Un viaje por la Marina Baja
Por Ramón Fernández Palmeral
Salimos mi mujer Julia
Hidalgo y yo desde Alicante dirección Benidorm para alojarnos en el Hotel Bali,
sobre las 7 de la tarde del día 20 de junio del 2008, por la autovía
A-7 dirección Valencia. Donde pasaríamos
concretamente cinco noches. Habíamos preparado un viaje para exiliarnos en
Benidorm durante la semana de las fiestas de Fogueras u Hogueras de San Juan en Alicante, porque era imposible
dormir, nosotros respetamos las tradiciones de las barracas, la música hasta la madrugada, el fuego de las
hogueras en medio de las plazas, las “mascletás” y los cohetes a los pies de la
gente; pero yo tengo “fobiafuego” y no
lo soporto, quizá en mi subconsciente aún perdura el trauma de aquella vez que
me quemé todo el cuerpo con leche hirviendo, pero esto no debería justificar mi
“foboinfierno” a las Hogueras de San Juan, que me parece muy bien para los
ingresos económicos de la ciudad, aunque
le rompa el ritmo y la paralice para que se diviertan unos miles de barraquers.
Aunque estamos afincados
en Alicante y pensamos vivir aquí por muchos años, pero según los foguerers y barraquers no tenemos
derecho a opinar ni a proponer que las fiestas patronales salgan de la ciudad,
a una explanada o ejido como ha hecho ya en otras ciudades importantes: Sevilla
o Málaga. Que mientras unos miles se divierten el resto de cientos de miles
puedan trabajar, pero aquí no, porque la diversión es obligatoria incluso para
enfermos, niños y ancianos. Quizás me esté haciendo viejo, y esto es como una
enfermedad contagiosa, los años impertinentes que nos precipitan hacia el
fin...
Al amanecer del día siguiente entra el sol en
la habitación del piso 14 del Hotel Bali, todo el azul del mar entra como un
caballo desbocado por el balcón, al abrir las cortinas se ve la isla de
Benidorm, los rascacielos aparecen como vigilantes de batas blancas. Por San
Juan empieza a hace calor, nos espera la sierra de la Marina.
Al salir de La Nucía, uno se tiene que parar
al borde de la carretera ante la vista del Ponoch y Polop, y sacar la cámara. La carretera pasa
por Polop, pasado un puente sobre un hondo riachuelo, entras irremediablemente
en el pueblo, donde te ensordecen los cientos de caños de la fuentes de los
doscientos y pico chorros. Aparcar donde se pueda, bajarse del coche y caminar,
para sacar fotos al busto de Gabriel Miró y a los azulejos con una frase:
"Agua de pueblo, de este pueblo, que
Sigüenza bebió hace veinte años. Tiene un dulzor de dejo amargo, pero de verdad
química, que todavía es más verdad lírica. Bebiéndola se le aparece en la
lengua el mismo sabor preciso del agua y de su sed de entonces". (Gabriel
Miró. Años y leguas).
Uno tiene la obligación de preguntar por la
"Casa de Sigüenza, la casa o “casalicio” como escribe Miró y nos
encontraremos, como es de esperar, a dos
hombres del pueblo que nos dirán con amargura en la boca que la casa del
escritor ya no existe, que se vendió y construyó en el lugar un bloque
vivienda, y uno siente la rabia de la incultura. ¿Cómo es posible que pasen
estas cosas? Luego subimos desilusionados
andando dirección a la iglesia de San Pedro Apóstol, bajo altos adarves,
pasamos por la calle de Benjamín Palencia porque aquí residió el ilustre pintor
manchego de la Escuela de Vallecas, y autor entre otras muchas obras, que yo
recuerde un dibujo a Miguel Hernández
tocando una armónica para ilustrar un silbo quizás vulnerado que no se llegó a
publicarse sobre 1934.
Uno se encuentra con la calle Oscar Esplá,
amigo de Miró que también estuvo pisando estas calles de pueblo. Agarrado al
pasamanos del Vía Crucis, subimos a un cerro donde se sitúa el cementerio que
sirvió de escenario para la tétrico relato de "Huerto de Cruces",
relato premiado con el premio Mariano Cavia de 1925, e incluido más tarde en Años y Leguas, a mí particularmente, no
me gusta, pienso que sus amistades madrileños debieron plomar el platillo de su
balanza. Cuenta la historia del entierro del pobre Manihuel, y es que la muerte
ronda todos los libros de Miró, como si fuera una premonición de su temprana
muerte el 27 de mayo de 1930, por una apendicitis, tenía usted 49 años.
La
novela Las cerezas del cementerio
1910, sitúa el relato en Posuna. La serie de televisión de 2004, se rodó en las
tapias del cementerio de Polop de la Marina, pero nada tiene que ver la novela
con Polop porque Miró y su familia llegaron a Polop en mayo de 1921, once años
después de la primera publicación. Tras la recaída de la enfermedad de su hija Clemencia, residiendo en Madrid.
Informados
por una mujer entrada en la edad de la menopausia, que camina con una pesada
cesta de la compra, nos anuncia que el camino del cementerio está frente a la
iglesia, subiendo por un empedrado camino del Calvario. Se halla escoltado por
pinos, y hornacinas de un vía crucis, con imágenes en azulejos de la Pasión del
Señor que son idénticas a las que hay en plaza de La Romana.
El camino del cementerio nos eleva a una
vista generosa, la torre de la iglesia con su campanario callado se interpone
ante el monte de Ponoch: “…bajo el monte Ponoch, en cuyos hombros rueda el sol viejo» (p.167). Y aquí estamos otra vez con el libro abierto y nervioso leemos:
"Sigüenza principia la cuesta del cementerio escombrada de muladares»
(p.159), Y mi mujer y yo le seguimos.
Nervioso porque tengo la satisfacción de ver
lo leído en Años y leguas del
admirado maestro Gabriel Miró. Y nos parece ver a Gasparo Torralba con "el
cráneo calzado de pelo duro", que es el enterrador de Polop que tiene la
llave del cementerio. Tocan a muerto pero no hay muerto, solo es el aniversario
de un novicio que murió aquí el año pasado.
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Ramón
F. Palmeral subiendo al cementerio de Polop de la Marina. Junio de 2008
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Sosegados por un asiento de madera, uno puede ver los tejados de las casas, una ya con el tejado desvencijado, tejas que son ya escombros, y a los lejos La Nucía luciendo blancura en un cubo de arquitectura moderna. En frente el Ponoch. Verdean en lo hondo del valle los bancales ya abandonados, ya cubiertos de hierbas, sin vinar, pero lo más asombroso es que aún pervive un grupo de pitas, ¿serán las mismas pitas de la que habla Miró cuando escribe: "Las piteras están en flor, tortas de flor amarilla y apretadas como girasoles" (p.203). A otro lado la sierra de Bernia "galeón volcado" (p.160), entre grises de dormidos perfumes y violetas...
Para finaliza
este texto, hecho mano al libro Los
moriscos españoles su conversión y expulsión del historiador estadounidense
Henry Charles Lea, edición del Instituto de Cultura Juan Gil Albert de Alicante,
1990, pág, 120, donde se cuenta la
masacre de los moriscos de Polop:
"Le sucedió en el mando Vicente Peris,
quien el 25 de julio 1521 obtuvo la decisiva victoria de Gandía, dejando el
territorio circundante a merced de los agermanados; partidas incontroladas se
abatieron de inmediato sobre la comarca, saqueándola y obligando a los moros a
recibir el bautismo. El propio Peris [capitán general del ejército agermanado, durante de la
revuelta de las Germanías en el Reino de Valencia],
puso sitio al castillo de Polop, en el que un considerable número de cristianos
y alrededor de unos 800 moros habían buscado refugio. Tras un bombardeo que
duró cuatro días el castillo se rindió, pagando un rescate y aviniéndose los
moros al bautismo a cambio de que se les garantizaran vidas y haciendas. Fueron
agrupados en la barbacana del castillo y en esto corrió la voz de que los moros
de Chirles acudían a rescatarlos. Al grito de "¡Matadlos!" fueron
todos pasados por las armas, arrebatándose un abundante botín a los cadáveres.
En septiembre volvió París a Valencia con la misión de bloquear las
negociaciones entonces en curso para alcanzar un acuerdo. Estando allí organizó
una asamblea en la que se acordó declarar una guerra de exterminio; un artículo
de tal declaración exigía el bautismo de todos los moros, de forma que pagaron
impuestos superiores a los que debían hacer efectivos los cristianos
viejos".