lunes, 5 de agosto de 2019

O haces exhibicionismo de tu vida, — algo así como selfienarrativo— o estás fuera del mercado editorial.

Hablamos de Literatura con Isaac Rosa

Isaac Rosa y Eva Losada Casanova 2019 Foto de David Nade
Con la novela bajo el brazo, garabateada, llena de papeles de colores con anotaciones, me siento con el escritor y periodista Isaac Rosa en uno de los escenarios de su última novela: Feliz final. Mezclar la realidad con escenas de ficción no puede salir mal si entrevistas a un escritor que lo hace constantemente. Cuando se lo comento, sonríe. «Este lugar, a otra hora del día, está lleno de padres separados comiendo con sus hijos… la escena que aparece en el libro no es un recurso literario, cuando yo venía aquí, todos nos mirábamos con complicidad…». Hablamos del régimen de visita de los padres, hablamos de la culpabilidad. «Las relaciones familiares y sociales están dominadas por la culpa, esta ha sustituido a la responsabilidad… todas las relaciones están contaminadas de culpa, hay miedo a que tus decisiones hagan daño a los demás». «El sentimiento de culpabilidad acompaña a la crianza de los hijos siempre».
        Barajamos porcentajes de parejas separadas con niños en custodia compartida y régimen de visitas, repasamos algunas costumbres y anécdotas. «Este libro no es de escritura fácil, puede remover muchas cosas en el lector». No estamos hablando de un libro de autoficción, menos mal, porque parece que ahora o haces exhibicionismo de tu vida, — algo así como selfienarrativo— o estás fuera del mercado. Feliz final es ficción pura y dura, que parte de una misma «raíz social». «El punto de arranque soy yo mismo, y a partir de ahí voy abriendo el círculo, compruebo entonces cuánto de lo que yo siento y vivo es compartido con el resto».
       Kundera dice que el género de novela está denostado, muchos, en este país, hablan de la muerte de la novela. Algo absurdo, desde mi humilde punto de vista. Isaac habla de otra crisis de la novela, aquella que lleva al género a lo irrelevante. «El discurso de la novela tiene que buscar cierta relevancia social, interpelar al lector».
     Es un hombre risueño, hablador y aunque nadie me crea, su ego es el de un ser normal. Sí, así es, por fin, me tropiezo con un escritor, de mi generación que ha sabido domar su ego. Charlamos sobre el amor sereno como contrapunto al amor asfixiante del libro. «Cuando uno se enamora, a veces, construye un relato para justificar su relación».
      Le pregunto sobre el poliamor, un concepto que él maneja en la novela y que, en mi opinión, es algo que se aproxima más a ellos que a nosotras. «El poliamor es un bluf en el sentido cultural, mediático… para la mayoría de la población es algo anecdótico… es una curiosidad, algo minoritario, con poco futuro». Estamos ambos de acuerdo en que, el poliamor, deja a muchas damnificadas en esta sociedad.
    Solo alguien con el dominio del lenguaje que él tiene, es capaz de mantener 336 páginas con un narrador como el de Feliz final. Un narrador vehemente, agresivo, indignado, enfurecido a veces, despechado otras, un narrador que se pregunta, que se retuerce. Que salta de un personaje a otro con la libertad y ligereza que el autor consiente. El tiempo narrativo de esta novela es tremendo. Maneja el orden, la velocidad y la frecuencia como un malabarista, incluso tiene el descaro de jugar con los formalismos del texto al más puro estilo Oulipo. Es decir, la estructura y el juego a favor del discurso. ¿Por qué? Supongo que es la manera de convertir esta historia, tan común a todos nosotros, tan sabida y manida, en algo distinto.          Creo que no se debería alertar al lector de cómo se ha manejado el tiempo en la escritura de esta historia, creo que es parte de la experiencia de lectura descubrirlo poco a poco. Así que, recomiendo a los futuros lectores de esta novela, que, a ser posible, no lean el texto de la contracubierta, sería una lástima no dejarse envolver por el juego temporal que su autor ha elegido para narrarla. A veces el marketing editorial no acierta, cuenta demasiado.
    Los personajes de esta novela son dos, dos partes de la misma moneda. Es un baile dialéctico fascinante, en ocasiones agotador, es cierto, pero en el que el lector baila con ellos, va y viene como un espectador ávido por no dejar de escuchar el argumentario de ambos, esa receta propia de lo que es el amor, o, mejor dicho, el compromiso amoroso. Esta novela no se lee, se oye. Compruébenlo ustedes mismos.
    Cualquiera de nosotros ha protagonizado alguna de las escenas que se suceden, yo misma me identifico, directamente, con varias. Es más, en ocasiones, el lector siente que puede reproducir, casi de memoria, muchas de las frases que vendrán a continuación, como si esta película ya la hubiéramos visto, como si conociéramos a Ángela o acabásemos de hablar con Antonio en el bar de debajo de casa. La realidad aparece observada bajo el cristal del microscopio, con una nitidez que asusta. Tanta que, a veces, necesitamos soltar el libro y respirar. En cada párrafo, nos podemos encontrar el inicio de otra novela, de otra historia,  un nuevo conflicto, un instante de reflexión; pero no se nos permite detenernos, ni escarbar. El texto nos va llevando por ese tiempo tan particular que Isaac Rosa ha creado para hacernos partícipes de lo que hay al otro lado del cristal, a la realidad ampliada del universo de Feliz final (o quizá, Feliz reproche). Antonio, el personaje principal, dice: «…el declive del deseo, el ciclo de la vida, el asimétrico desear de mujeres y hombres con los años… cualquiera lo aceptaría e integraría, sin demasiada melancolía, en su horizonte. Yo no.».
     Uno de los personajes secundarios, esos que ayudan a pensar a los protagonistas, y que en ocasiones brilla en la novelas sin que quizá el autor lo haya previsto, destaca por encima de los demás. Es un personaje que interesa más allá de la propia historia, una mujer (madreliberada) que se enfrenta a la protagonista (madrenatural)—mucho más joven que ella— durante unas vacaciones navideñas. «Este personaje está armado con muchas mujeres; para construir a los personajes secundarios, también he hecho un gran trabajo de observación, he tenido muchas conversaciones con mucha gente…no existe, aunque mi madre podría verse reflejada en algunas cosas…».
       Aprovecho que a Isaac le gusta Edgar Allan Poe para preguntarle por el efecto que él buscaba causar en el lector con Feliz final. «Tengo muy presente la relación con el lector y me gusta que el lector también tenga en cuenta las creencias del autor, un libro no cae del cielo…me gusta desestabilizar al lector, el lector es muy cómodo, hay que incomodarlo, y asumo el riego de que se vaya, claro».
       Y ya, para terminar, me entero de que Virginia Woolf es su autor/a favorita como lector. Descubro que este escritor que tengo frente a mí, dice que le gusta todo de esta escritora y que le hubiera encantado poder escribir Al faro, manejar el tiempo como lo maneja ella en esa novela. Ambos tienen estilos contrarios: una es puro simbolismo e Isaac realismo sin anestesia. Pero hay algo que manejan muy bien los dos: el tiempo. «Yo no leo a autoras por ponerme al día como parece que hacen otros, como si fuera una tendencia, siempre he disfrutado leyéndolas, leo a muchas mujeres». «Esto no puede convertirse en ligas diferentes, escritores y escritoras, tenemos que estar en la misma liga…». «Hay muchas autoras que han sido mal leídas». Me confiesa que ha leído historias de amor, desamor y ensayo para construir la novela. Hablamos de la antropóloga y socióloga Eva Illouz, de la escritora Lydia Davis y su libro El final de la historia, publicado en 1995.
      Pese a vivir en Sevilla, Isaac Rosa, tiene mucho de madrileño, quizá por esos años que vivió en el barrio de Hortaleza, barrio que inspiró otra de sus novelas: La habitación oscura. «He cambiado muchas veces de barrio y de ciudad, mi hija mayor vive aquí, en Madrid. En Sevilla el entorno es más humano, llegué con el acelere madrileño, siempre iba deprisa…Echo de menos mi barrio madrileño, sí, llegamos sin familia a Madrid y encontré una tribu, una comunidad cercana, era gente a la que le dejábamos los hijos, nos apoyábamos…criar solo a los hijos es difícil, por eso si tienes un barrio que te apoya las cosas son más llevaderas».
    Continuamos hablando de la crianza de los hijos, la adolescencia, los hábitos de lectura y de la suerte que tiene Isaac de poder compartir la escritura con sus hijas. Es más, me cuenta que próximamente publicará una historia escrita con una de ellas. Me emociona la idea de que padre e hija escriban juntos. Hay hijas con mucha suerte.
     El último tema que quiero tratar con Isaac tiene que ver con la formación del escritor y sobre la importancia de la lectura parta escribir bien. «Da igual si te haces tres master en escritura, no sirve de nada si no has leído, para escribir bien hay que leer muchísimo». No puedo estar más de acuerdo, se lo repito una y mil veces a mis alumnos.
    Regreso a casa con la novela todavía fresca en mi memoria, y con una sola conclusión: no sabemos enamorarnos de personas que evolucionan, quizá, por ese motivo, no logramos hacer el camino completo, pero ¿en qué consiste exactamente hacer el camino completo? ¿Existe ese camino o el amor es solo una espiral? Lean, lean y saquen sus propias conclusiones. Pero si están nadando en las contaminadas aguas del desamor, cojan oxígeno, buenas aletas y un lapiz.
 Feliz final (2018) es la última novela de Isaac Rosa, está publicada por la editorial Seix Barral, del Grupo Planeta.
Foto: David Nade. www.davidnade.com info@davidnade.com.
Eva Losada Casanova. Escritora.

Comentario de Ramón Palmeral:
 Hoy en día lo que se lleva, efectivamente, es hacer una exhibición personal, y escribir en primera persona de la vida íntima, y es cierto lo que dice Isaac que hay que incomodar al lector, llevarle al estrés, ponerle octáculos, pero en toda gran novela como "Lo que el viento se llevó" el final siempre debe ser feliz, para que el lector te vuelva a leer en otra próxima novela.  Enhorabuena por la entrevista.