¿Qué fue de quiénes tenían por divisa “todo por la Patria” durante la Guerra Civil?
No hace falta ser un lince para deducir que en el bando frentepopulista no eran demasiado populares: “sangrienta guardia pretoriana”; “servidores del capitalismo”; “elementos de combate de la contrarrevolución”- los llamaban en el panfleto incendiario comunista “Mundo Obrero” y en el igualmente infame periódico: “El socialista”. Los españoles de bien, por el contrario, los veían como un cuerpo militar bienhechor, abnegado, y leal a España, que les separaba de la anarquía, de la expoliación y, en última instancia, de la fosa común.
Los beneméritos no podían hacerse ninguna ilusión sobre su suerte en el bando del Frente Popular, a menos de que fueran masones, o miembros del partido socialista o comunista, cosa esta última que abundaba en el Parque Móvil de la Guardia Civil en Madrid, por ejemplo. Los revolucionarios, -muy activos en España unos meses antes de la rocambolesca proclamación de la II República-, los veían como seguros enemigos. Prueba de ello es que los partidos de izquierdas prometían en sus programas electorales disolver la Benemérita.
Guardias civiles del Parque Móvil de Madrid.
Los vientos huracanados de la revolución se colaron en España nada más ser cesado el general Emilio Mola de la Dirección General de Seguridad, el 14 de abril de 1931, donde llevaba 14 ingratos meses entorpeciendo la labor de los revolucionarios que se movían por España. Fue salir por la puerta Mola e irrumpir en España todos los traficantes de miseria bolcheviques. Mijail Kolstov, periodista el asesino de masas, hijo de un zapatero remendón judío ruso de Kiev, llegó en abril de 1931 a España como enviado de Pravda, (“La verdad”, qué cosas), y en realidad como ojo vigilante de Stalin. Como él, muchos agentes rusos más entraron en España, y la subversión marxista empezó a agitar a los obreros en las ciudades y a los campesinos en el campo de manera muy violenta, como tendrían ocasión de comprobar muchos guardias civiles en sus propias carnes poco tiempo después.
Los agentes provocadores comunistas, organizaban mítines relámpago de tres minutos ante los obreros y los campesinos gritando cosas como ésta: “Que cada iglesia sea una hoguera; cada oficial del ejército un cadáver; cada losa de una acera la sepultura de un hombre decente”. (Pérez Madrigal. vol.III 1951: 17)
En la revolución de octubre de 1934 (primer acto de la Guerra Civil), la posición de la Guardia Civil había sido clara, como principal objetivo de los bestiales ataques de los revolucionarios, en especial de los salvajes mineros asturianos, que asesinaron a 111 miembros del Cuerpo, y a muchos de sus familiares.
El Parque móvil de la GC era un semillero de comunistas y socialistas. De aquí provenía el famoso capitán Condés, que gracias a su uniforme de guardia civil consiguió que José Calvo Sotelo saliera de su casa para ir derecho al cementerio.
Cuando el 18 de julio de 1936 se produjo la sublevación de parte del ejército español y de la media España poco o nada resignada a morir, la Benemérita quedó dividida entre los dos bandos en guerra; un 59% de sus efectivos (de un total de 32.477 hombres) en la zona del Frente Popular y el resto en la nacional. Eran una tercera parte del ejército, nada menos. Su importancia en el curso de la guerra iba a ser crucial.
Apenas seis meses antes, nada más conquistado el poder en febrero de 1936, el Frente Popular situó en el tablero a sus peones. Uno de los puestos claves era la dirección de la Guardia Civil, y en febrero del 36 fue colocado en ese puesto el general Sebastián Pozas Perea, (1876-México, 1946), militar africanista, masón y alejado de entusiasmos patrióticos. Este militar se dio a una frenética actividad entre febrero y julio de 1936, durante la “primavera trágica”, cambiando altos mandos de la guardia civil con objeto de mantenerla al servicio del Frente Popular.
General Sebastián Pozas Perea. Inspector general del Cuerpo.
De este modo, cuando estalló la guerra e inmediatamente se desencadenó la revolución en la retaguardia roja, se dio la cruel paradoja de ver en muchos lugares a los guardias civiles repartiendo fusiles a la milicianada, entre la que había numerosos presos comunes. En Madrid repartieron 5.000 fusiles y abundante munición, y ayudaron a asaltar el cuartel de la Montaña además de frustrar las demás iniciativas militares en otros cuarteles para sublevarse en la Villa y Corte. A continuación, el general Miaja los envió al frente de la sierra madrileña, a luchar contra los nacionales, junto a cientos de milicianos que gritaban: “¡Muera España!”, “¡Viva Rusia!”, además de: “¡Muera la Guardia Civil!”, y que combatían bajo la bandera roja bolchevique. A ver quién da más.
Guardias civiles y milicianos luchando en la sierra de Guadarrama contra los nacionales. Julio de 1936.
No es extraña pues la frialdad con la que fueron recibidos los primeros “pasados” de la Benemérita en la sierra de Madrid. El 1 de agosto el comandante Valero Pérez Ondategui, que intentó pasarse con medio centenar de hombres de la Comandancia de Ciudad Real por el puerto del León, fue tiroteado por ambos bandos, llegando solamente vivos a las líneas nacionales 11 guardias civiles, él incluido. Hubo un malentendido con la persona del otro lado con quien se trató la fuga, y a la hora de dar “el salto” todo salió mal. Por aquel frente también andaba el teniente coronel Royo Salsamendi, que tuvo problemas por partida doble: mandar a la purria de milicianos indisciplinados sin ningún espíritu militar que le había endosado el general Miaja, y la cantidad de “pasados” que tuvo su columna. Se “pasaron” tantos beneméritos que Royo Salsamendi dio con sus huesos en la checa de guardias civiles, la famosa checa anarquista Espartacus en Chamberí, y tuvo el terrible final que luego contaremos.
Guardias civiles repartiendo armas a los milicianos. En Madrid distribuyeron 5.000 fusiles.
Gracias al testimonio del pater Caballero podemos ver cómo eran recibidos los beneméritos en los puestos avanzados nacionales en la sierra de Guadarrama. Desde el 27 de julio, el valiente cura castrense jesuita estaba socorriendo espiritualmente a los voluntarios nacionales en el Alto del León, machacados sin descanso por la aviación roja y las oleadas de milicianos que llegaban a millares desde Madrid:
“24 de agosto. Se pasan y se entregan doce guardias civiles, conscientes de las represalias contra sus familias. Los habían concentrado con otros en Ciudad Real, luego en Bellas Artes, y los trajeron aquí a la Sierra como fuerza experimentada. Recibimiento algo seco y desconfiado. Aportan datos de interés. Se comunica enseguida al Puesto de Mando. Uno de ellos, que nota cierta desconfianza por nuestra parte, pide como favor ocupar inmediatamente el puesto de más peligro. Se le concede. Ocupa una de las peñas más atacadas. Al caer el día dejó de oírse su ametralladora. Lo recogieron desangrado, agotada la munición y con varios muertos delante por sus certeros disparos”.
Columna de guardias civiles llegando a la sierra de Madrid en agosto del 36
Desde el 1 de agosto de 1936 hasta finales de ese mes fueron tantos los beneméritos “pasados” al bando nacional en la sierra madrileña, que finalmente encarcelaron a su jefe y a ellos los retiraron del frente. En la sierra norte de Madrid, en Paredes de Buitrago, hubo aún otra gran evasión de guardias civiles al bando nacional, el 2 de marzo de 1937. Se pasaron 44 guardias civiles al mando del brigada Andrés Martín, quien había solicitado con insistencia ser destinado a primera línea.
La inquina contra la Benemérita entre la milicianada hizo aconsejable cambiar el nombre del Cuerpo , que desde el 30 de agosto de 1936, por decreto, pasó a llamarse “Guardia Nacional Republicana”. Fue un primer paso hacia su disolución definitiva, el 13 de agosto de 1937.
En los duros enfrentamientos iniciales de la sierra madrileña los guardias civiles lucharon en ambos lados, pues cuarenta guardias civiles peleaban ya en la sierra, junto al coronel sublevado Ricardo Serrador, militar bravísimo de 60 años, que tomó y se mantuvo firme en el Alto del León durante semanas, sufriendo unas pérdidas humanas enormes por defender la posición contra un ataque frentepopulista brutal, muy superior en número y en material bélico. Al verse tan desbordados, un oficial de su tropa le preguntó si había previsto la retirada, y el coronel le contestó:
“¿Retirada? ¡Sí! ¡Ya está previsto!¡La retirada para el cementerio! ¡Váyase a su puesto!”.
¿Y qué ocurría en otros lugares de España? El general Pozas fue uno de los primeros en llamar al coronel Moscardó, el 20 de julio, amenazándole a gritos, con “no dejar piedra sobre piedra del Alcázar” si no le enviaba inmediatamente los 200 guardias civiles y las municiones que le pedía. A él y al general Riquelme les contestó Moscardó que “le daba asco cumplir la orden de que el armamento de los Caballeros Alumnos y Guardia Civil fuese entregado a la chusma para armar a ésta” (Causa General. 2009:412
En el Alcázar se habían concentrado todos los guardias civiles de los alrededores, 690 en total, con sus familias, obedeciendo órdenes del teniente coronel Pedro Romero Basart, quien estaba al frente de la comandancia de la Guardia Civil en la provincia de Toledo. Es fama que defendieron con gran bravura la plaza y consiguieron gloria eterna que ningún Viñas ni ningún Preston logrará borrar; 55 de ellos murieron luchando, y sólo 6 de ellos desertaron (en total hubo 35 desertores, aquí lo contamos todo), tres de ellos a mediados de septiembre, dieron entrevistas a la revista “Crónica”. Uno de ellos declaró que tenía dos hermanos socialistas y que no quería pelear contra sus amigos y sus hermanos.
Tres jóvenes guardias civiles que desertaron del Alcázar a mediados de septiembre.
También hubo numerosos guardias civiles luchando junto al general Aranda en el cerco de Oviedo. Sin ellos no se explica la homérica defensa de esa ciudad. Los infelices guardias civiles que no pudieron llegar a Oviedo a tiempo sucumbieron a los feroces ataques de los mineros asturianos, con ganas de revancha. El tristemente célebre puesto de Sama de Langreo fue de nuevo destrozado por los salvajes mineros. Aquí voy a hacer un inciso de microhistoria, contando la fortuna increíble de un guardia civil salvado de una muerte segura en Sama de Langreo por un oportunísimo “guantazo”. Estando Ildefonso Jiménez Blázquez de servicio de puertas, se le acercó con malos modos una miliciana agitando bajo sus narices una hucha del “socorro rojo”. Nuestro hombre aguantó el acoso, pero al límite de su paciencia terminó por sacudirle “un guantazo” a la miliciana y fue por ello castigado y trasladado a Oviedo, lo que le salvó la vida.
Me resulta imposible dejar fuera de este breve artículo a los esforzados beneméritos que participaron en la defensa del Cuartel de Simancas y el Santuario de Santa María de la Cabeza, con el capitán Santiago Cortés González a la cabeza en este último lugar, y que no tuvieron tanta fortuna ni tanta fama como los de Oviedo y Toledo.
En Ávila el teniente coronel Almoguera, jefe de la Comandancia de la Guardia Civil fue de igual parecer que el coronel Moscardó en Toledo. Leyó y releyó la orden que venía de Madrid, de entregar armas al populacho rojo y contestó, con calma:
“Señores, esta orden es de una trascendencia gravísima. Nada menos me mandan que entregue a las masas del Frente Popular todas las armas que tengo incautadas. ¿Para qué? Comprenderán que, para resolverme a cumplir orden tan incomprensible, tan revolucionaria, me sienta también yo un poco revolucionario y me procure todo género de garantías”.
Afortunadamente los escasos marxistas llegados de Madrid no le pegaron un tiro, y con habilidad logró ganar tiempo, hacerse con el mando y proclamar el estado de guerra en Ávila, con tan solo 40 números de la guardia civil bajo su mando mantuvo la ciudad castellana a salvo de los frentepopulistas.
Guardias civiles sublevados en Ávila. 19 de julio de 1936
Respecto a la situación de la guardia civil en zona roja tengo que decir que nunca nadie tan innoble mereció una fidelidad así y la pagó peor. Ser fiel al juramento hecho a las autoridades del Frente Popular fue un auténtico suicidio en demasiadas ocasiones, y no evitó la disolución final del cuerpo en 1937, tras un primer cambio de nombre, (Guardia Nacional Republicana) en la España roja.
López Corral, al que nadie en su sano juicio puede acusar de sesgo derechista, señala que los guardias civiles sufrieron mucho más en la España roja que en la nacional. Los que estaban en puestos aislados y no quisieron entregar las armas a los milicianos perecieron todos defendiendo sus cuarteles. Los que colaboraron con el Frente Popular no fueron bien correspondidos, pues sus nuevos jefes no se fiaban de ellos, y no es extraño ya que eran los mismos robagallinas y pistoleros que los beneméritos habían perseguido durante años antes de que estallara la revolución.
López Corral calcula la cifra total de bajas en el Cuerpo a causa de la Guerra Civil en 2.714 muertos y 4.117 heridos, pero desconozco si en ese número incluye también a los familiares y a los beneméritos retirados, que fueron también objeto de sañuda persecución y asesinato por parte de los rojos. La cifra de muertos en ese caso aumentaría exponencialmente. A este respecto sabemos que, en Badajoz, en agosto de 1936, murieron asesinados por los rojos 18 guardias civiles en activo y 14 guardias civiles retirados. Los guardias civiles destacados en Asturias que no pudieron llegar a refugiarse en Oviedo sufrieron finales atroces a manos de los mineros asturianos, aún más fieros que en 1934, que ya es decir. Pero es en Andalucía donde murieron la mayoría de ellos, más de 700, defendiendo sus cuarteles de las masas frentepopulistas.
El terror rojo se cebó en ellos con ganas. El general Casas de la Vega, en su documentado libro: El Terror; Madrid 1936, da una cifra de 160 guardias civiles asesinados en Madrid, en la purga del Cuerpo y en crueles asesinatos de oficiales retirados a los que los delincuentes comunes, que engrosaban las filas de los milicianos, no perdonaban su anterior dedicación de impedirles robar y asesinar. En la Causa General se recoge, por ejemplo, el calvario sufrido por el brigada retirado Jose Azcutia Camuñas, asesinado el 10 de octubre de 1936 en la checa de la Guindalera, c/ Alonso Heredia, 9, donde fue objeto de toda clase de vejaciones por los milicianos antes de su asesinato:
“Le fue colocado un gorro de papel, y fue obligado a ponerse firmes, como escarnio, desfilando ante él los miembros de la checa que le golpeaban ferozmente hasta el extremo de saltarle un ojo” -relata una mujer testigo de los hechos que compartía checa y padecimientos con el brigada retirado Azcutia.
Sabemos que, descartado el frente de la sierra como escapatoria, varios guardias civiles de servicio en Madrid buscaron refugio en embajadas huyendo del Terror Rojo, donde algunos pasaron toda la guerra y otros más afortunados sólo seis meses, como cuenta el escritor Wenceslao Fernández Flórez de dos oficiales de la guardia civil que compartieron con él medio año de encierro en la embajada de Holanda, y que pudieron huir en la primavera de 1937 en barco desde Valencia, tras lo cual se reincorporaron inmediatamente a la España nacional.
Beneméritos prisioneros en la checa Espartacus, en Madrid.
La mayor matanza de guardias civiles en Madrid, una “saca” de beneméritos en toda regla, se produjo en la madrugada del 19 al 20 de noviembre de 1936. Las víctimas fueron 51 guardias civiles que fueron asesinados en las tapias del cementerio de la Almudena, y, posteriormente, enterrados en el cementerio de Vicálvaro. Entre ellos iba el teniente coronel Royo Salsamendi. Uno de ellos pudo escapar milagrosamente; Severiano Sanz Zamarro, logrando desatarse y corriendo en la oscuridad como podía. Fue testigo de cómo bastantes de ellos se negaron a bajar del camión una vez llegados al cementerio de la Almudena, y se abrió fuego contra ellos allí mismo, junto al vehículo. Se les había engañado con la clásica mentira del traslado a Valencia o a cualquier otro lugar de la retaguardia roja. ¿Por qué los asesinaron? ¿De quién partió la orden? No se sabe a ciencia cierta. Es notorio que cuando llegaban los aviones nacionales a bombardear Madrid, los guardias civiles presos en la checa Espartacus se dedicaban a “vitorear y aplaudir”, según testimonios de sus carceleros, pero lo mismo hacían casi todos los presos nacionales de Madrid.
Estos 52 guardias civiles fueron sacados de la checa Espartacus, situada en el convento de las Salesas Reales de Chamartín, en el número 18 de la calle Santa Engracia. Era una checa de la CNT, anarquista. Y servía para purgar a los guardias civiles de la zona roja de toda España, denunciados por sus propios compañeros como desafectos al régimen del Frente Popular. La checa fue fundada por José Luzón Morales, elemento anarquista del que desconocemos su profesión. Este sujeto indeseable se suicidaría en una comisaría de policía de Toulouse, en 1948, donde había sido detenido al encontrársele en posesión de armas ilegales. Dirigía la checa “Espartacus” junto a Luzón, un guardia civil llamado Ambrosio Pasero Gómez (Toledo,1900-México D.F.,1972), típica criatura del Parque Móvil de la Guardia Civil de Madrid.
Los 51 cadáveres de los guardias civiles fusilados fueron posteriormente colgados con ganchos de carnicero de las tapias del cercano cementerio de Vicálvaro y expuesto durante dos días, según testimonio de un sereno de esa localidad, apodado “el saluda”, que en los años 60 se lo contó al coronel retirado M.H.A. Fueron asesinados la madrugada del 19 de noviembre de 1936, y fueron enterrados el 22 de noviembre en una fosa común en ese mismo cementerio, próximo del de la Almudena, tras estar expuestos durante más de dos días a la maldad y a la curiosidad malsana de muchos miserables. Hoy, un monumento cerca del cementerio los recuerda. Esperemos que dure muchos años para recordar y honrar a esos honrados guardias civiles masacrados cobardemente por odios infames atizados por elementos incendiarios de las izquierdas.
Cementerio de Vicálvaro. Allí hay una gran fosa común de gente fusilada por los rojos en Madrid, durante el TERROR ROJO.
Monolito en el Cementerio de Vicálvaro que recuerda a los guardias civiles fusilados
Para los guardias civiles que luchaban en el bando del Frente Popular, la proximidad de las tropas nacionales era tan letal como para los prisioneros “facciosos”, puesto que muchos fueron asesinados para prevenir que se “pasaran” a los rebeldes y engrosaran sus filas. Así, sucedió en muchas ocasiones donde fueron ignominiosamente asesinados por sus compañeros de trinchera en pago por sus desvelos.
La Guardia Civil compartió el negro destino de los españoles que cayeron luchando en el frente y en la retaguardia, pero con un innegable añadido de sadismo, de maldad, ¡más si cabe! Debido al uniforme que vestían y que concitaba unos odios muy profundos en las clases populares afines a la izquierda, ya que hasta que llegaron a los mandos de la Benemérita los aires de la logia y de la revolución marxista, la Guardia Civil siempre había tenido a gala defender el orden, la ley y la patria, sobre todas las cosas.
En el bando nacional, los guardias civiles corrieron mejor suerte, obviamente, pero los beneméritos que opusieron fuerte resistencia en el frente de batalla al bando nacional y cayeron después en manos de los nacionales no se salvaron del fusilamiento instantáneo. Esto sucedió en Málaga y en Guipúzcoa. En Beasaín, el 27 de julio de 1937, el coronel Beorlegui se enojó tanto a ver que la principal resistencia a su avance procedía de la columna de guardias civiles, que ordenó fusilarlos a todos una vez vencida la columna -nos cuenta López del Corral. (Cayeron 14 guardias civiles en esa ocasión). Tras la guerra, los guardias civiles que había luchado en el bando del Frente Popular sufrieron una purga. Algunos fueron readmitidos al cuerpo, otros apartados de él para siempre y los menos afortunados fueron fusilados.
Debemos recordar también al famoso general Aranguren Roldán, que dirigía a la Guardia Civil en Cataluña. Este general, a pesar de ser católico practicante, decidió ser perrunamente fiel a Companys y al bando frentepopulista e hizo fracasar el levantamiento nacional en Cataluña y en todo el Levante español. Dos de sus hijos lucharon en el bando nacional y tenían acaloradas discusiones con su padre, quien, impasible, siguió decidido a “defender el orden constitucional”, aunque tal orden brillara por su ausencia en España desde abril de 1931, y, sobre todo, desde que las derechas ganaran con una mayoría arrolladora las elecciones en diciembre de 1933.
“En la España del Frente Popular no regían las leyes ni había amparo más que para el crimen”- dejó dicho el escrito gallego Don Wenceslao Fernández Flórez, juicio que corroboran cientos de datos comprobables de la terrible anarquía desatada en España por los partidos y sindicatos de izquierdas a partir de febrero de 1936. De hecho, el valiente dirigente de Renovación Española, Don José Calvo Sotelo, fue asesinado el 13 de julio de 1936 por elevar su voz en esa casa de meretrices en que se había convertido el Congreso de Diputados y hacer la contabilidad exacta de las cifras de la anarquía revolucionaria en España, que el gobierno del Frente Popular escamoteaba a la opinión pública mediante una censura asfixiante en los medios de comunicación.
Aunque el general Aranguren apoyó el golpe del coronel Casado contra los comunistas en los últimos compases de la guerra, y declaró el Estado de Guerra en Valencia, Franco lo hizo fusilar solo veinte días después del 1 de abril de 1939. Es célebre la frase del Generalísimo Franco de que fusilaran a Aranguren aunque estuviese postrado en una camilla, lo que es lógico, dadas las desastrosas consecuencias que tuvo su cerril actitud para el curso de la guerra y para la vida de miles de inocentes ciudadanos y religiosos, masacrados sin misericordia alguna por los rojos en Cataluña, en Valencia y en muchos otros lugares del Levante español.
General Aranguren Roldán
Al finalizar la guerra, Franco disolvió el cuerpo de Carabineros, de más de un siglo de antigüedad, por no haberse sumado al levantamiento nacional en su mayoría. También estuvo a punto de disolver la Guardia Civil. Durante muchos meses anduvo sobre su mesa el decreto de disolución de la Benemérita, tan importante había sido su contribución al fracaso del levantamiento nacional en sus inicios. El resto es otra historia que también merece ser contada.
Acabo este artículo con el sentido y sincero deseo de que todos los actores de esta tragedia hayan encontrado la paz y el reposo que no tuvieron en vida, y dando un gran ¡Viva la Guardia Civil! merecido por todo lo que hicieron y hacen por guardar a España entera.
Fuentes:
Testimonios de M.H.A. coronel retirado de la Benemérita.
Bullón de Mendoza, A. Togores, L. El Alcázar de Toledo; final de una polémica. Editorial Actas, Madrid, 1996.
Padre Caballero. Diario de Campaña de un capellán legionario. Madrid, 1976.
Casas de la Vega, R., El Terror; Madrid 1936. Madrid, 1994
Causa general; la dominación roja en España.2009.
Fernández Flórez, W. En el artículo: “Frente de Teruel”, (1937). Crónicas de la Guerra Civil. Ediciones 98, Madrid 2022
López Corral, M. La Guardia Civil. Madrid, 2009.
Pérez Madrigal, J. Augurios, estallidos y episodios de la guerra civil; cincuenta días con el Ejército del Norte, Ávila, 1936.
Pérez Madrigal, J. Memorias de un converso. Vol. VIII, Madrid, 1951.
guerraenmadrid.net La gran evasión de la Guardia Civil por la sierra de Madrid.
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Tomado de la páginas: Reconciliación y Verdad Histórica