AZORÍN EN LA RUTA DE DON
QUIJOTE (I)
Tras leer La Ruta de don Quijote, del escritor
monovero José Martínez Ruiz «Azorín», 1905,
recopilación de 15 crónicas en un viaje que hizo a los santos lugares de
La Mancha para conmemorar el III Centenario de la publicación de El Quijote, me fui a hacer la ruta con
mi mujer durante una semana, de cuyo viaje escribí el libro Buscando a Azorín por la Mancha, 2005.
Este años en el 50º aniversario de la muerte de «Azorín» (2 de marzo de 1967),
considero oportuno recordar el libro de La
Ruta de don Quijote, no muy extenso pero intenso. Fue escrito por encargo
de don José Ortega Munilla, propietario y director del periódico madrileño El
Imparcial en 1905, situada
la redacción en C/. Mesonero Romanos, 32,
según notas de José María
Martínez Cachero (Cátedras, nº 214, p.17): «Será en este año de gracia
de 1905 cuando el deseo se haga realidad con la invitación de Ortega Munilla
para que Azorín viaje por y escriba sobre la Mancha de Don
Quijote». Obra de Azorín estudiada con
rigor por Martínez Cachero en la
introducción del ya mencionado libro de Cátedra. Este libro también lo ha
estudiado muy detenidamente José Ferrándiz Lozano, actual director del
Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert.
La Ruta de don Quijote, es una suma de crónicas de viaje y
crítica o ruta literaria, o diario de vaije, con un estilo modernista e
impresionista, recreación de los lugares míticos manchegos a través de una
técnica detallista y minuciosa,
concesiva y perifrástica, donde usa los tiempos verbales absolutos del
presente, un tono personal y personalizado,
para darle a la crónica una inmediatez de acción, una proximidad al
lector que de otra forma no se nos daría, y esa técnica de repetir hasta la
saciedad los nombres de los personajes, un tanto anodino y melancólico, con la que
quiere hacernos recordar que son crónicas o entrevistas a las gentes abúlicas
de una Mancha pobre y sin noticias, y
acercarnos a la verdad íntima y humana a través de pintar paisajes con la
pluma, y a todo ello se le suma un vocabulario rico en términos agrarios.
«Azorín» tenía 32 años cuando viajó a la
profunda Mancha entre el 4 y el 25 de marzo de 1905. A nuestro «Azorín» no le
pareció muy cómodo el encargo periodístico Imparcial,
porque además, a primeros de siglo era peligroso hacer el viaje, tanto fue así
que don José Ortega le dio un arma de fuego por si acaso se encontraba con
bandidos por los caminos que antes fueron dominio de don Quijote y Sancho. Con
cierta desgana emprende el viaje acompañado de un antiguo repostero [reportero
sería lo más lógico] llamado Miguel en
tren hasta Alcázar de San Juan, donde
alquilaron un carrito tirado por una yegua pequeña hasta Argamasilla de Alba. En realidad Azorín no llegó a Cinco
Casas como escribe en La ruta..., no los contará años después en su
libro Madrid (1941). Tomo la nota 57 de la introducción de Martínez
Cachero:
«En Alcázar de San Juan alquilamos un
carrito; no había entonces automóviles; si los hubiera habido, no nos hubiesen
servido; los caminos no los permiten. En un carrito que guiaba un antiguo
repostero [llamado Miguel] que vivió y trabajó en Madrid, hicimos todo el viaje
por pueblos, campos y aldeas de la Mancha...»
Su malestar por el viaje de cronista de encargo nos lo repite Azorín por
dos veces en La Ruta... Al principio de la I Partida escribe me
siento con un gesto de cansancio, de tristeza y de resignación (línea 4 y
línea 16, Cátedra, nº 214). Es una crónica de abatimiento y melancolía,
posiblemente debido a su desgana o desagrado por viajar a una tierra peligrosa,
también nos dirá: yo tengo una
profunda melancolía. Empieza
comentando que se encuentra en un cuarto
diminuto, otras veces un modesto mechinal o habitación muy pequeña. Azorín vive
en una pensión de Madrid (creo que en calle Barquillo) que regenta Doña Isabel,
la casera o patrona como se solía decir, una anciana enlutada, limpia y pálida.
No nos informa de si es viuda o casada.
La ruta de Don Quijote está dedicada
a un tal don Silverio residente en El
Toboso, propietario de una colmena, autor de un soneto «alambricado» a Dulcinea y de una sátira terrible contra
los frailes. Este don Silverio mantendrá un diálogo con el cronista en el
capítulo XIV, a quien define como el tipo más clásico de hidalgo que ha encontrado
en tierras manchegas. Era el maestro
llevaba «treinta y tres años adoctrinando niños».
(Continuará)
Ramón Fernández Palmeral
Autor del libro Buscando
a Azorín por la Mancha, Amazon