sábado, 3 de noviembre de 2018

Consideración de la lengua valenciana por Gabriel Miró, en 1928



El valenciano de estos nombres se ha quedado recogido y apretado en ellos como su sangre, y en los campos del contorno, como su geología. Es tan suyo, que los lugareños quieren hablar con el forastero en castellano, traducido rígidamente, para no desjugar y desvalorizar su lengua. Lengua suya, por complacencia posesiva, genealógica y de densidad por ser suya y ser como fue siempre, correspondiendo a su vida y a su paisaje. Si, por ejemplo, se pronuncia Famorca con la «o» cerrada y breve de Castilla, Famorca no significa más de una noticia de diccionario geográfico. Pero con la «o» grande, rotunda, la «o» exacta y verdaderamente central y valenciana, Famorca adquiere una legítima arquitectura silábica, y con ella una plasticidad topográfica y agraria; de manera que si llegásemos delante de Famorca, oyendo esa palabra prorrumpiría en nosotros la evidencia de que ese pueblo sólo así puede llamarse y pronunciarse.
Demasiado sabe Sigüenza que lo que va diciéndose del placer de los nombres comarcanos es anticientífico y todo; pero ese placer no es sólo acústico, sino que se esparce a muy nobles sentidos, penetrando en la conciencia del lenguaje. Lo que pensó de Famorca puede derivarlo de todos los pueblos suyos, y según los nombra siente un contacto humano con los primeros que los nombraron, con los que criaron allí un vínculo antropológico, que le emociona como si echara raíz en lo profundo de la tierra más vieja de esos lugares. Alcalalí, sin pensar en etimologías, Alcalalí, pequeñito y agudo como un esquilón. Agres, umbrío y ermitaño. Ya junta la imagen con la palabra, cumpliéndose en sí mismo que sus nombres, como los de los dioses para Platón, aunque no los comprendamos, son sin duda, «la exacta expresión de la verdad».

(Años y leguas", Toponimia