Textos azorinianos
“La palabra y la vida” (pg. 125) de su libro “Clásicos
y modernos” Losada, 1939
Nos aconseja el maestro de Monóvar lo siguiente:
“…En términos latos (extenso), lo que debemos desear
al escribir en ser claros, precisos y
concretos. No olvide lector estas tres condiciones [debió decir el escritor
o periodista]. A esas tres condiciones debemos sacrificarlo todo, absolutamente
todo. Esas tres condiciones son la vida [se refiere a la vida del texto escrito],
y ante la vida no hay nada que pueda oponerse: no consideraciones gramaticales,
ni purismos, ni cánones estéticos. Cada cosa en el lenguaje escrito debe ser
nombrada con un nombre propio; los rodeos, las perífrasis, los circunloquios
embarazarán y recargarán y ofuscarán el estilo. Pero para poder nombrar cada cosa son su nombre…
debemos saber los nombres de las cosas”. [Evidentemente hemos ponernos a estudiar
el diccionario].
Más adelante dice Azorín nos aconseja: “La única
regla que en esta materia se puede seguir es la siguiente: lea el prosista o el
poeta repetidamente a los clásicos; vaya anotando, si gusta, los vocablos que
le parezcan bellos, plásticos; aunque ligeramente, no lo olvide de cuando en
cuando esta práctica. Y cuando se ponga ante las cuartillas, hágalo sin
preocupación ninguna (preocupación que traería aparejada una inhibición de
ideas o un lamentable torcimiento); olvide cuanto ha leído; ni se proponga hacer estilo, y deje que el tesoro de lo
subconsciente se vaya manifestando, exteriorizando como a bien tenga.”
Efectivamente el maestro Azorín se había dado cuenta
del misterio de lo subconsciente. Pues es evidente que cuando escribimos
evocamos recuerdos, se nos viene a la cabeza o la memoria palabras que habíamos
leído o estudiado con anterioridad o encontradas en algunos texto. Pero no
sabemos cómo nuestras neuronas se ponen a trabajar, por esa maravilla que es la
memoria y el trabajo de práctica de la escritura, puesto que ninguna teoría de
estilo se hace patente si no se practica escribiendo cada día.
En el mismo texto nos conseja sobre el uso de arcaimos, y podria ocurrrir que ese arcaismo tuviera una nueva accepción.Por ejemplo, un arnés cabezal de un caballo se llamaba antes jáquima, que ya no se usa.
Ramón Fernández Palmeral