lunes, 27 de agosto de 2018

Don Juan de Dios Miró Moltó, padre de Gabriel Miró

                      Don Juan Miró Moltó, Padre de Gabriel Miró (foto J. Guardiola Ortiz)









Los antepasados por vía paterna de Gabriel Miró parecen formar una familia de mayor homogeneidad que en la rama materna. Si ningún miembro viviente de la familia sabe mucho sobre los Miró al principio del siglo XIX, es quizá debido a que no dejaron ninguna leyenda digna de ser recordada: no llegaban a centenarios, no morían en inundaciones, ni hacían el amor con la faca en la mano.

En los comienzos del siglo, hubo un Miró que fue el hijo único de una familia de Alcoy. Tuvo cuatro varones: Custodio, Miguel, Rafael y Gabriel. El alcoyano Gabriel Miró, abuelo del escritor, era propietario de una fábrica de tejidos de lana que explotaba con gran provecho bajo la protección de su arcángel titular, cuya efigie, grabada en un escudo de armas, presidía su establecimiento. La empresa llevó el nombre de Miró, Gisbert y Compañía. Con la prosperidad del negocio vino también el aumento de la familia. La esposa, Agustina Moltó, tuvo siete hijos: Alejandro, Rafael, Miguel, Juan, Concha, Santiago y Teresa. Una carta del padre dirigida a Alejandro y fechada en Palma de Mallorca el 1.º de junio de 1846, da a entender que el primogénito tomaba parte importante en la dirección de la empresa, la cual era evidentemente el corazón, el alma y la vida para toda la familia, que, como es de suponer, era profundamente devota, estrechamente unida y con un gran sentido de respetabilidad cuya esencia radicaba en los bienes terrestres. Don Gabriel escribía con facilidad y escasas faltas; sus donosuras eran las propias de un industrial y comerciante: el respeto que le demostraban sus hijos lo daba por descontado2. Cuando murió, hacia 1870, los tres hijos mayores se hicieron cargo de la fábrica bajo la dirección de Alejandro, quien inmediatamente asumió el papel de patriarca, permaneció soltero y apenas dejó sitio en la empresa para sus hermanos Rafael y Miguel. El primero estableció una fábrica de harinas y Miguel se hizo banquero. Santiago casó con una prima, María Moltó Valor, y, a la muerte de Alejandro, ascendió a jefe de la familia y de la fábrica. Con objeto de remediar la apurada situación económica de un pariente, don Santiago le compró a éste una parcela de terreno en las afueras de Alcoy y allí, en unos cerros que dominaban la ciudad, edificó una soberbia casa para que la disfrutase su mujer. En agosto de 1888 pudieron trasladarse a la nueva mansión a la que llamaron Villa María, en honor de la señora de Miró. La casa existe todavía.

Concha permaneció soltera y vivió algún tiempo en Villa María. La hermana más joven, Teresa, casó con un pintor, Lorenzo Casanova, hijo de un carnicero. Cuando Teresa y Lorenzo se trasladaron de Alcoy a Alicante, Concha se fue con ellos e incluso puso el dinero necesario para construir un estudio en el que pudiesen vivir los tres.

Queda don Juan Miró Moltó. Sorprende que, de acuerdo con la cronología en el nacimiento de los hijos, no haya tenido prioridad sobre su hermano menor Santiago en la dirección de la empresa familiar. El que no lo hiciera así tal vez se explica por el hecho de que hubiese decidido, desde su juventud, dedicarse al sacerdocio. ¿Fue acaso su vocación más convencional que genuina? Parece dudoso el que en 1857 persistiese todavía esta inclinación, ya que no existe la menor sugerencia de ella en una carta que escribió el 29 de noviembre de este mismo año a su padre desde Valencia, en donde, por lo visto, residía para cursar estudios. Una larga carta de cuatro pliegos con buena caligrafía y mejor estilo en la que trascendía el ingenuo encanto propio de la época (C. M.). El joven estudiante se mostraba ofendido por una carta que había recibido de su hermano mayor, Alejandro, y en la que le reprochaba su silencio. El caso es que hacía nueve o diez días que no había escrito a los suyos, Alejandro le aconsejaba que les diera noticias de su persona dos veces a la semana.


Fue a Madrid para estudiar y en la capital obtuvo el título de Ingeniero de Caminos. Su profesión le llevó a Santander, en donde tropezó con una muchacha con la que pensó contraer matrimonio. En un papel satinado marcado en relieve con sus iniciales en rojo, escribió a su hermano Alejandro con fecha 20 de mayo de 1868: «...es una buena chica en toda la extensión de la palabra, de excelente fondo, de educación muy esmerada y acostumbrada a trabajar en el servicio de su casa particularmente desde la muerte de su mamá en que quedó al cuidado de sus hermanos. Esto es lo que pude observar en la temporada que la traté este verano, y en las cartas que me tiene escritas revela un talento poco común en su sexo por lo cual he confirmado el concepto que formé desde entonces» (C. M.). La señorita Elvira, como la llamaba él, era hija de don Santiago María Martínez, «agente de negocios y Corredor de número de Santander».

Este matrimonio sin duda hubiese complacido a la familia de Juan Miró, pero el empleo que le llevó a Santander le obligó a trasladarse de nuevo antes de que el lento noviazgo acabase en matrimonio. Le destinaron a la Jefatura de Obras Públicas de Alicante. Guardiola Ortiz, primer biógrafo de Gabriel Miró, publica una fotografía de don Juan hecha aproximadamente en esa época. En ella puede verse a un hombre alto y bien parecido, de cabello negro partido con una raya en medio, ojos de suave mirada y el bigote negro y caído sobre los labios propio de 1870. Nada parecido al Ingeniero de Caminos, enfundado en una levita negra semilarga, pantalones grises ribeteados en los costados y un sedoso sombrero de copa a mano.

La postura un tanto descuidada -don Juan está de pie con una pierna rígida y la otra ligeramente doblada, los brazos descansando en un elevado pedestal, el rostro vuelto candorosamente hacia la cámara fotográfica- es la de un hombre seguro de sí mismo, como cuando usaba su título completo de Ingeniero Jefe de Caminos, con un ligero énfasis en la palabra jefe. Más como jefe que como ingeniero, su empleo le llevó de inspector de carreteras a varios lugares de la provincia de Alicante, entre ellos Orihuela, en donde encontró hospedaje en la posada que pertenecía a doña Lucía Ons de Ferrer. Allí se enamoró de Encarnación, la hija de doña Lucía, sin duda muy bella tal como Guardiola la describe, pero no, como aquél dice, descendiente de «casa rancia y descaecida»3. A Encarnación la divertía hacer correr el rumor de que la mujer de su abuelo, don Andrés Ons, estaba emparentada con el conde de Floridablanca. En realidad, eran gentes prósperas, nada decadentes, familia burguesa compuesta de negociantes, labradores y médicos muy diferentes de los campesinos toscos pero demasiado próximos todavía de la tierra para que los Miró, banqueros e industriales de Alcoy, los considerasen como sus iguales. Don Juan Miró se acercaba entonces a los cuarenta y no acataba los prejuicios de sus hermanos. A su debido tiempo, una participación bellamente impresa anunciaba: «Don Juan Miró y Moltó y doña Encarnación Ferrer y Ons, participan a Vd. su efectuado enlace y le ofrecen su casa, calle de San Fernando, N.º 10, 2.º derecha. Alicante, 4 de Julio, 1876».

Edmund L. King