Hablamos de Literatura con Isaac Rosa
Con la novela bajo el brazo, garabateada, llena de papeles de colores con anotaciones, me siento con el escritor y periodista Isaac Rosa en uno de los escenarios de su última novela: Feliz final.
Mezclar la realidad con escenas de ficción no puede salir mal si
entrevistas a un escritor que lo hace constantemente. Cuando se lo
comento, sonríe. «Este lugar, a otra hora del día, está lleno de padres
separados comiendo con sus hijos… la escena que aparece en el libro no
es un recurso literario, cuando yo venía aquí, todos nos mirábamos con
complicidad…». Hablamos del régimen de visita de los padres, hablamos de
la culpabilidad. «Las relaciones familiares y sociales están dominadas
por la culpa, esta ha sustituido a la responsabilidad… todas las
relaciones están contaminadas de culpa, hay miedo a que tus decisiones
hagan daño a los demás». «El sentimiento de culpabilidad acompaña a la
crianza de los hijos siempre».
Barajamos porcentajes de parejas
separadas con niños en custodia compartida y régimen de visitas,
repasamos algunas costumbres y anécdotas. «Este libro no es de escritura
fácil, puede remover muchas cosas en el lector». No estamos hablando de
un libro de autoficción, menos mal, porque parece que ahora o haces
exhibicionismo de tu vida, — algo así como selfienarrativo— o estás fuera del mercado. Feliz final
es ficción pura y dura, que parte de una misma «raíz social». «El punto
de arranque soy yo mismo, y a partir de ahí voy abriendo el círculo,
compruebo entonces cuánto de lo que yo siento y vivo es compartido con
el resto».
Kundera dice que el género de
novela está denostado, muchos, en este país, hablan de la muerte de la
novela. Algo absurdo, desde mi humilde punto de vista. Isaac habla de
otra crisis de la novela, aquella que lleva al género a lo irrelevante. «El discurso de la novela tiene que buscar cierta relevancia social, interpelar al lector».
Es un hombre risueño, hablador y
aunque nadie me crea, su ego es el de un ser normal. Sí, así es, por
fin, me tropiezo con un escritor, de mi generación que ha sabido domar
su ego. Charlamos sobre el amor sereno como contrapunto al amor
asfixiante del libro. «Cuando uno se enamora, a veces, construye un
relato para justificar su relación».
Le pregunto sobre el poliamor, un concepto que él maneja en la novela y que, en mi opinión, es algo que se aproxima más a ellos que a nosotras. «El poliamor es un bluf
en el sentido cultural, mediático… para la mayoría de la población es
algo anecdótico… es una curiosidad, algo minoritario, con poco futuro».
Estamos ambos de acuerdo en que, el poliamor, deja a muchas damnificadas en esta sociedad.
Solo alguien con el dominio del lenguaje que él tiene, es capaz de mantener 336 páginas con un narrador como el de Feliz final.
Un narrador vehemente, agresivo, indignado, enfurecido a veces,
despechado otras, un narrador que se pregunta, que se retuerce. Que
salta de un personaje a otro con la libertad y ligereza que el autor
consiente. El tiempo narrativo de esta novela es
tremendo. Maneja el orden, la velocidad y la frecuencia como un
malabarista, incluso tiene el descaro de jugar con los formalismos del
texto al más puro estilo Oulipo. Es decir, la estructura y el juego a favor del discurso.
¿Por qué? Supongo que es la manera de convertir esta historia, tan
común a todos nosotros, tan sabida y manida, en algo distinto.
Creo que no se debería alertar al lector de cómo se ha manejado el
tiempo en la escritura de esta historia, creo que es parte de la
experiencia de lectura descubrirlo poco a poco. Así que, recomiendo a
los futuros lectores de esta novela, que, a ser posible, no lean el
texto de la contracubierta, sería una lástima no dejarse envolver por el
juego temporal que su autor ha elegido para narrarla. A veces el marketing editorial no acierta, cuenta demasiado.
Los personajes de
esta novela son dos, dos partes de la misma moneda. Es un baile
dialéctico fascinante, en ocasiones agotador, es cierto, pero en el que
el lector baila con ellos, va y viene como un espectador ávido por no
dejar de escuchar el argumentario de ambos, esa receta propia
de lo que es el amor, o, mejor dicho, el compromiso amoroso. Esta novela
no se lee, se oye. Compruébenlo ustedes mismos.
Cualquiera de nosotros ha
protagonizado alguna de las escenas que se suceden, yo misma me
identifico, directamente, con varias. Es más, en ocasiones, el lector
siente que puede reproducir, casi de memoria, muchas de las frases que
vendrán a continuación, como si esta película ya la hubiéramos visto,
como si conociéramos a Ángela o acabásemos de hablar con Antonio en el
bar de debajo de casa. La realidad aparece observada bajo el cristal del
microscopio, con una nitidez que asusta. Tanta que, a veces,
necesitamos soltar el libro y respirar. En cada párrafo, nos podemos
encontrar el inicio de otra novela, de otra historia, un nuevo
conflicto, un instante de reflexión; pero no se nos permite detenernos,
ni escarbar. El texto nos va llevando por ese tiempo tan particular que
Isaac Rosa ha creado para hacernos partícipes de lo que hay al otro lado
del cristal, a la realidad ampliada del universo de Feliz final (o quizá, Feliz reproche). Antonio, el personaje principal, dice: «…el
declive del deseo, el ciclo de la vida, el asimétrico desear de mujeres
y hombres con los años… cualquiera lo aceptaría e integraría, sin
demasiada melancolía, en su horizonte. Yo no.».
Uno de los personajes secundarios,
esos que ayudan a pensar a los protagonistas, y que en ocasiones brilla
en la novelas sin que quizá el autor lo haya previsto, destaca por
encima de los demás. Es un personaje que interesa más allá de la propia
historia, una mujer (madreliberada) que se enfrenta a la protagonista (madrenatural)—mucho
más joven que ella— durante unas vacaciones navideñas. «Este personaje
está armado con muchas mujeres; para construir a los personajes
secundarios, también he hecho un gran trabajo de observación, he tenido
muchas conversaciones con mucha gente…no existe, aunque mi madre podría
verse reflejada en algunas cosas…».
Aprovecho que a Isaac le gusta Edgar Allan Poe para preguntarle por el efecto que él buscaba causar en el lector con Feliz final.
«Tengo muy presente la relación con el lector y me gusta que el lector
también tenga en cuenta las creencias del autor, un libro no cae del
cielo…me gusta desestabilizar al lector, el lector es muy cómodo, hay
que incomodarlo, y asumo el riego de que se vaya, claro».
Y ya, para terminar, me entero de que Virginia Woolf
es su autor/a favorita como lector. Descubro que este escritor que
tengo frente a mí, dice que le gusta todo de esta escritora y que le
hubiera encantado poder escribir Al faro, manejar el tiempo
como lo maneja ella en esa novela. Ambos tienen estilos contrarios: una
es puro simbolismo e Isaac realismo sin anestesia. Pero hay algo que
manejan muy bien los dos: el tiempo. «Yo no leo a autoras por ponerme al
día como parece que hacen otros, como si fuera una tendencia, siempre
he disfrutado leyéndolas, leo a muchas mujeres». «Esto no puede
convertirse en ligas diferentes, escritores y escritoras, tenemos que
estar en la misma liga…». «Hay muchas autoras que han sido mal leídas».
Me confiesa que ha leído historias de amor, desamor y ensayo para
construir la novela. Hablamos de la antropóloga y socióloga Eva Illouz, de la escritora Lydia Davis y su libro El final de la historia, publicado en 1995.
Pese a vivir en Sevilla, Isaac
Rosa, tiene mucho de madrileño, quizá por esos años que vivió en el
barrio de Hortaleza, barrio que inspiró otra de sus novelas: La habitación oscura.
«He cambiado muchas veces de barrio y de ciudad, mi hija mayor vive
aquí, en Madrid. En Sevilla el entorno es más humano, llegué con el
acelere madrileño, siempre iba deprisa…Echo de menos mi barrio
madrileño, sí, llegamos sin familia a Madrid y encontré una tribu, una
comunidad cercana, era gente a la que le dejábamos los hijos, nos
apoyábamos…criar solo a los hijos es difícil, por eso si tienes un
barrio que te apoya las cosas son más llevaderas».
Continuamos hablando de la crianza de
los hijos, la adolescencia, los hábitos de lectura y de la suerte que
tiene Isaac de poder compartir la escritura con sus hijas. Es más, me
cuenta que próximamente publicará una historia escrita con una de ellas.
Me emociona la idea de que padre e hija escriban juntos. Hay hijas con
mucha suerte.
El último tema que quiero tratar con Isaac tiene que ver con la formación del escritor y sobre la importancia de la lectura parta escribir bien. «Da igual si te haces tres master en escritura,
no sirve de nada si no has leído, para escribir bien hay que leer
muchísimo». No puedo estar más de acuerdo, se lo repito una y mil veces a
mis alumnos.
Regreso a casa con la novela todavía
fresca en mi memoria, y con una sola conclusión: no sabemos enamorarnos
de personas que evolucionan, quizá, por ese motivo, no logramos hacer el
camino completo, pero ¿en qué consiste exactamente hacer el camino
completo? ¿Existe ese camino o el amor es solo una espiral? Lean, lean y
saquen sus propias conclusiones. Pero si están nadando en las
contaminadas aguas del desamor, cojan oxígeno, buenas aletas y un lapiz.
Feliz final (2018) es la última novela de Isaac Rosa, está publicada por la editorial Seix Barral, del Grupo Planeta.
Foto: David Nade. www.davidnade.com info@davidnade.com.Eva Losada Casanova. Escritora.
Comentario de Ramón Palmeral:
Hoy en día lo que se lleva, efectivamente, es hacer una exhibición personal, y escribir en primera persona de la vida íntima, y es cierto lo que dice Isaac que hay que incomodar al lector, llevarle al estrés, ponerle octáculos, pero en toda gran novela como "Lo que el viento se llevó" el final siempre debe ser feliz, para que el lector te vuelva a leer en otra próxima novela. Enhorabuena por la entrevista.