viernes, 26 de abril de 2013

Artículo de mi libro en preparación, en obras



                                CARTAS ALICANTIAS

                      Por Ramón Fernández Palmeral
        



        Carta primera.- AMADA ALICANTE   

       Aún recuerdo como si el presente se quisiera adueñar del pasado, aquel elogiado día de un verano del noventa entre la suerte de la luz y el mar sosegado y tendido  de “verdesazulados”,  en que te vi cercana desde la autovía que pasa quieta y paralela al ferrocarril de Murcia de rojos y blancos vagones bordeando la ibérica nave donde los cangrejos hablan griego y latín, lágrimas de alegría de un recordar malagueño, por semejanzas: arriba el monte Benacantil como el Gibralfaro, ambos cerros  como una corona real que en la historia perviven, remos que al agua hieren entre diminutas olas cómodas, lánguidas y tristes.   Quiero declarar mi amor por ti, ramblas de leche, cabaña del sol, playas de Madrid, mar que besas los labios de las estrellas intrépidas y silbantes céfiros, y las aladas almas de las rosas de Miguel Hernández de requiero.
      La bien lunada ciudad de Alicante taladra mis retinas, y, al fondo como la pared norte de una catedral gótica, unas montañas difusas entre la boira y la cálima de violetas indulgentes y difusos de los cerros del Puig Campana y el cielo cómplice de ligeros algodones que el viento  se lleva el óxido y níquel de la tarde azoriniana.  A la izquierda palmeras con dorados datilados racimos y de brazos altos y verdes limpios, sultanas de cuellos de dinosaurios con ojos verdes que me abrazan, y a la derecha dos brazos largos de tendidos hierros y el bosque de piedras como malecón abofeteado por espumas secretas y envidiosas de ese mar que pide una atención y un requerimiento de mis ojos que olvidan la lejanía de una tierra andaluza malagueñas.
       Llegué a tus brazos a finales de junio de 1990 con la cara seca y el corazón lleno de truenos por un destino nuevo de dos estrellas desconocidas, guía de luz mediterránea que apacientas noches en el límite de sombras vulnerables e invisibles hachazos de la emigración legalizada e interna, nacional y obligatoria.  Me acogiste entre tus dos pequeños senos, redondos y nutrientes, desnudez de la nada, dientes de edificios limpios bañándose en el puerto que habitan barcos de corazones metálicos, y en la explanada, cubierta de magnolias altas, flores que navegan ahogadas por el destino de unas olas de piedras transparentes y lisas, volando en círculo de besos, aduanas del fisco, comandancias de marina y vida vertebrada en velas plegadas de veleros amarrados al diente férreo de los muelles.
        Has dado porvenir a mi familia y placer a quien es tu secreto amante y tu confidente de noches que se alargaron en el dolor de sufrir esta mutilación sin perseguirla, sin atormentarla, plácido sosiego,  Sí, lo sabes muy bien, eres tú, la única, relieve de dulzura: Alicante, mi amante y mi consuelo del calvos pinceles.  Ahora, ya lo sabes, que yo vivo en los divanes de la angustia de este amor insobornable y puro, por ti, por amor a la tierra,  por una nueva Arcadia encontrada en la deriva de mi vida y en la singladura de los pasos perdidos del destino que es verte, verde cada día más verde.
     Mía amada,/ impasible perfección,/ rosa desplumada al viento dócil del levante,/ belleza azul alcanza/ , santidad vendita/.


 Alicante, febrero 1995