jueves, 1 de junio de 2023

Duque de Ahumada, fundador y organizador de la Guardia Cvil. 1803-1869

 



Francisco Javier Girón y Ezpeleta Las Casas y Enrile

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Biografía

Girón y Ezpeleta de las Casas y Enrile, Francisco Javier. Duque de Ahumada (II), marqués de las Amarillas (V). Pamplona (Navarra), 11.III.1803 – Madrid, 18.XII.1869. Militar moderantista, organizador de la Guardia Civil.

Nació en el seno de una familia perteneciente a la nobleza y de rancia tradición militar. Su tío abuelo era el general Castaños, héroe de Bailén. Su abuelo paterno, Jerónimo Girón, fue virrey de Navarra y capitán general, y el materno, Joaquín de Ezpeleta, había sido virrey de Santa Fe y teniente general después de una dilatada carrera en América, de donde regreso en 1797. Su padre heredó los títulos de IV marqués de las Amarillas y duque de Ahumada, destacando como militar en la Guerra de la Independencia y en 1820 como ministro de la Guerra en los primeros gobiernos del Trienio Liberal.

Como miembro de la nobleza, se benefició de los privilegios establecidos por Carlos IV para este estamento, y en 1815 se le concedió el ingreso en el Ejército con el grado de capitán, en atención a los méritos contraídos por su padre en la Guerra de la Independencia. Su primer destino fue en las Milicias Provinciales adscritas al Regimiento Provincial de Sevilla. Los primeros años de su carrera fueron de alternancia entre el discreto aprendizaje de lo militar con la actividad en el campo de batalla, donde destacó en las acciones de Torregorda, ataque marítimo de la batería de la Cantera y sucesos de Cádiz (1820). El levantamiento liberal lo llevó al Ministerio de la Guerra a las órdenes directas de su padre, encargado del Despacho de Guerra. La nueva responsabilidad le permitió tomar contacto con la Corte y trabajar en el impulso que su progenitor pretendió dar al ramo de seguridad con el Proyecto de la Legión de Salvaguardas Nacionales, cuerpo de seguridad a escala nacional, inspirado en la Gendarmería francesa, y con cuya puesta en marcha se intentaba devolver la tranquilidad a los caminos y pueblos de España, uno de los cuales, el de Ronda, era de los más castigados por el bandolerismo y los contrabandistas, y en él tenía el marqués de las Amarillas importantes haciendas. El proyecto no prosperaría porque la estirpe y tradición familiar situaron al marqués y a su hijo alejados de la derivación jacobina del “Trienio”, lo que traería consigo su precipitada salida del ministerio, pero permitió al futuro duque de Ahumada conocer de primera mano el estado de la seguridad.

La salida del ministerio no fue el único episodio de la crisis política que salpicaría los intereses del joven Girón durante el “Trienio”. El enfrentamiento de las Cortes y el Gobierno con la Corona se manifestaría de manera brusca en la jornada del 7 de julio de 1822. Ideológicamente identificados con la fascinante personalidad de Luis Fernández de Córdova, al marqués de las Amarillas y su hijo se mantuvieron en el Palacio Real durante el intento contrarrevolucionario ideado por Fernando VII, aunque sin participar en las refriegas que enfrentaron a los batallones de la Guardia Real con la Milicia madrileña y a las tropas leales al Gobierno en aquella jornada. El fracaso de la contrarrevolución marca el futuro inmediato de la familia Girón, y ante el temor a ser represaliados, abandonaron la capital con destino al exilio de Gibraltar, al que llegaron disfrazados de contrabandistas (octubre, 1822).

Ambos militares, padre e hijo, no regresarían a España hasta 1823, cuando las tropas del duque de Angulema ya controlaban la mayor parte del país. Francisco Javier Girón volvió a su Regimiento Provincial de Sevilla. Sometido a información por la Junta de Purificaciones, acabó solicitando la licencia (diciembre, 1825), y estuvo separado de la vida militar hasta 1828. Reingresado en ese año con el empleo de teniente coronel, sirvió hasta 1830 en Sevilla, hasta que pasó a mandar el Regimiento Provincial de Plasencia, de guarnición en la isla de León y, tras su ascenso a coronel de Milicias (noviembre, 1830), destinado como jefe del Regimiento Provincial de Granada, con guarnición en Algeciras.

Alejado de la alternativa ultra desplegada durante la “década absolutista” (1823-1833), desde su destino combatió las insurrecciones que tuvieron como escenario las costas algecireñas y Los Barros, respectivamente. Su currículo militar se enriquece por ello, y obtiene las divisas de coronel de Infantería (1831). El ascenso le depara nuevos destinos, en el Regimiento de Granaderos de la Guardia Real y en el Provincial de Granada, con guarnición en Sevilla, donde le sorprende la muerte de Fernando VII y el consiguiente recrudecimiento de la reivindicación carlista. También como Fernández de Córdova, no duda en poner su espada al servicio de la Reina en sus intereses contra el infante Carlos. En la guerra, su aportación estuvo alejada de los principales teatros de operaciones, pero, cuando la actividad bélica se aceleró, resolvió con eficacia la misión de vigilancia contra las partidas carlistas que actuaban en Andalucía, hasta que, a finales de 1833, se traslada a Madrid, y en marzo del año siguiente se incorpora de nuevo a la Guardia Real, siendo ascendido a brigadier y destinado al frente del Regimiento Provincial de Granada, cuyo mando ya había desempeñado.

En 1835, su padre recibió el título de duque de Ahumada, cediéndole a Francisco Javier el de marqués de las Amarillas. En junio de ese mismo año regresó de nuevo a Madrid, esta vez para encargarse de la Secretaría de Guerra en el Gabinete presidido por el conde de Toreno. Sin embargo, se trató de otra experiencia efímera, porque los acontecimientos políticos del verano de 1836 llevaron al nuevo marqués de las Amarillas a renunciar a su cargo, quedando en Madrid en situación de cuartel durante más de un año, para después retirarse a sus propiedades en Andalucía, tierra que amaba por ser cuna de su familia y donde había vivido la mayor parte de su adolescencia. Allí permaneció hasta finales de 1837, en que su trayectoria de lealtad a la tendencia conservadora del liberalismo monárquico le proporciona la oportunidad de servir a las órdenes del general Narváez, hecho que se juzga determinante para el futuro de su carrera. Vinculado como él a la figura de Fernández de Córdova, y nuevo hombre fuerte de la facción moderada del régimen, el Espadón de Loja había recibido el encargo de organizar un ejército de reserva en Andalucía, con la finalidad de acabar con las partidas carlistas que resistían al sur de Madrid. En esta misión, que el futuro duque de Valencia (general Narváez) sabría utilizar como plataforma militar para equilibrar el creciente ascenso de Espartero, al brigadier Girón se le destinó en principio como jefe de la 3.ª Brigada (mayo, 1838). Pero la perspicacia de Narváez no tardó en percatarse de las dotes para la planificación, organización, espíritu militar y fidelidad que evidenciaba su subordinado, y lo nombró jefe de su Estado Mayor. La excelente impresión entre ambos generales fue recíproca, y se tradujo en el principio de una leal, sincera y estrecha amistad, génesis de una fecunda obra compartida, asociada a la construcción del Estado liberal que se forjó en los albores del reinado de Isabel II, de la que ambos serían artífices destacados.

En plena contienda carlista, al marqués de las Amarillas le fue encomendada la misión de combatir a las órdenes del general Leopoldo O’Donnell contra el carlista Cabrera, destacando en las acciones de Montán, Alcora, Yesa, Alpuente, Collado, levantamiento del bloqueo de Montalbán, sitio y rendición del castillo de Aliaga (premiada con la concesión de la placa de la Orden Militar de San Fernando), acción de la Cenia y apoyo al Ejército del Centro. Su destacado papel contra los carlistas contribuyó a que la Reina regente, María Cristina, firmara el decreto de su ascenso a mariscal de campo (junio, 1842).

Incondicional de Narváez y como él disgustado por el proceder de los sectores “ayacuchos” instalados en el poder, fue, por tal motivo, víctima del recelo y de la animosidad de Espartero, caudillo del progresismo. Al contrario que Narváez y Fernández de Córdova, no se vio en la necesidad de exiliarse, pero fue separado del servicio, permaneciendo en situación de cuartel en Madrid durante el “trienio progresista” (1840-1843). En este tiempo falleció su padre y heredó (octubre, 1842) el título de duque de Ahumada.

La falsa dialéctica entre “revolución permanente” y “revolución controlada”, resumida en la artificiosa oposición entre “libertad” y “orden”, acabaría facilitando el triunfo de la coalición antiesparterista, en 1843. Con el general Narváez convertido en nuevo hombre fuerte del edificio monárquico, los años 1843 y 1844 fueron decisivos en la vida del duque de Ahumada. Por su incondicionalidad a Narváez y por sus dotes de organizador fue elegido para dos importantes misiones.

La primera fue su nombramiento como inspector de fuerzas situadas en los distritos militares segundo y cuarto, que debía eliminar inquietudes y disidencias en el ejército recién salido de una confrontación interna. La misión le sirvió para comprobar el estado de ánimo de la tropa y para conocer la organización de los Mossos de Escuadra, el cuerpo de seguridad que operaba en Cataluña, cuyo funcionamiento y despliegue le agradaron, hasta el punto de utilizarlo para perfeccionar lo que sería su gran aportación a la monarquía isabelina.

En efecto, la Memoria que el duque redactó tras cumplimentar la primera misión terminó por acreditarle a los ojos del duque de Valencia como hombre de extraordinaria claridad de ideas, de voluntad firmísima, lealtad y de insólita capacidad organizadora, lo que mereció su elección para dar forma a la que fue una de sus predilectas creaciones de gobierno: la organización de un cuerpo de seguridad a escala nacional que fuera profesional, sólido, duradero y que viniese a poner fin de una vez a la ineficacia demostrada por la Milicia Nacional y el resto de las instituciones regionales existentes que, mal preparadas y carentes de profesionalidad, se habían delatado incapaces de enfrentarse con éxito a la situación generada por la inseguridad pública. El respaldo unánime con que contó el proyecto entre las filas del liberalismo, al margen de disputas partidistas, cuajó finalmente en el decreto fundacional de la Guardia Civil (28 de marzo de 1844). La tarea que se le encomendaba a Ahumada de organizar la Guardia Civil no era, sin embargo, fácil. Por un lado, las secuelas dejadas por la Guerra de la Independencia, la emancipación de las colonias de Ultramar, la contienda carlista y los efectos sociales de la Desamortización habían dibujado un país empobrecido, destruido, agotado y gris, una de cuyas manifestaciones era la falta de orden que vivían pueblos y caminos, infestados de maleantes, prófugos de la justicia y delincuentes de todo tipo, que hacían del asalto a caminos y carruajes su único medio de vida, para zozobra del resto de la población. Por otro, la penuria de las arcas del Estado que se derivaban de la situación reflejada no permitía alardes a la hora de pagar a los aspirantes a configurar el nuevo cuerpo, lo que perjudicaba la recluta de la nueva institución. De ambos inconvenientes era consciente Ahumada, pero su convicción, su experiencia y el conocimiento que poseía del estado de la seguridad le convertían en la figura idónea para una misión repleta de obstáculos.

Por su parte, Ahumada ansiaba con más fervor que nadie su designación para el proyecto. Por eso, nada más recibir la noticia de su nombramiento, se rodearía de sus fieles colaboradores, los tenientes coroneles León Palacios y Carlos Purgoldt, y emprendió una frenética labor organizativa. Su entusiasmo se manifestó pronto, y envió (abril, 1844) a los ministerios de Estado y de Guerra un texto donde se proponía al Gobierno “las bases necesarias para que un General pueda hacerse cargo de la formación de la Guardia Civil”. En aquellas bases comenzaba a mostrarse su claridad de ideas y la impronta de la que pretendía dotar a la Guardia Civil. Como genuino representante que era de la facción más militarista del moderantismo, Ahumada tenía plena convicción de que el control del orden público pasaba por el Ejército a través de un cuerpo dedicado de manera específica a ese cometido, pero integrado en el estamento castrense. Por esta razón se mostró en disconformidad con los postulados del primero de los decretos fundacionales, que otorgaban al cuerpo un carácter militar, pero con una marcada dependencia de las autoridades civiles. El punto sexto de su escrito proponía la rectificación de lo proyectado por el Ministerio de la Gobernación sobre organización, lo que constituía un adelanto de hasta dónde estaba dispuesto a llegar en su concepción militarista de la seguridad. Ahumada creía que para consolidarlo era necesario construir un cuerpo de elite incardinado en el Ministerio de la Guerra, formado con lo mejor de la oficialidad del Ejército y los mejores licenciados del mismo; que la nueva fuerza constituyera un premio para la clase militar.

El duque de Valencia tuvo en cuenta los planteamientos de Ahumada, y cuando se hizo cargo del Gobierno (abril, 1844) en sustitución de Luis González Bravo, decidió reformar el decreto de 28 de marzo. Fue de esta forma como se formularon las normas definitivas para la organización de la Guardia Civil a través de un nuevo Decreto (13 de mayo de 1844), y que supuso la implantación de una Guardia Civil claramente militarizada, al marcarle una dependencia orgánica dual: “Ministerio de la Guerra en lo concerniente a su organización personal, disciplina, material y percibo de haberes, y del de Gobernación por lo relativo a su servicio peculiar (art. 1)”. Con ello, la tesis moderada más conservadora defendida por Ahumada había triunfado, y el control de la nueva fuerza pública por los militares quedaba así consagrado en perjuicio de la Administración civil.

 

Con carta blanca para decidir sobre todo lo concerniente a la organización del nuevo instituto Guardia Civil, Ahumada se consagró con ímpetu a esta misión. Y fue en esta faceta de organizador donde dio lo mejor de su personalidad. Sus contenporáneos llamaron la atención sobre su entrega sin paliativos a una tarea que lleva a cabo con rapidez y perfección extraordinarias; la minuciosidad con que atiende incluso a los detalles más ínfimos. Sabía lo que quería; su tenacidad triunfó a todos los obstáculos. Pocos meses después del segundo decreto fundacional, podía ser ya revistada una “fuerza inicial” (una promoción “piloto”) compuesta por 1.870 guardias civiles de ambas armas (1.500 infantes, 370 a caballo), que se aprestó a distribuir por todo el territorio peninsular. Pero su compromiso no se detuvo ahí. Nombrado oficialmente inspector general del Cuerpo (octubre, 1844), Ahumada prosiguió su labor infatigable sin apenas descanso en su jornada de trabajo. Tenía una idea muy precisa de lo que debía ser la Guardia Civil y, desde el primer momento, se mostró decidido a ponerla en práctica. Como la premura en la elaboración de los reglamentos impregnó de algunas fallas su redacción, Ahumada esgrimió con habilidad estas razones para poner en circulación un tercer texto doctrinal (diciembre, 1845), de sello personal, meditado y basado en la recopilación de su ideario, plasmado a golpe de circulares (un total de 987 dictó mientras permaneció al frente de la institución). Este tercer texto doctrinal fue la Cartilla, auténtica obra maestra por donde se iban a regir los guardias civiles en su fuero interno, comportamiento público como soldados y como agentes del orden. La Cartilla lo regulaba prácticamente todo sobre la forma de proceder del guardia civil: desde su aseo personal hasta la vestimenta, desde cómo instruir sumarias hasta cómo realizar los más variados servicios. Nada quedaba a la improvisación. De esta forma, la idiosincrasia del guardia civil quedaba perfilada, y lo hacía según el más puro estilo ahumadiano.

Pero la Cartilla significaba aún más. Con ella pretendía Ahumada conseguir el prototipo de agente de seguridad, los mejores guardias posibles, a través de una recia formación moral y humana; se trataba de impregnarlos de dignidad y dotarlos de una conciencia individual, puesta al servicio de un orden concebido para la época. Este cúmulo de valores cristalizaron en las características de: abnegación, capacidad de sacrificio, austeridad, disciplina, lealtad y espíritu benemérito que caracterizarían a la Guardia Civil a lo largo de su historia.

La abnegación y capacidad de sacrificio: de la que ha dado innumerables muestras en la realización de sus servicios desde el primer día, multiplicándose en esfuerzos que les convertirían ante los pueblos en verdadera imagen de la providencia: la calificación de “benemérita” surgió espontáneamente de las gentes sencillas, antes de que se convirtiera en “calificación oficial”.

La disciplina, a la vez que una austeridad casi franciscana: intrínseca a su naturaleza militar, la institución diseñada por Ahumada era, ante todo, una fuerza disciplinada. Ahumada era consciente de que sin una férrea disciplina sería imposible conseguir la eficacia deseada, dada la peculiaridad de las misiones a desempeñar y la distribución de sus unidades, muy diseminadas y con dotaciones pequeñas. Por eso, la acentuó con respecto al Ejército, de tal manera que los más severos castigos de las ordenanzas militares se aplicaron siempre a los guardias civiles.

La lealtad al poder legalmente constituido, de la que dio muestra inequívoca durante toda la historia, empezando por la revolución de 1848, cuando los progresistas intentaron dar un golpe de mano para devolver el poder a Espartero, y tropezaron con la resuelta oposición que Ahumada imprimió a las acciones de la Guardia Civil en las calles de Madrid, al frente, el mismo, de sus hombres, en las jornadas de disturbios que tuvieron lugar.

El espíritu benemérito: que imprimió a las funciones peculiares. Esto es innegable tanto al contemplar el primer reglamento para el servicio como desde luego la Cartilla, que dedica un buen número de artículos a la faceta humanitaria (el artículo sexto es un buen ejemplo: “El guardia civil [...] procurará ser un pronóstico feliz para el afligido, y que a su presentación el que se creía cercado de asesinos se vea libre de ellos; el que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado; el que ve a su hijo arrastrado por corriente de las aguas, lo crea salvado [...]”).

En apenas una década, la limpieza y ordenación interna en descampado que para acabar con el bandolerismo y la delincuencia hizo la Guardia Civil resultó un éxito. Bastará consignar este dato: sólo en los años iniciales —1846 y 1847— el número de aprehensiones verificadas por el Cuerpo ascendió a 40.093 maleantes (delincuentes de todo género, contrabandistas, desertores, prófugos). Tanta eficacia consiguió el objetivo fundamental de su misión: devolver la tranquilidad anhelada a los caminos de España.

Así lo refrendaba la calurosa acogida de la que era objeto la Guardia Civil por los pueblos y el empeño de éstos en contar con una casa cuartel era el mejor aval de los guardias. Sobre la casa cuartel, la intuición del duque de Ahumada se percibe muy bien en esta peculiaridad de la Guardia Civil, que convirtió en un hogar entre los otros hogares, alzado para la seguridad y la paz de todos, el asentamiento de los guardias, integrados así entre la población.

En los diez años que duró su primera etapa al frente de la institución, Ahumada demostró también la faceta paternalista de su personalidad. Así lo puso de manifiesto con la creación de la Compañía de Guardias Jóvenes. Especialmente sensibilizado con los huérfanos por ser él mismo padre de catorce hijos fruto de su matrimonio con su esposa Nicolasa, a quien amaba profundamente, Ahumada impulsó y supervisó la extraordinaria labor protectora que supuso la puesta en marcha del colegio para los huérfanos de la institución, cuyo funcionamiento alivió las penurias de muchas familias y sirvió como filón de futuros guardias civiles.

Su mérito no pasó inadvertido para sus contemporáneos, y su prestigio no cesó de elevarse mientras permaneció al frente de la Guardia Civil. Su dedicación se vio recompensada con el ascenso a teniente general (noviembre, 1846), el nombramiento de senador, la concesión, entre otras, de las Cruces de Isabel la Católica y de Carlos III, la distinción de la Legión de Honor francesa y la investidura como grande de España.

Ahumada continuó al frente de la Inspección General de la Guardia Civil hasta 1854, cuando la “Vicalvarada” puso fin a la Década Moderada (1844-1854). La crisis en la que habían entrado los moderados con la retirada de Narváez y la posterior eliminación de Bravo Murillo al frente del Gobierno, facilitó el regreso de los progresistas. Su firmeza a la hora de intentar abortar la asonada, dejaron en desairada situación a su amigo el general O’Donnell, auténtico ariete del pronunciamiento, que no pudo mantenerlo en el cargo, siendo relevado por el general Facundo Infante, afín a Espartero, y digno sucesor de Ahumada por su determinante defensa del cuerpo en los momentos críticos en que se debatía su disolución para restaurar la Milicia Nacional, obra del progresismo por antonomasia. Pero también por el reconocimiento que hizo por la labor de su antecesor en el cargo, a quien a esas alturas nadie discutía su obra.

Ahumada permaneció separado del servicio durante el “bienio progresista” (1854-1856), hasta que la lucha personal entre las dos figuras de la talla de O’Donnell y Espartero acabaría con la experiencia progresista y propiciaría el regreso de Narváez a la presidencia del Gobierno. Con él, el general Girón recuperó (octubre, 1856) el cargo que tanta gloria le había dado y además fue nombrado por segunda vez vicepresidente del Senado (1857). A la altura de 1858 Ahumada es, sin embargo, un hombre agotado y prematuramente envejecido. Por tal motivo, sus visitas a las localidades de Bayona y Biarritz para tomar baños medicinales son cada día más frecuentes. Su declive físico y el regreso de los progresistas lo alejaron de nuevo, ahora definitivamente, de la Inspección General de la Benemérita, pero no de la política activa, que siguió de cerca a través de animadas tertulias, que compartía con importantes prohombres de la época, como su amigo el marqués de Miraflores. Esto y el alejamiento de los órganos de poder le permiten una visión más objetiva y menos apasionada de la realidad política, cuyo deterioro era manifiesto a su análisis.

Contribuye, también, a un distanciamiento de Narváez, al tiempo que se acerca cada día más a los planteamientos de O’Donnell y su Unión Liberal. De Narváez censura su intento de utilizar a la Guardia Civil para beneficiar al Ejército en su afán de frenar la revolución (proyecto de puesta en marcha de la Guardia Rural). De O’Donnell, admira su lealtad incondicional a la Reina.

Los últimos años de Ahumada vienen marcados por esta circunstancia. O’Donnell agradeció el apoyo con su nombramiento como comandante general de Alabarderos (junio, 1862), en un momento en que Ahumada más lo necesitaba, habida cuenta de la depresión en que estaba sumido a causa de la muerte de su esposa. Narváez, por el contrario, lo releva del cargo y lo pasa a la situación de cuartel tras su cuartelazo (julio, 1866), consumando su irreconciliable posición y el fin de una larga amistad. Dolido y cansado, Ahumada alterna a partir de entonces largas estancias en su apacible retiro del sur de Francia, con las cada vez más cortas de Madrid, donde asiste, desde su escaño en el Senado, con estupor al imparable avance de la ola revolucionaria y el consiguiente crepúsculo de la monarquía isabelina, que tanto había defendido.

Ahumada murió (18 de diciembre de 1869) en su casa madrileña de la calle de Factor, a escasos metros del Palacio Real. Según la partida de defunción que obra en la parroquia de Santa María la Real de la Almudena, el fallecimiento le sobrevino “repentinamente a consecuencia de una congestión cerebral debida a una lesión orgánica del corazón”. Su amor a la Guardia Civil era tal, que había ordenado en el testamento su expreso deseo de ser enterrado “vestido con mi uniforme de Inspector General de la Guardia Civil, que tanto me ha honrado [...] y quiero también ser bajado hasta el carro y llevado luego al nicho en hombros de los guardias civiles, a quienes ruego asistan todos a mi entierro”. La Benemérita le correspondió con la veneración que hacia su figura han sentido las distintas generaciones de sus componentes hasta hoy y su nombramiento como “Coronel Honorario de la Guardia Civil”, máxima distinción de esta institución. Sus restos mortales reposan en el panteón familiar del cementerio de San Isidro (Madrid).

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Documentación del Duque de Ahumada.

F. Aguado Sánchez, El Duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil, Madrid, 1968; C. S eco Serrano, “Narváez y el Duque de Ahumada. Acotaciones a un epistolario”, en Cuadernos de la Guardia Civil (CGC) (Madrid), n.º 1 (1994); F. Rivas Gómez, “La Guardia Civil y sus creadores”, en CGC (Madrid), n.º 10 (1994), págs. 19-26; E. de Diego García, “Los artífices de la fundación de la Guardia Civil”, en La fundación de la Guardia Civil, Madrid, 1995, págs. 95-111: M. de las Amarillas, Memorias íntimas, s. f. (inéd.).

 

Miguel López Corral

 

miércoles, 31 de mayo de 2023

General de la Guardia Civil e historiado Francisco Aguado Sánchez

 

HOY HACE 17 AÑOS DE LA MUERTE DE FRANCISCO AGUADO SANCHEZ , GENERAL E HISTORIADOR DE LA GUARDIA CIVIL
(Aportación de J. Nuñez) Facebook
 
 
El 15 de enero de 2002 falleció en Almería, la tierra que le vio nacer, el general de Brigada, en situación de 2ª Reserva, Francisco Aguado Sánchez, colaborador durante muchos años de esta Revista y primer director-fundador de la “Revista de Estudios Históricos de la Guardia Civil”, creada en 1968 y desaparecida veinte años después. Curiosamente el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire mantienen sus revistas periódicas de carácter histórico mientras que la Guardia Civil dejó de publicarla, al parecer por motivos económicos, en 1988.
 
El General Aguado era autor, además de numerosos artículos y trabajos, de diversas obras de gran interés para nuestro Instituto, destacando entre ellas “Historia de la Guardia Civil”, compuesta por siete tomos, editada en 1984 por CUPSA Editorial y Editorial Planeta; “El Duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil”, biografía reeditada por el Cuerpo desde 1969 en varias ocasiones, habiendo sida declarada oficialmente de utilidad para el mismo; “La Guardia Civil en la Revolución Roja de octubre de 1934”, editada en 1972 por el Cuerpo; “El Maquis en España”, editada por Editorial San Martín en 1975; o “El Maquis en sus documentos”, editada también por San Martín en 1976, habiéndose realizado varias ediciones de ambas.
 
Su inquietud y amor por recuperar, mantener viva y difundir la historia de este Cuerpo le animó a propugnar la creación del Servicio de Estudios Históricos en 1968, del que fue su primer jefe durante varios años, así como que desde entonces se elaboraran por las Comandancias las memorias históricas anuales, al objeto de que no volvieran a perderse aquellos hechos y gestas protagonizadas por la Guardia Civil.
 
Si bien es cierto que nuestro Instituto ha tenido historiadores casi desde su fundación, el General Aguado ocupa un puesto de honor entre ellos, pues gracias a él y a todos los guardias civiles que trabajaron bajo sus órdenes en el Servicio de Estudios Históricos o como colaboradores desde las Comandancias, hoy la Guardia Civil tiene una historia que contar, leer y difundir así como un importante puerto desde el que nuevas generaciones de investigadores e historiadores pueden zarpar y seguir navegando, todo ello para honor y gloria de los que día a día y noche a noche, con abnegado espíritu de servicio y sacrificio, fueron sus verdaderos protagonistas: Los guardias civiles.
 
Rescatado por JOSE ANGEL PEREZ
 
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jueves, 25 de mayo de 2023

Libro: Biografía del Duque de Ahumada por el general Francisco Aguado Sánchez. IEHGC, 1969

 Libro que tu ve en mi poder






Conocí en general Aguado Sanches en Aguadulce (Almería) donde tenía un duplex entre 1989 y 1990. 

Me dedicó el presente libro.

Imprenta Escuela Huérfanos de la Guardia Civil  Madrid

ISBN 84-505-2468-7

sábado, 20 de mayo de 2023

"250 aniversario de la muerte del marino e ingeniero Jorge Juan", revista Meer, por Ramón Palmeral

 

 


 

El presente año, se cumplen los 250 años de la muerte del ingeniero naval alicantino Jorge Juan y Santacilia, ocurrida en Madrid el 21 de junio de 1773, a los 60 años.

Jorge Juan es universalmente conocido por haber medido en Quito (Ecuador), junto a Antonio de Ulloa, la longitud del grado del meridiano terrestre y demostrar la forma achatada de la Tierra por los polos —confirmado la hipótesis matemática que mantenían Newton y Huyding—, con objeto mejorar la navegación y la cartografía existente de una forma más científica. Para tal fin, el matemático, científico y marino Jorge Juan y Santacilia (1713-1773), llamado por sus compañeros el Euclides español, utilizó el cálculo infinitesimal1 para sus mediciones. Jorge Juan es considerado como una de las figuras fundamentales en el campo de los avances matemáticos y físicos del XVIII hispano y auténtico referente científico de la España de la Ilustración. Fue Caballero de la Orden de Malta y Encomienda de Aliaga (Aragón). También fue espía en Gran Bretaña a las órdenes del marqués de la Ensenada. Reformó la anticuada Armada Española...

Leer completo en la revista Meer/Internacional 

 


 Articulo enlazado en Portal de Jorge Juan de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

 



Ramón Fernández Palmeral, historiador dedicado al estudio del Imperio español. Publica en Hoja del lunes de Alicante

miércoles, 17 de mayo de 2023

El Golpe de general Pavía a la I Republica 1874, y la Guardia Civil a sus órdenes.

 

             (El Congreso desalojado por la Guardia Civuila  ala órdenes del general Pavía)

 El 3 de enero de 1874, el general Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque, entran en las Cortes con sus soldados y ponen fin a la Primera República Española.
Pavía, ya tenía antecedentes de "golpista" pues participó en la sublevación de Villarejo de Salvanés en 1866 que fue dirigida por el general Juan Prim y, tras el fracaso de este pronunciamiento militar, partió al exilio, regresando tras la Revolución de 1868, que destronó a Isabel II.
Durante la I República, fue designado Capitán General de Castilla la Nueva, pese a ser conocido por su proclividad a encabezar un golpe militar, si la legalidad no bastaba para conseguir el fin perseguido.
El 3 de enero de 1874, cuando el presidente Castelar perdió en el Congreso una moción de confianza, Pavía hizo llegar una nota al presidente de las Cortes, Nicolás Salmerón, ordenándole que "desalojase el local".
La Guardia Civil, que custodiaba el Congreso, se puso a las órdenes del general y ocupó los pasillos y Salmerón, al recibir la orden del capitán general, suspendió la votación y comunicó el grave suceso a los diputados.
Los diputados no obedecieron la orden y permanecieron en sus asientos, aunque terminaron haciéndolo cuando la Guardia Civil desalojó la sala, disolviendo las Cortes y dando fin al régimen parlamentario republicano [pésima experiencia republicana].
Los congresistas abandonaron el edificio a toda prisa, entre escenas de histerismo, pues algunos incluso se descolgaron por las ventas, mientras Pavía les decía socarrón: "Pero señores, ¿por qué saltar por las ventanas cuando pueden salir por la puerta?...".
Tras el golpe de Estado, Pavía ofreció a Emilio Castelar continuar en la presidencia, pero este se negó a mantenerse en el poder por medios no democráticos, y convocó a los partidos a formar un gobierno de concentración nacional. Se inició entonces la llamada "dictadura republicana", bajo la presidencia del general Serrano y aunque su idea era perpetuarse, la difícil situación social, política y militar y la falta de apoyos al régimen, precipitó la restauración de los Borbones, ocurrida el mismo año con el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto en diciembre de 1874, proclamando rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II, volvían los Borbones.

Se demostraba, una vez más que los españoles son ingobernables por medios democráticos. Actualmente, con la desaparicion del bipartidismo volvemos a la ingobernabilidad, que acabará con la unidad de España, el fraccionamiento o federalsimo o cantonalismo de las 17 autonomías.

Es necesario una nueva Ley Electoral donde las minorías regionalistas no tenga cogido el mango de la sartén de los gobiernos de turno, y la prohibición tácita de partidos políticos que no sean constitucionales o independentistas, puesto que es un cáncer a la democracia. La yerba antidemocrática hya que cortarla de raíz. La libertad no es libertinaje político. Todos nos hemos de someter a una normas democráticas (bien entendida) perdiendo, si cabe, los caprichos de los ciudadanos liberales (mal entendido) antes que las libertades individuales o de grupos está la seguridad del Estado (como bien común de convivencia, progreso y unidad). A veces, el orgullo hay que metérselo uno por donde no cabe...

Ramón Palmeral


179 aniversario de la creación de la Guardia Civil española, en tiempos de Isabel II en 1844

 

La Guardia Civil, el cuerpo que comenzó a construir el Estado Español

La fundación en 1844 de la Guardia Civil representó, gracias a la capacidad de actuación que le proporcionó al gobierno nacional, una de las primeras piedras de la construcción del Estado Español moderno

Primera fotografía conocida tomada a un Guardia Civil, en Reinosa entre 1855 y 1857
Primera fotografía conocida tomada a un Guardia Civil, en Reinosa entre 1855 y 1857 Patrimonio Nacional

La Guardia Civil es en la actualidad una de las ramas de las Fuerzas Armadas más importantes. En su ámbito de actuación entra [protección de las personas y las propiedades] el cuidado del medio ambiente y las reservas naturales, las actividades antiterroristas y la lucha contra las drogas entre muchas otras tareas. Pese a su actual importancia, nunca tuvo más relevancia que justo después de su fundación en 1844, cuando se volvió una herramienta indispensable para que España lograse consolidarse como un estado moderno.

La Guardia Civil fue creada en 1844 bajo el mando del II Duque de Ahumada, Francisco Javier Girón y Ezpeleta. Este cuerpo de las fuerzas armadas fue un proyecto del gobierno moderado del general Ramón María Narváez, que pretendía estabilizar el gobierno el país y el Estado tras el caos que había plagado la primera mitad del siglo XIX en España. Tras las primera Guerra Carlista (1833-1840) y la Guerra de Independencia (1808-1814), muchos ciudadanos habían sido formados en el uso de las armas. Miles de personas habían aprendido por las malas el oficio militar y, tras su servicio, fuese en nombre de uno u otro gobierno, se habían quedado sin nada. Muchos de ellos completamente solos y desamparados, pues sus familias habían muerto y sus hogares habían quedado arrasados. Ante esta situación se echaron al monte, a realizar actos de bandolerismo por [caminos] las carreteras de toda España.

La Guardia Civil nacía como respuesta a esta situación, como un cuerpo de policía de escala nacional, bien equipada, con buenos sueldos y entrenamiento del máximo nivel que pretendía dejar atrás la utilización del ejército o las policías locales para combatir el crimen, que era lo común en aquella época pese a ser inefectivo. Ya fuese esto por la poca maniobrabilidad de convocar al Ejército para solucionar pequeños problemas, o la limitada autoridad de la que disponían los cuerpos de policía locales, con jurisdicciones limitadas que dificultaban la persecución de los criminales.

Así, la Guardia Civil demostró ser increíblemente efectiva, realizando en poco menos de 3 años desde su fundación más de 39.000 intervenciones, según recoge el historiador Lorenzo Silva. De facto, acabando de esta manera con el peligro en los caminos de España. Tanto sería así que Facundo Infantes, segundo director de la Benemérita, afirmaría de forma orgullosa en 1854 que: «El robo de los carruajes públicos no causaba impresión diez años antes y desde la creación de la Guardia Civil, era visto con absoluto asombro».

Un país efectivo

No obstante, la Guardia Civil tenía también otra función, si cabe aún mas importante. Al mismo tiempo que unificaba la autoridad policial a una única institución a todo el territorio, dotaba al gobierno de un cuerpo de defensa. Cabe recordar que hasta este momento la forma estándar de imponer alguna decisión gubernamental consistía en llamar al Ejército, cosa que aparte de resultar complicada organizativamente, era muy peligrosa a nivel político. El Ejército durante la primera mitad del siglo XIX había consistido en una fuerza excesivamente politizada, siendo habitual que altos cargos, denominados como «Espadones», diesen golpes de estado para tratar de hacerse con el control. De tal manera, el ejército, más que defender al país, había ejercicio como una palanca de diferentes facciones para conseguir dominar la política nacional.

 Así pues, la fundación de la Guardia Civil buscaba acabar también con eso. Este nuevo Cuerpo poseía una organización interna de carácter militar, con unos medios y entrenamiento que nada tenían que envidiar al ejército [sus jefes y oficiales procedían el Ejército]. De igual manera, dependía prioritariamente del Ministerio de Gobernación, es decir, del gobierno del momento, por lo que su lealtad no dependía de un oficial al mando, sino que respondía, en principio, ante el gobierno civil. Este cuerpo sería, entonces, la forma del Estado de dotarse de poder de actuación autónomo, base de lo que hoy consideramos un país efectivo. Y así ocurrió, pues la Guardia Civil logró bloquear numerosos intentos de golpes de Estado durante los siguientes años a su fundación y dotó al gobierno nacional de una capacidad antes impensable para actuar.

En este sentido, la Guardia Civil representa sin duda uno de los pasos más importantes de España para avanzar desde el Antiguo Régimen a un país moderno. Inició el proceso de autoridad autónoma del estado, unificando el control de las diferentes fuerzas policiales del país para lograr estabilidad, al mismo tiempo que dotaba al gobierno civil de una herramienta para su defensa e imponer las decisiones que tomaba.

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Enlace 179º  años de la organización de la Guardia Civil, 13 de mayo 1844 

Nota.-

Actualmente, 2023, llevados los gobiernos de turno por sus intereses políticos, van perdiendo competencias en el País Vasco, Navarra y Cataluña, con la creación de otros Cuerpos de seguridad como Los Mossos y La Ertzaintza con mejores instalaciones y mejores sueldos con acuerdos bipartitos entres las Autonomías y el Estado español.

sábado, 13 de mayo de 2023

La mayor geoda o megageota de Pulpí en Almeria es la mayor que se conoce en La Tierra

 

La geoda más grande del mundo está en Andalucía

Un auténtico tesoro geológico mundial por su transparencia y estado de conservación se localiza en Pulpí (Almería)

Con casi diez hectáreas, la geoda de Pulpí es la más grande de las que se pueden visitar en el mundo y se caracteriza por sus enormes cristales de yeso. La Geoda de Pulpí y Mina Rica del Pilar de Jaravía -así es su nombre completo- fue declarado Monumento Natural de Andalucía de carácter mixto (geológico y ecocultural). Ubicada en el término municipal de Pulpí, provincia de Almería, esta geoda gigante fue descubierta en 1999 por miembros del Grupo Mineralogista de Madrid. Está considerada un patrimonio singular a nivel mundial, ya que su transparencia y estado de conservación la convierten en una auténtica joya de la naturaleza.

                         Mapa de situación de Pulpí en Almería
 

viernes, 21 de abril de 2023

El Sargento Manuel Bielsa Bermudez de la Guardia Civil asesinado por marxistas de Torrevieja el 13 de agosto de 1936

 Expediente del Sargento Manuel Bielsa Bermúdez de la Guardia Civil asesinado por marxistas de Torrevieja el 13 de agosto de 1936, el mismo día que en Elda asesinaron a otros 5 guardias civiles, entre ellos Manuel Manresa Pamies, suegro de Miguel Hernández. Esto también es es Memoria Histórica.





miércoles, 19 de abril de 2023

Charla-coloquio "50º Aniversario de la muerte de Picasso" - Ramón Palmeral - próximo 24 de abri

 

Charla "50º Aniversario de la muerte de Picasso" - Ramón Palmeral - próximo 24 de abril


 El dia 24 de abril, próximo lunes, a las 19:00 horas, en la Sala de Exposiciones de la Asociación de Artistas Alicantinos, sito en la calle Arquitecto Morell, 11- bajo, nuestro socio Ramon Palmeral dará una Charla sobre Picasso, con motivo del 50 Aniversario de la muerte del consagrado artista.

Juan Torras, responsable de relaciones públicas y protocolo de la Junta Directiva de la Asociación de Artistas Alicantinos, tendrá el placer de presentar a Ramón en esta charla y a la vez tertulia sobre Picasso.

Después de la exposición, Ramon abrirá un coloquio con todo el público asistente. Asimismo sorteará uno de sus cuadros, titulado "La Gran Tomatera" y presentará su reciente libro "50º Aniversario de la muerte de Picasso", publicado hace poco en Amazon.


Les esperamos.