viernes, 18 de marzo de 2016

El prólogo de Azorín al libro de Rafael Coloma. Azorín






                       EL PRÓLOGO DE AZORÍN AL LIBRO DE  
                                      RAFAEL COLOMA
          
                                Por Ramón Fernández Palmeral



                                                                            A Miguel Ángel Lozano Marco

   Veamos la historia de un prólogo de Azorín al libro de Rafael Coloma Viajes por tierras de Alicante (1957).  Y además veamos  una relación de cierta  amistad entre el monovero Azorín y el alcoyano Rafael Coloma, pero antes situemos a este olvidado periodista y literato alicantino de la Generación del 36, en su tiempo histórico para lo que es necesario hacer una semblanza.
   Rafael Coloma Payá nació el siete de marzo de 1913 en Alcoy, en esa ciudad vivió la mayor parte de su vida. A comienzos de la guerra civil (1936) fue detenido y trasladado a la cárcel Modelo de Alicante, donde permaneció los tres años de la contienda. Tras su liberación fue nombrado Delegado Local de Propaganda de la Falange y  de las J.O.N.S., en  su ciudad natal en abril de 1939. Luego marchó voluntario con la División Azul, y a su regreso fue funcionario del Ayuntamiento alcoyano, donde puedo compaginar su afición literaria con el periodismo. Su deseo, según las personas que le conocieron, era que Alcoy tuviera un periódico propio, lo cual consiguió el once de marzo de 1953. Este periódico se llamará  «Ciudad», del que fue director durante 25 años, y además subdirector del diario «Primera Página». Promovió ediciones periodísticas en Gandía, Benidorm y Onteniente.
   Autor de varios libros: «Libro de la fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy» (1962), «Crónica del Monte de Piedad de Alcoy», un libro sobre la llamada «guerra del petróleo» en los sucesos de julio de de 1873, durante la I República ocurridos en Alcoy. También autor de biografías sobre alcoyanos célebres. Nadie le puede quitar un amor desmedido por su ciudad, la ciudad del Serpi.    La relativa amistad y la correspondencia entre ambos la publicó el propio Rafael Coloma en Anales Azorinianos, número 2 de 1985, de la Casa-Museo de Azorín en Monóvar (Alicante), pp. 99-104. Comienza el artículo  colomanero explicando los motivos que le llevaron a ponerse en contacto con Azorín:
    «La diputación Provincial de Alicante convocaba, el 26 de julio de 1955, un concurso literario “para premiar el mejor libro de viajes por los pueblos de Alicante”. Me ilusionó el certamen desde el primer momento y, tras recorrer entera la provincia, compuse mi obra Alicante de cabo a rabo, que presenté al certamen el 30 de abril de 1956. Y la Corporación Provincial, en un pleno celebrado al efecto el 17 de julio siguiente, acordó por unanimidad aprobar la propuesta del jurado calificador del certamen, previa consulta, por el definitivo de Viaje por tierras de Alicante, con el que vio la luz la obra. En curso la edición de la misma, el 21 de agosto escribí a don José Martínez Ruiz…»

   Nuestro Rafael Coloma escribió la carta cargada con toda retórica ilusionada y cortesía posible, en la que se despedía con la fórmula «suyo devotísimo y atento s.s.q.e.s.m.» Tres días después recibió Rafael una carta desmoralizadora y desilusionante  de Azorín en la que le decía «siento de veras no poder aceptarla. No escribo ya nada; me lo impiden edad y achaques», firmado el 24 de agosto de 1956. Pero Rafael lleno de ilusiones y de verdadera devoción al maestro, en vez de enojarse, en lugar de lanzar improperios como cualquier hijo de vecino,  da por buena estas mínimas líneas manuscritas de Azorín para que le sirvan como prólogo. Rafael escribe un borrador preámbulo o pórtico,  a modo de proemio, pero antes de entregarlo a los talleres donde se componía la edición  en Afrodisio Aguado, S.A. de Madrid, decide, como él mismo escribe en la página (1985,100) «agotar el último cartucho», y le escribe otra vez a Azorín, a la calle Zorrilla 21 de Madrid, preguntándole si accede a que se publiquen las cortas línea que había mandado el 25 de agosto como proemio.  Una forma de recordarle al maestro Azorín aquella cercana  petición de un prólogo para su libro que, está aún en imprenta, sin tener el aval de un prólogo como compañero de viaje de su libro.
    Aunque esto de los prólogos tiene sus vanidades y sus muchas historias, habría que escribir una miscelánea de prologuistas célebres con sus pequeñas anécdotas. Azorín no era dado a escribir prólogos. Cuenta el propio Ernesto Giménez Caballero, que le pidió a Azorín en 1923 un  prólogo para su primer libro Notas marruecas de un soldado. Y Azorín le dijo «Yo no hago prólogos. Los prólogos no sirven para nada.  Si el libro es bueno no necesita prólogo. Y si es malo se hunde a pesar del prólogo». Y Ernesto Giménez Caballero (Gecé), se quedó sin prólogo (1985, 53 Anales Azorinianos), porque Azorín no era amigo de escribirlos, quizás porque supone un esfuerzo inútil en favor de otro escritor, que siempre, al pedir el prólogo se sitúa por debajo en esa línea invisible de medir la importancia o valía de un escritor. Además se pasaría la vida escribiendo prólogos a los amigos o alumnos.
    Siguiendo con nuestra anécdota sobre el prólogo de Azorín a Rafael.  Pues bien, esta insistencia se cumplió como  ese refrán  tan castellano de que quien no llora no mama. Porque el maestro le manda un preámbulo más que  prólogo, no hay tal  prólogo  como se debe entender la acepción de un  prólogo que consiste en una introducción del libro, el de explicarle al lector, avanzarle, lo que se va a  encontrar en el texto se sigue.  Azorín el mandó el "prólogo" con carta datada en Madrid, el 20 de octubre de 1956, que dice:
     Mi querido amigo: Envío a usted, amañado, para le propósito, un artículo que tenía inédito. ¿Le servirá? ¿Lo podrán componer… sin erratas? Cordialmente. Firmado.: Azorín.
 (Advierte Azorín sobre las inevitables erratas de imprenta, conocedor de los descuidos de linotipistas y demás gnomos de de las imprentas).

   Esta carta y el prólogo debió de volver loco de alegría a Rafael Coloma, como cualquiera que ha tenido el honor de ser prologado, como puede ser el caso de este humilde articulista, que los ha recibió de personas muy importantes en nuestras letras (algún día escribiré sobre ellos). Bien,  Rafael escribe (p.101:
       «A esa media docena de líneas acompañaba Azorín cuatro holandesas escritas a máquina: un artículo «El campo sin nada» [en el prólogo del libro no aparece este título, se debió poner, aunque no era costumbre que los prólogos llevaran títulos], que servía a propósito para prologar la obras mí. ¡Honra mayor no cabía imaginar! Ni gozo tan intenso, menos…»

     El artículo/prólogo de Azorín habla sobre un hipotético viaje en automóvil con salida desde Madrid a las diez de la mañana camino de Levante. Lo dice en plural.  "Vamos a emprender un viaje…".  Azorín le habla al anónimo compañero de viaje que ha tomado menajes  inservibles: viático, atlas de flora mediterránea y un tratado de agricultura. Y le llamará «bodoque» o persona de corto alcance. Una salida que inevitablemente me recuerda, una vez más, a otro viaje memorable en la literatura La ruta de don Quijote(1905) como periodista, cuando sale del mechinal o habitación de la pensión madrileña hacia al estación del ferrocarril en Mediodía y se despide de doña Isabel, la patrona, con cierta tristeza y resignación, porque el viajero no tiene ganas de internarse por profunda La Mancha, solo, a una Mancha que celebraba el III Centenario de la publicación de El Quijote. El artículo/prólogo se dirige a un lector «hiperestésico; en punto a sensibilidad exacerbada te la puedes apostar con un Erasmo, con un Nietzsche…». Y como Azorín tiene añoranzas de su tierra en la comarca del Vinalopó, le dice a su hipotético acompañante, tan al estilo azoriniano, porque también podía entenderse como escrito en segunda persona:
      «Te darán aquí un pan blanco y sentado en Monóvar; aceite de aceitunas del cuquillo, elaborado en Onil; vino clarete, de las viñas de Elda».
  
    Al menos, Azorín nombra tres localidades alicantinas: Monóvar, Onil y Elda, que ya es un honor, y también a Rafael,  le nombrará al principio el prólogo:
     «Vamos a emprender un viaje; dentro de unas horas nos encontraremos en una  tierra apacible; tal vez estrechemos la mano de un buen amigo: Rafael Coloma Payá; que ha escrito un libro muy bonito. Tiene relación –el libro- con estas líneas…».   

   Aunque decir que un libro es bonito, es no decir nada, sin embargo, Azorín no miente, porque Azorín no había podido leer el borrador, que esto suele pasar, que queremos un prólogo sin enviar primero un borrador, por lo que no debemos esperar otros calificativos que bonito, interesente o bueno, que es como no decir absolutamente nada.  Sin embargo, el prólogo es un alarde la técnica de espacio y tiempo, que nos evoca el pasado desde le Edad Media para hablarnos primero de Eduardo de Palacio, de Guevara, de Lope de Vega o de Francisco Gregorio de Salas. También nos evocará su exilio en París a través de la marca de agua embotella de Vittel, para finalizar con algunas frase en francés. Pero no acaba aquí la intención del prólogo azoriniano, porque el maestro es  muy sutil cuando al final  apunta una frase célebre «Quien vive sin locura no es tan cuerdo como él cree», y se calla el nombre de su autor, que es una frase del filósofo y moralista francés Francoise La Rochefoucauld (1613-1680), que exactamente dijo «Quien vive sin locura no es tan cuerdo como parece», que tiene un matiz diferenciador de significación que le da Azorín entre creerse loco o parecer cuerdo.  La Rochefoucauld escribió Máximas (1658-1663), colección de 700 epigramas que constituyen un hito del clasicismo francés. Por ello lo que escribe Azorín al final: Edición 1666, segunda. Es la edición segunda en francés de la Máximas de Rochefoucauld, y la primera es la máxima 210 «Al envejecer se torna uno más loco y más cuerdo», y la anterior  máxima, la número 209, es la ya explicada: «Qui vit sans folie n`est pas si sage qu`il croit».

     Rafael Coloma sabe muy bien que se lo tiene que agradecer y le escribe una carta de fecha 23 de octubre de 1956: «Admirado maestro Azorín: Muy agradecido a su bondad. La provincia de Alicante se enorgullece y le da las gracias. Yo apenas sé decir otra cosa. Por correo le mando el homenaje que en Alcoy le hicimos». (Se refiere a los 80 años de su nacimiento en 1953).
    Unos meses más tarde Rafael Coloma no se lo piensa más y va a visitar al maestro en su casa de Madrid, le recibe  aquella ya famosa doncellita  con cofia, de la que hablan todos los que visitaron la casa en la calle Zorrilla 21, y muchos se quedaron sin ver al maestro porque, esta doncellita les decía que estaba descansado y no se le podía molestar. Pero a Rafael le recibe en el saloncito. Ambos se sentaron en el sofá que había debajo del  famoso retrato que le pintara Zuloaga, nada más y nada menos, Rafael debía alucinar, por creer que se encontraba en el Parnaso, no en el Parnasillo madrileño de tiempos del Romanticismo. Azorín le habló del libro de su bisabuelo José Soriano García, y lo sacó para que lo viera, se trataba de El contestador de 1838, editado por José Martí Casanova.  Estuvo una hora escuchándole que es lo que se debe de hacer en estas situaciones, calla y oír.   Al final de la reunión salió la mujer de Azorín «Lo hice reverendamente, tal como si saliera de una iglesia», escribe Rafael.
   
    Rafael Coloma Payá, falleció  el día 24 de febrero por la tarde en su casa de Millena (Alcoy) el periodista Antonio Reverte, en la nota necrológica del Diario Información de 25 de febrero de 1992,  escribió que  Rafael hacía escarbado como nadie en la intrahistoria de «nuestro pasado; se sabía de memoria todos los hechos, todos los eventos que habían ocurrido por estos pagos. Él fundó, junto a Camilo Visedo el Museo Arqueológico donde constan los Plomos de La Serreta y la Dama Ibérica – a modo de Dama de Elche, en miniatura y cantidad enorme de piezas, que hacen del museo uno de los más interesantes en arte ibérico…». Es decir, nos encontramos antes un erudito, escritor, biógrafo, historiador, ensayista y poeta, admirador de Gabriel Miró y sobre todo de Azorín.


                                                  Alicante, 1º de febrero 2006
                                               Ramón Fernández Palmeral