miércoles, 9 de septiembre de 2020

Recuerdos de Madrid de los años 1970 (II)


Recuerdos de Madrid de los años 1970 (II)

(Plaza de España de Madrid, 1972)






Ramón Palmeral


En el artículo anterior conté nuestro viaje en tren desde Sevilla a Madrid en septiembre de 1972, un largo paseo por la noche madrileña por Neptuno, Puerta del Sol, Plaza Mayor, Cuevas de Luis Candelas y regreso a las 2 de la madrugada al hostal dando tumbos los dos mi mujer y yo como si Madrid fuera el cielo estrellado, luego, perdidos  tuvimos que tomar un taxi. Al día siguiente visitamos al Museo del Prado, donde pasamos el día porque como pintor aficionado que soy, me gustaba mucho ver a los grandes maestros que solo había listo en las enciclopedias.
Al tercer día ya estábamos cansados y no dejamos la cama del hostal por lo menos  hasta la diez de la mañana, era tarde, pero los cuerpos de unos recién casados se tienen que recuperar…, además era nuestra luna de miel y estábamos los dos solos. Bajamos a desayunar a un bar en Atocha, unas tostadas con aceite de oliva virgen y unos pasteles con café con leche, luego en un kiosco compré un mapa de Madrid, que todavía conservamos, para no perdernos en nuestras nuevas aventuras y conocer cuáles eran las paradas del metro. Nunca habíamos viajado en metro y desde luego que fue una experiencia muy gratificante por la rapidez que  nos desplazábamos por todo Madrid, y de esta guisa no tener que usar taxis como unos guiris, porque la noche de la Cueva de Luis Candelas hasta el hostal nos costó 50 pesetas, y si seguíamos así nos íbamos a tener que volver a Sevilla andando. El metro nos gustaba mucho.
El primer viaje en metro fue a eso de las 11 h. en Atocha, en la línea 1 hasta la plaza de España con trasbordo en Sol para tomar línea 2. La verdad es que merecía la pena viajar bajo tierra a tanta velocidad, las estaciones estaban muy limpias, era barato y viajaban todo tipo de personas y ejecutivos con sus maletines de trabajo. En la plaza España pasamos gran parte de la mañana, nos espantó sobradamente el monumento a Cervantes, teniendo detrás la torre de Madrid (era el rascacielos más alto de España) y uno se quedaba mirándolo y se decía «esto parece Nueva York». El monumento a Cervantes estaba rodeado de un estanque de agua, y el príncipe de los ingenios se nos mostraba sentado como una Cibeles, presidido por las figuras ecuestres de Don Quijote y Sancho Panza, hablando de sus cosas, con dos alegorías laterales. Según el mapa se había inaugurado el 13 de octubre de 1929, obra del arquitecto Rafael Martínez Zapatero (el bueno) y del escultor sevillano Lorenzo Coullaut Valera. Nos hicimos fotos, y no sé cuantas vueltas le dimos para ver bien a Miguel de Cervantes majestuoso, altivo, en su trono mármol con un libro en la mano derecha porque la izquierda, como sabes atento lector,  la tenía inutilizada desde la memorable batalla de Lepanto. Y no éramos solo nosotros los únicos visitantes absortos, sino que había muchas parejas más, y palomas, eso sí palomas por todas partes comiendo de la mano.
Desde la Plaza de España caminos hasta los jardines de la plaza de Oriente, allí había unos policías municipales de uniforme dando vueltas, detrás  se alzaba el Teatro Real, que en el 36 fue medio destruido porque a algún militar republicano que se le ocurrió, sí oyen bien, se le ocurrió utilizarlo como polvorín durante la defensa de Madrid, y medio edificio salió volando a los cielos velazqueños. Cruzamos la calle Bailén con tráfico, aún no estaba construido el paso subterráneo para los vehículos. La gran verja de hierro forjado del  Palacio Real  estaba cerrada y no pudimos entrar, desde fuera se veía el patio de armas. Según datos de la guía de Madrid es el más grande del mundo incluso que el de Versalles o Buckingham o el de Viena. Este palacio fue  mandado construir por orden del rey Felipe V, el primer Bordón tras la guerra de sucesión (tras la muerte del rey Carlos II en 1700 sin dejar herederos) sobre el solar del antiguo Real Alcázar y los jardines de Moro. Fue la residencia oficial de los reyes de España.  Alfonso XIII último monarca en habitarlo hasta de que abandona España el proclamarse la II República.  Pues bien según leo en libros de historia, al Palacio Real se le cambió el nombre por Palacio Nacional, y  se instaló, por un tiempo, Manuel Azaña presidente y jefe del Estado de la República junto a si esposa Dolores Rivas Cherif. Con el Palacio Real de Madrid pasó más o menos como con el Palacio de Invierno de los zares de Rusia que tras la Revolución de febrero de 1917, durante un breve tiempo el palacio fue la sede del Gobierno Provisional Ruso, liderado por el abogado y revolucionario  Alexander Kerensky, luego los bolcheviques asaltaron el palacio en octubre, lo que se conoce como revolución de octubre y se instaló Lenin líder del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia.
Me he desviado mucho de mi viaje de luna de miel en Madrid de 1972, y para finalizar con el Palacio Real, que también fue atacado en la guerra civil, he de decir que Franco no lo utilizó porque su residencia fue el Palacio del Pardo. El rey Juan Carlos I tampoco residió en el palacio, salvo algunas recepciones oficiales,  porque residía en el Palacio de la Zarzuela hasta ser invitado a machar de España por los socialistas-podemistas a Dubai, hasta que se celebren juicios por lo que dice la prensa.
 A pesar de que Manuel Azaña residía en el Palacio Nacional, la aviación franquista nunca lo bombardeó, en cambio, la aviación republicana sí bombardearon y destruyeron el Alcázar de Toledo defendido por el general franquista Moscardó o el Santuario de la Virgen de la Cabeza en Andújar (Jaén), defendido por el capitán Cortés de la Guardia Civil.
 Desde el Palacio Real nos acercamos a la catedral de la Almudena, en la entrada había una mujer en un puesto provisional vendiendo rosarios, estampas y medalla del Cristo de Medinaceli,  compramos uno de plata porque nos dijo la mujer «Este Cristo de  Madrid es muy milagrero» y le hicimos caso porque la fe en lo divino no hay que perderla nunca, por si acaso. 











Después nos acercamos caminando hasta el recién reconstruido, piedra a piedra, del templo egipcio de Debod, regalado a España por Egipto por su colaboración en salvar monumentos para poder construir la mega presa de Asuán para regular las crecidas del Nilo. El templo de Debod fue abierto al público e inaugurado el 18 de julio de 1972. Tuvimos ocasión de entrar mi mujer y yo dentro y ver en directo las decoraciones egipcias en las paredes, recuerdo que en suelo había unos tablones de maderas para evitar ser pisado directamente con los zapatos sobre la piedra original.








   Desde el templo de Debod nos acercamos al funicular y subimos en él, aunque mi mujer no estaba muy conforme, pero accedió entre regañadientes para complacerme. En el funicular pasamos por encima del río Manzanares, que llevaba un hilo de agua, desde arriba se veía panorámico el Parque de Atracciones de  la Casa de Campo, foto que adjunto. En un bar restaurante que había en el Parque comimos unas patatas bravas que picaban como escorpiones en la boca, unos calamares fritos y unas cervezas bien frías y postre. Luego nos adentramos por de la Casa de Campo para descansar a la sombra de los pinos.
Por la tarde-noche fuimos paseando por la Gran Vía, la de los teatros y cines hasta llegar a plaza de Callao donde entramos a ver una película española, regresar en metro. Visita al Escorial y Valle de los Caídos,  pero esto lo dejaremos para el próximo capítulo. 


Ramón Palmeral
Publicado en El Confidencial de Madrid 09-09-2020