Desde la ventanas de uno de los
cuartos que daban a la calle se podía leer un grafitti en la pared de enfrente:
“El camino es un infierno sin ti, te quiero, Herpi,
te espero”, pintado con pintura blanca sobre
un muro de ladrillo visto que marca el espacio de un local en venta. Sobre el graffiti o letrero he de contar que
todos los vecinos lo respetamos porque tiene un mensaje de amor y esperanza, sin
esperanza no se puede vivir. Me parece que el tal Herpi (nombre extranjero)
sufre desesperadamente. Ese Herpi era yo en Piedrabuena cuando no podía estar
cerca de mi Carmela. Porque mi vida era
in infierno sin ella. Observé por casualidad que un hombre joven llegaba con
una moto y se paraba todo los días bajo el letrero a distintas horas, tanto por
la mañanas como por la tardes. Una
mañana en la que vi al misterioso joven
parado frente al graffiti como era de que costumbre, bajé y me acerqué al
letrero disimuladamente, el hombre cabalgara ya sobre los treinta, cabello sano
abundante, nariz helénica, esperaba en
la esquina a modo de los espías, me acerqué a él ¿quién sería este poeta, no le parece una
frase muy bonita?, comenté con intención de sonsacarle algo. Yo soy Herpi, me contestó el hombres
seguida de una explicación, es un diminutivo de Ulpiano, en el colegio
empezaron a llamarse Erpi y yo le coloqué la “h”, por eso de la novedad de la
firma cuando una empieza a probar garabatos. Con un renovado interés insistí ¿quién
escribió esta frase? Rápidamente
respondió no lo sé, ya quisiera yo saberlo, y con cierta pena, no
vinculante, añadió:
–Creo, que debió ser una chica enamorada de mí, he estado viniendo muchos
días a todas horas durante tres años, pero no ha aparecido la autora del
mensaje de esa letra y de esa frase que me intriga y me preocupa, y me ha hecho
llegar a la soltería, y es que no me deja dormir, espero, vengo y nada, no
aparece.
El
joven continuó sucesivos días parándose allí a repostar sentimientos a la
esquina sentimental, hasta que tiraron los ladrillos del local vacío para hacer
una Farmacia y el letrero ha quedado
solo en mi memoria.
Ramón Fernández Palmeral
2000. Alicante