Capítulo XXI
Cómo don Antonio de Luna fue sobre el
lugar de las Albuñuelas, estando de paces, porque recetaban
moros de guerra
Hacían los
moros tantos daños en este tiempo a la parte de Granada,
Loja y Alhama, captivando, matando y robando los cristianos, que no
había ya cosa segura en todas aquellas comarcas; y de
ordinario se ponían los de los lugares del Valle a esperar
en el barranco de Acequia las escoltas que iban con bastimentos a
los presidios de Tablate y de Órgiba; y algunas veces
mataban los soldados y bagajeros, y se las llevaban, no embargante
que decían estar reducidos. Y por que se entendió que
se hallaban en ello muchos de los vecinos del lugar de las
Albuñuelas, que estaba de paces, y que allí se
acogían los otros, tomando don Juan de Austria el parecer
del presidente don Pedro de Deza, determinó que se hiciese
castigo ejemplar en ellos, diciendo que si jamás
había sido guerra gobernada con severidad, en esta era
necesario y muy conveniente reducir la disciplina militar a su
antigua costumbre, para que los demás pueblos temiesen.
Consultado pues con su majestad, se mandó a don Antonio de
Luna, que con la gente de a pie y de a caballo que estaba alojada
en las alcarías de la Vega, y con las cien lanzas de
Écija, del cargo de Tello González de Aguilar, fuese
a hacer el efeto del castigo que se pretendía; y porque el
alguacil Bartolomé de Santa María había
servido con avisos ciertos y de importancia, y no era justo que
llevase igual pena que los malos, envió al beneficiado
Ojeda, que era grande amigo suyo, y con la gente a que mirase por
él. Llegó don Antonio de Luna al Padul el primer
día del mes de junio, y allí supo cómo un
día antes se había pregonado en las Albuñuelas
que ningún vecino recogiese moro forastero, y que los que
había en el lugar se saliesen luego fuera; y
pareciéndole que debían de estar avisados, no quiso
partir aquel día, hasta dar noticia a don Juan de Austria;
el cual le envió a mandar que sin embargo ejecutase lo
acordado. Con esta segunda orden partió del alojamiento de
parte de noche, llevando consigo a don Luis de Cardona, hijo mayor
del duque de Soma; y encontrando en el camino cuatro moriscos, que
venían de las Albuñuelas al Padul con las cargas de
pan que daban cada semana de contribución para la gente de
guerra de aquel presidio, los mandó alancear, y sin
detenerse pasó adelante, y dio sobre el barrio del lugar
principal siendo ya de día. Lope, famoso monfí, que
estaba dentro con gente de guerra, tuvo lugar de huir a la sierra;
y quedándose la mayor parte de los vecinos disimuladamente
en sus casas, como hombres que les parecía no haber cometido
delito, y que bastaría para su disculpa haber echado fuera
los moros forasteros, en sintiendo el estruendo de los soldados,
que entraban furiosos por las calles, salieron algunos a dar su
descargo; mas así ellos como los demás fueron
muertos, sin que el beneficiado Ojeda tuviese tiempo de poder
guarecer a su amigo el alguacil. La gente inútil huyó
la vuelta de la sierra, pensando poderse salvar hacia aquella
parte; mas Tello González de Aguilar, que iba de vanguardia
con los caballos, los atajó por una ladera arriba, y hizo
volver hacia abajo más de mil y quinientas mujeres y gran
cantidad de bagajes, que todo ello vino a poder de la
infantería. Y hubiérase de perder él en este
alcance, porque yendo la sierra arriba se le metió el
caballo entre dos peñas en una angostura tan grande, que ni
lo pudo revolver ni pasar adelante, y le fue necesario apearse y
dejarlo; mas luego acudieron dos escuderos de su
compañía, y no lo pudiendo sacar, lo
despeñaron por un barranco abajo; y dando sobre un
montón de arena que tenía recogida la corriente del
agua, se mancó de un brazo, y todavía bajaron por
él y se lo llevaron, manco como estaba, no queriendo que en
ningún tiempo se dijese que los moros habían tomado
el caballo de su capitán. Este día un animoso moro se
hizo fuerte en su casa con una ballesta en las manos, y por la
ventanilla de un aposento mató al abanderado de la
compañía de don Pedro de Pineda, que con la bandera
entraba a buscar qué robar; y lo mismo hizo a otros dos
soldados que quisieron retirar a cobrar la bandera. A esto
acudió luego don Pedro de Pineda, y un soldado de su
compañía, llamado Zayas, vecino de Sevilla, se
lanzó animosamente con el moro cubierto de una rodela y una
celada, que fue bien provechosa; y como el moro errase su tiro,
Zayas le atravesó de una estocada; y el moro, pasado de
parte a parte, cerró con él, y bregando le
quitó una daga que llevaba en la cinta, y le hirió
con ella sobre la celada tan reciamente, que se la hendió, y
le matara si no fuera por ella. Mas al fin, no pudiendo resistir el
desmayo de la muerte, cedió, y cayendo en el suelo, le
cortó el soldado la cabeza, y el capitán
retiró su bandera. Hecho esto, los capitanes y soldados
quisieran saquear las casas, porque estaban llenas de muchas
riquezas que habían traído de otros lugares, a causa
de estar aquel de paces, y no les parecía que era bien
dejarlas a los enemigos; mas don Antonio de Luna no lo
consintió, diciendo que tenía aviso que venían
de las Guájaras más de seis mil moros a las ahumadas,
y que no convenía detenerse; y aunque hubo hartos
requerimientos sobre ello, se hubieron de quedar las casas llenas.
Volvió nuestra gente aquel día al Padul, que
está dos leguas de allí, con más de mil y
quinientas almas captivas, y gran cantidad de bagajes y de ganados
de toda suerte. Esta presa mandó don Juan de Austria que se
repartiese entre los soldados, dando las moras por esclavas; y dio
libertad a la mujer y hijas y sobrinas de Bartolomé de Santa
María, pagando por ellas a los que les habían cabido
por suerte seiscientos ducados de la hacienda de su majestad; y
demás desto, les dio licencia para que pudiesen vivir en
Granada, o donde quisiesen en aquel reino.
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Cómo el comendador mayor de Castilla
llegó a la playa de Vélez, y avisado del suceso del
peñón de Fregiliana, determinó de hacer la
empresa por su persona con la gente que llevaba
El comendador
mayor de Castilla llegó a Adra a 1º de mayo, y no se
deteniendo allí más de una hora, pasó con
veinte y cinco galeras que llevaba a la ciudad de
Almuñécar, donde fue avisado de todo lo que
había sucedido a nuestra gente en el peñón de
Fregiliana, en la sierra de Bentomiz. Y navegando hacia la playa de
Vélez, llegó a la torre de la Mar, que está
poco más de media legua de la ciudad, a tiempo que
Arévalo de Zuazo estaba con harto cuidado de deshacer los
moros que allí se habían juntado; el cual
acudió, luego que vio las galeras, a la marina. Y como el
Comendador mayor, deseoso de saber en particular lo que
había pasado, y el estado en que estaban las cosas de aquel
partido, enviase una fragata a tierra, Arévalo de Zuazo se
metió luego en ella, y fue a verse con él a la galera
real, donde trataron del negocio, y de lo mucho que convenía
deshacer aquellos moros antes que se hiciesen más fuertes
con socorros forasteros, expugnando aquel peñón,
donde estaba recogida la gente y riqueza de la sierra de Bentomiz.
El Comendador mayor, que ninguna cosa deseaba más que
emplear aquellos soldadas tan aventajados donde pudiesen ser de
provecho, dijo que holgara de tomar la empresa por su persona; mas
que no traía orden para ello, ni venía
proveído de bastimentos ni de las otras cosas necesarias; y
que le parecía, según la cantidad de enemigos le
decían que había juntos en sitio tan fuerte, que
sería menester mayor número de gente, y una
provisión muy de propósito. Mas al fin satisfizo a
todas estas dificultades su buen deseo, y entender del Corregidor
la cantidad de caballos y peones que se podrían juntar de su
corregimiento, y la provisión de bagajes y bastimentos que
se podría hacer en él. Solo faltaba la orden; y
mientras se aprestaban las otras cosas, envió por la posta a
don Miguel de Moncada, caballero catalán, su primo, a
Granada, a que informase a don Juan de Austria de aquel negocio, y
se la pidiese. Partido don Miguel de Moncada, mandó el
Comendador mayor desembarcar la gente, y haciendo reseña,
halló que tenía dos mil y seiscientos soldados de los
de Italia, y cuatrocientos de los ordinarios de las galeras; y por
no perder tiempo, mientras le venía la orden de don Juan de
Austria, envió a don Martín de Padilla, que
después fue adelantado de Castilla y general de las galeras
de España, con docientos arcabuceros de los de Vélez
y sesenta caballos, a reconocer el fuerte y a ver si andaban los
moros desmandados fuera dél, de quien poder tomar lengua.
Don Miguel de Moncada llegó a Granada, y hizo
relación en el Consejo del negocio a que iba; y con orden
que el Comendador mayor hiciese la jornada, volvió con la
mesma diligencia a la ciudad de Vélez. Y luego envió
el Consejo a mandar a don Gómez de Figueroa, corregidor de
Loja, Alhama y Alcalá la Real, y al licenciado Soto, alcalde
mayor de Archidona, que con el mayor número de peones y
caballos que pudiesen recoger en sus gobernaciones fuesen a
juntarse con él, entendiendo que sería menester
más fuerza de gente de la que tenía para hacer aquel
efeto; mas cuando llegaron fue ya tarde, por mucha priesa que se
dieron.
Cómo el Comendador mayor juntó
toda la gente en Torrox, y de allí fue a poner su campo
sobre el peñón de Fregiliana
Estando pues
apercibido todo lo necesario para la jornada, a 6 del mes de junio
del año de 1569 partió Arévalo de Zuazo de
Vélez con dos mil y quinientos infantes y cuatrocientos
caballos de las dos ciudades de su corregimiento, y fue a poner su
campo cerca del lugar de Torrox, en un sitio fuerte cerca del
río. El mesmo día saltó en tierra el
comendador mayor de Castilla, y acompañado de don Juan de
Cárdenas, que agora es conde de Miranda, y de don Pedro de
Padilla y de don Juan de Zanoguera, y de otros caballeros y
capitanes, fue a reconocer el fuerte, y de vuelta vio la gente de
las ciudades, que le dio mucho contento verla tan bien en orden.
Aquella noche se volvió a las galeras, y otro día
desembarcó su infantería en la playa del castillo de
Torrox; y puestos los unos y los otros en sus ordenanzas, caminaron
los dos campos, apartado el uno del otro, la vuelta de los
enemigos. El Comendador mayor fue a poner su campo en la fuente del
Álamo, y el Corregidor de la otra parte, donde llaman la
fuente del Acebuchal, en una umbría que cae entre cierzo y
levante, cerca del puerto Blanco. Capitanes de la infantería
de Málaga eran Hernán Duarte de Barrientos, don Pedro
de Coalla, Gómez Vázquez, Luis de Valdivia y el
jurado Pedro de Villalobos; y de la de Vélez Antonio
Pérez, Marcos de la Barrera y Francisco de Villalobos; y de
la caballería Luis de Paz; y sargentos mayores el
capitán Berengel Cáncer de Omos y Martín de
Andía, vecinos de Vélez. Don Martín de Padilla
reconoció el peñón, y refirió que era
muy fuerte, y que no se podría subir a él sin
grandísimo trabajo y peligro; y aunque al Comendador mayor
le pareció lo mesmo, su mucha prudencia y gran valor le hizo
dar a entender a los soldados que había menos dificultad de
la que parecía, diciéndoles que no había cosa
tan áspera, donde la virtud y el esfuerzo del buen soldado
no hiciese camino. Era el sitio que el Corregidor tenía,
áspero y poco seguro; mas convenía mucho tenerle
ocupado, por ser aquella la entrada por donde podía ser
socorrido el enemigo, de la gente de la Alpujarra; y para ver
cómo se había alojado el campo, y dar orden en lo que
se había de hacer, pasó luego el Comendador
allá, y vuelto a su alojamiento, estuvieron aquella noche
todos puestos en arma, sin que hubiese cosa notable. Otro
día de mañana se trabaron dos escaramuzas, la una con
la gente de Vélez Málaga, defendiendo a los moros el
agua del acequia, y la otra con don Miguel de Moncada, que fue a
reconocer el peñón por la parte de levante con
setecientos arcabuceros y cincuenta caballos; el cual anduvo al pie
dél hasta llegar a la loma de Fregiliana, y subió
tanto por ella escaramuzando con algunos moros, que llegó a
descubrir el llano que se hace en la cumbre del
peñón, y vio tantas tiendas y chozas de rama, que
parecía estar junto en aquel sitio un ejército
numeroso de gente. En estas escaramuzas murieron algunos moros, y
se retiraron los cristianos a sus alojamientos sin daño.
Estando apercebidos los ánimos y las armas para el asalto
tan deseado de nuestra gente, la víspera de San
Bernabé en la noche dio orden el Comendador mayor a los
capitanes de lo que cada uno había de hacer. Por la
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loma de los Pinillos, que cae entre poniente y
mediodía, donde primero había estado Arévalo
de Zuazo, mandó que fuese don Pedro de Padilla con tres
mangas de infantería de su tercio, reforzadas a manera de
escuadrones; por la otra, que llaman de Fregiliana, que cae a la
mano derecha, don Juan de Cárdenas, hermano de don Pedro de
Zúñiga, conde de Miranda, a quien después
sucedió en el estado, con cuatrocientos aventureros y alguna
gente de Italia; don Martín de Padilla, que agora es
adelantado de Castilla y conde de Santa Gadea, por otra lomilla que
se hace entre estas dos, con trecientos soldados de los de Galera y
alguno de Málaga y Vélez, y una
compañía de los del tercio de Nápoles; y por
la parte de Puerto Blanco, hacia la umbría que dijimos,
mandó que subiese la gente de las dos ciudades que estaba
alojada hacia aquella parte, por la loma que dicen de Conca. Y
porque el asalto había de ser a un mesmo tiempo, y no se
descubrían los unos a los otros, les ordenó que
llegando a sus puestos hiciesen ahumadas, y que no se moviesen
hasta oír tirar una pieza de artillería de su
cuartel. En el siguiente capítulo diremos cómo se
combatió y ganó el fuerte.
Cómo se combatió y ganó
por fuerza de armas el fuerte de Fregiliana
Cuando estuvo la
gente apercebida y puesta en sus lugares para en oyendo la
señal dar el asalto, los soldados de Italia que iban con don
Pedro de Padilla, queriendo llevarse la honra y el premio de la
vitoria, se anticiparon, y comenzaron a subir animosamente por el
cerro arriba; mas presto fueron pocos los que quedaron libres de
muertes o de heridas, porque los moros los aguardaron muchos
detrás de sus reparos, y tirando muchas saetas y piedras,
aunque pocas escopetas, porque no las tenían, los tuvieron
arredrados con daño. Y aun se comenzaron a retirar, cuando
el Comendador mayor, viendo la desorden, mandó dar la
señal del asalto, para que no se acabasen de perder aquellos
soldados atrevidos; lo cual se hizo con tanta furia y presteza, que
daba bien a entender nuestra gente el deseo que tenía de
llegar a las manos con los bárbaros infieles, subiendo por
laderas tan ásperas y fragosas, que aun huyendo temieran
otros de ir por ellas. Hubo muchos que antes de llegar arriba iban
vencidos del cansancio, que les doblaba la necesidad de irse
apartando y encubriendo de las peñas y piedras que los
enemigos echaban rodando sobre ellos, que no era el menor peligro.
A este se les juntaba otro inconveniente muy grande, y era que la
loma por donde subían no tenía buena arremetida, y
los moros industriosamente habían arrancado las matas y
cortado los estribos que hacían las peñas, porque no
hallasen los soldados donde estribar con los pies ni de qué
asir con las manos; mas aunque estas dificultades aguaban el
ímpetu de los animosos veteranos, muchos las vencieron con
valor proprio, hasta llegar a pegarse con los reparos de los
enemigos. Allí se trabó una pelea harto reñida
y porfiada de entrambas partes, no se oyendo más que un
horrible estruendo de armas y los dolorosos gemidos de los que
caían con desigualdad de las partes, por ser el sitio
más favorable a los moros que a los nuestros. Ya comenzaban
a salir del fuerte animosos bárbaros, que con pronta
ligereza herían y mataban cristianos, y nuestra gente se
retiraba para tornarse a rehacer, viendo que se peleaba con adversa
fortuna, cuando las compañías de las ciudades de
Málaga y Vélez, en oyendo la arcabucería,
comenzando a subir por la loma o cuchillo de Conca, donde
había una larga legua de cuesta, vinieron a conseguir la
deseada vitoria, ayudados de la desorden de los soldados de Italia.
Estaban confiados los enemigos de la natural fortaleza que sin
artificio de hombres tenía el peñón por
aquella parte, atajando la entrada una peña tajada tan sin
camino ni vereda, que parecía imposible poderla hollar
hombre humano; y desta causa había acudido el golpe de la
gente hacia donde les pareció haber más necesidad de
resistencia. Iba la infantería repartida por tres partes,
unos por la loma de Puerto Blanco, otros por la mesma
umbría, y el mayor golpe de gente por el cuchillo que dije
de Conca, y el Corregidor con los caballos, de retaguardia; solos
docientos soldados quedaron de guardia de los alojamientos.
Llegando pues los delanteros a la peña que dijimos, aunque
hallaron alguna resistencia, comenzaron a subir a gatas y como
mejor podían, ayudándose unos a otros, no sin muertes
de algunos animosos, que señalaron con su sangre el camino
por donde habían de ir los compañeros. Gonzalo de
Bozmediano, vecino de Vélez, alzó arriba una tobaja
blanca en la punta de la espada, y los alféreces Hernando de
Caraveo, vecino de Málaga, y Gaspar Cerezo, vecino de
Vélez, cada uno por su parte, fueron los primeros que
arbolaron sus banderas y las campearon sobre el fuerte,
acompañados de sus capitanes y soldados, que animosamente
vencieron la dificultad de la subida y la ofensa de los enemigos,
siendo bien servidos de piedras y saetas por aquella parte, y
fueron ocupando tanto espacio del fuerte, que la otra gente tuvo
lugar de subir arriba. Luego subieron los trompetas a pie y
comenzaron a tocar el son de vitoria, con que se acobardaron y
perdieron el ánimo los enemigos, y lo cobraron los
esforzados del tercio de Nápoles, que habían tornado
a renovar el asalto, y les iba tan mal en él como en el
primero, y el Comendador mayor los mandaba ya retirar. Cobrando
pues nuevo aliento, no de otra manera que si entonces se comenzara
la pelea, de docientos moros o más que habían salido
a darles carga, ninguno volvió al fuerte, que todos los
pasaron a cuchillo; y hallando desocupada la entrada, cargaron a
los otros de manera, que arrojándose por aquellos
despeñaderos abajo, pusieron su esperanza en los pies,
buscando lo más fragoso de la sierra, donde poderse guarecer
huyendo. El mayor golpe de los enemigos fue dar a dos
cañadas que caen, la una cerca de la loma de Fregiliana, y
la otra hacia Puerto Blanco, donde los caballos que llevaba
Arévalo de Zuazo dieron con ellos, y mataron muchos; otros
acudieron a otras partes, que también cayeron en manos de la
infantería. Finalmente, de cuatro mil moros que había
en el peñón murieron los dos mil; los otros pudieron
irse a la Alpujarra, y muchos dellos tan heridos, que murieron en
el camino. Hubo algunas moras que pelearon como esforzados varones,
ayudando a sus maridos, hermanos y hijos; y cuando vieron el fuerte
perdido, se despeñaron por las peñas más
agrias, queriendo más morir —275→
hechas pedazos que venir en poder de cristianos. A otras no
les faltó ánimo para ponerse en cobro con sus hijos
en los hombros, saltando como cabras de peña en peña.
Fueron captivas tres mil almas, y el despojo de seda, oro, plata y
aljófar valió mucho precio. Tomose gran cantidad de
ganado mayor y menor, trigo, cebada y otros bastimentos que
tenían recogidos en el fuerte en tanta cantidad, que
pudieran sustentarse con ello muchos días. No hubieron los
nuestros la vitoria sin sangre, porque murieron en los asaltos
más de cuatrocientos hombres, y entre ellos don Pedro de
Sandoval, sobrino del obispo de Osma, y hubo más de
ochocientos heridos, la mayor parte dellos soldados de Italia, y
casi todos los capitanes, y entre ellos don Juan de
Cárdenas, don Antonio Luzón, don Luis Gaitán,
Carlos de Antillón y otros caballeros. Ganado el fuerte y
saqueado lo que había en él, el Comendador mayor se
estuvo quedo en su alojamiento aquella noche, dejando encargadas
las esclavas y el despojo que allí había al
capitán don Alonso Luzón; y el siguiente día,
habiendo hecho desbaratar los reparos y destruir los bastimentos y
las otras cosas que no se podían llevar, y dado orden en
curar los heridos, caminó la vuelta de Torrox, y de
allí se embarcó para Málaga, donde fue bien
recebido, y los ciudadanos con mucha caridad y amor recogieron los
caballeros y soldados, y los acariciaron y hicieron curar, que lo
habían bien menester, según el trabajo que
habían pasado en la mar y en la tierra. Arévalo de
Zuazo con la gente de su corregimiento se fue a Vélez, y los
soldados que quedaron sanos fueron bien aprovechados; y lo fueran
todos si el repartimiento de las esclavas que cupieron a los
soldados del tercio de Nápoles se hiciera luego; mas
dilatose algunos meses, hasta que se consumieron, como se suelen
consumir las cosas de comunidad; y cuando vino a darse alguna
parte, ya los que la habían de haber eran muertos o idos. No
era bien acabado de ganar el fuerte de Fregiliana, cuando la gente
de Loja, Alhama, Alcalá la Real y Archidona, que
serían ochocientos hombres de a pie y de a caballo, llegaron
a la sierra de Bentomiz, y viendo que no había qué
hacer, la pasearon muy a su voluntad, y recogieron los ganados que
pudieron haber en los campos, y de las casas de los moros sacaron
muchos silos de ropa y joyas, que habían dejado escondido
cuando se subieron al peñón; y no con menor despojo
que los que habían combatido se volvieron a sus casas.
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Peñon de Frigiliana. El Fuerte. Frigiliana. Fuente de Acebuchal