martes, 4 de diciembre de 2018

Libro juvenil: "Mi amo Palmera y yo", Por Ramón Fernández Palmeral



 
 Libro a la venta en LULU, on-line.
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Prólogo del libro:



A modo de entrada por el portillo


 En realidad yo no sé exactamente para quién va dirigida esta bitácora de pensamientos míos, si para niños, jóvenes, adultos o animales que sepan leer, lo que sí sé es que es una bitácora sincera de lo que veo, pienso y siento como perro, evidentemente.

Por otra parte pienso que puede ser complejo y hermético entrar en la mente canina de un perro lobo como yo,  pero en la superación reside  la recompensa del esfuerzo.

 La bitácora de Mi amo Palmeral y yo, no se escribió, sino que se pensó, es una reflexión de mi conciencia perruna en un aspecto lírico de la vida, de las emociones, y de las cosas sencillas y los seres más humildes del mundo. Porque  se ha de ver el mundo tal cual es sin aumentar ni omitir nada.

A pesar de que soy un perro lobo sé leer, aunque no puedo escribir, pero sí puedo pensar, oler, oír, ver y observar lo que pasa a mi alrededor con sus realidades, fantasmas y polémicas.

 De vez en cuando ladro, porque es mi forma de hablar, aunque algunos humanos, poco perspicaces, no lo entiendan de este modo. Por eso algunos berzas humanos, gritan ¡que se calle el perro! Los perros no ladramos, sino que hablamos labrando y cuando estamos tristes aullamos. Pero como dice el refrán castellano: «Perro viejo no ladra en vano».

 En el pueblo de Frigiliana vivo junto a mi amo Palmeral, un sesentón jubilado, y su mujer que nunca se jubilará. ¡No sé por qué!, no  jubilan a las amas de casa.  Me gusta vivir en este retirado pueblo, de aguas de pueblo y con olor a pan de pueblo, y observando la sencilla vida  de los agricultores, labradores y albañiles. Vivimos en la plaza de la iglesia, en una casa antigua con cuadra,  corral y bodega. Tiene mi amo un burro de carga, cabras, borregos y aves de corral y una colmena en el barranco Tobías o Entobía como lo llaman popularmente la gente.

 Algunos días, cuanto el tiempo es de esos que amanecen rosa, cojo mi correa con la dentadura de afilados colmillos blancos como la carme de los chirimollos y se la pongo en la mano de mi amo para que me saque a dar una vuelta por el campo, pero en realidad quien saca a mi amo de la casa soy yo con mis ganas de salir a la luz de los días, porque de noche ya veo poco.

 La buena vida es cara, las hay más baratas, pero no es vida. Alimentarse bien es como recibir los rayos solares directos al estómago.  Yo tengo una vida gozosa en un pueblo privilegiado con unos amos que me respetan, nos respetamos y en eso consiste la convivencia: respeto mutuo y fidelidad.

 Me entiendo mejor con los animales que con los humanos, hasta con un mochuelo que es como mi mascota, un viejo cárabo que me informa de lo que pasa en la cuadra, y traductor de lo que dicen los insectos. Todos los animales me hablan y yo los entiendo, hasta algunos árboles viejos e inteligentes me cuentan sus problemas.

 Aquí, en esta antigua villa de calles mudéjares, en la sierra de Almijara, a pocos kilómetros de Nerja, aflora  la vida rural  apacible y horaciana, donde más de  mitad de sus habitantes son guiris (extranjeros europeos y algunos sudamericanos), por algo será, más los turistas que nos visitan cada día en autobuses que bajan, ven, compran, fotografían y se vuelven a subir en los dragones de seis zapatones de cauchos redondos que ruedan para regresar a sus hoteles cosmopolitas.


Yo Frico
Frigiliana, 2015





1.-YO, FRICO

 Soy un perro lobo de unos quince años según la nomenclatura humana, pero de unos setenta años para los cánidos. Estoy más allá que pa cá.
Obedezco al sonoro nombre de Frico, que he de confesar que no sé lo que significa. Me conviene ser un perro obediente y no llevar la contraria a mi amo, pero no del todo sumiso, pues de lo contrario me convertiría en una gallina. Lo entiendo todo y sé leer desde cachorro, cuando el señorito Emilio empezó a leer e ir a la escuela, porque somos de la misma quinta. Lo que sucede es que él tiene quince años y yo estoy en la vejez canina.
Los perros lobos somos, físicamente los más parecidos a los lobos salvajes, mis lejanos ascendientes, que siguen buscando comida en manada como en los tiempos antiguos. Pero a mí me dan de comer por mis servicios de compañía; es decir, que trabajo por la comida y por un techo, decentemente, sin matar a nadie.
A mis primos los lobos, lo que les incomoda son las cadenas al cuello, y del bozal ya no hablemos, porque  es como ponerse guantes en la boca. Pero como nunca jamás he mordido a un humano, y todos me conocen en mi pueblo de Frigiliana, a mí nunca me pusieron bozal.
Mis ojos no son muy grandes, de color cáscara de almendras dulces, flotan a ambos lados de mi cráneo alargado y peludo como dos huevos negros cuales gallinas negras de Ayan Cemani. Mi hocico es largo y acaba en una fresa de carne color ámbar oscuro. Mi olfato son mis ojos, de joven los tenía comparables al de los jabatos salvajes. Aunque mi oído agudo es como el de un lobo salvaje o un lince ibérico... (continúa en el libro)