sábado, 22 de diciembre de 2018

Libro de Siguenza, de Gabriel por Ricardo L. landeira. BVMC



Libro de Sigüenza de Gabriel Miró





«Libro de Sigüenza»

La publicación del Libro de Sigüenza pasó casi desapercibida en la turbamulta surgida en torno al primero y segundo tomos de las Figuras de la Pasión del Señor, al encarcelamiento del Sr. Valdés Prida y la negativa de la Real Academia del Premio Fastenrath. Pensando hallarse fuera del centro del mundillo literario editorial español acaso indujese nuevamente a Miró a mudar su casa a Madrid; con ello enmendando en parte algunas de las desidias enfrentadas por sus obras, que hasta ahora habían sido editadas en su mayor parte en Alicante y Barcelona. Desde un punto de vista estrictamente editorial, Madrid hubiera sido su destino, como sabemos, ya antes de Barcelona. Sin embargo, como demuestra de modo muy claro y convincente Roberta Johnson en su libro El ser y la palabra en Gabriel Miró, el periodo barcelonés significó una maduración intelectual de valor incalculable para Miró. «Los artículos más tempranos del Libro de Sigüenza, aunque sufrieron muchos cambios entre la primera y la última versión, no salen del género del artículo de costumbres; se basan en lo anecdótico con fuertes dosis de lo moral [...] [en los] artículos escritos ya después de que Miró empezó su colaboración con periódicos barceloneses, [...] se nota una marcada diferencia con los anteriores»28. Y es que no solo se ensancharon sus horizontes intelectuales sino que se aquilataron bajo la influencia poderosa de individuos cuya formación era en aquellos momentos superior a la suya. Me refiero a Maragall, D'Ors y Turró, sobre todo, pero también a Granados en calidad de artista indiscutible en una disciplina tan ajena a Miró, complementaria quizá de la plástica aprendida en años mozos de su tío el pintor Lorenzo Casanova.

A pesar de que el Libro de Sigüenza tuvo tan poca resonancia con su publicación en 1917 en Barcelona y de que parece haber tenido asimismo tan poco relieve en los años que Miró vivió en esta ciudad, he creído -no sin algún recelo crítico- ubicar la obra precisamente en este lugar y en esta época por varias razones, algunas de las cuales quedan ya aducidas en paginas anteriores y otras que siguen. En primer lugar, el Libro de Sigüenza es libro como tal solamente en parte. Es tomo, es volumen, de modo indiscutible tipográfica y editorialmente, primero en 1917 y después en 1927, 1936, etc.; esto de modo extrínseco a su contenido, claro está, y a ello voy. Mas es libro de verdad, o sea, conjunto, únicamente en virtud de su protagonista que es Sigüenza. Y Sigüenza, como ya queda dicho, es una criatura que medra al paso que lo hace Miró a lo largo de su vida, desde 1903 (o quizá un poco antes) hasta la muerte de su creador en 1930. Jamás, ni antes ni después, habían personaje y autor convivido tan estrecha y largamente: Sigüenza es Miró en gran parte y medida. Este necesita de aquél para verter su vida en literatura y para convertir su existencia en arte duradero. Pues bien, y he aquí la razón más poderosa de situar el Libro en esta coyuntura, Sigüenza alcanza -aun dentro de sus deslindes inconcretos e «intrahistóricos»-, al igual que Miró, su madurez (no su plenitud, que no llegará hasta Años y leguas) intelectual en los años barceloneses.

Al igual que el propio Miró y que Sigüenza, el Libro de Sigüenza es anterior y posterior a los años en que el escritor reside en Barcelona, o sea, de 1914 a 1920. Los capítulos más tempranos -cronológica, no estéticamente- del Libro están fechados en 1903: «El señor de los ataques», «Sigüenza, el pastor y el cordero», «De los balcones y portales». Esto quiere decir que el Libro en parte antecede a Del vivir (1904), donde Miró da a conocer a Sigüenza públicamente por vez primera. Difícilmente, sin embargo, podrase saber nunca si en estos momentos inaugurales de la carrera literaria de Miró y de la aparición inicial de Sigüenza concebía el joven autor una futura y segunda obra protagonizada por el mismo héroe. Yo lo dudo, ya que la pauta con la que crece, desaparece y reaparece Sigüenza es tan pausada como discontinua. En los catorce años que van desde la publicación de Del vivir hasta la del Libro de Sigüenza, Miró escribió gran parte de su obra, cerca de una veintena de libros de toda índole: cuentos, novelas cortas, traducciones, novelas largas29 y relatos bíblicos. O sea, que en modo alguno se dedicó exclusivamente al Libro, todo lo contrario. Este fue haciéndose, diría yo, casi él solo, llegando el momento en que estaba ya lo suficientemente maduro cuando Miró lo dio al telar de la imprenta en 1917. Prueba de ello la tenemos en que esta obra continuó creciendo y aumentando en ediciones sucesivas: en la segunda edición (1927) había medrado un capítulo más, «Otra tarde (La gaviota)», hasta la tercera edición (1936), donde finalmente dos narraciones nuevas, «Simulaciones (Llegada a Madrid)» y «La nena de la tos ferina», fueron añadidas. De ahí que no crea yo que ab initio -digamos hasta mucho después de la publicación de Del vivir, obra que se vendió muy poco- fueran los artículos repartidos por revistas y diarios protagonizados por Sigüenza destinados a un futuro libro dado. Conviene recordar al respecto que algunos de estos relatos no se recogieron nunca en un volumen, como por ejemplo «Sigüenza y los señores concejales» (Diario de Alicante, 4 de septiembre de 1909), y otros fueron a parar a otros libros, como es el caso de «Un vagar de Sigüenza» (Del huerto provinciano, Barcelona, Doménech, 1912), antes de recogerse en la segunda edición del Libro bajo el título de «Otra tarde (La Gaviota)».

A favor de mi empeño de que el Libro casi fue haciéndose solo, pues llegaría el momento en que Miró tuvo que sentir el apremio artístico de tornar estos disperses capítulos en un tomo, nos hallamos con el hecho irrefutable de que no hay narración en esta obra que no hubiese aparecido por alguna parte -revista, diario, colección- anteriormente. Y es que Sigüenza se le impone a Miró como necesidad literaria consciente o inconscientemente espiritual. Miró, repito, necesita de Sigüenza, no como cumbre estética o literaria marcada cada equis número de años con un nuevo libro, sino como una perenne e inquietante presencia cotidiana, a la cual da salida su autor cuando ya no le queda más remedio, cuando la salida es un natural desemboque cual si fuera un parto literario. La gestación no es de Sigüenza, sino de episodios o etapas de su vida. Contamos con cinco colecciones de sus días (Del vivir, Libro de Sigüenza, Años y leguas, Glosas de Sigüenza, Sigüenza y el Mirador Azul), que además no concluyen con la prematura muerte de su autor. Sigüenza si muere es porque desaparece su creador, pero él -al despedírsenos en Años y leguas- vaga por aquel valle alicantino dominado por la cumbre de Aitana en un mes de otoño.

Los retoños más tempranos del Libro de Sigüenza, si, aparecieron en diarios de la región alicantina, pero los más y los maduros fueron escritos y publicados en Barcelona. En La Vanguardia salieron quince, otros quince en el Diario de Barcelona, y tres en La Publicidad. El resto apareció en Los Lunes de El Imparcial y en Caras y Caretas. La emoción sentida por Miró al serle acogida su primera colaboración en el diario catalán de más prestigio se trasluce al declarar, en renglón aparte, en una carta a su amigo Juan Vidal Ramos: «Hoy he escrito mi primer artículo para La Vanguardia», correspondiente al 5 de diciembre de 191330. El artículo era «En el mar (Vinaroz)», e iría destinado al Libro. Y eso que llevaba Miró más de tres años publicando artículos en la prensa barcelonesa, el primero de ellos dedicado a su benefactor y amigo Juan Maragall, bajo el título de «La paz lugareña» (Diario de Barcelona, 8 de septiembre de 1911).

El Libro de Sigüenza acaso sea el más personal de Gabriel Miró, obra donde vida y arte concuerdan en simbiosis perfecta. En él vierte su autor las experiencias más arraigadas en su espíritu, que comprenden toda una vida, desde sus años de colegial en un convento de jesuitas hasta las dificultades para ganarse el pan ofrecidas por unas oposiciones judiciales. Tomando como punto de partida un hecho real, con frecuencia autobiográfico, Miró lo eleva al nivel de la universalidad al convertirlo en materia artística. No debe admirarnos, pues, la disparidad de narraciones y cuentos incluidos en este libro, cuyo único nexo parece ser el personaje que figura en su totalidad.

El título Libro de Sigüenza es feliz acierto por ser exacto. Lo forman jornadas de la vida del personaje así llamado, que aparece en todas ellas, completas, estas, al parecer, en si, pero dotadas de la misma expresión intensa de «un ánimo individual» que las oprime. Sus capítulos individuales son ensayos unos, parábolas otros, meditaciones algunos, fábulas otros más, memorias, cuentos, y divagaciones el resto. La candidez, el apocamiento, en una palabra: la hiperestesia sigüencina, matiza todos los capítulos, proporcionándoles de este modo el ligamento más tangible que los une.

El tempo narrativo en la mayoría de estos relatos y cuentos es lento, acompasado, como es costumbre en Miró. Pocos de ellos tienen trama alguna, son composiciones breves cuyo contenido somero es propio de un romance lírico, admirado tanto por su sentido económico y vagamente arcano como por su belleza de expresión. El lirismo de las narraciones mironianas es indiscutible, el autor se regodea en la depuración de la frase que sale de su pluma como oración aquilatada. La narración se hace desde una multitud de puntos de vista y desde una pluralidad de perspectivas que en un principio agobian al lector, pero que paulatinamente lo sumen en un confín de sinestesias del cual se resiste a salir. Los personajes que en estos capítulos acompañan a Sigüenza son seres humildes de vidas oscuras y fracasadas. No obstante, pocos de ellos cuentan con «otra vida» como tiene Sigüenza. Este podrá ser un oscuro funcionario de la burocracia gubernamental, a ojos de muchos, pero sabemos que esa existencia exterior y adocenada es un mundillo insignificante para el protagonista. La verdadera vida para él es aquella que se forja en su interior y que trasciende toda ramplonería. Los personajes más cercanos a él servirán como contraste a la fantasía de sus ficciones, a ellos les es dada la tosquedad de lo vulgar y el escepticismo de hombres que trabajan para ganarse la vida. Sigüenza queda siempre alejado de todos; la constancia con la cual algo lo separa de sus «semejantes» es inquietadora, tenida en cuenta su afinidad con la Naturaleza y aquellos animales aún no domesticados por el nombre.

La temática del Libro de Sigüenza acapara toda una gama anímica, propia de un espíritu sensitivo e impresionable, respondiente a estímulos primitivos, naturales, exquisitos y malsanos. Destacan en esta riqueza de temas la nostalgia del pasado, el amor a la Naturaleza y la alienación del individuo. Otros temas plenamente desarrollados son el escepticismo ante el progreso, el amor a las Sagradas Escrituras, el menosprecio de la ciudad, la xenofobia y la misantropía, el tempus fugit y el memento mori, el odio declarado a la hipocresía de los hombres, la admiración por la civilización griega, cierta inclinación por lo morboso, la soledad no ya del hombre sino de toda criatura, y el tema del viaje, ya bien a pie, en burro o, con alguna frecuencia, en tren.

El prólogo, pagina preliminar de la primera edición, es el acercamiento de Sigüenza al lector por parte de su autor. Sirve el prefacio de puente que une el pasado del héroe, sus andanzas por Parcent en Del vivir, a su presente, que son las vivencias del Libro. La pontana une también este presente, todavía actual, al porvenir de Sigüenza, aquellas jornadas que el autor nos irá a narrar en su última obra: Años y leguas.

El ciclo vital del personaje Sigüenza ha sido para Gabriel Miró un proceso de descubrimiento. La autonomía del protagonista es tal que, lejos de ser fruto de la ficción mironiana, es imagen del escritor. El novelista no inventa a su agonista, sino que lo va conociendo poco a poco, descubriendo, según sobre él escribe, lo que ya era. Sigüenza estaba ya presente, desde un principio, en la mente de Gabriel Miró, quien lo humana al darle forma.

Este proceso expuesto por el autor en el prólogo es una ofrenda a que el lector participe del descubrimiento que él hace de su criatura. El desarrollo es tripartito: en primer lugar, el autor desencadena su pensamiento para vivificar al personaje, proyectándose en él; el lector, en segundo lugar, experimenta asimismo una sensación de descubrimiento semejante a la del novelista, en su tarea de infundir vida al héroe y su circunstancia; y, en último lugar, la autognosis del propio Sigüenza que antecede y trasciende esta obra, término medio de su existencia.

Todo el prólogo es una apología en defensa de la autonomía del héroe, que, de por sí, aparenta carecer -el autor teme por su ente de ficción. Entrañablemente encariñado Miró con su Sigüenza, y por lo tanto celoso, nos suplica que se lo dejemos en el Libro de Sigüenza, hasta que él nos lo traiga otra vez, diez años más tarde, en Años y leguas, la ubicación de su destino final.