LOS DEFECTOS, por Ramón Palmeral. El Monárquico
Existen
personas tan duras de mollera que no se reconocen ningún defecto, ni físico, ni
moral ni siquiera espiritual. Son los llamados perfectos, cuando en realidad la
perfección únicamente reside en el Supremo Ser. Lo cierto es que son ególatras
y narcisistas sin posibilidad de sanar nunca, porque la egolatría le ha
disecado por dentro como un animal salvaje taxidermizado. Creerse perfecto
podría considerarse en sí un defecto. Este tipo de personas irreales reciben el
rechazo inmediato de todos porque se salen de la norma, de la regla y del
sector circular en que vive la sociedad como unidad espiritual de hábitat y
compromiso con los demás. Otro asunto es diferente es la autoestima, que no es
una vanidad enfermiza, es el camino para fortalecer la personalidad en el
conjunto de una sociedad agresiva y llena de grupos de supervivencia, a veces
agónica.
No se debe,
o no parece ético, buscar el éxito personal sin contribuir a hacer una sociedad
mejor y más justa, más equitativa, lógica y razonable. Los derechos de unos
colisionan con las libertades de otros. No puedes ir dando codazos por la vida,
ni haciendo peldaños con los hígados de los demás para subir a lo más alto,
porque la escala se derrumbaría en sus peldaños más frágiles y no se sustentará
en el tiempo y caerás en el pantano de la incertidumbre. Debes saber que si
logras sobresalir en un tema siempre te censurarán: es ley de vida, para que
nadie se salga del tiesto donde crece la buganvilla o geranios.
El éxito es un equilibrio entre el trabajo,
la experiencia, la vida personal y la social, porque somos ciudadanos sociables
dentro de una comunidad de abejas andróginas. No somos ermitaños que vivimos en
una cabaña en la soledad de un bosque. Este modo de vida no tiene sentido
social, sería una forma de egoísmo, y de no asumir nuestros defectos. Perseguir la santidad no es humildad sino
orgullo. El búho siempre te mira con grandes ojos de sorpresa, mientras la Mantis
religiosa nos mira con sus cinco ojos de omatidio (ver ilustración de este
artículo).
Son muchos
los defectos que tenemos, porque somos humanos, no dioses, muchos los errores que hemos cometido desde la
adolescencia, y muchos los deslices que nos quedan por cometer, porque la vida
es así, es imperfecta condicionada a sobrevivir en la tangente del aliento
diario. Contra nuestros defectos están nuestras virtudes y nuestra creatividad,
que hemos de poner en valor efectivo, sin dilación, porque el éxito como dice
el escritor Robin Sharma «es un acto de creatividad». Sí que lo es, porque día
a día nos vamos autorretratando.
Cuando
somos creativos, cuando creamos moda, novedad y somos artísticamente combativos
asumimos una responsabilidad que nos catapulta fuera de lo común, ese camino
rodeado de espinos, que cuando te sales entras en otra dimensión. Mucha gente
se burla de los artistas, de los creadores, de los que son diferentes, de los
que son significativos, no sé si por envidia o que razonan como personas
inconscientes dentro de un mundo de conscientes. Y todo en la vida es
aleatorio. Piensan que, los que somos
creativos buscamos la distinción y la diferencia, buscamos la egolatría, que
quizás pudiera parecer una actitud no solidaria; pero no es así, buscamos la
ausencia, buscamos dar salida a mana un
poder espiritual que tenían los polinesios de la isla de Pascua y que los
ancianos llamaban en Aku AKu, es
decir la sensatez.
No es
indigno del hombre aceptar lo que la Naturaleza le ha dado: su inteligencia, su
talento o su creatividad, porque con el tiempo dará un paso más en mejorar la
colectividad, lo que no se puede ser, es un contemplativo, un monje ermitaño o
un eremita. Siempre se puede subir un escalón más en lo filosófico, en la
escritura, la poesía, en ese arma que es la palabra.
Mi
experiencia personal tanto en la pintura como en la escritura me ha supuesto un
gran equilibrio personal, y me ha estimulado hacia un grado de felicidad y de
satisfacción, porque he recibido reconocimientos y elogios, –a pesar de mis
muchos defectos, que es un sello de realidad– que me han elevado, quizás
engañosamente, quizás de una forma artificial no lo sé, pero en mí se han
formado desparramadas nubes blancas que me sostienen, y esto no es malo, porque
mientras nos haga feliz el camino es el adecuado, es el acertado que se resume
en ser uno mismo. Me lo decía el gran maestro levantino de la pintura Fernando
Soria, el estilo personal es el pintor, sin estilo personal no eres nada, no
sobresales, porque pasa ser tú mismo se necesita un gran valor, una chispa
creadora siempre es un parto. Reconocer nuestros defectos es un análisis
introspectivo que nos hace mucho bien porque nos hace tener los pies en el
suelo, este suelo movedizo que cambia con los tiempos o las modas, lo que antes
estaba mal ahora puede estar bien como en la políticas los malos de antes son
los buenos de ahora.
Todo el
mundo puede, pero no todo el mundo quiere. Quizás existan los parásitos que se
apuntan a los éxitos de los demás, o como los bárbaros que por la fuerza
robaban las riquezas y reliquias de los vencidos. Apoderarse de lo ajeno porque
es imposible crear el mundo que ellos, con trabajo, inteligencia y esfuerzo,
no supieron crear. Pero con el tiempo tú
solo y sin esperarlo te situarán donde te corresponde.
Indudablemente en el falso mundo laboral los defectos propios has de
disimularlos, porque los compañeros de trabajo son hienas a tu alrededor a la
espera de hacerte la primera sangre y atacar. Pero todo se supera con la
experiencia propia, con el ensayo y el error, y no conozco otro camino que
madurar, como las sabias frutas que solo se dejan comer cuando han madurado en
su perfección celular.
Sin duda
alguna los jefes quieren rodearse de personas atractivas y quieres conocer tus
defectos que podrían ser tus debilidades o no.
Van Gogh tenía el defecto que era daltónico y veías los colores
diferentes, vendió en su vida un solo cuadro y hoy está considerado un genio
universal de la pintura. De su defecto pasó a su virtud. Mujeres guapas y
atractivas, si alguna sobresale, serán designadas para relaciones públicas,
¿pero qué pasa con las demás, los normales, aquellos que no llegamos al canon
medio? Pues sin resentimientos debemos aceptarnos y querernos, y jamás tenerles
envidia, porque la envidia es una pelota vasca que te rebota en la cara, te
golpea y a la larga te derriba. Creo que
la clave reside en aceptarnos y adaptarnos a las circunstancias y de, nuestros
muchos defectos, sacar provecho y virtudes.
© Ramón Palmeral
El Monárquico, 7 de junio de 2020