viernes, 8 de abril de 2016

Recuerdos, vivencias y leyendas de Frigiliana



                           
                9.-     Recuerdos, vivencias y leyendas


     Hay para turistas y extranjeros que podemos ver cada día despistados como un suizo por sus empinadas calles escalonadas pasando por debajo de los adarves, bares, tiendas y miradores de excepcionales vistas al mar, al pueblo o al Peñón, e incluso senderistas que aparecen por la Cruz de Pinto, se meten en la cueva Oscura o suben como ranas y salmones por los cahorros (encajonamiento) del río Higuerón o de Alconcar. La que yo quiero contaros es la otra, la otra  Frigiliana, mi pueblo oculto, la mágica, la de las supersticiones más descabelladas,  folklore, la de las leyendas, la de los curanderos; y porque no, de paseo por su casco antiguo morisco, iglesia, el que fuera castillo Lízar, de su historia antigua y contemporánea, donde muchos nuevos vecinos, muchos de ellos extranjeros se ha asentado en esta tierra afortunada Perla de la Axarquía, llamada por su enclave turístico-cultural “Ruta del Sol y del vino”.
          En mis tiempos de joven había dos taxis. El coche de Marianao Ruiz hacía la línea de Frigiliana a Málaga, tenía parada en Nerja y en el bar Central de Torre del Mar y la parada finar la tenía en Plaza del Arriola. Cuando venía mi abuela Dolores Fernández, Simona, íbamos a recogerla, y a ayudarla porque venía cargada de regalos de productos de la tierra, y una garrafa de vino dulce de una arroba par mi padre.
      Yo recuerdo en los años cincuenta haber hecho un viaje de crío encuna de las pierna de otro viajero.
    
     Posteriormente vieron años de despoblamiento, nueva repoblación, guerra de independencia, reclutamientos para las guerras de Cuba y Filipinas, guerra de Marruecos, Dictadura de Primo de Rivera, II República, guerra civil y la posguerra en que le tocó sufrir la guerrilla antifranquista o también llamado el maquis o bandoleros hasta 1952. Unos desgraciados abandonados por el Partido Comunista y Santiago Carrillo, que tras la II Guerra Mundial, los aliados no pensaban derrocar a Francio, ni tampoco le comunicaron que Stalin decido disolver al Guerrilla en 1948, por ello el dirigente comunista hoy tertuliano en la cadena Ser, podía haber ahorrado mucho dolor  Ha tenido fama por sus pasas, sus vino, su aceite, su agricultura en bancales, caña de azúcar, y pasa por ser el único lugar de Europa donde todavía se fábrica la famosa miel de caña. Ha recibido el impacto del “boom” turístico que ha transformado su periferia, aunque ha sabido conservar su casco antiguo morisco. La construcción, hoy parada por la crisis del ladrillo, ha sido el principal sustento económico de los frigilianenses o aguanosos -como también les llaman- en las últimas décadas. Cuenta Francisco Sánchez que una vez fue un arriero de Frigiliana a Nerja con una carga de níspero en unos capachas a granel, y cuando llegó a Nerja se le “empazurraron” (se machacaron unos con otros) todos  decía “Vendo nísperos muy aguanosos”. Y la gente empozó a llamarse “aguanosos”, pero como tienen gran sentido del humor no les importó, y así se quedaron.
    Mi recuerdos de Frigiliana se remontan a los años cincuenta y sesenta, una Frigiliana que olía mal a cagajones de bestias por las calles, cuadras (que eran los cuartos de aseo) y marranos de corraletas como el mejor amigo. Que sonaba a acequias de aguas y a pisadas de bestias a las cuatro de la mañana. Aquí llamaos bestias a las acémilas burros, mulos y caballos, aunque también hay algunas bestias humanas. Cuando por los "chumajumos" salía el humo dormido de las mañanas y unos con otros se unían en torres etéreas blandas y tranquilas de los amaneceres azul cobalto donde el mar se une que el cielo. Recuerdo la lumbre violeta de los sarmientos y algunas cepas en el cortijo del Mayarín al amanecer para preparar los maimones con uvas moscatel o vidueña (aceite frito con ajos, aguas y pan duro del día anterior, sal), y para los críos más pequeños tazones de cerámica blanca con leche de cabra y pan migado con azúcar morena de "cañadú".  Y el tío Antonio salía al alba a vinar las tierras como un ejercicio ancestral de flexionar la columna vertebral sin dolor ni lumbago. En septiembre la vida era muy dura, hasta los críos sacábamos las uvas en canastos de mimbre en la cabeza desde la viña a los paseros. Me daba mucho miedo pasar por la vereda del pocillo porque con el canasto en la cabeza no podía mirar para abajo, solo de frente. Las abarcas de goma se me resbalaban por el sudor y la rotura fortuita de algunas ampollas en las talones. Las abarcas esparto majado se llamaban gubias o esparteñas, ninguna me venían al pie. Y los tortuosos inviernos de la cava de las viñas la poda de los sarmientos que luego en haces servirían para la lumbre.
    En las calles solitarias no veías a nadie, las calles empedras con escalones era imposibles de andar sin dobarte el tobillo, y las pocas mujeres, casi todas iban con pañuelos de luto, porque los lutos por los familiares eran de muchos años. La mujeres en casa por un lado y los hombres por otro como si permaneciera arraigada la costumbre de los moriscos. Todo el mundo te miraba asomado y temerosos desde las ventanas y puertas abiertas. Aun persistía la costumbre de esconder a los niños cuando llegaban visitas, no fuera les echaran mal de ojo o los fuera a secuestra para venderlos como esclavos como en tiempos de la rebelión.
    Y si alguna mujer con velo negro siempre, siempre vestidas de luto, estaban por la calle es porque estaban encalando su portal y pintando en azul la cenefa bajera, o era para ir a misa. Mis primeros paso los di fue en casa de mi abuelo Emilio Fernández, el Simón que estaba en la subida de lo que es hoy calle Hernando el Darra, antes Fleming. De más niño recuerdo el ki ki Ki kí... de los gallos que te despertaban a las 3 de la mañana. A las 4 ó 5 de la madrugada empezaban a oírse los cascos de las bestias al golpear sobre el empedrado de la calles. No había agua corriente en las casas, había que ir a las fuentes públicas más próximas. En todas las casas estaban los botijos a la entrada de la casa en el alfeizar de alguna ventana sobre un plato. Recuerdo que todos ellos tenían en la boca una caperuza de gachillo, e incluso algunos los tenían en el pitorro. El caramelo que podías pillar en tiempo de cañas, era un canuto de “cañadú” que te daban “retorcío”, o una ragua (parte superior de las cañas), que disputabas en el pesebre a las bestias. La arropía no estaba al alcance de todos, había comprarla. No había médico, ni teléfono, ni farmacias. Diariamente subía por la tarde el coche de Mariano Ruiz, un ómnibus para diez o 12 personas. Para en el Ingenio y todos los chiquillos acudían a ver quién había llegado.
    Mis primeros amigos fueron mis primos los Vacas, el padre era quinquillero y se había casado con Carmen Fernández, una hermana de mi madre. Años después se fueron a vivir a Vélez-Málaga.  Y en el verano cuando iba al Mayarín y a la Acebuchal mi amigo de juegos eran mis primos y Aurelio Torres, apadado El Obispo, hijo de Baldomero Torres, amigo íntimo de mi padre. En la Acebuchal (dividida en dos partes: la de Arriba y la de Abajo) no faltaba comida, pues los bancales tenían de todas la verduras y hortalizas, y no faltaban los algarrobos, los olivos verdiales, las higueras (una de ellas es gigante).  La carne que se podía comer era poca, algún conejo, o alguna vieja gallina, alguna montés. La leche de la cabra en tazón con miga de pan, el queso de cabra viejo se conservaba en aceite, estaba fuerte, fuerte  y olía mal como el de Cabrales.  A los de la Acebuchal no nos querían mucho, porque decían que éramos muy catetos y “apretaos”, en realidad lo que nos tenían era envidia, porque teníamos bancales, cabras y quesos para vender y una sierra que daba leña, carbón, cal, madera, es decir riqueza y trabajo. Y además no pasábamos hambre. Aunque algunos, los menos, no tenían nada, solamente sus brazos de jornaleros. Cuando la mujeres de los cortijos iban a Frigiliana paraban en la ermita de Santo Cristo (unos 100 metros del pueblo) y allí mismo sustituían las alpargatas por unos zapatos, y se ponían el matón y se arreglaban un poco. 
   Hoy os la quiero mostrar otra Frigiliana, de la misma forma en que a mí me ha sorprendido, deleitado y maravillado, en mi viaje de hice en enero de 2013, como una conquista de la infantería de todo viajero que se precie.
    En mi caso fue un viaje de placer y familiar, pues mi padres habían nacido en la Acebuchal, aldea aunque situada en el término municipal Competa, la proximidad a Frigiliana propiciaba que  sus habitantes se acomodaran más a Frigiliana que a Cómpeta.  Podríamos decir que somos del Acebuchal, no de Frigiliana, por ellos os voy a contar algunas historias que mis padres me contaron, y que hoy son increíbles de creer.

Mis padres eran del Acebuchal. Mi abuelos paterno y maternos llegaron a vivir en Frigilia, en 1960, recuerdo unviaje que hice con mis padres.