De socialdemócratas a socioliberales
A principios del siglo XX se consideraba a los socialistas
iluminados y criminales. Tras la primera guerra gobernaban en casi toda
Europa tras renunciar a la revolución. En 2002 gobernaban en 15 países
de la UE; en 2010 solo en España, Grecia y Portugal
La ‘tercera vía’ de Tony Blair acabó por acomodar la socialdemocracia al liberalismo
La ‘tercera vía’ de Tony Blair acabó por acomodar la socialdemocracia al liberalismo
Cuando
la caída del muro de Berlín, en 1989, había inquietud por las
consecuencias posibles del acontecimiento sobre el estatus de los
trabajadores occidentales. Muchos entendían que los derechos laborales y
el Estado de bienestar eran concesiones del capitalismo liberal por
miedo al comunismo y que, al hundirse el bloque soviético y desaparecer
el peligro de contagio, comenzaría el proceso de anulación y liquidación
de las conquistas sociales. Procede aquí la anécdota de un viejo
comunista, ya fallecido, que, una tarde de palique en cierta terraza,
lamentó la desaparición del bloque comunista que dejaría al capitalismo
sin enemigo de consideración; lo que le permitiría acabar, añadió, con
los derechos de los trabajadores, arrasar los sindicatos y demás. Quiso
la casualidad que estuviera en la rueda de presentes un amigo polaco al
que los lamentos del veterano comunista llenaron la buchaca: -Lo que
estás diciendo es que debemos nosotros, los polacos, los checos, los
húngaros, seguir como estábamos para que ustedes vivan bien y
tranquilos– dijo.
-Razones –convinieron los
contertulios en los que, sin duda, latía la idea que la
socialdemocracia, en cuanto artífice principal de los logros históricos
de los trabajadores, había sido la vacuna contra el peligro comunista.
Pero vayamos por orden.
Lo que va de ayer a hoy
A principios del siglo
pasado se consideraba a los socialistas bandas sectarias de iluminados y
criminales. Sin embargo, tras la primera guerra mundial se les vio
compartir poder con los partidos burgueses en Alemania, Suecia y
Austria; más adelante, en Inglaterra y Francia. Habían renunciado a la
violencia revolucionaria y a la destrucción de la propiedad privada a
cambio de que se aceptaran políticas de redistribución de los superávit
tendentes a la igualación social. Esta transacción, por llamarla de
alguna manera, es el origen del prejuicio de tildar a la
socialdemocracia de simple gestor del capitalismo orientado a desactivar
intentonas peligrosas.
>En cualquier caso, lo
cierto es que los socialdemócratas consiguieron sacar adelante a lo
largo del siglo buena parte de sus propuestas programáticas: sufragio
universal de ambos sexos, incorporación de la mujer al trabajo,
reconocimiento de los sindicatos y del derecho de huelga, reducción de
la jornada laboral a 40 horas y lo que dio en llamarse “Estado
providencia” (pensiones de vejez, enfermedad, viudedad, etcétera).
Fueron logros asumidos por la sociedad europea que dejaron a la
socialdemocracia sin objetivos y de ahí que derivara hacia el mero afán
de ganar elecciones; so pretexto de preservar lo conseguido, entre lo
que cabe incluir la ambición de quienes pretendían medrar de
socialistas.
El indudable éxito de la política socialdemócrata
hizo que en 2002 quince países de la UE tuvieran gobiernos de su signo.
En 2010, sin embargo, sólo gobernaban en España, Portugal y Grecia. Ya
entonces era evidente el agotamiento de la socialdemocracia al carecer
de un proyecto que oponer a los neoliberales; de una política que al
menos suavizara las crecientes desigualdades que sólo 85 personas
acumulen una riqueza igual a la que comparten más de tres mil millones,
la mitad de la población del planeta es dato para ponernos en guardia.
En la reunión última del Foro de Davos se abordó este problema de la
desigualdad que tiene, como es sabido, su reflejo en España, uno de los
países en que más se ha incrementado. En algún sitio leí en referencia
al famoso lema, que no hay más Libertad que la del dinero, ni más
Igualdad conocida que la limitada a la cabina de votación y que ambas
dejan descolgadas a la Fraternidad, palabra vacía a la que nada
compromete y hasta cursi resulta mentarla.
Ante este
panorama, se señala a la socialdemocracia como la gran derrotada al
darse al liberalismo. Se habla de descomposición irremediable, de agonía
en medio de la podredumbre universal, de ruinas sobre las que nada es
posible construir ya. Las versiones del mal de la socialdemocracia, las
calificaciones y descalificaciones, recorren toda la gama de pelajes
ideológicos de los que me quedo con la denominación “socioliberalismo”
para señalar a la “tercera vía” que aunque fuera ocurrencia de Tony
Blair, representaron Felipe González, Schröder, Strauss-Kahn, Olof
Palme, Mitterand, etcétera; y al otro lado del Atlántico, el ex
presidente Clinton que mantuvo con muchos de ellos una relación fluida.
Hoy poco queda de aquellos fulgores. Es mucha la distancia entre
aquellos dirigentes y lo que pueda representar hoy Hollande o Pedro
Sánchez, perdonando por el modo de señalar.
Del éxito al neoliberalismo
Con la caída, en 1989, del muro de Berlín y la desaparición de la URSS
se acabó lo que se daba. Ya por aquellas fechas la socialdemocracia
evolucionaba hacia el socioliberalismo, que algunos llaman “socialismo
de derechas” y que, a mi entender, tiene a Pedro Sánchez cogido por el
bebe. Durante ese proceso de reconversión, las diferencias de clase se
diluyeron, se hizo más dificultoso discernir quienes eran clase obrera y
quienes no porque tampoco los implicados lo tenían muy claro: los
partidos y sindicatos que los representaban aparecían como parte
importante del sistema de poder, que primero había conseguido
desvincular a los sindicatos de los partidos de izquierdas a base de
permitirles disfrutar de la moqueta del poder. Las centrales dejaron de
ser “correas de transmisión” con lo que perdieron influjo los partidos y
cubrieron la primera fase de su camino hacia la irrelevancia por el que
los empujaron. Hoy pertenecer a un sindicato aumenta las dificultades o
elimina la posibilidad de conseguir trabajo. El caso
es que los socialdemócratas se encontraron ante el dilema de elegir
entre pájaro en mano o brincar para atrapar a los ciento volando.
Siempre se ha discutido qué es mejor, si arrancar concesiones que
mejoren la vida de la gente aquí y ahora; o aguardar a la victoria final
para disponer de todo el paraíso, además de los pájaros. Así, al optar
por la primera, por el pájaro en mano, el partido de clase que inventó
la socialdemocracia a finales del XIX acabó convertido en una formación
interclasista con fuerte presencia de las clases medias. Perdió en mucha
medida su carácter inicial.
Ya indiqué que el
éxito político llevó a los socialdemócratas a gobernar en prácticamente
toda la UE. En 1980, nueve años antes de la caída del muro berlinés,
los sectores del Partido Demócrata USA añorantes del New Deal acogieron
en Washington a dirigentes europeos como Willy Brandt, Felipe González,
Mitterand y Olof Palme, que sería asesinado en 1986. Había una línea de
comunicación entre las dos orillas atlánticas que borraría el ascenso de
los ultraliberales estadounidenses, enemigos declarados del Estado de
bienestar, al que consideran una entidad burocratizada e ineficaz que
perjudica la capacidad de iniciativa de la gente; aparte su excesivo
coste de gestión. Para estos llamados “neocons”, que se impusieron en
Washington, el Estado de bienestar destruye la inventiva empresarial y
obstaculiza la productividad.
Los ideólogos
neoliberales USA, en fin, consideran la solidaridad social pura utopía y
desean anular las políticas sociales, mientras sus émulos europeos se
sienten obligados a ser más cautos y a no ir por lo derecho para no
alarmar a sus electores que, a diferencia de los estadounidenses,
consideran la política social parte importante de sus derechos
ciudadanos.
La socialdemocracia, proa al marisco
La avalancha neoliberal llevó al último Clinton a abrazar la “tercera
vía” de Blair. En realidad, según sus críticos más duros, la tal vía fue
el intento de ponerle sonrisa al thatcherismo y su política de
eliminación de servicios públicos y de privatizaciones; por no hablar de
la forma en que Margaret Thatcher quebró el espinazo de los otrora
poderosos sindicatos ingleses. Para Sami Naïr, esa “tercera vía” no era
sino la adaptación sin más a la globalización liberal.
Mientras, la izquierda italiana no se dejaba sentir en aquellos mismos
momentos frente al populismo reaccionario de Berlusconi; en Alemania,
Oskar La Fontaine se negaba a aceptar la deriva liberal de Schröder y el
SPD perdió diez millones de votos sin que haya encontrado todavía al
líder que lo reflote más allá de los predios de Merkel. Tampoco los
socialdemócratas franceses encuentran quien los saque del pozo al que
los arrojó el fracaso de la “izquierda plural”. En términos generales,
las elecciones europeas de 2009 confirmaron el retroceso en la UE de los
partidos socialdemócratas, el dominio de la derecha neoliberal y la
creciente presencia de la ultraderecha que desde aquella fecha no ha
hecho sino avanzar. En la parte que más nos toca, en fin, Carlos
Solchaga, siendo ministro de Economía, se jactó de que en España era
posible hacerse rico rápidamente. Pretendía, al parecer, atraer
inversores, que fue el mismo propósito que años después movería a
Mariano Rajoy a ponderar en Japón las ventajas de los bajos salarios
españoles como atractivo inversor. Entre uno y otro, Zapatero aceptó el
neoliberalismo, giro que Juan Fernando López Aguilar justificó con la
que denominó “cultura de gobierno” que le llevó a aceptar como
presidente de España lo que no admitiría como dirigente socialista.
Los socialdemócratas,
oficiando ya de socioliberales se entregaron con fe de conversos a
calzar por los griegos y cuando creyeron haberlos liquidado con el apoyo
de Merkel les salió en el Reino Unido Jeremy Corbyn y en los USA Bernie
Sanders, que le disputa a Hillary Clinton la candidatura demócrata. Los
dos sacaron a relucir aspiraciones y planteamientos que creían haber
enterrado en Grecia. Como si todo cuanto quiso erradicar la “tercera
vía” cobrara nuevos arrestos. Y no solo eso sino que tanto los
socioliberales como sus colegas neoliberales comparten el problema de
que si hasta ahora las derrotas electorales beneficiaban sólo a las
derechas ahora las aprovechan también por la izquierda y ahí está
Podemos, por ejemplo. Desde luego el liderazgo laborista de Corbyn no
parece todavía capaz de sentarlo en Downing Street ni que sean muchas
las posibilidades de Bernie Sanders, pero hay que ver la cara que se le
quedó a Hillary Clinton cuando, tras defender la abolición por su marido
de la frontera entre actividades bancarias y especulativas, Sanders le
recordó cuanto contribuyó esa medida neoliberal a la crisis financiera
de 2007. De España nada digo porque da la sensación de que tanto
negociar no deja espacio para otra cosa.
Hay síntomas de retroceso neoliberal
Interpretado a la pata llana, Serge Halimi piensa que los
socioliberales han capitulado de mala manera ante la patronal y las
finanzas para conseguir renovar el arrendamiento del poder del que se
han beneficiado. Arrendamiento del poder que da derecha luego a puerta
giratoria. Pero se encuentran con que financieros y empresarios han
comprendido que no los necesitan para nada. Ni a los socioliberales ni a
los neos. Advierten que, realmente, no tienen los financieros y los
grandes empresarios a nadie que se les enfrente en la cima del poder; y
que comienzan a despuntar enfoques que ponen en entredicho los dogmas
liberales que nos ha traído cerca de un nuevo bloqueo de la economía y
las finanzas mundiales. Al tiempo que se advierte la ineficacia de
medidas como la disminución de impuestos, los recortes de las
cotizaciones sociales, la ampliación del libre comercio, etcétera,
políticas que defendía el Fondo Monetario Internacional (FMI) que
comienza ahora a desautorizarlas. Como han caído en desgracia las
políticas de debilitamiento de los sindicatos y de desmantelamiento de
la legislación laboral llevado a cabo en España por la famosa reforma
del PP. Estas se anunciaron como necesarias para fortalecer el espíritu
de empresa y permitir la flexibilidad y han devenido en factores de
incremento de las desigualdades hasta extremos de riesgo.
Por su parte, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) se distancia de otras convicciones neoliberales que han
hecho estragos en la socialdemocracia. Sería el caso de la afirmación
de que la desigualdad no es un mal sino, antes al contrario, estimula la
iniciativa y la innovación cuando lo que ha ocurrido, según la OCDE, es
que el enriquecimiento desmesurado de los más ricos ha comprometido el
crecimiento económico a largo plazo.
Otra de
las recetas socioliberales que en su momento reivindicara Hollande, como
lo hiciera antes de él Mitterand, son las rebajas de impuestos que al The Economist (2 de enero p.p.), una de las biblias liberales, le “parecen un poco irresponsables en la actualidad”.
Todo esto y más cosas están ocurriendo mientras en España siguen los
partidos con la coña. La última, ya saben, la negativa del Gobierno a
someterse a control parlamentario, que es, ya ven, lo más cerca de una
dictadura a que se ha llegado últimamente. Entre Rajoy, que ha
demostrado desconocer lo que es un comportamiento democrático coherente,
Pedro Sánchez, que se siente incapaz de plantarle cara a los jarrones
chinos y Pablo Iglesias, que confundió el Parlamento con una asamblea de
Facultad vamos listos.