Guadalest siempre quedaría como un lugar preferente de peregrinación.
Una vez se hemos subido las escañeras nos encontramos con un túnel o Portal de San José de unos 20 ó 30 metros de longitud, con una inclinación de unos 20 grados. Una vez traspasado el túnel un fotógrafo nos hizo una foto saliendo del túnel, que las cuelga a la vista, y a la salida si quieres las compras. Te encuentra de frente con la Casa Orduño, un palacete con puerta en forma de arco de herradura convertido en museo de exposiciones. Hubo una obligada visita a la capilla, y en el cepillo incluí por su boca mi óvolo. Es la parroquia, pequeña y recoleta con un Cristo crucificado y una Virgen Inmaculada en el muro del retablo.
La única calle tienes un lomo adoquinado de museos como el Etnológico o el de miniaturas o micro gigantes, tiendas y más tiendas, que hay que dejar para otra visita. Cuando llegamos a la plaza nos encontramos con el Ayuntamiento y con un balcón amplio de impresionante belleza, desde donde se observa, a lo hondo un embalse exiguo en agua, color verde-azul por los  reflejos de los vigilantes pinos y un cielo  transparente sin una sola cáscara de nubes.  De allí aprecié un peñón cónico con un fragmento de media torre vigía aposentada encima, la peña transmutada en torre natural, no adivino cómo subían los guardias a la torre, Yo diaria que es un nido de cigüeñas, una peña-torre. Pináculo o «prontinfo» que me lo acabo de inventar.
Tras escalar por la calles y asomarnos a los precipicios decidimos salir de la fortaleza a la carretera, otra vez en camino. No quisimos las fotos saliendo del túnel porque llevábamos nuestra cámara digital. Habíamos reservado mesa para cuatro en el restaurante Mirador de Guadalest para comer, más o menos, sobre tres de la tarde.
A pocos kilómetros de salir por la CV-70, el paisaje toma luz propia, las cumbres son ogros petrificados envolventes, granitos que gritan con vida propia de siglos, vida inerte, pero latiente.  En descenso entramos en Benimantell, que en broma chistosa comentamos que aquí se debería comer bien por lo del «mantell», sin el hijo de, o el Beni. La calle Mayor es la calle principal donde se alza el modesto edifico del Ayuntamiento, al final de la calle nace un carril para bajar al embalse, pero no nos sedujo bajar, desde allí se veía la torre campanario de Beniardá. Subimos a la carretera, para continuar dirección Confrides: bancales de piedra, olivos y pinos, cerros lejanos, roquedales cortados como quesos. Buscando el desvío a Benifato nos perdimos entre olivos y desvíos sin señalizar, no llevamos plano de carreteras. Nos dimos la vuelta en una explanación. Confrides quedaría para otra excusión.
Regresamos a Guadalest y comimos a la carta pierna de cabrito al horno con guarnición. Todo de buena calidad y buen precio. Para regresar a Alicante lo hicimos por otra carretera, por la CV-755 dirección Callosa de Ensarría, desde allí tomamos camino a la Fuentes del Algar, y desde un bar tipo chiringuito, tomando café, observamos el sonoro salto de la Cola del Caballo. Luego llegamos a Altea donde  en el paseo marítimo se halla la elegante terraza de la Chocolatería Valor donde tomando chocolate con churros, con vistas a la playa.
 Y de aquí por la costa, regreso a Alicante, pero esta vez por la A-7 de pesaje. Viaje con amigos que nos ha dejado un gran recuerdo.
Alicante, junio de 1992

Alicante, junio de 1992



 Fotos de Ramón Palmeral, 1992

jueves, 27 de septiembre de 2018

Cerámica de Wenceslao Fernández Flórez en Guadalest






"Aunque Alicante no ofreciese la incomparable tibieza de sus dulces inviernos, aunque llegasen a desaparecer las palmeras de Elche y el soberbio peñón de Ifach se hundiese en las aguas, mientras subsistiese Guadalest habría un poderoso motivo de peregrinación, porque Guadalest es uno de los sitios donde la Naturaleza se ha mostrado genialmente artista, y ella, en cuyo cargo se puede apuntar el defecto de repetirse con exceso, no ha podido duplicar en ninguna otra parte esta obra admirable." 


  Julia y Ramón el 24 de mayo de 1992 en Guadalest

 

Wenceslao Fernández Flórez

La Coruña, 1885-Madrid, 1964
Silla S
Tomó posesión el 14 de mayo de 1945 con el discurso titulado El humor en la literatura española. Le respondió, en nombre de la corporación, Julio Casares.
«Elegido para la silla S en 1934, no tomó posesión hasta 1945. Su nombre, como electo, aparece esporádicamente en las reuniones de la zona nacionalista, en la que le sorprendió la contienda», explica Alonso Zamora Vicente en La Real Academia Española (1999, 2015).
Considerado uno de los grandes humoristas de las letras españolas del siglo xx, Wenceslao Fernández Flórez comenzó su carrera como escritor en diarios y revistas.
Su primer contacto con el periodismo, a los quince años, fue con el diario coruñés La Mañana. Posteriormente colaboró en El Heraldo de Galicia, Diario de La Coruña, Tierra Gallega,  Diario Ferrolano (del que fue director) y El Noroeste. Según señala José Carlos Mainer en el Diccionario biográfico español (2001), «en 1915 llegó a la capital para trabajar en El Parlamentario, pero pronto pasó a ABC, donde Azorín lo había recomendado como sucesor suyo en la crónica parlamentaria. Así nacieron las “Acotaciones de un oyente” que le hicieron extraordinariamente popular y que redactó hasta 1935».
La otra vertiente de su popularidad, señala Mainer, «fue su narrativa, que nació de las derivaciones del modelo naturalista y al calor de la difusión de las colecciones de novelas cortas». Publicó cerca de cuarenta novelas y narraciones breves. Entre ellas, destacan La procesión de los días (1915); Volvoreta (1917), con la que consiguió el premio del Círculo de Bellas Artes; El secreto de Barba Azul (1923); Las siete columnas (1926), Relato inmoral (1927), Fantasmas (1930), Los que no fuimos a la guerra (1930) y El malvado Carabel (1931). Sus novelas fueron llevadas al cine en numerosas ocasiones, y él mismo se interesó por el cine y escribió algunos guiones.
Como recuerda Alonso Zamora Vicente, una de sus últimas obras, El bosque animado (1943), en la que Fernández Flórez resumió sus nostálgicas memorias de su Galicia natal, tuvo extraordinario éxito. En 1987 fue llevada al cine, con guión de Rafael Azcona y  dirección de José Luis Cuerda, y fue galardonada con cinco premios (entre ellos, mejor película y mejor guión)  en la convocatoria de los Premios Goya de 1988.
En 1926 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura, compartido con Concha Espina. Durante la II República recibió la Medalla de Oro de Madrid y en 1935 fue condecorado por el gobierno presidido por Alejandro Lerroux, junto con Américo Castro y José Ortega y Gasset. En 1950 fue homenajeado por la ciudad de La Coruña que lo nombra Hijo Preclaro. En 1958 fue nombrado Periodista de Honor y en 1959 se le entregó la Cruz de Alfonso X.
La Fundación Wenceslao Fernández Flórez, ubicada en la que fue su casa de veraneo en San Salvador de Cecebre-Cambre (La Coruña), es un centro de documentación sobre el escritor.





miércoles, 26 de septiembre de 2018

Correos y Telégrafos en tiempos de Gabriel Miró en Polop 1921



Correos y Telégrafos en tiempos de Gabriel Miró en Polop 1921
                 
   Dice el refrán que el tiempo es oro, sin duda alguna  lo es, porque el tiempo es  como la arena de playa que se perdiera en una bolsa de plástico con una avería en el fondo: irrecuperable. No tenemos, precisamente en estos tiempos actuales más tiempo que perder, y sobre todo, en este caluroso mes de agosto, del sábado 4 de agosto del presente. ¿Y por qué hablo de esta sentencia y de este día?, porque perdemos mucho tiempo en quehaceres cotidianos y administrativos, el tiempo que no tenemos. Por ejemplo esta mañana salí  de casa a las nueve de la mañana dirección de la estafeta u oficinas de Correos de la Plaza de la Viña, que la tengo a unos doscientos metros de  mi casa, es decir, cerca.
   Llevaba en la mochila tres paquetes para enviar, cuando llegué a la estafeta eran las 9.07 horas. Las personas que ya estaban haciendo cola me dijeron que la oficina se abría  a las 9.30 horas. Así que me di la vuelta y me acerqué a la Plaza de la Viña, a esperar que se abriera de puerta de Ali Babá, bajo la acariciadas sombras de los árboles de la especie tipuanas que ya florecieron en primavera y lo pusieron todo perdido de florecillas amarillas cadmio húmedas y frescas.
    Conforme esperaba bajo la tipuanas y jacarandas veía cómo llegaban más personas a la cola de Correos, al menos, en veinte minutos habían llegado quince personas.  A las 9:30 en punto abrieron las puertas de las oficinas amarillas, yo me levanté de mi banco y entré en Correos, me puse en la cola para recoger el ticket de mi turno, la máquina me dio el E-008, que corresponde al de los envíos. Como yo iba  con las dos muletas, un hombre se levantó, y amablemente me dejó su asiento, eran ya las 9:40 a.m., menos mal que funcionaba el aire acondicionado. La zona de oficina al público, que es de unos insuficientes 20 metros cuadros, estaba llena de gente, algunos jóvenes y no tan jóvenes se sentaron en los frescos suelos de gres  blanco; todos esperaban y a la vez estaban con sus smartphones en las manos mirando mensajes. Yo estaba agobiado de tanta gente a mi alrededor.
    Mientras  estaba esperando mi turno me acordé de lo que tardaba y sufría Gabriel Miró cuando estuvo veraneando entre 1921 y 1928 en Polop para cobrar los giros postales. Según las cartas que figuran en el Epistolario (2009) resulta que Miró tenía que ir de Polop a Callosa de Ensarriá a recoger los giros postales enviados, porque en Polop no había telégrafos, aunque sí Correos y un cartero. Para ir a Callosa lo hacía montado en un burro, este jumento era propiedad del casero, el tío Quico Bresquiella que también le hacía de arriero y guía por los caminos. El tío Quico y la tía Vicente eran los caseros y arrendatarios de la masía alquilada en Polop, llamada Las Fons o «Les Fonts» en valenciano, por esos algunos aldeanos le llamaban «Al Señor de las Fuentes». La masía se la alquiló a la señora Teresa Gualde, esposa de Pedro Berdin Fuster «labrador de hacienda ancha y repleta» escribió Joaquín  Fuster. La masía se la había recomendado su amigo Óscar Esplá, para sanar la extraña enfermedad de su hija Clemencia (1905-1953).
   Pero si el lector quiere  buscar una obra testimonial de las estancias veraniegas  de Miró y su familia en Polop de la Marina, no debe leer Años y Leguas (1928), que todo es ficción, para gozo del personaje de Sigüenza, el alter ego (el otro yo) de Gabriel Miró en la ficcionalidad de sus obras desde que apareció por primera vez su novela Del vivir (1904); sino el libro de Joaquín Fuster Pérez titulado Gabriel Miró en Polop, 1975.  Para demostrar lo que afirmo, el lector encontrará varias cartas en la que Miró daba su dirección y en ellas especificaba que si eran giros postales se los enviaran a Callosa, como figura en la carta dirigida a  Alfonso Nadal de fecha 19 de mayo de 1921 (Epistolario-398), que era redactor del periódico La Publicidad de  Barcelona, en el que Miró fue redactor literario y donde publicó El humo dormido por capítulos; y donde residió entre 1914 a 1920 hasta que Antonio Maura le acopló en un ministerio en Madrid.
     Entre Polop y Callosa de Ensarriá había unos cuatro kilómetros de distancia por la carretera (la hoy CV-715), aproximadamente, es decir que cada vez que los editores de Gabriel Miró  le enviaban giros postales tenía que hacerse 8 kilómetros entre ida y vuelta en burro. Miró no escribió Años y leguas a pie de obra, sino que lo empezó a escribir en 1923 para publicarlos, primero en La Nación de Buenos Aires y luego en El Sol de Madrid (59 artículos en total). Cuando Miró y su familia: madre, esposa y dos hijas (Olimpia y Clemencia), venían a Polop, lo hacían desde Madrid; por ello, debido a los cuantiosos gastos de viaje y alquiler veraniego (cuatro meses), andaba regular de fondos. Su tiempo de escritura lo dedicaba a escribir cartas a amigos y editores. He contabilizado que en el verano de 1921, escribió 32 cartas, algunas de cierta extensión. 
     Seguramente Miró y su arriero, con el cabestro del burro en la mano, salían de madrugada desde Polop y regresarían al mediodía.   Y yo ahora 97 años después, me quejo de Correos  porque he de esperar media hora para que me atiendan un sábado por la mañana el funcionario, con aire acondicionado y sentado.

  Autor:
  Ramón Fernández Palmeral es autor de varios libros alicantinos entre ellos “Robinsón por Alicante”, Amazon, 2013

Publicado en el Boletín nº 2 de la Federación de Asociaciones Filatélica de la Comunidad Valenciana, de octubre de 2018

jueves, 20 de septiembre de 2018

Gabriel Miró en Alicante


Gente de Alicante: Gabriel Miró

Gabriel Miró fue un escritor nacido en Alicante en 1879. Yo lo he conocido este año al haber escrito algo sobre él en el llibret de la hoguera Polígono de San Blas. Pero quien sí lo conoció, fue el también alicantino, Azorín. Esto dejó escrito sobre él:
“… atento y meditativo; Gabriel Miró, que es como una montaña, como un río, como un valle de la provincia de Alicante; Gabriel Miró, elemento geográfico de esta tierra, (…) la geografía sentimental, subjetiva, tan diversa de la objetiva, la científica, la que reduce todo a cifras, diagramas y cuadros de líneas horizontales y verticales. La geografía de la provincia de Alicante…”
“Alicante, con la banderita blanca y azul de su matrícula es Gabriel Miró, (…) ensimismado allá lejos; (…) que, en silencio, como en un sueño, va pasando las manos por su querido Alicante. En las blancas páginas, que poco a poco dejan de ser blancas, la letrita menuda, fina, letra del siglo XVI, de Gabriel Miró.”
Como os decía, conocí a Miró investigando sobre él. Además de conocer la plaza de Alicante que lleva su nombre, donde descansa uno de sus bustos, también conocí el lugar donde estaba su casa, y leí algunos de sus textos, uno de ellos, al igual que muchos alicantinos y visitantes, en la calle Golfín, calle dedicada a la poesía.
Casa de Gabriel Miró al carrer Castaños Escultura de Gabriel Miró a la plaça del seu mateix nom Paraules de Gabriel Miró al carrer Golfín
Con lo que también me llevé una grata sorpresa, fue con el descubrimiento de la biblioteca que lleva su nombre. Allí pude ver, otro de sus bustos, fotografías y cuadros de él y, además de muchos de sus libros, los suyos, los que fueron de su propiedad, la mesa y la silla donde escribía desde su habitación en Madrid. Todo ello fue donado por la familia a la biblioteca.
Gabriel Miró per Antonia Bonmatí
Dibujo realizado por Antonia Bonmatí
Habitació de Gabriel Miró donada per la seva família
También lo vi en el Museo de las hogueras, hoy todavía puede verse en uno de los ninots indultats que se exponen allí.
2 LES FOGUERES EN MIRÓ 1 LES FOGUERES EN MIRÓ
Algo quise leer de él. Y como el tema lo requería, quise ver en este texto, una especial descripción de las hogueras, más en concreto de la cremà.
“Comenzaba la lumbre romántica descendida, entre los mordiscos peñascales costaneros, en la lisura acerada de las arenas, con gotas de luz, algas de luz, rizadas por la suave palpitación de las aguas que llegan de lo inmenso y acaban con humildad, desmayando sobre la amiga espalda de la orilla. y las gotas y hebras de la linea se congelan y van esparciendo el sendero de pureza, y muy lejos, la lluvia caída de blancura, besa, se entrega anchamente a los cielos…
Esplendían las grandes estrellas en soledades de espacio, y del confín oriental se remontaba una nube magna, gloriosa, de espuma, como un bando de cisnes de encantamiento…
Desde las rocas, un hombre contemplaba la noche silenciaria del mar. […] Levantó al cielo la cabez y el astro la alumbró y resbalaron lágrimas luminosas por las mejillas del mártir. […] Y caminó aterido dentro del vial de luz, resplandeciendo su frente entristecida y socrática. Su pecho se sumergió como la proa de una nave vencida; hundióse su cuello; siguió el lento naugragio de la barba, de las mejillas, de los labios… y al penetrarle mar en la boca, convulsionó toda su cabeza, bañada y viscosa; y surgió, se alzó libertada, y voz sollozante gritó:
-«¡¡Lucita… Lucita… Lucii!!»
La gozosa nube se había desdoblado y pasó tendida y negra bajo la magna luna.
Y toda la noche se apagó bruscamente…
… Mas, el astro la venció rasgándola; y las aguas palpitaron en el placer de luz.”
La novela de mi amigo, Gabriel Miró.
Sea como sea, el texto es bonito. Disfrutadlo como yo hice y como sigo haciendo cada vez que lo leo.