9.- Recuerdos, vivencias y
leyendas
Hay para turistas y extranjeros que podemos
ver cada día despistados como un suizo por sus empinadas calles escalonadas
pasando por debajo de los adarves, bares, tiendas y miradores de excepcionales
vistas al mar, al pueblo o al Peñón, e incluso senderistas que aparecen por la
Cruz de Pinto, se meten en la cueva Oscura o suben como ranas y salmones por
los cahorros (encajonamiento) del río Higuerón o de Alconcar. La que yo quiero
contaros es la otra, la otra Frigiliana, mi pueblo oculto, la mágica, la
de las supersticiones más descabelladas, folklore, la de las leyendas, la
de los curanderos; y porque no, de paseo por su casco antiguo morisco, iglesia,
el que fuera castillo Lízar, de su historia antigua y contemporánea, donde
muchos nuevos vecinos, muchos de ellos extranjeros se ha asentado en esta
tierra afortunada Perla de la Axarquía, llamada por su enclave
turístico-cultural “Ruta del Sol y del vino”.
En mis tiempos de joven había dos
taxis. El coche de Marianao Ruiz hacía la línea de Frigiliana a Málaga, tenía
parada en Nerja y en el bar Central de Torre del Mar y la parada finar la tenía
en Plaza del Arriola. Cuando venía mi abuela Dolores Fernández, Simona, íbamos
a recogerla, y a ayudarla porque venía cargada de regalos de productos de la
tierra, y una garrafa de vino dulce de una arroba par mi padre.
Yo recuerdo en los años
cincuenta haber hecho un viaje de crío encuna de las pierna de otro viajero.
Posteriormente vieron años de despoblamiento, nueva repoblación, guerra de
independencia, reclutamientos para las guerras de Cuba y Filipinas, guerra de
Marruecos, Dictadura de Primo de Rivera, II República, guerra civil y la
posguerra en que le tocó sufrir la guerrilla antifranquista o también llamado
el maquis o bandoleros hasta 1952. Unos desgraciados abandonados por el Partido
Comunista y Santiago Carrillo, que tras la II Guerra Mundial, los aliados no
pensaban derrocar a Francio, ni tampoco le comunicaron que Stalin decido
disolver al Guerrilla en 1948, por ello el dirigente comunista hoy tertuliano
en la cadena Ser, podía haber ahorrado mucho dolor Ha tenido fama por sus
pasas, sus vino, su aceite, su agricultura en bancales, caña de azúcar, y pasa
por ser el único lugar de Europa donde todavía se fábrica la famosa miel de
caña. Ha recibido el impacto del “boom” turístico que ha transformado su
periferia, aunque ha sabido conservar su casco antiguo morisco. La
construcción, hoy parada por la crisis del ladrillo, ha sido el principal
sustento económico de los frigilianenses o aguanosos -como también les
llaman- en las últimas décadas. Cuenta Francisco Sánchez que una vez fue un
arriero de Frigiliana a Nerja con una carga de níspero en unos capachas a
granel, y cuando llegó a Nerja se le “empazurraron” (se machacaron unos con
otros) todos decía “Vendo nísperos muy
aguanosos”. Y la gente empozó a llamarse “aguanosos”, pero como tienen gran
sentido del humor no les importó, y así se quedaron.
Mi recuerdos
de Frigiliana se remontan a los años cincuenta y sesenta, una Frigiliana que
olía mal a cagajones de bestias por las calles, cuadras (que eran los cuartos
de aseo) y marranos de corraletas como el mejor amigo. Que sonaba a acequias de
aguas y a pisadas de bestias a las cuatro de la mañana. Aquí llamaos bestias a
las acémilas burros, mulos y caballos, aunque también hay algunas bestias humanas.
Cuando por los "chumajumos" salía el humo dormido de las mañanas y
unos con otros se unían en torres etéreas blandas y tranquilas de los
amaneceres azul cobalto donde el mar se une que el cielo. Recuerdo la lumbre
violeta de los sarmientos y algunas cepas en el cortijo del Mayarín al amanecer
para preparar los maimones con uvas moscatel o vidueña (aceite frito con ajos,
aguas y pan duro del día anterior, sal), y para los críos más pequeños tazones
de cerámica blanca con leche de cabra y pan migado con azúcar morena de
"cañadú". Y el tío Antonio salía al alba a vinar las tierras
como un ejercicio ancestral de flexionar la columna vertebral sin dolor ni
lumbago. En septiembre la vida era muy dura, hasta los críos sacábamos las uvas
en canastos de mimbre en la cabeza desde la viña a los paseros. Me daba mucho
miedo pasar por la vereda del pocillo porque con el canasto en la cabeza no
podía mirar para abajo, solo de frente. Las abarcas de goma se me resbalaban
por el sudor y la rotura fortuita de algunas ampollas en las talones. Las
abarcas esparto majado se llamaban gubias o esparteñas, ninguna me venían al
pie. Y los tortuosos inviernos de la cava de las viñas la poda de los
sarmientos que luego en haces servirían para la lumbre.
En las calles
solitarias no veías a nadie, las calles empedras con escalones era imposibles
de andar sin dobarte el tobillo, y las pocas mujeres, casi todas iban con
pañuelos de luto, porque los lutos por los familiares eran de muchos años. La
mujeres en casa por un lado y los hombres por otro como si permaneciera
arraigada la costumbre de los moriscos. Todo el mundo te miraba asomado y
temerosos desde las ventanas y puertas abiertas. Aun persistía la costumbre de
esconder a los niños cuando llegaban visitas, no fuera les echaran mal de ojo o
los fuera a secuestra para venderlos como esclavos como en tiempos de la
rebelión.
Y si alguna
mujer con velo negro siempre, siempre vestidas de luto, estaban por la calle es
porque estaban encalando su portal y pintando en azul la cenefa bajera, o era
para ir a misa. Mis primeros paso los di fue en casa de mi abuelo Emilio
Fernández, el Simón que estaba en la
subida de lo que es hoy calle Hernando el Darra, antes Fleming. De más niño
recuerdo el ki ki Ki kí... de los gallos que te despertaban a las 3 de la
mañana. A las 4 ó 5 de la madrugada empezaban a oírse los cascos de las bestias
al golpear sobre el empedrado de la calles. No había agua corriente en las
casas, había que ir a las fuentes públicas más próximas. En todas las
casas estaban los botijos a la entrada de la casa en el alfeizar de alguna
ventana sobre un plato. Recuerdo que todos ellos tenían en la boca una caperuza
de gachillo, e incluso algunos los tenían en el pitorro. El caramelo que podías
pillar en tiempo de cañas, era un canuto de “cañadú” que te daban “retorcío”, o
una ragua (parte superior de las cañas), que disputabas en el pesebre a las
bestias. La arropía no estaba al alcance de todos, había comprarla. No había
médico, ni teléfono, ni farmacias. Diariamente subía por la tarde el coche de
Mariano Ruiz, un ómnibus para diez o 12 personas. Para en el Ingenio y todos
los chiquillos acudían a ver quién había llegado.
Mis primeros
amigos fueron mis primos los Vacas, el padre era quinquillero y se había casado
con Carmen Fernández, una hermana de mi madre. Años después se fueron a vivir a
Vélez-Málaga. Y en el verano cuando iba al Mayarín y a la Acebuchal mi amigo de juegos eran mis
primos y Aurelio Torres, apadado El
Obispo, hijo de Baldomero Torres, amigo íntimo de mi padre. En la Acebuchal
(dividida en dos partes: la de Arriba y la de Abajo) no faltaba comida, pues
los bancales tenían de todas la verduras y hortalizas, y no faltaban los
algarrobos, los olivos verdiales, las higueras (una de ellas es gigante).
La carne que se podía comer era poca, algún conejo, o alguna vieja gallina,
alguna montés. La leche de la cabra en tazón con miga de pan, el queso de cabra
viejo se conservaba en aceite, estaba fuerte, fuerte y olía mal como el
de Cabrales. A los de la Acebuchal no nos querían mucho, porque decían
que éramos muy catetos y “apretaos”, en realidad lo que nos tenían era envidia,
porque teníamos bancales, cabras y quesos para vender y una sierra que daba
leña, carbón, cal, madera, es decir riqueza y trabajo. Y además no pasábamos
hambre. Aunque algunos, los menos, no tenían nada, solamente sus brazos de
jornaleros. Cuando la mujeres de los cortijos iban a Frigiliana paraban en la
ermita de Santo Cristo (unos 100 metros del pueblo) y allí mismo sustituían las
alpargatas por unos zapatos, y se ponían el matón y se arreglaban un
poco.
Hoy os la
quiero mostrar otra Frigiliana, de la misma forma en que a mí me ha
sorprendido, deleitado y maravillado, en mi viaje de hice en enero de 2013,
como una conquista de la infantería de todo viajero que se precie.
En mi caso fue
un viaje de placer y familiar, pues mi padres habían nacido en la Acebuchal,
aldea aunque situada en el término municipal Competa, la proximidad a
Frigiliana propiciaba que sus habitantes se acomodaran más a Frigiliana
que a Cómpeta. Podríamos decir que somos del Acebuchal, no de Frigiliana,
por ellos os voy a contar algunas historias que mis padres me contaron, y que
hoy son increíbles de creer.
Mis padres eran del Acebuchal. Mi abuelos paterno y maternos llegaron a vivir en Frigilia, en 1960, recuerdo unviaje que hice con mis padres.