Respecto a la situación de la guardia civil en zona roja tengo que decir que nunca nadie tan innoble mereció una fidelidad así y la pagó peor. Ser fiel al juramento hecho a las autoridades del Frente Popular fue un auténtico suicidio en demasiadas ocasiones, y no evitó la disolución final del cuerpo en 1937, tras un primer cambio de nombre, (Guardia Nacional Republicana) en la España roja.
López Corral, al que nadie en su sano juicio puede acusar de sesgo derechista, señala que los guardias civiles sufrieron mucho más en la España roja que en la nacional. Los que estaban en puestos aislados y no quisieron entregar las armas a los milicianos perecieron todos defendiendo sus cuarteles. Los que colaboraron con el Frente Popular no fueron bien correspondidos, pues sus nuevos jefes no se fiaban de ellos, y no es extraño ya que eran los mismos robagallinas y pistoleros que los beneméritos habían perseguido durante años antes de que estallara la revolución.
López Corral calcula la cifra total de bajas en el Cuerpo a causa de la Guerra Civil en 2.714 muertos y 4.117 heridos, pero desconozco si en ese número incluye también a los familiares y a los beneméritos retirados, que fueron también objeto de sañuda persecución y asesinato por parte de los rojos. La cifra de muertos en ese caso aumentaría exponencialmente. A este respecto sabemos que, en Badajoz, en agosto de 1936, murieron asesinados por los rojos 18 guardias civiles en activo y 14 guardias civiles retirados. Los guardias civiles destacados en Asturias que no pudieron llegar a refugiarse en Oviedo sufrieron finales atroces a manos de los mineros asturianos, aún más fieros que en 1934, que ya es decir. Pero es en Andalucía donde murieron la mayoría de ellos, más de 700, defendiendo sus cuarteles de las masas frentepopulistas.
El terror rojo se cebó en ellos con ganas. El general Casas de la Vega, en su documentado libro: El Terror; Madrid 1936, da una cifra de 160 guardias civiles asesinados en Madrid, en la purga del Cuerpo y en crueles asesinatos de oficiales retirados a los que los delincuentes comunes, que engrosaban las filas de los milicianos, no perdonaban su anterior dedicación de impedirles robar y asesinar. En la Causa General se recoge, por ejemplo, el calvario sufrido por el brigada retirado Jose Azcutia Camuñas, asesinado el 10 de octubre de 1936 en la checa de la Guindalera, c/ Alonso Heredia, 9, donde fue objeto de toda clase de vejaciones por los milicianos antes de su asesinato:
“Le fue colocado un gorro de papel, y fue obligado a ponerse firmes, como escarnio, desfilando ante él los miembros de la checa que le golpeaban ferozmente hasta el extremo de saltarle un ojo” -relata una mujer testigo de los hechos que compartía checa y padecimientos con el brigada retirado Azcutia.
Sabemos que, descartado el frente de la sierra como escapatoria, varios guardias civiles de servicio en Madrid buscaron refugio en embajadas huyendo del Terror Rojo, donde algunos pasaron toda la guerra y otros más afortunados sólo seis meses, como cuenta el escritor Wenceslao Fernández Flórez de dos oficiales de la guardia civil que compartieron con él medio año de encierro en la embajada de Holanda, y que pudieron huir en la primavera de 1937 en barco desde Valencia, tras lo cual se reincorporaron inmediatamente a la España nacional.