Un viaje de Ramón Palmeral, por la Ruta de Don Quijote en 2005.
"Desecha de tu corazón la envidia y acepta este
libro como propio", Si no lo dijo Azorín, debió decirlo don Quijote o
algún sabio metido a filósofo de la vida.
Una de las manifestaciones de la envidia es no contestar ni agradecer los
libros que nos envían los amigos o autores desconocidos. Es que hay como una jerarquía, como un
escalafón en la que catedráticos, profesores, doctores y demás autoridades de
la letras se instalan, para despreciar todo aquello que no han hecho ellos, o
que no pertenecen al gremio de la universidad. Pues su corporativismo linda con
lo ilegal y es hija de la prevaricación. "Beatus Ille" o dichoso
aquel que cuida de su campo..., que dijera el poeta latino Horacio, es lo que
entiende, deja la historia para los historiadores, deja la política para los políticos,
deja la novela para los novelistas, y todos los demás para ellos somos unos:
trepas incordiantes e inoportunos.
A veces, quien ejercer cierto poder en la instituciones, cátedras,
directores de bibliotecas o casas museos, se sientan en el pedestal de su nube
estúpida, y a pesar de que profesan un esfuerzo inaudito por ignorar a los que,
ellos, creen que invaden su territorio, optan por ignorante, por no ser,
siquiera, educadamente civilizados en el epistolario de corresponder cuando
algo se recibe.
Por otra parte, existe, como un miedo a descender, a copular con los
ajenos pretendientes de un mundo literario que creen propio, cuando en realidad
escritores como Cervantes, Azorín, Gerald Brenan, Miguel Hernández, Federico
García Lora, Juan Goytisolo, son propiedad del común de sus lectores. Leer es
apropiarse de sus conocimientos e intimidar con su vida privada.
También existe la creencia errónea de que no hay que agradecer los libros que se reciben, sin haberlos
pedido o comprados, quizás para no intimar, o no descender una sonrisa de pulpito
erróneo.
Los que somos escritores vocacionales, disfrutamos el desprecio de lo enquistados
en sus sillones de instituciones y demás promontorios de pies falsos.
La falsedad es una característica de los que se creen poderosos, en sus
sillones, en sus atriles; sin embargo, la plebe tiene la palabra última.
Ser desagradecido es propio de galeotes como hicieron estos con Don Quijote, cuando despues de liberarlos, les apedrearon.
La envida en un deporte nacional de los españoles.
Pero todo depende, depende de quién, pues si quien se dirige a ellos es un
premio nobel, pierden el culo.
Ramón Fernández Palmeral