MARÍA ZAMBRANO, pensadora
Por María Torres.
“La acción de preguntar supone la aparición de la consciencia”.
La obra de María Zambrano es hija y
heredera indiscutible de la Segunda República española, una época de
brillantez y libertad intelectual en la que ella mostró su creatividad,
su talento y su compromiso con la democracia.
Le tocó vivir un exilio, donde concibió y
publicó sus mejores obras y que, en sus propias palabras “ha sido como
mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una
vez que se conoce, es irrenunciable”.
Discípula de Ortega y Gasset, de Zubiri y
de García Morente, su actitud vital podría resumirse en la constante
celebración de la existencia. Su original y personal legado filosófico,
propio de una mujer valiente que se atrevió a romper con
convencionalismos y permaneció a lo largo de los años contagiando su
entusiasmo y su fascinación por el estudio de las más variadas formas de
creación.
En su obra se conjugan la inteligencia y
la sensibilidad, además del eclecticismo y la diversidad. Incansable
lectora, se acercó a filósofos tan dispares como Séneca, Ibn Arabi,
Heidegger o Nietzsche. Escribió sobre creadores de la época clásica como
Platón y Sófocles y sobre diferentes autores del mundo hispánico, entre
los que ocupan un destacado lugar San Juan de la Cruz y Miguel de
Cervantes. También tuvo una aproximación muy particular y original de la
filósofa a la literatura española.
Nació en Vélez-Málaga (Málaga), el 22 de
abril de 1904. Sus padres Blas José Zambrano García de Carabante y
Araceli Alarcón Delgado, eran maestros en la Escuela Graduada de Vélez.
Con apenas tres años, sufrió un colapso de varias horas y casi la dan
por muerta cuando se encontraba en Belmer de la Moraleja, Jaén, junto a
su abuelo materno, un arruinado viticultor que comerciaba con Inglaterra
y especulaba de minas.
En 1908 la familia se instala en Madrid,
donde su padre ejerce como profesor de Gramática española, hasta su
traslado a Segovia en 1909, donde toma posesión de la cátedra de
Gramática Castellana en la Escuela Normal y se convierte el eje de los
movimientos más progresistas de esa ciudad, en la que trascurre parte de
la infancia y la adolescencia de María. Ella, con apenas seis años,
soñaba con ser centinela de la noche o caballero.
En 1913 comienza el Bachillerato y se va
fraguando el gran amor en la vida de María: su primo Miguel Pizarro,
junto al que realizará un intenso acercamiento a la literatura. A este
amor vehemente puso fin el padre de María en el verano de 1923. El
abandonó España y ella a recontó una y otra vez la impotencia y dolor
que le causó aquella prohibición y pérdida.
En 1921, siempre acompañada de una
precaria salud, inicia sus estudios de Filosofía como alumna libre en la
Universidad Central de Madrid, ciudad en la que se instala la familia
en 1924 y en la que María, tres años después, completa sus estudios de
Filosofía asistiendo a las clases de Ortega y Gasset, García Morente,
Besteiro y Zubiri. Forma parte de la tertulia de la Revista de Occidente
y asume un papel de mediadora entre Ortega y escritores más jóvenes Al
mismo tiempo, participa activamente en las actividades de la Federación Universitaria Española (FUE) y desde ella promueve el encuentro con intelectuales y políticos como Valle-Inclán, Gregorio Marañón, Pérez de Ayala, Salmerón, Indalecio Prieto y Azaña.
A raíz de estos encuentros, se funda la Liga de Educación Social (LES).
Paralelamente escribe en “El Liberal de Madrid”, en la columna
“Mujeres”, donde publica una serie de doce artículos de temática
esencialmente político-social, a la vez que defiende un feminismo
integrador.
Comienza a dar clases de filosofía,
interviene en diversos actos públicos propagandísticos de la Liga de
Educación Social, y a raíz de un desfallecimiento le diagnostican que
padece tuberculosis. Tras una época de reposo obligado, vive con ilusión
y esperanza la lucha contra la Dictadura de Primo de Rivera
y comienza a escribir su primer libro, “Horizontes del liberalismo”,
que propugna una profunda renovación cultural, social y política,
asumiendo sin ambages una socialización económica. Se publica en 1931
obteniendo excelentes críticas. Retoma sus clases en el Instituto
Escuela y a la vez es nombrada profesora auxiliar de metafísica en la
Universidad Central. También imparte clases en la Residencia para
Señoritas. Es el momento en que comienza su nunca terminada tesis
doctoral, de la que únicamente ha quedado un artículo, «La salvación del
individuo en Spinoza», de 1936.
Ante la convocatoria de elecciones,
participará en múltiples mítines de la coalición republicano-socialista
por diversos pueblos y ciudades Para poder seguir estudiando filosofía,
rechaza la propuesta de ser candidata a las Cortes por el PSOE, y vive
en «un puro éxtasis», según confiesa en Delirio y destino, el advenimiento de la República.
En 1932 comete su más grave error político constituyendo y firmando el
Manifiesto del Frente Español, al que intentó sumarse José Antonio Primo
de Rivera, pero lo impidió, personal y contundentemente, la propia
Zambrano, quien percibe enseguida del cariz casi fascista que este
movimiento adquiere. Pero no pudo impedir que la misma Falange usara las
siglas “FE” así como los estatutos. Este hecho sirvió para que en 1936
se la denunciara como fascista por haber participado en el FE.
Colabora en la creación de Hoja
Literaria, uno de los grupos intelectuales españoles de mayor altura.
Participa en las Misiones Pedagógicas. Transparente es su postura
política expresada en sus críticas al fascismo y los actos que culminan
con la revolución de Asturias, no hacen sino radicalizar su pensamiento y
acercarla a posturas políticas de izquierda, que comparte con un grupo
de jóvenes intelectuales que suelen ir a tomar el té a su casa los
domingos por la tarde, y entre los que se encuentra Miguel Hernández.
El 18 de julio de 1936 se suma al
Manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de
la Cultura (AIDC), en cuya redacción había participado.
El 14 de septiembre de 1937 se casa con el diplomático navarro
Alfonso Rodríguez Aldave que acaba de ser nombrado secretario de la
embajada española en Santiago de Chile, hacia dónde partirán a primeros
de octubre. En la parada que realizan en La Habana, María conoce al que
será su más grande amigo: José Lezama Lima. Regresan a España el 19 de
junio de 1937. Su marido se incorpora al frente, y ella se instala en
Valencia y se integra al consejo de redacción de la revista mensual Hora de España, donde
van apareciendo «Españoles fuera de España», su más ardorosa muestra de
patriotismo republicano. Participa en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (asiste pero no particip con ponencias) en el que conoce a Octavio Paz y
a los cubanos Juan Marinello, Nicolás Guillén y Alejo, así como a
Simone Weil, a la que admirará toda su vida. Es nombrada consejero de
Propaganda y consejero nacional de la Infancia Evacuada.
El mismo día de la capitulación de
Barcelona, el 25 de enero de 1939, junto con su familia, sale camino del
exilio rumbo a México. En la Universidad Michoacana, en Morelia,
imparte clases de Historia de la Filosofía y a finales de este año,
responde a la invitación del poeta cubano José Lezama Lima y sale hacia
Cuba, donde permanece hasta 1943 que se traslada a Puerto Rico. Allí
trabaja como profesora de Filosofía en la Universidad de Río Piedras
hasta 1945 y publica «La destrucción de las formas», un preludio de lo
que para ella sería la «razón poética», expresión que constituyó para
Zambrano el motivo principal de su escritura.
En 1947 se separa de su marido (hacia cinco años que no convivian, no tuvieron hijos). Junto con su única hermana
Araceli, se traslada a Paris, protegidas por la generosidad y la ayuda
de algunos amigos. («Ellas dos hacían una sola alma en pena»). Conoce a
Picasso, y a lo más sobresaliente de la intelectualidad francesa, así
como al pintor inglés Timothy Osborne quien, hasta la muerte de María,
será su protector económico, después de la separación de su marido en
1948.
En 1949 se establece, siempre con su
hermana, en Ciudad de México, en cuya Universidad se le ofrece la
cátedra de Metafísica, pero al poco tiempo renuncia a ella, para
trasladarse de nuevo a La Habana. Son años de maduración de su
pensamiento y en los que subsiste gracias a cursos, seminarios,
conferencias e incluso clases particulares. Adquiere un enorme prestigio
en Cuba y ejerce una positiva influencia en los poetas e intelectuales
cubanos de esa época.
En 1953 Zambrano y su hermana abandonan
Cuba, y se instalan en Roma, donde frecuentan a numerosos intelectuales
italianos del momento. Además de dirigir la sección de literatura
española en la revista Botteghe oscure, trabaja en dos grandes temas de
investigación: sobre «Filosofía y cristianismo» y «Los sueños, el tiempo
y el pensar». De estos años existe una copiosa correspondencia con los
poetas españoles exiliados en América, así como una carta a Lezama Lima
en la que cuenta sus penurias económicas. En Agosto de 1964 Araceli y
María Zambrano se ven literalmente expulsadas de Roma. Un vecino
fascista las acusa de tener demasiados gatos en su apartamento y, a
pesar de la cancelación del mandato de expulsión de parte de Saragat,
Araceli y María, en compañía de su primo Rafael Tomero se refugian en
una casa en las montañas del Jura, en los Alpes franco-suizos. Aquí
María Zambrano trabajará y escribirá más que nunca. Las hermanas
proyectan regresar a Italia, donde el Comité italiano para la
conservación de monumentos les ha ofrecido una villa, pero la salud de
Araceli les impide trasladarse. Esta muere en 1972.
En un curioso movimiento de hacer
renacer lo más valioso de la tradición española y de sus maestros y
contemporáneos, María inicia la escritura de una serie de reflexiones
sobre intelectuales que incidieron en su vida, pero antes da a publicar
el que acaso sea el escrito más clarificador de la «vía» que Zambrano
viene recorriendo: «El camino recibido»
En 1975 Lezama Lima le dedica su poema
«María Zambrano» (recogido en Fragmentos a su imán): « María se nos ha
hecho tan transparente / que la vemos al mismo / en Suiza, en Roma o en
La Habana (…). A la muerte de su gran amigo en 1977, ella escribe
«Lezama Lima: Hombre verdadero». Entabla una gran amistad epistolar con
María Luisa Lezama, viuda del poeta cubano, a quien no conoció y
mantiene firmes, a pesar de la distancia, los contactos con
intelectuales de la isla caribeña como Cintio Vitier y Carlos Franqui.
El deterioro de su salud física es
constante. Pero lo más penoso para ella es la progresiva pérdida de la
vista, por lo que cada vez le es más costoso leer y escribir. No
obstante, sigue trabajando intensamente en la elaboración de lo que
luego serán “Notas de un método”. El 12 de agosto de 1979 escribe al
poeta Edison Simons: «Estoy incapaz de todo o casi todo. Necesito
adentrarme en alguna fuente de agua pura y vivificante, en silencio, con
el pensamiento, eso sí, de los amigos que quiero hondamente».
En 1980 se instala en Ginebra, muy cerca
de sus amigos, que la cuidan y ayudan en momentos muy críticos para su
salud. Es nombrada hija adoptiva del Principado de Asturias, primer
reconocimiento oficial de su trayectoria en España y por primera vez
desde 1939, se escucha en Madrid la voz de María Zambrano leyendo
algunos textos de “Claros del bosque” en una conferencia impartida por
el poeta J. Á Valente en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid
quien había traído una grabación desde Ginebra.
En 1981 se le concede el Premio Príncipe
de Asturias de Humanidades y comienzan a aparecer en la prensa española
numerosas referencias a Zambrano. «Es terrible volver al cabo de tanto
tiempo. Yo siento la llamada. Yo quiero ir. Pero lo que no quiero es
tirarme por la ventana. Hay algo que todavía se resiste. Que sea lo que
Dios quiera».
El ayuntamiento de su pueblo,
Vélez-Málaga, la nombra hija predilecta y en 1983 se prepara su regreso a
España. Pero su salud está tan delicada que tiene que ser internada en
una clínica de Ginebra, recuperándose sorprendentemente. Es operada de
cataratas por el doctor Chanson del que Zambrano dirá: «Sólo un doctor
de la canción puede devolver la luz».
El 20 de noviembre de 1984, pisa suelo
español por primera vez tras 44 años de exilio. Jaime Salinas, por
entonces director general del Libro, fue su único receptor oficial por
expreso deseo de la filósofa. Se instala en un piso y luminoso en el
centro de Madrid, Apenas sale pero recibe a numerosos amigos en su casa.
Mantiene una actividad intelectual incansable y cuando la preguntan si
desde su retiro se atrevía a sospechar cómo estaba España, responde: «Me
temo que no. Pero veo los informativos de televisión con cierta
frecuencia y eso me quita la gana de vivir, no ya en España, ni en el
mundo, sino en el universo. Es terrible lo feo que está el mundo. No hay
un rostro de verdad, un rostro, puro o impuro, pero un rostro. El mundo
está perdiendo figura, rostro, se está volviendo monstruoso”.
María Zambrano, no obstante, persistía
en el ser y seguía amando la vida. Siempre que no estuviera indispuesta,
su casa se convertía en lo que ella misma quería: «El arca de Noé».
Cabían las más variadas especies. Y es en su casa donde tiene lugar la
investidura del Doctorado Honoris Causa, al mismo tiempo que se
constituye en Vélez-Málaga la fundación que lleva su nombre y cuya
intervención fue decisiva para lograr la definitiva tranquilidad en «lo
paralelo e indispensable en el vivir», que gustaba decir a Zambrano.
En 1988 se le concede el Premio
Cervantes. Pasado el nerviosismo que supuso la concesión del Premio, la
agitación de las entrevistas y las visitas oficiales, retoma la
capacidad para trabajar y lo sigue haciendo hasta principios de 1991 en
que es ingresada en dos ocasiones en el Hospital de la Princesa.
El día 6 de febrero de 1991 falleció
mientras comía. Su cuerpo fue trasladado a Vélez-Málaga, donde yace
entre un naranjo y un limonero en una casita, como ella quiso que se
construyera, en el cementerio local. En la lápida se inscribió, por
expreso deseo suyo, la leyenda del Cantar de los Cantares: «Surge amica
mia et veni».