sábado, 26 de marzo de 2016

Comentario de Juan Antonio Urbano, sobre la novela: "El cazador del arco iris" de Ramón Fernández "Palmeral"






(Libro de 467 páginas. de venta en Amazon)





 EL CAZADOR DEL ARCO IRIS DE RAMÓN FERNÁNDEZ “PALMERAL” 
     
 Arco Iris, camino mágico, camino de dioses. Itinerario sagrado por el que desciende Iris, la mensajera de Hera, diosa del cielo y mujer de Zeus para hacer llegar a los hombres los mensajes de los dioses.
Al igual que Iris, y utilizando su arco, sendero por el que descendía la hermosa y joven virgen con alas doradas y vestida con su refulgente túnica multicolor para desplazarse desde la morada de las divinidades y del más allá, y atravesando de uno a otro lugar los confines del mundo a la velocidad del viento, con la sutileza de una diosa, así es como un vecino de Acebumeya (Málaga) despierta de la muerte y recuerda a través de varios narradores el tiempo en que sus antepasados  habitaron en ese mágico lugar con la intención de que vuelva a ser recordado y no caiga en el olvido.
Este vecino, el guardia civil José Ramón Fernández, ha regresado y despertado del más allá para traer su propio mensaje y transmitirlo a su hijo Ramoberto, quien cuenta la  historia de ese lugar que el padre le hace traer al presente para que sea recordado.
Acebumeya, localidad transmutada en aldea de ficción por el autor para evitar implicar a los vecinos reales del lugar que realmente se describe y en el que se entra dentro de lo profundo de los seres humanos que allí habitaron de los cuales aún quedan descendientes o testigos de hechos o de familiares que vivieron en primera persona sucesos que aquí se narran.
Algunos momentos de esta obra se ven impregnados los textos de la sensibilidad poética que Palmeral, de su crisol de artista polifacético, extrae con la dignidad y sinceridad de autor con las que es conocido y reconocido por el mundo de artistas que lo rodean. Pues con esta misma sinceridad nos hace llegar en este libro las leyendas creadas, a caballo entre la realidad y la fantasía popular, por las gentes de aquellos tiempos, de aquel lugar…, las supersticiones, prisma ocular con el que se veían y se juzgaban antaño los hechos, y las historias que sucedían en una realidad espaciotemporal de otras épocas en las que habitaban espíritus que podían influir en la propia vida de los habitantes de la zona y que se iban transmitiendo de padres a hijos hasta crear su propio mundo fantástico-real en el que los habitantes creían como creían en su propia razón de la existencia.
Con el trasfondo de los miembros de la familia de los Simontes, se consigue una distraída saga en la que aparecen extraños personajes con anécdotas sorprendentes, propias de gentes ingenuas y, en cierto modo, ignorantes y donde se van introduciendo diferentes tiempos históricos en los que se hace referencia a distintos hechos acaecidos en el lugar o de repercusión en esta región en donde se ubica esta historia narrativa, como pueden ser, la batalla del Peñón de Frigiliana en 1569, la Guerra del Norte de África en la que aparece con nombre propio el héroe de Nador y su desaparición en 1923… la cotidianidad de los maquis y su influencia en los habitantes con los que éstos tenían contactos, así como otros acontecimientos históricos que han ido marcando el pulso de nuestra historia de la España reciente.
Es una obra entre la realidad y la ficción, en la que se crea un mundo que invita al lector a reconocer unos sucesos históricos que el mismo lector ha podido vivir o ha conocido por la experiencia de quienes se los han contado.
El final de este magnífico conglomerado de historias, que como red de afluentes alimenta al río principal de la narración, se cierra con una revelación sorprendente y con la marcha del espíritu del guardia civil que regresa otra vez al más allá, haciendo uso de las radiaciones multicolor que se generan en el arco iris por medio de la energía que proporcionaron los dioses para crear ese formidable nexo de unión entre el cielo y la tierra, eslabón entre su magia y la humanidad, entre la fantasía y el mundo real.
Ramón Fernández “Palmeral” ha sabido conjugar estos elementos para crear esta entrañable experiencia narrativa acercándonos a un mundo de valores como son el respeto y la obediencia a los mayores, la humildad, el temor de Dios y el amor a la Naturaleza, el valor de la palabra dada, etc., que impregnaban a los entrañables personajes que van apareciendo a lo largo de esta saga familiar. Unos valores que primaron en las conciencias, en las vidas, en las costumbres y usos de las gentes de una época que hace tiempo empezó a desaparecer tratando de arrastrar al olvido esos principios que regían la convivencia humana y que hoy en día se están echando en falta.  

                                                                                          Juan Antonio Urbano
                                                                                               Escritor y poeta

                                                                                      Alicante, 26 de marzo de 2016 



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martes, 22 de marzo de 2016

Capitulos de la Historia y rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, Luis del Marmol Carvajal.

ArribaAbajoCapítulo XXI

Cómo don Antonio de Luna fue sobre el lugar de las Albuñuelas, estando de paces, porque recetaban moros de guerra

Hacían los moros tantos daños en este tiempo a la parte de Granada, Loja y Alhama, captivando, matando y robando los cristianos, que no había ya cosa segura en todas aquellas comarcas; y de ordinario se ponían los de los lugares del Valle a esperar en el barranco de Acequia las escoltas que iban con bastimentos a los presidios de Tablate y de Órgiba; y algunas veces mataban los soldados y bagajeros, y se las llevaban, no embargante que decían estar reducidos. Y por que se entendió que se hallaban en ello muchos de los vecinos del lugar de las Albuñuelas, que estaba de paces, y que allí se acogían los otros, tomando don Juan de Austria el parecer del presidente don Pedro de Deza, determinó que se hiciese castigo ejemplar en ellos, diciendo que si jamás había sido guerra gobernada con severidad, en esta era necesario y muy conveniente reducir la disciplina militar a su antigua costumbre, para que los demás pueblos temiesen. Consultado pues con su majestad, se mandó a don Antonio de Luna, que con la gente de a pie y de a caballo que estaba alojada en las alcarías de la Vega, y con las cien lanzas de Écija, del cargo de Tello González de Aguilar, fuese a hacer el efeto del castigo que se pretendía; y porque el alguacil Bartolomé de Santa María había servido con avisos ciertos y de importancia, y no era justo que llevase igual pena que los malos, envió al beneficiado Ojeda, que era grande amigo suyo, y con la gente a que mirase por él. Llegó don Antonio de Luna al Padul el primer día del mes de junio, y allí supo cómo un día antes se había pregonado en las Albuñuelas que ningún vecino recogiese moro forastero, y que los que había en el lugar se saliesen luego fuera; y pareciéndole que debían de estar avisados, no quiso partir aquel día, hasta dar noticia a don Juan de Austria; el cual le envió a mandar que sin embargo ejecutase lo acordado. Con esta segunda orden partió del alojamiento de parte de noche, llevando consigo a don Luis de Cardona, hijo mayor del duque de Soma; y encontrando en el camino cuatro moriscos, que venían de las Albuñuelas al Padul con las cargas de pan que daban cada semana de contribución para la gente de guerra de aquel presidio, los mandó alancear, y sin detenerse pasó adelante, y dio sobre el barrio del lugar principal siendo ya de día. Lope, famoso monfí, que estaba dentro con gente de guerra, tuvo lugar de huir a la sierra; y quedándose la mayor parte de los vecinos disimuladamente en sus casas, como hombres que les parecía no haber cometido delito, y que bastaría para su disculpa haber echado fuera los moros forasteros, en sintiendo el estruendo de los soldados, que entraban furiosos por las calles, salieron algunos a dar su descargo; mas así ellos como los demás fueron muertos, sin que el beneficiado Ojeda tuviese tiempo de poder guarecer a su amigo el alguacil. La gente inútil huyó la vuelta de la sierra, pensando poderse salvar hacia aquella parte; mas Tello González de Aguilar, que iba de vanguardia con los caballos, los atajó por una ladera arriba, y hizo volver hacia abajo más de mil y quinientas mujeres y gran cantidad de bagajes, que todo ello vino a poder de la infantería. Y hubiérase de perder él en este alcance, porque yendo la sierra arriba se le metió el caballo entre dos peñas en una angostura tan grande, que ni lo pudo revolver ni pasar adelante, y le fue necesario apearse y dejarlo; mas luego acudieron dos escuderos de su compañía, y no lo pudiendo sacar, lo despeñaron por un barranco abajo; y dando sobre un montón de arena que tenía recogida la corriente del agua, se mancó de un brazo, y todavía bajaron por él y se lo llevaron, manco como estaba, no queriendo que en ningún tiempo se dijese que los moros habían tomado el caballo de su capitán. Este día un animoso moro se hizo fuerte en su casa con una ballesta en las manos, y por la ventanilla de un aposento mató al abanderado de la compañía de don Pedro de Pineda, que con la bandera entraba a buscar qué robar; y lo mismo hizo a otros dos soldados que quisieron retirar a cobrar la bandera. A esto acudió luego don Pedro de Pineda, y un soldado de su compañía, llamado Zayas, vecino de Sevilla, se lanzó animosamente con el moro cubierto de una rodela y una celada, que fue bien provechosa; y como el moro errase su tiro, Zayas le atravesó de una estocada; y el moro, pasado de parte a parte, cerró con él, y bregando le quitó una daga que llevaba en la cinta, y le hirió con ella sobre la celada tan reciamente, que se la hendió, y le matara si no fuera por ella. Mas al fin, no pudiendo resistir el desmayo de la muerte, cedió, y cayendo en el suelo, le cortó el soldado la cabeza, y el capitán retiró su bandera. Hecho esto, los capitanes y soldados quisieran saquear las casas, porque estaban llenas de muchas riquezas que habían traído de otros lugares, a causa de estar aquel de paces, y no les parecía que era bien dejarlas a los enemigos; mas don Antonio de Luna no lo consintió, diciendo que tenía aviso que venían de las Guájaras más de seis mil moros a las ahumadas, y que no convenía detenerse; y aunque hubo hartos requerimientos sobre ello, se hubieron de quedar las casas llenas. Volvió nuestra gente aquel día al Padul, que está dos leguas de allí, con más de mil y quinientas almas captivas, y gran cantidad de bagajes y de ganados de toda suerte. Esta presa mandó don Juan de Austria que se repartiese entre los soldados, dando las moras por esclavas; y dio libertad a la mujer y hijas y sobrinas de Bartolomé de Santa María, pagando por ellas a los que les habían cabido por suerte seiscientos ducados de la hacienda de su majestad; y demás desto, les dio licencia para que pudiesen vivir en Granada, o donde quisiesen en aquel reino.


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ArribaAbajoCapítulo XXII

Cómo el comendador mayor de Castilla llegó a la playa de Vélez, y avisado del suceso del peñón de Fregiliana, determinó de hacer la empresa por su persona con la gente que llevaba

El comendador mayor de Castilla llegó a Adra a 1º de mayo, y no se deteniendo allí más de una hora, pasó con veinte y cinco galeras que llevaba a la ciudad de Almuñécar, donde fue avisado de todo lo que había sucedido a nuestra gente en el peñón de Fregiliana, en la sierra de Bentomiz. Y navegando hacia la playa de Vélez, llegó a la torre de la Mar, que está poco más de media legua de la ciudad, a tiempo que Arévalo de Zuazo estaba con harto cuidado de deshacer los moros que allí se habían juntado; el cual acudió, luego que vio las galeras, a la marina. Y como el Comendador mayor, deseoso de saber en particular lo que había pasado, y el estado en que estaban las cosas de aquel partido, enviase una fragata a tierra, Arévalo de Zuazo se metió luego en ella, y fue a verse con él a la galera real, donde trataron del negocio, y de lo mucho que convenía deshacer aquellos moros antes que se hiciesen más fuertes con socorros forasteros, expugnando aquel peñón, donde estaba recogida la gente y riqueza de la sierra de Bentomiz. El Comendador mayor, que ninguna cosa deseaba más que emplear aquellos soldadas tan aventajados donde pudiesen ser de provecho, dijo que holgara de tomar la empresa por su persona; mas que no traía orden para ello, ni venía proveído de bastimentos ni de las otras cosas necesarias; y que le parecía, según la cantidad de enemigos le decían que había juntos en sitio tan fuerte, que sería menester mayor número de gente, y una provisión muy de propósito. Mas al fin satisfizo a todas estas dificultades su buen deseo, y entender del Corregidor la cantidad de caballos y peones que se podrían juntar de su corregimiento, y la provisión de bagajes y bastimentos que se podría hacer en él. Solo faltaba la orden; y mientras se aprestaban las otras cosas, envió por la posta a don Miguel de Moncada, caballero catalán, su primo, a Granada, a que informase a don Juan de Austria de aquel negocio, y se la pidiese. Partido don Miguel de Moncada, mandó el Comendador mayor desembarcar la gente, y haciendo reseña, halló que tenía dos mil y seiscientos soldados de los de Italia, y cuatrocientos de los ordinarios de las galeras; y por no perder tiempo, mientras le venía la orden de don Juan de Austria, envió a don Martín de Padilla, que después fue adelantado de Castilla y general de las galeras de España, con docientos arcabuceros de los de Vélez y sesenta caballos, a reconocer el fuerte y a ver si andaban los moros desmandados fuera dél, de quien poder tomar lengua. Don Miguel de Moncada llegó a Granada, y hizo relación en el Consejo del negocio a que iba; y con orden que el Comendador mayor hiciese la jornada, volvió con la mesma diligencia a la ciudad de Vélez. Y luego envió el Consejo a mandar a don Gómez de Figueroa, corregidor de Loja, Alhama y Alcalá la Real, y al licenciado Soto, alcalde mayor de Archidona, que con el mayor número de peones y caballos que pudiesen recoger en sus gobernaciones fuesen a juntarse con él, entendiendo que sería menester más fuerza de gente de la que tenía para hacer aquel efeto; mas cuando llegaron fue ya tarde, por mucha priesa que se dieron.



ArribaAbajoCapítulo XXIII

Cómo el Comendador mayor juntó toda la gente en Torrox, y de allí fue a poner su campo sobre el peñón de Fregiliana

Estando pues apercibido todo lo necesario para la jornada, a 6 del mes de junio del año de 1569 partió Arévalo de Zuazo de Vélez con dos mil y quinientos infantes y cuatrocientos caballos de las dos ciudades de su corregimiento, y fue a poner su campo cerca del lugar de Torrox, en un sitio fuerte cerca del río. El mesmo día saltó en tierra el comendador mayor de Castilla, y acompañado de don Juan de Cárdenas, que agora es conde de Miranda, y de don Pedro de Padilla y de don Juan de Zanoguera, y de otros caballeros y capitanes, fue a reconocer el fuerte, y de vuelta vio la gente de las ciudades, que le dio mucho contento verla tan bien en orden. Aquella noche se volvió a las galeras, y otro día desembarcó su infantería en la playa del castillo de Torrox; y puestos los unos y los otros en sus ordenanzas, caminaron los dos campos, apartado el uno del otro, la vuelta de los enemigos. El Comendador mayor fue a poner su campo en la fuente del Álamo, y el Corregidor de la otra parte, donde llaman la fuente del Acebuchal, en una umbría que cae entre cierzo y levante, cerca del puerto Blanco. Capitanes de la infantería de Málaga eran Hernán Duarte de Barrientos, don Pedro de Coalla, Gómez Vázquez, Luis de Valdivia y el jurado Pedro de Villalobos; y de la de Vélez Antonio Pérez, Marcos de la Barrera y Francisco de Villalobos; y de la caballería Luis de Paz; y sargentos mayores el capitán Berengel Cáncer de Omos y Martín de Andía, vecinos de Vélez. Don Martín de Padilla reconoció el peñón, y refirió que era muy fuerte, y que no se podría subir a él sin grandísimo trabajo y peligro; y aunque al Comendador mayor le pareció lo mesmo, su mucha prudencia y gran valor le hizo dar a entender a los soldados que había menos dificultad de la que parecía, diciéndoles que no había cosa tan áspera, donde la virtud y el esfuerzo del buen soldado no hiciese camino. Era el sitio que el Corregidor tenía, áspero y poco seguro; mas convenía mucho tenerle ocupado, por ser aquella la entrada por donde podía ser socorrido el enemigo, de la gente de la Alpujarra; y para ver cómo se había alojado el campo, y dar orden en lo que se había de hacer, pasó luego el Comendador allá, y vuelto a su alojamiento, estuvieron aquella noche todos puestos en arma, sin que hubiese cosa notable. Otro día de mañana se trabaron dos escaramuzas, la una con la gente de Vélez Málaga, defendiendo a los moros el agua del acequia, y la otra con don Miguel de Moncada, que fue a reconocer el peñón por la parte de levante con setecientos arcabuceros y cincuenta caballos; el cual anduvo al pie dél hasta llegar a la loma de Fregiliana, y subió tanto por ella escaramuzando con algunos moros, que llegó a descubrir el llano que se hace en la cumbre del peñón, y vio tantas tiendas y chozas de rama, que parecía estar junto en aquel sitio un ejército numeroso de gente. En estas escaramuzas murieron algunos moros, y se retiraron los cristianos a sus alojamientos sin daño. Estando apercebidos los ánimos y las armas para el asalto tan deseado de nuestra gente, la víspera de San Bernabé en la noche dio orden el Comendador mayor a los capitanes de lo que cada uno había de hacer. Por la   —274→   loma de los Pinillos, que cae entre poniente y mediodía, donde primero había estado Arévalo de Zuazo, mandó que fuese don Pedro de Padilla con tres mangas de infantería de su tercio, reforzadas a manera de escuadrones; por la otra, que llaman de Fregiliana, que cae a la mano derecha, don Juan de Cárdenas, hermano de don Pedro de Zúñiga, conde de Miranda, a quien después sucedió en el estado, con cuatrocientos aventureros y alguna gente de Italia; don Martín de Padilla, que agora es adelantado de Castilla y conde de Santa Gadea, por otra lomilla que se hace entre estas dos, con trecientos soldados de los de Galera y alguno de Málaga y Vélez, y una compañía de los del tercio de Nápoles; y por la parte de Puerto Blanco, hacia la umbría que dijimos, mandó que subiese la gente de las dos ciudades que estaba alojada hacia aquella parte, por la loma que dicen de Conca. Y porque el asalto había de ser a un mesmo tiempo, y no se descubrían los unos a los otros, les ordenó que llegando a sus puestos hiciesen ahumadas, y que no se moviesen hasta oír tirar una pieza de artillería de su cuartel. En el siguiente capítulo diremos cómo se combatió y ganó el fuerte.



ArribaAbajoCapítulo XXIV

Cómo se combatió y ganó por fuerza de armas el fuerte de Fregiliana

Cuando estuvo la gente apercebida y puesta en sus lugares para en oyendo la señal dar el asalto, los soldados de Italia que iban con don Pedro de Padilla, queriendo llevarse la honra y el premio de la vitoria, se anticiparon, y comenzaron a subir animosamente por el cerro arriba; mas presto fueron pocos los que quedaron libres de muertes o de heridas, porque los moros los aguardaron muchos detrás de sus reparos, y tirando muchas saetas y piedras, aunque pocas escopetas, porque no las tenían, los tuvieron arredrados con daño. Y aun se comenzaron a retirar, cuando el Comendador mayor, viendo la desorden, mandó dar la señal del asalto, para que no se acabasen de perder aquellos soldados atrevidos; lo cual se hizo con tanta furia y presteza, que daba bien a entender nuestra gente el deseo que tenía de llegar a las manos con los bárbaros infieles, subiendo por laderas tan ásperas y fragosas, que aun huyendo temieran otros de ir por ellas. Hubo muchos que antes de llegar arriba iban vencidos del cansancio, que les doblaba la necesidad de irse apartando y encubriendo de las peñas y piedras que los enemigos echaban rodando sobre ellos, que no era el menor peligro. A este se les juntaba otro inconveniente muy grande, y era que la loma por donde subían no tenía buena arremetida, y los moros industriosamente habían arrancado las matas y cortado los estribos que hacían las peñas, porque no hallasen los soldados donde estribar con los pies ni de qué asir con las manos; mas aunque estas dificultades aguaban el ímpetu de los animosos veteranos, muchos las vencieron con valor proprio, hasta llegar a pegarse con los reparos de los enemigos. Allí se trabó una pelea harto reñida y porfiada de entrambas partes, no se oyendo más que un horrible estruendo de armas y los dolorosos gemidos de los que caían con desigualdad de las partes, por ser el sitio más favorable a los moros que a los nuestros. Ya comenzaban a salir del fuerte animosos bárbaros, que con pronta ligereza herían y mataban cristianos, y nuestra gente se retiraba para tornarse a rehacer, viendo que se peleaba con adversa fortuna, cuando las compañías de las ciudades de Málaga y Vélez, en oyendo la arcabucería, comenzando a subir por la loma o cuchillo de Conca, donde había una larga legua de cuesta, vinieron a conseguir la deseada vitoria, ayudados de la desorden de los soldados de Italia. Estaban confiados los enemigos de la natural fortaleza que sin artificio de hombres tenía el peñón por aquella parte, atajando la entrada una peña tajada tan sin camino ni vereda, que parecía imposible poderla hollar hombre humano; y desta causa había acudido el golpe de la gente hacia donde les pareció haber más necesidad de resistencia. Iba la infantería repartida por tres partes, unos por la loma de Puerto Blanco, otros por la mesma umbría, y el mayor golpe de gente por el cuchillo que dije de Conca, y el Corregidor con los caballos, de retaguardia; solos docientos soldados quedaron de guardia de los alojamientos. Llegando pues los delanteros a la peña que dijimos, aunque hallaron alguna resistencia, comenzaron a subir a gatas y como mejor podían, ayudándose unos a otros, no sin muertes de algunos animosos, que señalaron con su sangre el camino por donde habían de ir los compañeros. Gonzalo de Bozmediano, vecino de Vélez, alzó arriba una tobaja blanca en la punta de la espada, y los alféreces Hernando de Caraveo, vecino de Málaga, y Gaspar Cerezo, vecino de Vélez, cada uno por su parte, fueron los primeros que arbolaron sus banderas y las campearon sobre el fuerte, acompañados de sus capitanes y soldados, que animosamente vencieron la dificultad de la subida y la ofensa de los enemigos, siendo bien servidos de piedras y saetas por aquella parte, y fueron ocupando tanto espacio del fuerte, que la otra gente tuvo lugar de subir arriba. Luego subieron los trompetas a pie y comenzaron a tocar el son de vitoria, con que se acobardaron y perdieron el ánimo los enemigos, y lo cobraron los esforzados del tercio de Nápoles, que habían tornado a renovar el asalto, y les iba tan mal en él como en el primero, y el Comendador mayor los mandaba ya retirar. Cobrando pues nuevo aliento, no de otra manera que si entonces se comenzara la pelea, de docientos moros o más que habían salido a darles carga, ninguno volvió al fuerte, que todos los pasaron a cuchillo; y hallando desocupada la entrada, cargaron a los otros de manera, que arrojándose por aquellos despeñaderos abajo, pusieron su esperanza en los pies, buscando lo más fragoso de la sierra, donde poderse guarecer huyendo. El mayor golpe de los enemigos fue dar a dos cañadas que caen, la una cerca de la loma de Fregiliana, y la otra hacia Puerto Blanco, donde los caballos que llevaba Arévalo de Zuazo dieron con ellos, y mataron muchos; otros acudieron a otras partes, que también cayeron en manos de la infantería. Finalmente, de cuatro mil moros que había en el peñón murieron los dos mil; los otros pudieron irse a la Alpujarra, y muchos dellos tan heridos, que murieron en el camino. Hubo algunas moras que pelearon como esforzados varones, ayudando a sus maridos, hermanos y hijos; y cuando vieron el fuerte perdido, se despeñaron por las peñas más agrias, queriendo más morir   —275→   hechas pedazos que venir en poder de cristianos. A otras no les faltó ánimo para ponerse en cobro con sus hijos en los hombros, saltando como cabras de peña en peña. Fueron captivas tres mil almas, y el despojo de seda, oro, plata y aljófar valió mucho precio. Tomose gran cantidad de ganado mayor y menor, trigo, cebada y otros bastimentos que tenían recogidos en el fuerte en tanta cantidad, que pudieran sustentarse con ello muchos días. No hubieron los nuestros la vitoria sin sangre, porque murieron en los asaltos más de cuatrocientos hombres, y entre ellos don Pedro de Sandoval, sobrino del obispo de Osma, y hubo más de ochocientos heridos, la mayor parte dellos soldados de Italia, y casi todos los capitanes, y entre ellos don Juan de Cárdenas, don Antonio Luzón, don Luis Gaitán, Carlos de Antillón y otros caballeros. Ganado el fuerte y saqueado lo que había en él, el Comendador mayor se estuvo quedo en su alojamiento aquella noche, dejando encargadas las esclavas y el despojo que allí había al capitán don Alonso Luzón; y el siguiente día, habiendo hecho desbaratar los reparos y destruir los bastimentos y las otras cosas que no se podían llevar, y dado orden en curar los heridos, caminó la vuelta de Torrox, y de allí se embarcó para Málaga, donde fue bien recebido, y los ciudadanos con mucha caridad y amor recogieron los caballeros y soldados, y los acariciaron y hicieron curar, que lo habían bien menester, según el trabajo que habían pasado en la mar y en la tierra. Arévalo de Zuazo con la gente de su corregimiento se fue a Vélez, y los soldados que quedaron sanos fueron bien aprovechados; y lo fueran todos si el repartimiento de las esclavas que cupieron a los soldados del tercio de Nápoles se hiciera luego; mas dilatose algunos meses, hasta que se consumieron, como se suelen consumir las cosas de comunidad; y cuando vino a darse alguna parte, ya los que la habían de haber eran muertos o idos. No era bien acabado de ganar el fuerte de Fregiliana, cuando la gente de Loja, Alhama, Alcalá la Real y Archidona, que serían ochocientos hombres de a pie y de a caballo, llegaron a la sierra de Bentomiz, y viendo que no había qué hacer, la pasearon muy a su voluntad, y recogieron los ganados que pudieron haber en los campos, y de las casas de los moros sacaron muchos silos de ropa y joyas, que habían dejado escondido cuando se subieron al peñón; y no con menor despojo que los que habían combatido se volvieron a sus casas.


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Peñon de Frigiliana. El Fuerte. Frigiliana. Fuente de Acebuchal

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Autor Ramón Fernandez Palmeral


 Journal of Iberian and Latin American Literary and Cultural Studies

Historia.de la Acebuchal, Una aldea de Málaga en la Axarquía recuperada.


El Acebuchal recupera la vida y la dignidad

La aldea fue desalojada en 1948 por la Guardia Civil recelosa de su relación con el Maquis · El empeño de una familia ha logrado que se restauren todas sus casas
Encarna Maldonado / Málaga | Actualizado 11.12.2011 - 01:00
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1. Antonio García y Virtudes Sánchez, junto a su hija y su nieta, también Virtudes, su nieto José Antonio, la bisabuela materna Purificación, de 82 años, y su hijo Antonio. 2. El Acebuchal ahora, encastrado en la falda del cerro Verde. Al fondo, el pico del Lucero. 3. Virtudes y Antonio han reconstruido la aldea y la historia de este rincón de la Axarquía. 4. Antonio y su nieto, en el bar. 5. Rincón de una de las casas restauradas por Antonio García.
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La Guardia Civil desalojó El Acebuchal en el verano de 1948. Los 200 vecinos de la aldea tuvieron el tiempo justo de salir corriendo, dejando atrás sus enseres, sus casas y sus vidas. Las autoridades de la dictadura sospechaban que el Maquis recibía apoyo desde El Acebuchal, un pueblo pobre y minúsculo enclavado en la falda del cerro Verde, en la sierra Almijara, en el término municipal de Cómpeta y a siete kilómetros de Frigiliana, en una zona montaraz que favoreció el refugio de los hombres de la guerrilla antifranquista hasta 1951, cuando ya hasta el Partido Comunista los había abandonado. El Acebuchal pagó el pecado de ser el punto en el que confluían el fuego del Maquis y de la Guardia Civil.

En aquellos años de posguerra y miserias los desalojados buscaron el refugio de los familiares en los pueblos de los alrededores y El Acebuchal entró en una devastadora agonía. No volvieron al pueblo cuando desapareció la guerrilla porque el miedo continuaba, aunque durante los veranos la aldea recobraba algo de vida al calor de una venta y una taberna a las que acudían los arrieros que atravesaban la sierra camino de los pueblos granadinos de Jayena y Fornes para vender pasas, tomates o pescado y comprar garbanzos, trigo o lentejas. Entre aquellos arrieros había un niño huérfano, Antonio García. Cuando tenía dos meses su padre fue detenido en Frigiliana por la Guardia Civil y junto a otros dos vecinos del pueblo fue maltratado y rematado con arma de fuego en la Loma de las Vacas. El escritor británico David Baird explica en su libro Historia de los maquis: entre dos fuegos (Almuzara, 2008) que los tres hombres murieron en venganza por el ataque que sufrió un soldado del destacamento de Regulares desplazado a Frigiliana para contener al Maquis. Fueron elegidos porque los tres tenían familiares en la sierra.

Cuando se acabó el trasiego de arrieros El Acebuchal quedó muerto y perdido. Sólo algunos días festivos acudía una mujer, Virtudes Sánchez, de excursión con sus hijos. Su padre había nacido en El Acebuchal y a ella le gustaba relatar a sus hijos las historias que a ella le habían contado de pequeña sobre la vida en el pueblo. En 1998 Virtudes Sánchez y su marido, el hombre en el que se había convertido aquel arriero adolescente y huérfano, compraron dos casas en la aldea. Trece años después El Acebuchal está reconstruido "tal y como era antes". La historia de Virtudes y Antonio ha sido una carrera de fondo. Ella supo ver que el incipiente turismo rural que nacía a finales de los 90 podía ser la salvación de El Acebuchal y él puso sus manos y su conocimiento para reconstruir las casas.

Llevaron, pagada de su bolsillo, el agua y la luz en 2003, instalaron una depuradora, reutilizaron los escombros para volver a levantar en total siete viviendas que habían comprado cuando eran solo ruinas. Todavía no tiene carretera. Los últimos 1.700 metros de los siete que la separan de Frigiliana se tienen que recorrer por un carril de tierra. "Supe de unas ayudas, pero resulta que si te daban las subvenciones tenías que hacer las casas y poner los colores que ellos querían y me negué. Yo quería ver El Acebuchal como era antes", aclara Virtudes. Por eso, en las casas que ellos han recuperado los techos tienen vigas y cañizos, las escaleras peldaños estrechos y altos, los anaqueles son de obra y la parte superior de las habitaciones ha recuperado los colores ocre con los que otras veces se buscaba disimular la acción del humo.

"Me venía aquí a trabajar unas veces solo, otras con mis hijos, pasaban los extranjeros que hacían senderismo y siempre me decían: Antonio aquí pon una taberna para beber algo. Así un día y otro. Al final, en 2005, abrimos el bar". Y buscaron una carta con identidad, apropiada para el ambiente de montaña: choto, cordero, jabalí o ciervo junto a tartas y pan elaborado por la familia.

La aventura de El Acebuchal ha acabado arrollando a buena parte de la familia: Virtudes alimenta las ideas, Antonio se ocupa de la reconstrucción y el mantenimiento, su hijo Antonio, de 33 años, atiende el bar y Sebastián, de 22, ha aprendido de su madre el arte de la cocina y es el amo de los fogones del restaurante.

Lo más singular es que la aventura de esta familia ha sido contagiosa. A medida que recuperaban casas, los antiguos propietarios volvían la mirada hacia las suyas. Virtudes confiesa que tuvo "miedo a los desertores", o sea, a los urbanitas dispuestos, por ejemplo, a levantar chalés de aires ibicencos en la falda de la sierra. Pero no fue así. Sin ordenanzas y sin normas arquitectónicas de obligado cumplimiento, comenzaron a levantarse viviendas de cal, piedra y vigas, sobre calles empedradas destinadas casi en exclusiva al turismo rural. En el pueblo hay 36 casas, de la que sólo una sigue en ruinas. Sin embargo, únicamente hay tres ocupadas durante todo el año. Son las de Antonio García y su hijo Sebastián y la de un matrimonio británico que ha elegido este ignoto punto de la Axarquía para criar a sus dos hijos.

La recuperación de El Acebuchal va más allá de la mera restauración arquitectónica de las viviendas. Virtudes ha tejido con los recuerdos y las fotografías que ha recopilado a lo largo de su vida la historia de este trozo de la Axarquía que encierra la que quizás sea el episodio más cruel y sangrienta de la represión inmediata a la Guerra Civil.

Las paredes del bar están atestadas de fotografías. La más antigua, una montería del siglo XIX en la que aparecen enhiestos cazadores y ojeadores. Junto a ella decenas de imágenes de las familias de la zona: parejas que miran muy serias a la cámara, escenas costumbristas, familias completas y hombres jóvenes. Algunos de ellos no llegaron a sobrevivir a los tiempos del fuego cruzado. Unos huyeron a la sierra, otros fueron represaliados simplemente por tener a sus padres o hermanos en el Maquis, otros fueron víctimas de los guerrilleros y todos presas del miedo.

Virtudes y Antonio son hijos de aquella época. Él tuvo que aprender a vivir con la ausencia dramática del padre y ella se hizo mayor en una familia atrapada entre los dos bandos. Dos de sus tíos se echaron a la sierra. Uno murió delante de su mujer y sus hijas a 500 metros apenas de El Acebuchal cuando se disponía a entregarse a la Guardia Civil. Los restos del segundo los localizó hace poco más de siete años en Polopos (Granada). Por los testimonios que ha recogido sabe que murió tiroteado por la espalda en el cortijo al que acudió a buscar refugio. Su padre, como hermano de sospechosos, estaba obligado a presentarse tres veces al día en el cuartel de la Guardia Civil.


Pero ambos miran lo sucedido sin odio. "La historia hay que contarla para que se conozca y para que no se repita, pero hay que vivirla sin resentimiento", dicen. Mientras desmenuzan estos recuerdos en el bar que regenta la familia en El Acebuchal, el todo terreno de una patrulla de la Guardia Civil estaciona fuera y un agente acude a comprar los panes artesanos que hace el hijo de Virtudes y Antonio.

lunes, 21 de marzo de 2016

Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury. El duende en la palabra. Por Ricardo Sanz

Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury

Hoy os traigo un libro que amo: “Zen en el arte de escribir“, de Ray Bradbury, autor de “Crónicas marcianas”, “Fahrenheit 451” y otros muchos relatos, novelas y guiones para cine y teatro, fue editado hace años por Minotauro y en la actualidad está descatalogado, pero si rastreáis por la red, seguro que lo encontráis.
Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury El libro de Bradbury es un conjunto de once ensayos, escritos a lo largo de treinta años, sobre el placer de escribir. Aunque en el título aparezca la palabra “zen”, podéis estar tranquilos los ateos y agnósticos, porque no es un libro sobre espiritualidad; tampoco va de técnicas literarias, aunque os será más útil que todos esos manuales que proliferan por ahí y que reducen el acto de escribir a un asunto técnico y profesional.
“Zen en el arte de escribir” es un libro sobre el corazón de la escritura, sobre la pasión, el amor y la alegría con que se debe enfocar este acto creativo que es escribir. El autor nos habla de su experiencia, de su vida, de sus cuentos, de su trayectoria, de los errores y de los aciertos; pero sobre todo nos habla de la pasión, del arrebato, del entusiasmo y la garra, del amor que han puesto siempre los grandes escritores en su obra. Porque escribir es una celebración y no una pesada tarea.
A mí me agarró desde el primer párrafo, en el que cuenta cómo a los nueve años decidió no hacer ni caso a las críticas de sus compañeros de clase porque coleccionaba historietas de cómic y seguir a lo suyo: “Eran un montón de idiotas (…). A los nueve años aprendí que hacía bien y todo el mundo se equivocaba“. Y cómo desde entonces ha sido fiel a ese niño, a sus amores, a sus odios, a sus miedos y a sus pasiones y “con esos primitivos ladrillos he construido una vida y una carrera”.
Cuando te sientes a escribir, “no pienses“, nos dice Ray Bradbury. “En la rapidez está la verdad (…). Sé como una lagartija” Corre con tu papel y tu boli o con tu máquina de escribir detrás de tus personajes, agarra al vuelo ese verso como un rabo de nube y déjate llevar por los cielos de la imaginación. Disfruta. Ama la vida y déjate sorprender por ella. Utiliza los sentidos en la escritura y atraparás al lector. Haz listas de tus amores y tus odios y ponlos a trabajar para ti. Alimenta a tu musa con recuerdos y lecturas, paseos y contemplación. O aprende a cortar y pulir tu obra sin matarla.
Y sobre todo ponle: “Garra. Entusiasmo. Cuán raramente se oyen estas palabras –nos dice Ray Bradbury–. Qué poca gente vemos que viva o, para el caso, cree guiándose por ellas. Sin embargo, si me pidiesen que nombrara los elementos más importantes del carácter de un autor, aquello que da forma a su material y lo impele hacia donde quiere ir, solo podría advertirle que pusiera atención a su garra, que se fijara en su entusiasmo”.
Hablando de los grandes escritores y artistas, nos dice: “Son los hijos de los dioses. Sabían divertirse trabajando. No importaba si de vez en cuando crear era difícil, qué tragedias o enfermedades les afectaban la vida más íntima. Las cosas importantes son las que nos llegaron de sus manos y sus mentes, y están llenas a reventar de vigor animal y vitalidad intelectual. Nos transmitieron sus odios y desesperaciones con una especie de amor”.
Zen en el arte de escribir“, de Ray Bradbury, te tocará el corazón de escritor y te lo abrirá de par en par, para que jamás vuelvas a dudar de ti mismo.
Os dejó con algunas frases de Ray Bradbury, gentileza de Andrea.

viernes, 18 de marzo de 2016

Presentado el cartel de la Semana Santa de Frigiliana


marzo 2016_cartel_semana_santaLa llegada de la Semana Santa es inminente, y buena prueba de ello es que todo el engranaje necesario para sacar a la calle nuestros desfiles procesionales ya está en marcha. La prueba más palpable de ello fue el acto de presentación del cartel y pregón de Semana Santa que tuvo lugar el pasado viernes en el Centro de Usos Múltiples.
El pregón de este año corrió a cargo de Encarnación Bermúdez, vecina de Frigiliana, estrechamente ligada a la Semana Santa local desde hace décadas, cuyo discurso se centró en sus extensas vivencias cofrades relacionadas con nuestra Semana Santa mayor y sus desfiles procesionales.
El acto de presentación del cartel es una tradición relativamente nueva en la Semana Santa de Frigiliana, ya que tan solo desde hace unos años se le da relevancia al mismo, pues hasta entonces las imágenes elegidas para ilustrar nuestros desfiles procesionales no correspondían al encargo específico de la agrupación. Sin embargo desde que se cambiara la fórmula han sido varios los vecinos, de Frigiliana y otras localidades, que han tenido la responsabilidad de ilustrar el mencionado cartel, recayendo este año la responsabilidad en Juan Antonio Ortega Montesinos, nerjeño encargado de plasmar la imagen de Ecce Homo que ilustrará este año el cartel de Semana Santa de Frigiliana.
Presentación del cartel. (Foto: Raul Hernández Mesa)Además del cartel y el pregón, el público asistente pudo observar el resultado del gran trabajo que el escultor e imaginero Israel Cornejo ha llevado a cabo sobre la imagen de Ecce Homo o Cristo de la Caña, que ha recibido una necesaria restauración, mejorando notablemente su aspecto, restaurando los colores, que con el tiempo habían pasado a ser verdosos, mejorando la estructura de sujeción a la peana, y dotando al Ecce Homo de la corona de espinas y la caña que le dan su popular nombre de "Cristo de la Caña".
En el acto, Damián Herrero Sánchez tomó el relevo como Hermano Mayor de la Agrupación de cofradías, recogiendo el testigo dejado por Francisco Acosta Retamero tras 27 años de trabajo con dicha responsabilidad.
A continuación reproducimos el calendario de actividades de la Semana Santa 2016, que también puede ser consultado en el recien estrenado calendario de eventos de esta web.

El prólogo de Azorín al libro de Rafael Coloma. Azorín






                       EL PRÓLOGO DE AZORÍN AL LIBRO DE  
                                      RAFAEL COLOMA
          
                                Por Ramón Fernández Palmeral



                                                                            A Miguel Ángel Lozano Marco

   Veamos la historia de un prólogo de Azorín al libro de Rafael Coloma Viajes por tierras de Alicante (1957).  Y además veamos  una relación de cierta  amistad entre el monovero Azorín y el alcoyano Rafael Coloma, pero antes situemos a este olvidado periodista y literato alicantino de la Generación del 36, en su tiempo histórico para lo que es necesario hacer una semblanza.
   Rafael Coloma Payá nació el siete de marzo de 1913 en Alcoy, en esa ciudad vivió la mayor parte de su vida. A comienzos de la guerra civil (1936) fue detenido y trasladado a la cárcel Modelo de Alicante, donde permaneció los tres años de la contienda. Tras su liberación fue nombrado Delegado Local de Propaganda de la Falange y  de las J.O.N.S., en  su ciudad natal en abril de 1939. Luego marchó voluntario con la División Azul, y a su regreso fue funcionario del Ayuntamiento alcoyano, donde puedo compaginar su afición literaria con el periodismo. Su deseo, según las personas que le conocieron, era que Alcoy tuviera un periódico propio, lo cual consiguió el once de marzo de 1953. Este periódico se llamará  «Ciudad», del que fue director durante 25 años, y además subdirector del diario «Primera Página». Promovió ediciones periodísticas en Gandía, Benidorm y Onteniente.
   Autor de varios libros: «Libro de la fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy» (1962), «Crónica del Monte de Piedad de Alcoy», un libro sobre la llamada «guerra del petróleo» en los sucesos de julio de de 1873, durante la I República ocurridos en Alcoy. También autor de biografías sobre alcoyanos célebres. Nadie le puede quitar un amor desmedido por su ciudad, la ciudad del Serpi.    La relativa amistad y la correspondencia entre ambos la publicó el propio Rafael Coloma en Anales Azorinianos, número 2 de 1985, de la Casa-Museo de Azorín en Monóvar (Alicante), pp. 99-104. Comienza el artículo  colomanero explicando los motivos que le llevaron a ponerse en contacto con Azorín:
    «La diputación Provincial de Alicante convocaba, el 26 de julio de 1955, un concurso literario “para premiar el mejor libro de viajes por los pueblos de Alicante”. Me ilusionó el certamen desde el primer momento y, tras recorrer entera la provincia, compuse mi obra Alicante de cabo a rabo, que presenté al certamen el 30 de abril de 1956. Y la Corporación Provincial, en un pleno celebrado al efecto el 17 de julio siguiente, acordó por unanimidad aprobar la propuesta del jurado calificador del certamen, previa consulta, por el definitivo de Viaje por tierras de Alicante, con el que vio la luz la obra. En curso la edición de la misma, el 21 de agosto escribí a don José Martínez Ruiz…»

   Nuestro Rafael Coloma escribió la carta cargada con toda retórica ilusionada y cortesía posible, en la que se despedía con la fórmula «suyo devotísimo y atento s.s.q.e.s.m.» Tres días después recibió Rafael una carta desmoralizadora y desilusionante  de Azorín en la que le decía «siento de veras no poder aceptarla. No escribo ya nada; me lo impiden edad y achaques», firmado el 24 de agosto de 1956. Pero Rafael lleno de ilusiones y de verdadera devoción al maestro, en vez de enojarse, en lugar de lanzar improperios como cualquier hijo de vecino,  da por buena estas mínimas líneas manuscritas de Azorín para que le sirvan como prólogo. Rafael escribe un borrador preámbulo o pórtico,  a modo de proemio, pero antes de entregarlo a los talleres donde se componía la edición  en Afrodisio Aguado, S.A. de Madrid, decide, como él mismo escribe en la página (1985,100) «agotar el último cartucho», y le escribe otra vez a Azorín, a la calle Zorrilla 21 de Madrid, preguntándole si accede a que se publiquen las cortas línea que había mandado el 25 de agosto como proemio.  Una forma de recordarle al maestro Azorín aquella cercana  petición de un prólogo para su libro que, está aún en imprenta, sin tener el aval de un prólogo como compañero de viaje de su libro.
    Aunque esto de los prólogos tiene sus vanidades y sus muchas historias, habría que escribir una miscelánea de prologuistas célebres con sus pequeñas anécdotas. Azorín no era dado a escribir prólogos. Cuenta el propio Ernesto Giménez Caballero, que le pidió a Azorín en 1923 un  prólogo para su primer libro Notas marruecas de un soldado. Y Azorín le dijo «Yo no hago prólogos. Los prólogos no sirven para nada.  Si el libro es bueno no necesita prólogo. Y si es malo se hunde a pesar del prólogo». Y Ernesto Giménez Caballero (Gecé), se quedó sin prólogo (1985, 53 Anales Azorinianos), porque Azorín no era amigo de escribirlos, quizás porque supone un esfuerzo inútil en favor de otro escritor, que siempre, al pedir el prólogo se sitúa por debajo en esa línea invisible de medir la importancia o valía de un escritor. Además se pasaría la vida escribiendo prólogos a los amigos o alumnos.
    Siguiendo con nuestra anécdota sobre el prólogo de Azorín a Rafael.  Pues bien, esta insistencia se cumplió como  ese refrán  tan castellano de que quien no llora no mama. Porque el maestro le manda un preámbulo más que  prólogo, no hay tal  prólogo  como se debe entender la acepción de un  prólogo que consiste en una introducción del libro, el de explicarle al lector, avanzarle, lo que se va a  encontrar en el texto se sigue.  Azorín el mandó el "prólogo" con carta datada en Madrid, el 20 de octubre de 1956, que dice:
     Mi querido amigo: Envío a usted, amañado, para le propósito, un artículo que tenía inédito. ¿Le servirá? ¿Lo podrán componer… sin erratas? Cordialmente. Firmado.: Azorín.
 (Advierte Azorín sobre las inevitables erratas de imprenta, conocedor de los descuidos de linotipistas y demás gnomos de de las imprentas).

   Esta carta y el prólogo debió de volver loco de alegría a Rafael Coloma, como cualquiera que ha tenido el honor de ser prologado, como puede ser el caso de este humilde articulista, que los ha recibió de personas muy importantes en nuestras letras (algún día escribiré sobre ellos). Bien,  Rafael escribe (p.101:
       «A esa media docena de líneas acompañaba Azorín cuatro holandesas escritas a máquina: un artículo «El campo sin nada» [en el prólogo del libro no aparece este título, se debió poner, aunque no era costumbre que los prólogos llevaran títulos], que servía a propósito para prologar la obras mí. ¡Honra mayor no cabía imaginar! Ni gozo tan intenso, menos…»

     El artículo/prólogo de Azorín habla sobre un hipotético viaje en automóvil con salida desde Madrid a las diez de la mañana camino de Levante. Lo dice en plural.  "Vamos a emprender un viaje…".  Azorín le habla al anónimo compañero de viaje que ha tomado menajes  inservibles: viático, atlas de flora mediterránea y un tratado de agricultura. Y le llamará «bodoque» o persona de corto alcance. Una salida que inevitablemente me recuerda, una vez más, a otro viaje memorable en la literatura La ruta de don Quijote(1905) como periodista, cuando sale del mechinal o habitación de la pensión madrileña hacia al estación del ferrocarril en Mediodía y se despide de doña Isabel, la patrona, con cierta tristeza y resignación, porque el viajero no tiene ganas de internarse por profunda La Mancha, solo, a una Mancha que celebraba el III Centenario de la publicación de El Quijote. El artículo/prólogo se dirige a un lector «hiperestésico; en punto a sensibilidad exacerbada te la puedes apostar con un Erasmo, con un Nietzsche…». Y como Azorín tiene añoranzas de su tierra en la comarca del Vinalopó, le dice a su hipotético acompañante, tan al estilo azoriniano, porque también podía entenderse como escrito en segunda persona:
      «Te darán aquí un pan blanco y sentado en Monóvar; aceite de aceitunas del cuquillo, elaborado en Onil; vino clarete, de las viñas de Elda».
  
    Al menos, Azorín nombra tres localidades alicantinas: Monóvar, Onil y Elda, que ya es un honor, y también a Rafael,  le nombrará al principio el prólogo:
     «Vamos a emprender un viaje; dentro de unas horas nos encontraremos en una  tierra apacible; tal vez estrechemos la mano de un buen amigo: Rafael Coloma Payá; que ha escrito un libro muy bonito. Tiene relación –el libro- con estas líneas…».   

   Aunque decir que un libro es bonito, es no decir nada, sin embargo, Azorín no miente, porque Azorín no había podido leer el borrador, que esto suele pasar, que queremos un prólogo sin enviar primero un borrador, por lo que no debemos esperar otros calificativos que bonito, interesente o bueno, que es como no decir absolutamente nada.  Sin embargo, el prólogo es un alarde la técnica de espacio y tiempo, que nos evoca el pasado desde le Edad Media para hablarnos primero de Eduardo de Palacio, de Guevara, de Lope de Vega o de Francisco Gregorio de Salas. También nos evocará su exilio en París a través de la marca de agua embotella de Vittel, para finalizar con algunas frase en francés. Pero no acaba aquí la intención del prólogo azoriniano, porque el maestro es  muy sutil cuando al final  apunta una frase célebre «Quien vive sin locura no es tan cuerdo como él cree», y se calla el nombre de su autor, que es una frase del filósofo y moralista francés Francoise La Rochefoucauld (1613-1680), que exactamente dijo «Quien vive sin locura no es tan cuerdo como parece», que tiene un matiz diferenciador de significación que le da Azorín entre creerse loco o parecer cuerdo.  La Rochefoucauld escribió Máximas (1658-1663), colección de 700 epigramas que constituyen un hito del clasicismo francés. Por ello lo que escribe Azorín al final: Edición 1666, segunda. Es la edición segunda en francés de la Máximas de Rochefoucauld, y la primera es la máxima 210 «Al envejecer se torna uno más loco y más cuerdo», y la anterior  máxima, la número 209, es la ya explicada: «Qui vit sans folie n`est pas si sage qu`il croit».

     Rafael Coloma sabe muy bien que se lo tiene que agradecer y le escribe una carta de fecha 23 de octubre de 1956: «Admirado maestro Azorín: Muy agradecido a su bondad. La provincia de Alicante se enorgullece y le da las gracias. Yo apenas sé decir otra cosa. Por correo le mando el homenaje que en Alcoy le hicimos». (Se refiere a los 80 años de su nacimiento en 1953).
    Unos meses más tarde Rafael Coloma no se lo piensa más y va a visitar al maestro en su casa de Madrid, le recibe  aquella ya famosa doncellita  con cofia, de la que hablan todos los que visitaron la casa en la calle Zorrilla 21, y muchos se quedaron sin ver al maestro porque, esta doncellita les decía que estaba descansado y no se le podía molestar. Pero a Rafael le recibe en el saloncito. Ambos se sentaron en el sofá que había debajo del  famoso retrato que le pintara Zuloaga, nada más y nada menos, Rafael debía alucinar, por creer que se encontraba en el Parnaso, no en el Parnasillo madrileño de tiempos del Romanticismo. Azorín le habló del libro de su bisabuelo José Soriano García, y lo sacó para que lo viera, se trataba de El contestador de 1838, editado por José Martí Casanova.  Estuvo una hora escuchándole que es lo que se debe de hacer en estas situaciones, calla y oír.   Al final de la reunión salió la mujer de Azorín «Lo hice reverendamente, tal como si saliera de una iglesia», escribe Rafael.
   
    Rafael Coloma Payá, falleció  el día 24 de febrero por la tarde en su casa de Millena (Alcoy) el periodista Antonio Reverte, en la nota necrológica del Diario Información de 25 de febrero de 1992,  escribió que  Rafael hacía escarbado como nadie en la intrahistoria de «nuestro pasado; se sabía de memoria todos los hechos, todos los eventos que habían ocurrido por estos pagos. Él fundó, junto a Camilo Visedo el Museo Arqueológico donde constan los Plomos de La Serreta y la Dama Ibérica – a modo de Dama de Elche, en miniatura y cantidad enorme de piezas, que hacen del museo uno de los más interesantes en arte ibérico…». Es decir, nos encontramos antes un erudito, escritor, biógrafo, historiador, ensayista y poeta, admirador de Gabriel Miró y sobre todo de Azorín.


                                                  Alicante, 1º de febrero 2006
                                               Ramón Fernández Palmeral