PASIÓN
MEDITERRÁNEA.
Pporyecto de novela de Ramón Fernández Palmeral
Pasando por el Cabo de Gata en
Almería.
“Querida amiga Eloisa, sin dos puntos,
lejos quedaron los días de nuestros desafueros, esta mañana de Agosto, te
escribo estas cartas como una parada necesaria, como un escape agradable en mi destino de aventuras y
viajes, destino en brazos del abismo de la nada, con una mirada locamente sincera, tal vez de
poeta latino, con el calor de una copa de un vino rojo en la cubierta del Cormorán en este momento en que
navegamos apacibles, muerta la vela,
bordeando el Cabo de Gata en las costas de Almería, hacia el
levante. El mar, echado todo su ser
sobre sí mismo, levemente húmedo, te mantiene siempre alerta, a la defensiva,
es un enemigo brutal cuando quiere, te domina, un verdadero traidor, he visto
marineros escupir al cielo, pero hoy el mar no tiene sinónimos de pacífico, es como
tocar un fragmento de eternidad, las semillas de la tierra. Por eso, la soledad frente al elemento de
Poseidón te hace fuerte ante la vida, te fortalece, te fortifica, te fragua
desde el infinito interior. Hoy tiene
ese color cobalto que tanto usaron los impresionistas. Está tan quito que las
ondas del mar, producidas por el navegar de nuestro velero, rebotan en la costa
y vuelven a nuestro encuentro, mientras la aguda proa de "ulisiacas"
naves, va prolongando el isósceles triángulo de nuevas ondas.
Emilio y
yo vivimos en el mar, sobre el mar, en
este velero de doce metros de eslora y no sé cuánto de puntal, y de vez en
cuando bajamos a tierra para sentir la nostalgia de las piernas y como anfibios saltarines que han descubierto
la seguridad de la tierra, el asalto al costa colonizada, caminas a cuatro
patas olfateando la firme vida a nuestro
frente. Cuando veo este mar de caprichosos destellos de luz impresionista sobre
su propia y desnuda liberación, desnudo
como un bebé, no puedo por menos que recordar
los cuadros del pintor manierista Esteban Arriaga, una exposición que vi de él
en Torremolinos. Me encuentro como suspendida en el aire, leve, pluma, tan leve que podría echarme a volar como los
cormoranes pescadores o las gaviotas reidoras cuando bucean en el aire
acompañadas de sus graznidos, son peleonas, salvajes, ladronas, casi
humanas. Este es un lugar salvaje,
prehistóricamente volcánico,
difícilmente comparable a ningún otro espacio natural de los que recuerdo haber
visto a lo largo de esta costa andaluza.
El amanecer me sabe a pomelo, el sol acaba de poner en el horizonte su
fuego de luz, su huevo de paloma divina, perfume de metal azul, todo el cielo
se ha iluminado como quien entra en una habitación y ha encendido la luz
cegadora, navegamos perdidos en la mirada de un mar que se abre en labios
metálicos, en besos que venden cada día sus vientos, en la búsqueda y también
en la huida, caminos en ruina de un
tiempo que se va entre mis manos, sin posibilidad de cadenas que lo retengan,
mar de fondo de la poetisa Ana María Navales.
El sol es amarillo cadmio claro porque atraviesa muchas capas de
pensamientos fallidos que vagan con la bruma del mar Mediterráneo, la bruma se
compone, sin que lo sepamos, de un poso de pensamiento, de nuestros errores y de nuestros fracasos,
por eso no es limpia ni transparente, la bruma es la oscuridad del alma. El
olor a algas se levanta brotando hojas, flexible e el deseo de entrar por la
nariz y alojarse en el recuerdo del
Emilio y
yo somos dos pestañas perdidas entre las luces del océano, dónde está el océano
peguntó el pequeño pez a su padre,
sedientos de amor carnal a la deriva del aire de un sueño olvidado o de
un deseo lleno de fantasías eróticas, de mentes comunicadas y silencios no
necesitados de interpretación. ¡Qué a
gusto me encuentro! Es como un museo
único en el mundo. Refugio sublime de las formas. Las caricias de Emilio me
atraviesan la piel en un arte oriental de acupuntura o como si caminara sobre
mis espaldas las uñas de un escorpión, su atenciones sobre mí es continua y
refinada, que lástima que sea un hombre forzado por el dinero, por un corto
contrato de alquiler, está mi servicio.
No quiero perderme este amanecer en
bajarme a detalles. La luz se calza de
rayos, el marrón de los altos cerro de la costa contrasta con el azul solitario
y divorciado de nubes. El amanecer ha desplegado todo su esplendor como un
proyecto de día y siento que a la vez es un hilo frágil, la poesía de la
incertidumbre. En un momento de éxtasis
en el que me encuentro llena de fuerza, llena de pasión por dar, por dar algo
de mí, por saber qué tengo dentro, por eso voy a empezar en serio a escribir esa
novela que siempre desee escribir, y la que....
Continua….