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Señor Azorín:
Por
la tarde tocaba visitar la Cueva de Montesinos, ya le dije que iríamos.
Recordamos mi mujer y yo que hace años hicimos una excursión a esta
misma cueva, pero en otras condiciones donde tuvimos que pagar la novatada,
ahora hemos llegado en coche. La
carretera ha sido ensanchada, en el cruce para Ossa de Montiel y Ermita de San
Pedro hay un cruce y hay que tomar a la derecha, muy cerca, a cien metros hay
una explanada y un cartel que lo indica, donde han erigido una escultura
moderna de hojalata oxidada de don Quijote y Sancho montados sobre Rocinante y
el jumento. Al entrar al recinto, a la derecha se levanta una caseta de madera
de Información y Turismo y un guía que te acompaña si lo pides, y además te
proporciona una linterna para poder hacer un poco de espeleología. De Ruidera a
la cueva contabilicé 12 kilómetros.
Ahora 10-05-2005 la boca de la cueva nos
parece más pequeña, rodeado del mismo encinar, hay unos asientos de madera y un
cartel indicador de la fauna de la cueva y su historia, con las diferentes
especies de murciélagos que la habitan. Cuando menos nos los esperábamos salió
de la cueva y por sorpresa un fotógrafo
con su cámara reflex, en vez de
grajos como cuenta Cervantes: «…salieron
por ella infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan espesos y con tanta
priesa, que dieron con don Quijote en el suelo”. (Cap. XXII, II, parte).
–¿Cómo está la bajada? –pregunté medroso.
–Bien, se puede bajar, hay escalones,
¿quiere que le ayude?
–No gracias, muy amable.
Bajamos mi mujer y yo a la cueva, despacio,
con lento cuidado de no resbalar hay
unos escalones en el terreno y es fácil su bajada, entre los grandes bloques de
piedras caídos por desprendimiento que originaron la boca que está a nivel del
suelo. No vimos el hornillo de cerámica que dice el cartel que es romano. Llevaba abierto La Ruta…, por capítulo X «La cueva de Montesinos», que
efectivamente como dice usted en su libro «es preciso sortear por entre ellos
para bajar a lo profundo», empecé buscando los letreros esculpidos que usted
vio: «Miguel Yáñez, 1854», «Enrique Alcázar, 1851», «Domingo Carranza,1870», «Mariano
Merlo, 1883». Lamentablemente el tiempo, el humo de las hogueras de algún
pastor, el de los hachones de los visitantes ha destruido estos carteles, ahora
se leen otros. Son los llamados ahora graffiti, en todos los monumentos
aparecen como una señal de auxilio, una profanación de lo sagrado, una
estupidez de las almas pequeñas que necesitan dejar una marca para ser
recordados. Desde este punto intermedio
más sima que cueva se pueden ver mazacotes de murciélagos colgados desde los
techos cerca de las estalactitas, como el Myotis
myotis o ratonero y el Rbinolophus
ferrum equinum o de herradura, suelen vivir de 10 a doce años, se orientan
y localizan a sus presas emitiendo ultrasonidos por la boca y la nariz, en lo
que se llama ecolocación, suelen emigrar.
Desde este punto recordé mis años mozo de
espeleólogo en el grupo GEMA de Málaga, donde estuve unos cuatro años,
recorrimos todas cada una de las cuevas y simas de esa provincia, en la sima que llaman
«La Mujer», cerca del albergue del Torcal de Antequera, en el laberinto
cárstico o kárstico, estuve a punto de tener un accidente trágico, y me salvé gracias a la mano que me echó mi
amigo y compañero apodado «El Güito», que en el argot caló significa «tener
huevos» y él los tenía bien puestos.
Los dos capítulos que cuenta la hazaña
espeleológica de Don Quijote son el 22 y 23 de la II Parte del Quijote, donde
se cuenta que don Quijote compró cien brazas de cuerda. Se cuenta en el
capítulo 22, del Quijote que a primeras horas de la tarde llegaron a
la cueva de Montesinos, don Quijote, el estudiante y Sancho, cortadas las
malezas que ocultaban la entrada de la cueva, ataron fuertemente a Don Quijote
y comenzaron a bajarle. Cuando el
estudiante y Sancho se quedaron sin cuerda esperaron un rato y comenzaron a
subir a Don Quijote. Hasta las ochenta brazas de cuerda no empezaron a notar
peso en la cuerda y cuando a las diez brazas vieron a Don Quijote dormido, que
tras despertarse comenzó a contar lo que había visto, y que Sancho no creyó. En este capítulo he hallado algunos faltas
de equipo, Don Quijote baja por una cuerda, bien, pero no llevaba luminaria:
tea, antorchas o hachones, pero hemos de entender que toda esta maravillosa
novela no es una crónica del mundo real, sino una visión a través de la
imaginación y la fantasía de un indiscutible adalid de la literatura
fantástica.
Y cuando don Quijote salió de la cueva
contó que en ella había visto al primo y
amigo de Montesinos, Durandarte, el cual yacía en carne y hueso en un sepulcro de
mármol debido a un encantamiento del mago Merlín. Belerma, dama de Durandarte, se deshace en
lágrimas en la tumba del amado y recibe el corazón de su amado de mano de
Montesinos. Su escudero, Guadiana, fue
convertido en río y otros muchos amigos y parientes de Durandarte y las hijas
de Ruidera convertidas en lagunas.
En estos dos capítulos se cuenta la hazaña
espeleológica de Don Quijote, porque en la época inquisitorial y supersticiosa
de Cervantes, el hecho de bajar a una cueva era una verdadera proeza, no había
medios técnicos para descender a ellas, y además, la gente, sumamente
supersticiosa, temía encontrarse al diablo en los infiernos cavernarios.
Cuando Don Quijote sale de la cueva, cree
haber pasado dentro tres días con sus noches,
cuando en realidad permaneció cerca de una hora, lo que se llama en literatura,
según Jean Ricardou, tiempo de la ficción y tiempo de la narración.
Ya conocemos la narración, ahora
analicemos la capacidad creativa y artística de Cervantes cuando es capaz de
imaginar un mundo de fantasías por lo que se conoce como tiempo real de la
novela y tiempo de la historia. Los
tiempos de la novela son tres: el de la aventura, el de la escritura y el de la
lectura.
Llegó un autobús de escolares, zagalones
mal educados, y se acabó el encanto del paisaje quijotesco y azoriniano. Visitar la cueva ya no es lo que era cuando
la visitó don Quijote, o usted mismo, señor Azorín y un servido hace ya muchos
años. Pero sin duda alguna allí en la cueva estaba su inmortal presencia, suya
y la de don Quijote.
?estuvo Miguel de Cervantes alguna vez en la cueva de Montesinos, o tenía el nombre de oídas.
Yo Ramón Fernández Palmeral sí estuve allí, como demuestras estas fotografías de 2005, para escribir mi libro "Buscando a Azorin en La Mancha" Libro Total.
Ramón Fernández Palmeral es autor novela: El cazador del arco iris
Ramón Fernández Palmeral es autor novela: El cazador del arco iris