EL
PRÓLOGO DE AZORÍN AL LIBRO DE
RAFAEL COLOMA
Por Ramón Fernández Palmeral
A
Miguel Ángel Lozano Marco
Veamos la
historia de un prólogo de Azorín al libro de Rafael Coloma Viajes por
tierras de Alicante (1957). Y además veamos una relación de
cierta amistad entre el monovero Azorín y el alcoyano Rafael Coloma,
pero antes situemos a este olvidado periodista y literato alicantino de la
Generación del 36, en su tiempo histórico para lo que es necesario hacer una
semblanza.
Rafael Coloma
Payá nació el siete de marzo de 1913 en Alcoy, en esa ciudad vivió la mayor
parte de su vida. A comienzos de la guerra civil (1936) fue detenido y
trasladado a la cárcel Modelo de Alicante, donde permaneció los tres años de la
contienda. Tras su liberación fue nombrado Delegado Local de Propaganda de la
Falange y de las J.O.N.S., en su ciudad natal en abril de 1939.
Luego marchó voluntario con la División Azul, y a su regreso fue funcionario
del Ayuntamiento alcoyano, donde puedo compaginar su afición literaria con el
periodismo. Su deseo, según las personas que le conocieron, era que Alcoy
tuviera un periódico propio, lo cual consiguió el once de marzo de 1953. Este
periódico se llamará «Ciudad», del que fue director durante 25 años, y
además subdirector del diario «Primera Página». Promovió ediciones
periodísticas en Gandía, Benidorm y Onteniente.
Autor de varios
libros: «Libro de la fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy» (1962), «Crónica
del Monte de Piedad de Alcoy», un libro sobre la llamada «guerra del petróleo»
en los sucesos de julio de de 1873, durante la I República ocurridos en Alcoy.
También autor de biografías sobre alcoyanos célebres. Nadie le puede quitar un
amor desmedido por su ciudad, la ciudad del Serpi. La
relativa amistad y la correspondencia entre ambos la publicó el propio Rafael
Coloma en Anales Azorinianos, número 2 de 1985, de la Casa-Museo de Azorín en
Monóvar (Alicante), pp. 99-104. Comienza el artículo colomanero
explicando los motivos que le llevaron a ponerse en contacto con Azorín:
«La diputación Provincial de Alicante convocaba, el 26 de julio de 1955, un
concurso literario “para premiar el mejor libro de viajes por los pueblos de
Alicante”. Me ilusionó el certamen desde el primer momento y, tras recorrer
entera la provincia, compuse mi obra Alicante de cabo a rabo, que
presenté al certamen el 30 de abril de 1956. Y la Corporación Provincial, en un
pleno celebrado al efecto el 17 de julio siguiente, acordó por unanimidad
aprobar la propuesta del jurado calificador del certamen, previa consulta, por
el definitivo de Viaje por tierras de Alicante, con el que vio la luz la
obra. En curso la edición de la misma, el 21 de agosto escribí a don José
Martínez Ruiz…»
Nuestro Rafael
Coloma escribió la carta cargada con toda retórica ilusionada y cortesía
posible, en la que se despedía con la fórmula «suyo devotísimo y atento s.s.q.e.s.m.»
Tres días después recibió Rafael una carta desmoralizadora y desilusionante
de Azorín en la que le decía «siento de veras no poder aceptarla. No escribo ya
nada; me lo impiden edad y achaques», firmado el 24 de agosto de 1956. Pero
Rafael lleno de ilusiones y de verdadera devoción al maestro, en vez de
enojarse, en lugar de lanzar improperios como cualquier hijo de vecino,
da por buena estas mínimas líneas manuscritas de Azorín para que le sirvan como
prólogo. Rafael escribe un borrador preámbulo o pórtico, a modo de proemio,
pero antes de entregarlo a los talleres donde se componía la edición en
Afrodisio Aguado, S.A. de Madrid, decide, como él mismo escribe en la página
(1985,100) «agotar el último cartucho», y le escribe otra vez a Azorín, a la
calle Zorrilla 21 de Madrid, preguntándole si accede a que se publiquen las
cortas línea que había mandado el 25 de agosto como proemio. Una forma de
recordarle al maestro Azorín aquella cercana petición de un prólogo para
su libro que, está aún en imprenta, sin tener el aval de un prólogo como
compañero de viaje de su libro.
Aunque
esto de los prólogos tiene sus vanidades y sus muchas historias, habría que
escribir una miscelánea de prologuistas célebres con sus pequeñas anécdotas.
Azorín no era dado a escribir prólogos. Cuenta el propio Ernesto Giménez
Caballero, que le pidió a Azorín en 1923 un prólogo para su primer libro Notas
marruecas de un soldado. Y Azorín le dijo «Yo no hago prólogos. Los
prólogos no sirven para nada. Si el libro es bueno no necesita prólogo. Y
si es malo se hunde a pesar del prólogo». Y Ernesto Giménez Caballero
(Gecé), se quedó sin prólogo (1985, 53 Anales Azorinianos), porque Azorín no
era amigo de escribirlos, quizás porque supone un esfuerzo inútil en favor de
otro escritor, que siempre, al pedir el prólogo se sitúa por debajo en esa
línea invisible de medir la importancia o valía de un escritor. Además se
pasaría la vida escribiendo prólogos a los amigos o alumnos.
Siguiendo con nuestra anécdota sobre el prólogo de Azorín a Rafael. Pues
bien, esta insistencia se cumplió como ese refrán tan castellano de
que quien no llora no mama. Porque el maestro le manda un preámbulo más
que prólogo, no hay tal prólogo como se debe entender la
acepción de un prólogo que consiste en una introducción del libro, el de
explicarle al lector, avanzarle, lo que se va a encontrar en el texto se
sigue. Azorín el mandó el "prólogo" con carta datada en Madrid,
el 20 de octubre de 1956, que dice:
Mi querido amigo: Envío a usted, amañado, para le propósito, un artículo
que tenía inédito. ¿Le servirá? ¿Lo podrán componer… sin erratas? Cordialmente.
Firmado.: Azorín.
(Advierte Azorín sobre las inevitables erratas
de imprenta, conocedor de los descuidos de linotipistas y demás gnomos de de
las imprentas).
Esta carta y
el prólogo debió de volver loco de alegría a Rafael Coloma, como cualquiera que
ha tenido el honor de ser prologado, como puede ser el caso de este humilde
articulista, que los ha recibió de personas muy importantes en nuestras letras
(algún día escribiré sobre ellos). Bien, Rafael escribe (p.101:
«A esa media docena de líneas acompañaba Azorín cuatro holandesas escritas a
máquina: un artículo «El campo sin nada» [en el prólogo del libro no aparece
este título, se debió poner, aunque no era costumbre que los prólogos llevaran
títulos], que servía a propósito para prologar la obras mí. ¡Honra mayor no
cabía imaginar! Ni gozo tan intenso, menos…»
El
artículo/prólogo de Azorín habla sobre un hipotético viaje en automóvil con
salida desde Madrid a las diez de la mañana camino de Levante. Lo dice en
plural. "Vamos a emprender un viaje…". Azorín le habla al
anónimo compañero de viaje que ha tomado menajes inservibles: viático,
atlas de flora mediterránea y un tratado de agricultura. Y le llamará «bodoque»
o persona de corto alcance. Una salida que inevitablemente me recuerda, una vez
más, a otro viaje memorable en la literatura La ruta de don Quijote(1905) como periodista, cuando sale del mechinal o habitación de la pensión madrileña hacia al
estación del ferrocarril en Mediodía y se despide de doña Isabel, la patrona,
con cierta tristeza y resignación, porque el viajero no tiene ganas de
internarse por profunda La Mancha, solo, a una Mancha que celebraba el III
Centenario de la publicación de El Quijote. El artículo/prólogo se
dirige a un lector «hiperestésico; en punto a sensibilidad exacerbada te la
puedes apostar con un Erasmo, con un Nietzsche…». Y como Azorín tiene añoranzas
de su tierra en la comarca del Vinalopó, le dice a su hipotético acompañante,
tan al estilo azoriniano, porque también podía entenderse como escrito en
segunda persona:
«Te darán aquí un pan blanco y sentado en Monóvar; aceite de aceitunas del
cuquillo, elaborado en Onil; vino clarete, de las viñas de Elda».
Al
menos, Azorín nombra tres localidades alicantinas: Monóvar, Onil y Elda, que ya
es un honor, y también a Rafael, le nombrará al principio el prólogo:
«Vamos a emprender un viaje; dentro de unas horas nos encontraremos en una
tierra apacible; tal vez estrechemos la mano de un buen amigo: Rafael Coloma
Payá; que ha escrito un libro muy bonito. Tiene relación –el libro- con estas
líneas…».
Aunque decir
que un libro es bonito, es no decir nada, sin embargo, Azorín no miente, porque
Azorín no había podido leer el borrador, que esto suele pasar, que queremos un
prólogo sin enviar primero un borrador, por lo que no debemos esperar otros
calificativos que bonito, interesente o bueno, que es como no decir
absolutamente nada. Sin embargo, el prólogo es un alarde la técnica de
espacio y tiempo, que nos evoca el pasado desde le Edad Media para hablarnos
primero de Eduardo de Palacio, de Guevara, de Lope de Vega o de Francisco
Gregorio de Salas. También nos evocará su exilio en París a través de la marca
de agua embotella de Vittel, para finalizar con algunas frase en francés. Pero
no acaba aquí la intención del prólogo azoriniano, porque el maestro es
muy sutil cuando al final apunta una frase célebre «Quien vive sin locura
no es tan cuerdo como él cree», y se calla el nombre de su autor, que es una
frase del filósofo y moralista francés Francoise La Rochefoucauld (1613-1680),
que exactamente dijo «Quien vive sin locura no es tan cuerdo como parece», que
tiene un matiz diferenciador de significación que le da Azorín entre creerse
loco o parecer cuerdo. La Rochefoucauld escribió
Máximas (1658-1663), colección de 700 epigramas que constituyen un hito del
clasicismo francés. Por ello lo que escribe Azorín al final: Edición 1666,
segunda. Es la edición segunda en francés de la Máximas de Rochefoucauld, y la
primera es la máxima 210 «Al envejecer se torna uno más loco y más cuerdo», y
la anterior máxima, la número 209, es la ya explicada: «Qui vit sans
folie n`est pas si sage qu`il croit».
Rafael Coloma sabe muy bien que se lo tiene que agradecer y le escribe una
carta de fecha 23 de octubre de 1956: «Admirado maestro Azorín: Muy agradecido
a su bondad. La provincia de Alicante se enorgullece y le da las gracias. Yo
apenas sé decir otra cosa. Por correo le mando el homenaje que en Alcoy le
hicimos». (Se refiere a los 80 años de su nacimiento en 1953).
Unos
meses más tarde Rafael Coloma no se lo piensa más y va a visitar al maestro en
su casa de Madrid, le recibe aquella ya famosa doncellita con
cofia, de la que hablan todos los que visitaron la casa en la calle Zorrilla 21,
y muchos se quedaron sin ver al maestro porque, esta doncellita les decía que
estaba descansado y no se le podía molestar. Pero a Rafael le recibe en el
saloncito. Ambos se sentaron en el sofá que había debajo del famoso
retrato que le pintara Zuloaga, nada más y nada menos, Rafael debía alucinar,
por creer que se encontraba en el Parnaso, no en el Parnasillo madrileño de
tiempos del Romanticismo. Azorín le habló del libro de su bisabuelo José
Soriano García, y lo sacó para que lo viera, se trataba de El contestador
de 1838, editado por José Martí Casanova. Estuvo una hora escuchándole
que es lo que se debe de hacer en estas situaciones, calla y oír.
Al final de la reunión salió la mujer de Azorín «Lo hice reverendamente, tal
como si saliera de una iglesia», escribe Rafael.
Rafael
Coloma Payá, falleció el día 24 de febrero por la tarde en su casa de
Millena (Alcoy) el periodista Antonio Reverte, en la nota necrológica del
Diario Información de 25 de febrero de 1992, escribió que Rafael
hacía escarbado como nadie en la intrahistoria de «nuestro pasado; se sabía de
memoria todos los hechos, todos los eventos que habían ocurrido por estos pagos.
Él fundó, junto a Camilo Visedo el Museo Arqueológico donde constan los Plomos
de La Serreta y la Dama Ibérica – a modo de Dama de Elche, en miniatura y
cantidad enorme de piezas, que hacen del museo uno de los más interesantes en
arte ibérico…». Es decir, nos encontramos antes un erudito, escritor, biógrafo,
historiador, ensayista y poeta, admirador de Gabriel Miró y sobre todo de
Azorín.
Alicante, 1º de febrero 2006
Ramón
Fernández Palmeral