El Acebuchal recupera la vida y la dignidad
La aldea fue desalojada en 1948 por la
Guardia Civil recelosa de su relación con el Maquis · El empeño de una
familia ha logrado que se restauren todas sus casas
Encarna Maldonado / Málaga | Actualizado 11.12.2011 - 01:00
En aquellos años de posguerra y miserias los desalojados buscaron el refugio de los familiares en los pueblos de los alrededores y El Acebuchal entró en una devastadora agonía. No volvieron al pueblo cuando desapareció la guerrilla porque el miedo continuaba, aunque durante los veranos la aldea recobraba algo de vida al calor de una venta y una taberna a las que acudían los arrieros que atravesaban la sierra camino de los pueblos granadinos de Jayena y Fornes para vender pasas, tomates o pescado y comprar garbanzos, trigo o lentejas. Entre aquellos arrieros había un niño huérfano, Antonio García. Cuando tenía dos meses su padre fue detenido en Frigiliana por la Guardia Civil y junto a otros dos vecinos del pueblo fue maltratado y rematado con arma de fuego en la Loma de las Vacas. El escritor británico David Baird explica en su libro Historia de los maquis: entre dos fuegos (Almuzara, 2008) que los tres hombres murieron en venganza por el ataque que sufrió un soldado del destacamento de Regulares desplazado a Frigiliana para contener al Maquis. Fueron elegidos porque los tres tenían familiares en la sierra.
Cuando se acabó el trasiego de arrieros El Acebuchal quedó muerto y perdido. Sólo algunos días festivos acudía una mujer, Virtudes Sánchez, de excursión con sus hijos. Su padre había nacido en El Acebuchal y a ella le gustaba relatar a sus hijos las historias que a ella le habían contado de pequeña sobre la vida en el pueblo. En 1998 Virtudes Sánchez y su marido, el hombre en el que se había convertido aquel arriero adolescente y huérfano, compraron dos casas en la aldea. Trece años después El Acebuchal está reconstruido "tal y como era antes". La historia de Virtudes y Antonio ha sido una carrera de fondo. Ella supo ver que el incipiente turismo rural que nacía a finales de los 90 podía ser la salvación de El Acebuchal y él puso sus manos y su conocimiento para reconstruir las casas.
Llevaron, pagada de su bolsillo, el agua y la luz en 2003, instalaron una depuradora, reutilizaron los escombros para volver a levantar en total siete viviendas que habían comprado cuando eran solo ruinas. Todavía no tiene carretera. Los últimos 1.700 metros de los siete que la separan de Frigiliana se tienen que recorrer por un carril de tierra. "Supe de unas ayudas, pero resulta que si te daban las subvenciones tenías que hacer las casas y poner los colores que ellos querían y me negué. Yo quería ver El Acebuchal como era antes", aclara Virtudes. Por eso, en las casas que ellos han recuperado los techos tienen vigas y cañizos, las escaleras peldaños estrechos y altos, los anaqueles son de obra y la parte superior de las habitaciones ha recuperado los colores ocre con los que otras veces se buscaba disimular la acción del humo.
"Me venía aquí a trabajar unas veces solo, otras con mis hijos, pasaban los extranjeros que hacían senderismo y siempre me decían: Antonio aquí pon una taberna para beber algo. Así un día y otro. Al final, en 2005, abrimos el bar". Y buscaron una carta con identidad, apropiada para el ambiente de montaña: choto, cordero, jabalí o ciervo junto a tartas y pan elaborado por la familia.
La aventura de El Acebuchal ha acabado arrollando a buena parte de la familia: Virtudes alimenta las ideas, Antonio se ocupa de la reconstrucción y el mantenimiento, su hijo Antonio, de 33 años, atiende el bar y Sebastián, de 22, ha aprendido de su madre el arte de la cocina y es el amo de los fogones del restaurante.
Lo más singular es que la aventura de esta familia ha sido contagiosa. A medida que recuperaban casas, los antiguos propietarios volvían la mirada hacia las suyas. Virtudes confiesa que tuvo "miedo a los desertores", o sea, a los urbanitas dispuestos, por ejemplo, a levantar chalés de aires ibicencos en la falda de la sierra. Pero no fue así. Sin ordenanzas y sin normas arquitectónicas de obligado cumplimiento, comenzaron a levantarse viviendas de cal, piedra y vigas, sobre calles empedradas destinadas casi en exclusiva al turismo rural. En el pueblo hay 36 casas, de la que sólo una sigue en ruinas. Sin embargo, únicamente hay tres ocupadas durante todo el año. Son las de Antonio García y su hijo Sebastián y la de un matrimonio británico que ha elegido este ignoto punto de la Axarquía para criar a sus dos hijos.
La recuperación de El Acebuchal va más allá de la mera restauración arquitectónica de las viviendas. Virtudes ha tejido con los recuerdos y las fotografías que ha recopilado a lo largo de su vida la historia de este trozo de la Axarquía que encierra la que quizás sea el episodio más cruel y sangrienta de la represión inmediata a la Guerra Civil.
Las paredes del bar están atestadas de fotografías. La más antigua, una montería del siglo XIX en la que aparecen enhiestos cazadores y ojeadores. Junto a ella decenas de imágenes de las familias de la zona: parejas que miran muy serias a la cámara, escenas costumbristas, familias completas y hombres jóvenes. Algunos de ellos no llegaron a sobrevivir a los tiempos del fuego cruzado. Unos huyeron a la sierra, otros fueron represaliados simplemente por tener a sus padres o hermanos en el Maquis, otros fueron víctimas de los guerrilleros y todos presas del miedo.
Virtudes y Antonio son hijos de aquella época. Él tuvo que aprender a vivir con la ausencia dramática del padre y ella se hizo mayor en una familia atrapada entre los dos bandos. Dos de sus tíos se echaron a la sierra. Uno murió delante de su mujer y sus hijas a 500 metros apenas de El Acebuchal cuando se disponía a entregarse a la Guardia Civil. Los restos del segundo los localizó hace poco más de siete años en Polopos (Granada). Por los testimonios que ha recogido sabe que murió tiroteado por la espalda en el cortijo al que acudió a buscar refugio. Su padre, como hermano de sospechosos, estaba obligado a presentarse tres veces al día en el cuartel de la Guardia Civil.
Pero ambos miran lo sucedido sin odio. "La historia hay que contarla para que se conozca y para que no se repita, pero hay que vivirla sin resentimiento", dicen. Mientras desmenuzan estos recuerdos en el bar que regenta la familia en El Acebuchal, el todo terreno de una patrulla de la Guardia Civil estaciona fuera y un agente acude a comprar los panes artesanos que hace el hijo de Virtudes y Antonio.