martes, 22 de marzo de 2016

Capitulos de la Historia y rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, Luis del Marmol Carvajal.

ArribaAbajoCapítulo XXI

Cómo don Antonio de Luna fue sobre el lugar de las Albuñuelas, estando de paces, porque recetaban moros de guerra

Hacían los moros tantos daños en este tiempo a la parte de Granada, Loja y Alhama, captivando, matando y robando los cristianos, que no había ya cosa segura en todas aquellas comarcas; y de ordinario se ponían los de los lugares del Valle a esperar en el barranco de Acequia las escoltas que iban con bastimentos a los presidios de Tablate y de Órgiba; y algunas veces mataban los soldados y bagajeros, y se las llevaban, no embargante que decían estar reducidos. Y por que se entendió que se hallaban en ello muchos de los vecinos del lugar de las Albuñuelas, que estaba de paces, y que allí se acogían los otros, tomando don Juan de Austria el parecer del presidente don Pedro de Deza, determinó que se hiciese castigo ejemplar en ellos, diciendo que si jamás había sido guerra gobernada con severidad, en esta era necesario y muy conveniente reducir la disciplina militar a su antigua costumbre, para que los demás pueblos temiesen. Consultado pues con su majestad, se mandó a don Antonio de Luna, que con la gente de a pie y de a caballo que estaba alojada en las alcarías de la Vega, y con las cien lanzas de Écija, del cargo de Tello González de Aguilar, fuese a hacer el efeto del castigo que se pretendía; y porque el alguacil Bartolomé de Santa María había servido con avisos ciertos y de importancia, y no era justo que llevase igual pena que los malos, envió al beneficiado Ojeda, que era grande amigo suyo, y con la gente a que mirase por él. Llegó don Antonio de Luna al Padul el primer día del mes de junio, y allí supo cómo un día antes se había pregonado en las Albuñuelas que ningún vecino recogiese moro forastero, y que los que había en el lugar se saliesen luego fuera; y pareciéndole que debían de estar avisados, no quiso partir aquel día, hasta dar noticia a don Juan de Austria; el cual le envió a mandar que sin embargo ejecutase lo acordado. Con esta segunda orden partió del alojamiento de parte de noche, llevando consigo a don Luis de Cardona, hijo mayor del duque de Soma; y encontrando en el camino cuatro moriscos, que venían de las Albuñuelas al Padul con las cargas de pan que daban cada semana de contribución para la gente de guerra de aquel presidio, los mandó alancear, y sin detenerse pasó adelante, y dio sobre el barrio del lugar principal siendo ya de día. Lope, famoso monfí, que estaba dentro con gente de guerra, tuvo lugar de huir a la sierra; y quedándose la mayor parte de los vecinos disimuladamente en sus casas, como hombres que les parecía no haber cometido delito, y que bastaría para su disculpa haber echado fuera los moros forasteros, en sintiendo el estruendo de los soldados, que entraban furiosos por las calles, salieron algunos a dar su descargo; mas así ellos como los demás fueron muertos, sin que el beneficiado Ojeda tuviese tiempo de poder guarecer a su amigo el alguacil. La gente inútil huyó la vuelta de la sierra, pensando poderse salvar hacia aquella parte; mas Tello González de Aguilar, que iba de vanguardia con los caballos, los atajó por una ladera arriba, y hizo volver hacia abajo más de mil y quinientas mujeres y gran cantidad de bagajes, que todo ello vino a poder de la infantería. Y hubiérase de perder él en este alcance, porque yendo la sierra arriba se le metió el caballo entre dos peñas en una angostura tan grande, que ni lo pudo revolver ni pasar adelante, y le fue necesario apearse y dejarlo; mas luego acudieron dos escuderos de su compañía, y no lo pudiendo sacar, lo despeñaron por un barranco abajo; y dando sobre un montón de arena que tenía recogida la corriente del agua, se mancó de un brazo, y todavía bajaron por él y se lo llevaron, manco como estaba, no queriendo que en ningún tiempo se dijese que los moros habían tomado el caballo de su capitán. Este día un animoso moro se hizo fuerte en su casa con una ballesta en las manos, y por la ventanilla de un aposento mató al abanderado de la compañía de don Pedro de Pineda, que con la bandera entraba a buscar qué robar; y lo mismo hizo a otros dos soldados que quisieron retirar a cobrar la bandera. A esto acudió luego don Pedro de Pineda, y un soldado de su compañía, llamado Zayas, vecino de Sevilla, se lanzó animosamente con el moro cubierto de una rodela y una celada, que fue bien provechosa; y como el moro errase su tiro, Zayas le atravesó de una estocada; y el moro, pasado de parte a parte, cerró con él, y bregando le quitó una daga que llevaba en la cinta, y le hirió con ella sobre la celada tan reciamente, que se la hendió, y le matara si no fuera por ella. Mas al fin, no pudiendo resistir el desmayo de la muerte, cedió, y cayendo en el suelo, le cortó el soldado la cabeza, y el capitán retiró su bandera. Hecho esto, los capitanes y soldados quisieran saquear las casas, porque estaban llenas de muchas riquezas que habían traído de otros lugares, a causa de estar aquel de paces, y no les parecía que era bien dejarlas a los enemigos; mas don Antonio de Luna no lo consintió, diciendo que tenía aviso que venían de las Guájaras más de seis mil moros a las ahumadas, y que no convenía detenerse; y aunque hubo hartos requerimientos sobre ello, se hubieron de quedar las casas llenas. Volvió nuestra gente aquel día al Padul, que está dos leguas de allí, con más de mil y quinientas almas captivas, y gran cantidad de bagajes y de ganados de toda suerte. Esta presa mandó don Juan de Austria que se repartiese entre los soldados, dando las moras por esclavas; y dio libertad a la mujer y hijas y sobrinas de Bartolomé de Santa María, pagando por ellas a los que les habían cabido por suerte seiscientos ducados de la hacienda de su majestad; y demás desto, les dio licencia para que pudiesen vivir en Granada, o donde quisiesen en aquel reino.


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ArribaAbajoCapítulo XXII

Cómo el comendador mayor de Castilla llegó a la playa de Vélez, y avisado del suceso del peñón de Fregiliana, determinó de hacer la empresa por su persona con la gente que llevaba

El comendador mayor de Castilla llegó a Adra a 1º de mayo, y no se deteniendo allí más de una hora, pasó con veinte y cinco galeras que llevaba a la ciudad de Almuñécar, donde fue avisado de todo lo que había sucedido a nuestra gente en el peñón de Fregiliana, en la sierra de Bentomiz. Y navegando hacia la playa de Vélez, llegó a la torre de la Mar, que está poco más de media legua de la ciudad, a tiempo que Arévalo de Zuazo estaba con harto cuidado de deshacer los moros que allí se habían juntado; el cual acudió, luego que vio las galeras, a la marina. Y como el Comendador mayor, deseoso de saber en particular lo que había pasado, y el estado en que estaban las cosas de aquel partido, enviase una fragata a tierra, Arévalo de Zuazo se metió luego en ella, y fue a verse con él a la galera real, donde trataron del negocio, y de lo mucho que convenía deshacer aquellos moros antes que se hiciesen más fuertes con socorros forasteros, expugnando aquel peñón, donde estaba recogida la gente y riqueza de la sierra de Bentomiz. El Comendador mayor, que ninguna cosa deseaba más que emplear aquellos soldadas tan aventajados donde pudiesen ser de provecho, dijo que holgara de tomar la empresa por su persona; mas que no traía orden para ello, ni venía proveído de bastimentos ni de las otras cosas necesarias; y que le parecía, según la cantidad de enemigos le decían que había juntos en sitio tan fuerte, que sería menester mayor número de gente, y una provisión muy de propósito. Mas al fin satisfizo a todas estas dificultades su buen deseo, y entender del Corregidor la cantidad de caballos y peones que se podrían juntar de su corregimiento, y la provisión de bagajes y bastimentos que se podría hacer en él. Solo faltaba la orden; y mientras se aprestaban las otras cosas, envió por la posta a don Miguel de Moncada, caballero catalán, su primo, a Granada, a que informase a don Juan de Austria de aquel negocio, y se la pidiese. Partido don Miguel de Moncada, mandó el Comendador mayor desembarcar la gente, y haciendo reseña, halló que tenía dos mil y seiscientos soldados de los de Italia, y cuatrocientos de los ordinarios de las galeras; y por no perder tiempo, mientras le venía la orden de don Juan de Austria, envió a don Martín de Padilla, que después fue adelantado de Castilla y general de las galeras de España, con docientos arcabuceros de los de Vélez y sesenta caballos, a reconocer el fuerte y a ver si andaban los moros desmandados fuera dél, de quien poder tomar lengua. Don Miguel de Moncada llegó a Granada, y hizo relación en el Consejo del negocio a que iba; y con orden que el Comendador mayor hiciese la jornada, volvió con la mesma diligencia a la ciudad de Vélez. Y luego envió el Consejo a mandar a don Gómez de Figueroa, corregidor de Loja, Alhama y Alcalá la Real, y al licenciado Soto, alcalde mayor de Archidona, que con el mayor número de peones y caballos que pudiesen recoger en sus gobernaciones fuesen a juntarse con él, entendiendo que sería menester más fuerza de gente de la que tenía para hacer aquel efeto; mas cuando llegaron fue ya tarde, por mucha priesa que se dieron.



ArribaAbajoCapítulo XXIII

Cómo el Comendador mayor juntó toda la gente en Torrox, y de allí fue a poner su campo sobre el peñón de Fregiliana

Estando pues apercibido todo lo necesario para la jornada, a 6 del mes de junio del año de 1569 partió Arévalo de Zuazo de Vélez con dos mil y quinientos infantes y cuatrocientos caballos de las dos ciudades de su corregimiento, y fue a poner su campo cerca del lugar de Torrox, en un sitio fuerte cerca del río. El mesmo día saltó en tierra el comendador mayor de Castilla, y acompañado de don Juan de Cárdenas, que agora es conde de Miranda, y de don Pedro de Padilla y de don Juan de Zanoguera, y de otros caballeros y capitanes, fue a reconocer el fuerte, y de vuelta vio la gente de las ciudades, que le dio mucho contento verla tan bien en orden. Aquella noche se volvió a las galeras, y otro día desembarcó su infantería en la playa del castillo de Torrox; y puestos los unos y los otros en sus ordenanzas, caminaron los dos campos, apartado el uno del otro, la vuelta de los enemigos. El Comendador mayor fue a poner su campo en la fuente del Álamo, y el Corregidor de la otra parte, donde llaman la fuente del Acebuchal, en una umbría que cae entre cierzo y levante, cerca del puerto Blanco. Capitanes de la infantería de Málaga eran Hernán Duarte de Barrientos, don Pedro de Coalla, Gómez Vázquez, Luis de Valdivia y el jurado Pedro de Villalobos; y de la de Vélez Antonio Pérez, Marcos de la Barrera y Francisco de Villalobos; y de la caballería Luis de Paz; y sargentos mayores el capitán Berengel Cáncer de Omos y Martín de Andía, vecinos de Vélez. Don Martín de Padilla reconoció el peñón, y refirió que era muy fuerte, y que no se podría subir a él sin grandísimo trabajo y peligro; y aunque al Comendador mayor le pareció lo mesmo, su mucha prudencia y gran valor le hizo dar a entender a los soldados que había menos dificultad de la que parecía, diciéndoles que no había cosa tan áspera, donde la virtud y el esfuerzo del buen soldado no hiciese camino. Era el sitio que el Corregidor tenía, áspero y poco seguro; mas convenía mucho tenerle ocupado, por ser aquella la entrada por donde podía ser socorrido el enemigo, de la gente de la Alpujarra; y para ver cómo se había alojado el campo, y dar orden en lo que se había de hacer, pasó luego el Comendador allá, y vuelto a su alojamiento, estuvieron aquella noche todos puestos en arma, sin que hubiese cosa notable. Otro día de mañana se trabaron dos escaramuzas, la una con la gente de Vélez Málaga, defendiendo a los moros el agua del acequia, y la otra con don Miguel de Moncada, que fue a reconocer el peñón por la parte de levante con setecientos arcabuceros y cincuenta caballos; el cual anduvo al pie dél hasta llegar a la loma de Fregiliana, y subió tanto por ella escaramuzando con algunos moros, que llegó a descubrir el llano que se hace en la cumbre del peñón, y vio tantas tiendas y chozas de rama, que parecía estar junto en aquel sitio un ejército numeroso de gente. En estas escaramuzas murieron algunos moros, y se retiraron los cristianos a sus alojamientos sin daño. Estando apercebidos los ánimos y las armas para el asalto tan deseado de nuestra gente, la víspera de San Bernabé en la noche dio orden el Comendador mayor a los capitanes de lo que cada uno había de hacer. Por la   —274→   loma de los Pinillos, que cae entre poniente y mediodía, donde primero había estado Arévalo de Zuazo, mandó que fuese don Pedro de Padilla con tres mangas de infantería de su tercio, reforzadas a manera de escuadrones; por la otra, que llaman de Fregiliana, que cae a la mano derecha, don Juan de Cárdenas, hermano de don Pedro de Zúñiga, conde de Miranda, a quien después sucedió en el estado, con cuatrocientos aventureros y alguna gente de Italia; don Martín de Padilla, que agora es adelantado de Castilla y conde de Santa Gadea, por otra lomilla que se hace entre estas dos, con trecientos soldados de los de Galera y alguno de Málaga y Vélez, y una compañía de los del tercio de Nápoles; y por la parte de Puerto Blanco, hacia la umbría que dijimos, mandó que subiese la gente de las dos ciudades que estaba alojada hacia aquella parte, por la loma que dicen de Conca. Y porque el asalto había de ser a un mesmo tiempo, y no se descubrían los unos a los otros, les ordenó que llegando a sus puestos hiciesen ahumadas, y que no se moviesen hasta oír tirar una pieza de artillería de su cuartel. En el siguiente capítulo diremos cómo se combatió y ganó el fuerte.



ArribaAbajoCapítulo XXIV

Cómo se combatió y ganó por fuerza de armas el fuerte de Fregiliana

Cuando estuvo la gente apercebida y puesta en sus lugares para en oyendo la señal dar el asalto, los soldados de Italia que iban con don Pedro de Padilla, queriendo llevarse la honra y el premio de la vitoria, se anticiparon, y comenzaron a subir animosamente por el cerro arriba; mas presto fueron pocos los que quedaron libres de muertes o de heridas, porque los moros los aguardaron muchos detrás de sus reparos, y tirando muchas saetas y piedras, aunque pocas escopetas, porque no las tenían, los tuvieron arredrados con daño. Y aun se comenzaron a retirar, cuando el Comendador mayor, viendo la desorden, mandó dar la señal del asalto, para que no se acabasen de perder aquellos soldados atrevidos; lo cual se hizo con tanta furia y presteza, que daba bien a entender nuestra gente el deseo que tenía de llegar a las manos con los bárbaros infieles, subiendo por laderas tan ásperas y fragosas, que aun huyendo temieran otros de ir por ellas. Hubo muchos que antes de llegar arriba iban vencidos del cansancio, que les doblaba la necesidad de irse apartando y encubriendo de las peñas y piedras que los enemigos echaban rodando sobre ellos, que no era el menor peligro. A este se les juntaba otro inconveniente muy grande, y era que la loma por donde subían no tenía buena arremetida, y los moros industriosamente habían arrancado las matas y cortado los estribos que hacían las peñas, porque no hallasen los soldados donde estribar con los pies ni de qué asir con las manos; mas aunque estas dificultades aguaban el ímpetu de los animosos veteranos, muchos las vencieron con valor proprio, hasta llegar a pegarse con los reparos de los enemigos. Allí se trabó una pelea harto reñida y porfiada de entrambas partes, no se oyendo más que un horrible estruendo de armas y los dolorosos gemidos de los que caían con desigualdad de las partes, por ser el sitio más favorable a los moros que a los nuestros. Ya comenzaban a salir del fuerte animosos bárbaros, que con pronta ligereza herían y mataban cristianos, y nuestra gente se retiraba para tornarse a rehacer, viendo que se peleaba con adversa fortuna, cuando las compañías de las ciudades de Málaga y Vélez, en oyendo la arcabucería, comenzando a subir por la loma o cuchillo de Conca, donde había una larga legua de cuesta, vinieron a conseguir la deseada vitoria, ayudados de la desorden de los soldados de Italia. Estaban confiados los enemigos de la natural fortaleza que sin artificio de hombres tenía el peñón por aquella parte, atajando la entrada una peña tajada tan sin camino ni vereda, que parecía imposible poderla hollar hombre humano; y desta causa había acudido el golpe de la gente hacia donde les pareció haber más necesidad de resistencia. Iba la infantería repartida por tres partes, unos por la loma de Puerto Blanco, otros por la mesma umbría, y el mayor golpe de gente por el cuchillo que dije de Conca, y el Corregidor con los caballos, de retaguardia; solos docientos soldados quedaron de guardia de los alojamientos. Llegando pues los delanteros a la peña que dijimos, aunque hallaron alguna resistencia, comenzaron a subir a gatas y como mejor podían, ayudándose unos a otros, no sin muertes de algunos animosos, que señalaron con su sangre el camino por donde habían de ir los compañeros. Gonzalo de Bozmediano, vecino de Vélez, alzó arriba una tobaja blanca en la punta de la espada, y los alféreces Hernando de Caraveo, vecino de Málaga, y Gaspar Cerezo, vecino de Vélez, cada uno por su parte, fueron los primeros que arbolaron sus banderas y las campearon sobre el fuerte, acompañados de sus capitanes y soldados, que animosamente vencieron la dificultad de la subida y la ofensa de los enemigos, siendo bien servidos de piedras y saetas por aquella parte, y fueron ocupando tanto espacio del fuerte, que la otra gente tuvo lugar de subir arriba. Luego subieron los trompetas a pie y comenzaron a tocar el son de vitoria, con que se acobardaron y perdieron el ánimo los enemigos, y lo cobraron los esforzados del tercio de Nápoles, que habían tornado a renovar el asalto, y les iba tan mal en él como en el primero, y el Comendador mayor los mandaba ya retirar. Cobrando pues nuevo aliento, no de otra manera que si entonces se comenzara la pelea, de docientos moros o más que habían salido a darles carga, ninguno volvió al fuerte, que todos los pasaron a cuchillo; y hallando desocupada la entrada, cargaron a los otros de manera, que arrojándose por aquellos despeñaderos abajo, pusieron su esperanza en los pies, buscando lo más fragoso de la sierra, donde poderse guarecer huyendo. El mayor golpe de los enemigos fue dar a dos cañadas que caen, la una cerca de la loma de Fregiliana, y la otra hacia Puerto Blanco, donde los caballos que llevaba Arévalo de Zuazo dieron con ellos, y mataron muchos; otros acudieron a otras partes, que también cayeron en manos de la infantería. Finalmente, de cuatro mil moros que había en el peñón murieron los dos mil; los otros pudieron irse a la Alpujarra, y muchos dellos tan heridos, que murieron en el camino. Hubo algunas moras que pelearon como esforzados varones, ayudando a sus maridos, hermanos y hijos; y cuando vieron el fuerte perdido, se despeñaron por las peñas más agrias, queriendo más morir   —275→   hechas pedazos que venir en poder de cristianos. A otras no les faltó ánimo para ponerse en cobro con sus hijos en los hombros, saltando como cabras de peña en peña. Fueron captivas tres mil almas, y el despojo de seda, oro, plata y aljófar valió mucho precio. Tomose gran cantidad de ganado mayor y menor, trigo, cebada y otros bastimentos que tenían recogidos en el fuerte en tanta cantidad, que pudieran sustentarse con ello muchos días. No hubieron los nuestros la vitoria sin sangre, porque murieron en los asaltos más de cuatrocientos hombres, y entre ellos don Pedro de Sandoval, sobrino del obispo de Osma, y hubo más de ochocientos heridos, la mayor parte dellos soldados de Italia, y casi todos los capitanes, y entre ellos don Juan de Cárdenas, don Antonio Luzón, don Luis Gaitán, Carlos de Antillón y otros caballeros. Ganado el fuerte y saqueado lo que había en él, el Comendador mayor se estuvo quedo en su alojamiento aquella noche, dejando encargadas las esclavas y el despojo que allí había al capitán don Alonso Luzón; y el siguiente día, habiendo hecho desbaratar los reparos y destruir los bastimentos y las otras cosas que no se podían llevar, y dado orden en curar los heridos, caminó la vuelta de Torrox, y de allí se embarcó para Málaga, donde fue bien recebido, y los ciudadanos con mucha caridad y amor recogieron los caballeros y soldados, y los acariciaron y hicieron curar, que lo habían bien menester, según el trabajo que habían pasado en la mar y en la tierra. Arévalo de Zuazo con la gente de su corregimiento se fue a Vélez, y los soldados que quedaron sanos fueron bien aprovechados; y lo fueran todos si el repartimiento de las esclavas que cupieron a los soldados del tercio de Nápoles se hiciera luego; mas dilatose algunos meses, hasta que se consumieron, como se suelen consumir las cosas de comunidad; y cuando vino a darse alguna parte, ya los que la habían de haber eran muertos o idos. No era bien acabado de ganar el fuerte de Fregiliana, cuando la gente de Loja, Alhama, Alcalá la Real y Archidona, que serían ochocientos hombres de a pie y de a caballo, llegaron a la sierra de Bentomiz, y viendo que no había qué hacer, la pasearon muy a su voluntad, y recogieron los ganados que pudieron haber en los campos, y de las casas de los moros sacaron muchos silos de ropa y joyas, que habían dejado escondido cuando se subieron al peñón; y no con menor despojo que los que habían combatido se volvieron a sus casas.


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Peñon de Frigiliana. El Fuerte. Frigiliana. Fuente de Acebuchal