Con motivo de los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, Ramón Fernández Palmeral, impartirá la conferencia "Miguel de Cervantes y su tiempo", el miércoles 27 de abril 2016. 19.30 horas en Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Alicante.
Madrid,
Barcelona
Argamasilla de alba
Estados Unidos
Argentina
México, Guadalupeño,
Puerto Rico
California. Los Ángeles
El Quijote
Escritor alicantino de novelas, relatos, ensayos y artículos. Su contacto: ramon.palmeral@gmail.com
martes, 29 de marzo de 2016
domingo, 27 de marzo de 2016
Libro impreso: "Buscando a Gerald Brenan al Sur de Granada", LULU. Ramón Fernánndez Palmeral
Ver libro AQUÍ:
http://www.lulu.com/shop/ramon-fernandez-palmeral/buscando-a-gerald-brenan-al-sur-de-granada/paperback/product-22623256.html
Versión para ebook por 2.20 €:
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Descricción del libro de 188 páginas:
En en años 2007 realicé un viajes por La Alpujarra de Granada. Estuve en Churriana, visité La Cónsula donde conoció Brenan a Ernest Hemingway. Visité su tumba y la de su mujer Gamel en el cententerio inglés de Málaga, así como investigaciones de la Bibilioteca Brenan de Alhaurín de la Torre, hablé con muchas personas, leí su famoso libro "Al Sur de Granada", y otros de los que es autor como "La faz de España", "Biografía de San Juan de la Cruz" y "El laberinto Español". Esta segunda edición de 2016 ha sido ampliada y corregida, y muestra las fotos de mi viaje. Ramón Fernández Palmeral
sábado, 26 de marzo de 2016
La minería en Nerja. Medio ambiente
La minería en Nerja
Con
un total de 121 concesiones mineras, Nerja es, con abrumadora
diferencia, el municipio de mayor actividad minera de toda la Axarquía,
concentrando el 40% del total de concesiones históricamente otorgadas en
los municipios de esta comarca, estando a la altura de los municipios
más mineros de la provincia de Málaga. Es imposible reflejar en este
corto espacio la magnitud de esta actividad minera, por lo que remitimos
a nuestra publicación específica sobre la minería de Nerja: Un siglo de
minería en la Sierra de Nerja.
Un somero análisis de la estadística minera de Nerja nos muestra una actividad que, descontando la etapa minera anterior a los registros mineros, la actividad minera se inicia en el año 1871 y termina en el año 1959, un total de 88 años, aunque la actividad minera propiamente dicha comienza realmente en 1826, deteniéndose en gran parte en los años 1920s, por lo que se puede estimar en poco más o menos un siglo el periodo de minería en este municipio, a pesar de que posteriormente siguieron produciéndose registros mineros, ya en la parte baja de Nerja, con nuevos minerales como la magnesita (reactivada en los años 1940s) y algunos otros proyectos más que no acabaron de consolidarse.
Por grupos de sustancias, el mineral más abundante que se buscó en Nerja fue el del grupo del plomo, con 41 concesiones, seguido del grupo del hierro (30 concesiones) y el cinc (24 concesiones). Bien es cierto que, si nos atenemos a las estadísticas mineras, el plomo solo tuvo relevancia en la primera mitad de este periodo, decayendo luego la productividad hasta desaparecer a principios de los años 1920s, aunque las concesiones siguieron produciéndose. El resto de los minerales aparecen en un número muy reducido de concesiones, encabezado por la magnesita (10), el cobre (4) y el cinc (4), existiendo además 2 concesiones mixtas de plomo y zinc. Si examinamos el año de las concesiones mineras, observamos que los minerales mayoritarios (plomo y hierro) se extienden a lo largo de todo el periodo de la minería de Nerja (1871-1959), si bien el plomo empezó una década antes que el hierro. La calamina también ha sido un mineral constante en la minería de Nerja, pero deteniéndose prácticamente en 1918, no recuperándose su interés hasta el final del periodo histórico. Los restantes grupos aparecen en intervalos de tiempos relativamente cortos. Así, el grupo del cobre solo aparece en el año 1880; el grupo del zinc prácticamente entre 1918 y 1920. La magnesita o giobertita era un mineral desconocido en Nerja durante más de la primera mitad del periodo minero de este municipio, no apareciendo hasta el año 1926, deteniéndose en este año y no reapareciendo hasta 1940 en que se reanuda el interés por este singular mineral, posiblemente vinculado a una demanda de algún sector de producción, como el farmacéutico (ej. sales magnésicas).
En cuanto a la localización de las minas, la gran mayoría se encuentra en la Sierra de Nerja (parte de la Sierra de Almijara). En efecto, 75 de los 121 topónimos utilizados para señalar los parajes de ubicación de las concesiones nos dan idea de un relieve muy accidentado en el que los “barrancos” acaparan la mayoría de las concesiones (42 casos: 34,7%), entre los que destacan, por su frecuencia, el Barranco de los Cazadores (17 casos) seguido del Barranco de las Nogueras, el Barranco del Gallo, etc., todos ellos formando parte de la cuenca de arroyo de la Coladilla. Le siguen en importancia los topónimos que aluden a “cuestas” (12 casos, siendo el principal (la Cuesta de Las Nogueras), a los “tajos” (11), “lomas” (6) y “cerros” (4 ). Es en estos lugares donde se encuentran prácticamente la totalidad de las minas de plomo, hierro, zinc y calamina.. Otros minerales, como la magnesita, se encuentran en localidades del piedemonte de la Sierra de Nerja: Los Cancharrales, Castillo Alto, Fuente del Badén y Maro. Algunas de estas localidades actualmente han sido absorbidas por la expansión de los núcleos urbanos de Nerja y Maro.
No nos ha sido posible determinar con exactitud en qué año comenzó la minería en la Sierra de Nerja. Suponemos que, como sucediera en la vecina Alpujarras, la actividad comenzó a principios del siglo XIX con rebuscadores vinculados a contrabandistas que mercadeaban ante la fuerte demanda proveniente del extranjero. Tras la desamortización del subsuelo en la Ley de Minas de 1825, se liberalizó la minería y presumiblemente comenzarían las primeras concesiones en la Sierra de Nerja, a cargo de algunos inversores locales que trataron de buscar fortuna en lo que prometía ser una panacea. Se tiene así las primeras noticias de explotación minera en la zona del Navachica, desde el año 1826, en que se creó una compañía minera para explotar plomo. Pronto se implicaron inversores nerjeños como Lorenzo Terol Sempere, que no sólo impulsó algunos proyectos mineros, sino que también se implicó en la metalurgia, construyendo una fábrica de fundición de plomo, llamada San Lorenzo (luego llamada San Miguel por sus herederos) en la playa de Burriana, donde se embarcaban los lingotes de plomo a barcazas que lo llevaban a barcos fondeados en la bahía. Durante el siglo XIX, salvando algunos altibajos que provocaron el cierre temporal de las minas, la Sierra de Nerja aparecía en las crónicas de minería de España, con una producción destacable, sobre todo en plomo y cinc, siendo la segunda de Málaga (después de Marbella) en volumen de producción, interesándose por sus productos otro metalúrgico notable, Manuel Agustín Heredia, a cuya ferrería La Constancia iban a parar los minerales arrancados en la Sierra de Nerja. Baste señalar la crónica del célebre ingeniero de minas Alvarez de Linera sobre la situación de las minas de Nerja en el año 1852: “en este año operaban ocho minas: una (la de San Antonio ) de galena y “plomo blanco” (cerusita) y las restantes de galena: Buena Fe, San Miguel, Sto. Cristo de la Yedra, San Ramón, Sta. Cruz de Mayo, San Pantaleón y Buena Unión”. El ingeniero comenta que en ese año hubo una “animación (minera) desconocida en la sierra, a pesar de las modestas excavaciones, pues se buscaba el mineral en pequeñas bolsadas de minas y minachos por rebuscadores, llegándose a fundir 50.000 quintales de mineral en las fábricas de San Miguel”.
Un somero análisis de la estadística minera de Nerja nos muestra una actividad que, descontando la etapa minera anterior a los registros mineros, la actividad minera se inicia en el año 1871 y termina en el año 1959, un total de 88 años, aunque la actividad minera propiamente dicha comienza realmente en 1826, deteniéndose en gran parte en los años 1920s, por lo que se puede estimar en poco más o menos un siglo el periodo de minería en este municipio, a pesar de que posteriormente siguieron produciéndose registros mineros, ya en la parte baja de Nerja, con nuevos minerales como la magnesita (reactivada en los años 1940s) y algunos otros proyectos más que no acabaron de consolidarse.
Por grupos de sustancias, el mineral más abundante que se buscó en Nerja fue el del grupo del plomo, con 41 concesiones, seguido del grupo del hierro (30 concesiones) y el cinc (24 concesiones). Bien es cierto que, si nos atenemos a las estadísticas mineras, el plomo solo tuvo relevancia en la primera mitad de este periodo, decayendo luego la productividad hasta desaparecer a principios de los años 1920s, aunque las concesiones siguieron produciéndose. El resto de los minerales aparecen en un número muy reducido de concesiones, encabezado por la magnesita (10), el cobre (4) y el cinc (4), existiendo además 2 concesiones mixtas de plomo y zinc. Si examinamos el año de las concesiones mineras, observamos que los minerales mayoritarios (plomo y hierro) se extienden a lo largo de todo el periodo de la minería de Nerja (1871-1959), si bien el plomo empezó una década antes que el hierro. La calamina también ha sido un mineral constante en la minería de Nerja, pero deteniéndose prácticamente en 1918, no recuperándose su interés hasta el final del periodo histórico. Los restantes grupos aparecen en intervalos de tiempos relativamente cortos. Así, el grupo del cobre solo aparece en el año 1880; el grupo del zinc prácticamente entre 1918 y 1920. La magnesita o giobertita era un mineral desconocido en Nerja durante más de la primera mitad del periodo minero de este municipio, no apareciendo hasta el año 1926, deteniéndose en este año y no reapareciendo hasta 1940 en que se reanuda el interés por este singular mineral, posiblemente vinculado a una demanda de algún sector de producción, como el farmacéutico (ej. sales magnésicas).
En cuanto a la localización de las minas, la gran mayoría se encuentra en la Sierra de Nerja (parte de la Sierra de Almijara). En efecto, 75 de los 121 topónimos utilizados para señalar los parajes de ubicación de las concesiones nos dan idea de un relieve muy accidentado en el que los “barrancos” acaparan la mayoría de las concesiones (42 casos: 34,7%), entre los que destacan, por su frecuencia, el Barranco de los Cazadores (17 casos) seguido del Barranco de las Nogueras, el Barranco del Gallo, etc., todos ellos formando parte de la cuenca de arroyo de la Coladilla. Le siguen en importancia los topónimos que aluden a “cuestas” (12 casos, siendo el principal (la Cuesta de Las Nogueras), a los “tajos” (11), “lomas” (6) y “cerros” (4 ). Es en estos lugares donde se encuentran prácticamente la totalidad de las minas de plomo, hierro, zinc y calamina.. Otros minerales, como la magnesita, se encuentran en localidades del piedemonte de la Sierra de Nerja: Los Cancharrales, Castillo Alto, Fuente del Badén y Maro. Algunas de estas localidades actualmente han sido absorbidas por la expansión de los núcleos urbanos de Nerja y Maro.
No nos ha sido posible determinar con exactitud en qué año comenzó la minería en la Sierra de Nerja. Suponemos que, como sucediera en la vecina Alpujarras, la actividad comenzó a principios del siglo XIX con rebuscadores vinculados a contrabandistas que mercadeaban ante la fuerte demanda proveniente del extranjero. Tras la desamortización del subsuelo en la Ley de Minas de 1825, se liberalizó la minería y presumiblemente comenzarían las primeras concesiones en la Sierra de Nerja, a cargo de algunos inversores locales que trataron de buscar fortuna en lo que prometía ser una panacea. Se tiene así las primeras noticias de explotación minera en la zona del Navachica, desde el año 1826, en que se creó una compañía minera para explotar plomo. Pronto se implicaron inversores nerjeños como Lorenzo Terol Sempere, que no sólo impulsó algunos proyectos mineros, sino que también se implicó en la metalurgia, construyendo una fábrica de fundición de plomo, llamada San Lorenzo (luego llamada San Miguel por sus herederos) en la playa de Burriana, donde se embarcaban los lingotes de plomo a barcazas que lo llevaban a barcos fondeados en la bahía. Durante el siglo XIX, salvando algunos altibajos que provocaron el cierre temporal de las minas, la Sierra de Nerja aparecía en las crónicas de minería de España, con una producción destacable, sobre todo en plomo y cinc, siendo la segunda de Málaga (después de Marbella) en volumen de producción, interesándose por sus productos otro metalúrgico notable, Manuel Agustín Heredia, a cuya ferrería La Constancia iban a parar los minerales arrancados en la Sierra de Nerja. Baste señalar la crónica del célebre ingeniero de minas Alvarez de Linera sobre la situación de las minas de Nerja en el año 1852: “en este año operaban ocho minas: una (la de San Antonio ) de galena y “plomo blanco” (cerusita) y las restantes de galena: Buena Fe, San Miguel, Sto. Cristo de la Yedra, San Ramón, Sta. Cruz de Mayo, San Pantaleón y Buena Unión”. El ingeniero comenta que en ese año hubo una “animación (minera) desconocida en la sierra, a pesar de las modestas excavaciones, pues se buscaba el mineral en pequeñas bolsadas de minas y minachos por rebuscadores, llegándose a fundir 50.000 quintales de mineral en las fábricas de San Miguel”.
Comentario de Juan Antonio Urbano, sobre la novela: "El cazador del arco iris" de Ramón Fernández "Palmeral"
(Libro de 467 páginas. de venta en Amazon) |
EL CAZADOR DEL
ARCO IRIS DE RAMÓN FERNÁNDEZ “PALMERAL”
Arco Iris, camino mágico, camino de
dioses. Itinerario sagrado por el que desciende Iris, la mensajera de Hera, diosa
del cielo y mujer de Zeus para hacer llegar a los hombres los mensajes de los
dioses.
Al
igual que Iris, y utilizando su arco, sendero por el que descendía la hermosa y
joven virgen con alas doradas y vestida con su refulgente túnica multicolor
para desplazarse desde la morada de las divinidades y del más allá, y atravesando
de uno a otro lugar los confines del mundo a la velocidad del viento, con la
sutileza de una diosa, así es como un vecino de Acebumeya (Málaga) despierta de
la muerte y recuerda a través de varios narradores el tiempo en que sus
antepasados habitaron en ese mágico lugar con la intención de que vuelva
a ser recordado y no caiga en el olvido.
Este
vecino, el guardia civil José Ramón Fernández, ha regresado y despertado del
más allá para traer su propio mensaje y transmitirlo a su hijo Ramoberto, quien
cuenta la historia de ese lugar que el
padre le hace traer al presente para que sea recordado.
Acebumeya,
localidad transmutada en aldea de ficción por el autor para evitar implicar a
los vecinos reales del lugar que realmente se describe y en el que se entra
dentro de lo profundo de los seres humanos que allí habitaron de los cuales aún
quedan descendientes o testigos de hechos o de familiares que vivieron en
primera persona sucesos que aquí se narran.
Algunos
momentos de esta obra se ven impregnados los textos de la sensibilidad poética
que Palmeral, de su crisol de artista polifacético, extrae con la dignidad y
sinceridad de autor con las que es conocido y reconocido por el mundo de
artistas que lo rodean. Pues con esta misma sinceridad nos hace llegar en este
libro las leyendas creadas, a caballo entre la realidad y la fantasía popular,
por las gentes de aquellos tiempos, de aquel lugar…, las supersticiones, prisma
ocular con el que se veían y se juzgaban antaño los hechos, y las historias que
sucedían en una realidad espaciotemporal de otras épocas en las que habitaban
espíritus que podían influir en la propia vida de los habitantes de la zona y
que se iban transmitiendo de padres a hijos hasta crear su propio mundo
fantástico-real en el que los habitantes creían como creían en su propia razón
de la existencia.
Con
el trasfondo de los miembros de la familia de los Simontes, se consigue una distraída saga en la que aparecen extraños
personajes con anécdotas sorprendentes, propias de gentes ingenuas y, en cierto
modo, ignorantes y donde se van introduciendo diferentes tiempos históricos en
los que se hace referencia a distintos hechos acaecidos en el lugar o de
repercusión en esta región en donde se ubica esta historia narrativa, como
pueden ser, la batalla del Peñón de Frigiliana en 1569, la Guerra del Norte de
África en la que aparece con nombre propio el héroe de Nador y su desaparición
en 1923… la cotidianidad de los maquis y su influencia en los habitantes con
los que éstos tenían contactos, así como otros acontecimientos históricos que
han ido marcando el pulso de nuestra historia de la España reciente.
Es
una obra entre la realidad y la ficción, en la que se crea un mundo que invita
al lector a reconocer unos sucesos históricos que el mismo lector ha podido
vivir o ha conocido por la experiencia de quienes se los han contado.
El
final de este magnífico conglomerado de historias, que como red de afluentes
alimenta al río principal de la narración, se cierra con una revelación
sorprendente y con la marcha del espíritu del guardia civil que regresa otra
vez al más allá, haciendo uso de las radiaciones multicolor que se generan en
el arco iris por medio de la energía que proporcionaron los dioses para crear
ese formidable nexo de unión entre el cielo y la tierra, eslabón entre su magia
y la humanidad, entre la fantasía y el mundo real.
Ramón
Fernández “Palmeral” ha sabido conjugar estos elementos para crear esta
entrañable experiencia narrativa acercándonos a un mundo de valores como son el
respeto y la obediencia a los mayores, la humildad, el temor de Dios y el amor
a la Naturaleza, el valor de la palabra dada, etc., que impregnaban a los
entrañables personajes que van apareciendo a lo largo de esta saga familiar.
Unos valores que primaron en las conciencias, en las vidas, en las costumbres y
usos de las gentes de una época que hace tiempo empezó a desaparecer tratando
de arrastrar al olvido esos principios que regían la convivencia humana y que
hoy en día se están echando en falta.
Juan
Antonio Urbano
Escritor y poeta
Alicante, 26 de marzo de 2016
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martes, 22 de marzo de 2016
Capitulos de la Historia y rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, Luis del Marmol Carvajal.
Capítulo XXI
Cómo don Antonio de Luna fue sobre el
lugar de las Albuñuelas, estando de paces, porque recetaban
moros de guerra
Hacían los
moros tantos daños en este tiempo a la parte de Granada,
Loja y Alhama, captivando, matando y robando los cristianos, que no
había ya cosa segura en todas aquellas comarcas; y de
ordinario se ponían los de los lugares del Valle a esperar
en el barranco de Acequia las escoltas que iban con bastimentos a
los presidios de Tablate y de Órgiba; y algunas veces
mataban los soldados y bagajeros, y se las llevaban, no embargante
que decían estar reducidos. Y por que se entendió que
se hallaban en ello muchos de los vecinos del lugar de las
Albuñuelas, que estaba de paces, y que allí se
acogían los otros, tomando don Juan de Austria el parecer
del presidente don Pedro de Deza, determinó que se hiciese
castigo ejemplar en ellos, diciendo que si jamás
había sido guerra gobernada con severidad, en esta era
necesario y muy conveniente reducir la disciplina militar a su
antigua costumbre, para que los demás pueblos temiesen.
Consultado pues con su majestad, se mandó a don Antonio de
Luna, que con la gente de a pie y de a caballo que estaba alojada
en las alcarías de la Vega, y con las cien lanzas de
Écija, del cargo de Tello González de Aguilar, fuese
a hacer el efeto del castigo que se pretendía; y porque el
alguacil Bartolomé de Santa María había
servido con avisos ciertos y de importancia, y no era justo que
llevase igual pena que los malos, envió al beneficiado
Ojeda, que era grande amigo suyo, y con la gente a que mirase por
él. Llegó don Antonio de Luna al Padul el primer
día del mes de junio, y allí supo cómo un
día antes se había pregonado en las Albuñuelas
que ningún vecino recogiese moro forastero, y que los que
había en el lugar se saliesen luego fuera; y
pareciéndole que debían de estar avisados, no quiso
partir aquel día, hasta dar noticia a don Juan de Austria;
el cual le envió a mandar que sin embargo ejecutase lo
acordado. Con esta segunda orden partió del alojamiento de
parte de noche, llevando consigo a don Luis de Cardona, hijo mayor
del duque de Soma; y encontrando en el camino cuatro moriscos, que
venían de las Albuñuelas al Padul con las cargas de
pan que daban cada semana de contribución para la gente de
guerra de aquel presidio, los mandó alancear, y sin
detenerse pasó adelante, y dio sobre el barrio del lugar
principal siendo ya de día. Lope, famoso monfí, que
estaba dentro con gente de guerra, tuvo lugar de huir a la sierra;
y quedándose la mayor parte de los vecinos disimuladamente
en sus casas, como hombres que les parecía no haber cometido
delito, y que bastaría para su disculpa haber echado fuera
los moros forasteros, en sintiendo el estruendo de los soldados,
que entraban furiosos por las calles, salieron algunos a dar su
descargo; mas así ellos como los demás fueron
muertos, sin que el beneficiado Ojeda tuviese tiempo de poder
guarecer a su amigo el alguacil. La gente inútil huyó
la vuelta de la sierra, pensando poderse salvar hacia aquella
parte; mas Tello González de Aguilar, que iba de vanguardia
con los caballos, los atajó por una ladera arriba, y hizo
volver hacia abajo más de mil y quinientas mujeres y gran
cantidad de bagajes, que todo ello vino a poder de la
infantería. Y hubiérase de perder él en este
alcance, porque yendo la sierra arriba se le metió el
caballo entre dos peñas en una angostura tan grande, que ni
lo pudo revolver ni pasar adelante, y le fue necesario apearse y
dejarlo; mas luego acudieron dos escuderos de su
compañía, y no lo pudiendo sacar, lo
despeñaron por un barranco abajo; y dando sobre un
montón de arena que tenía recogida la corriente del
agua, se mancó de un brazo, y todavía bajaron por
él y se lo llevaron, manco como estaba, no queriendo que en
ningún tiempo se dijese que los moros habían tomado
el caballo de su capitán. Este día un animoso moro se
hizo fuerte en su casa con una ballesta en las manos, y por la
ventanilla de un aposento mató al abanderado de la
compañía de don Pedro de Pineda, que con la bandera
entraba a buscar qué robar; y lo mismo hizo a otros dos
soldados que quisieron retirar a cobrar la bandera. A esto
acudió luego don Pedro de Pineda, y un soldado de su
compañía, llamado Zayas, vecino de Sevilla, se
lanzó animosamente con el moro cubierto de una rodela y una
celada, que fue bien provechosa; y como el moro errase su tiro,
Zayas le atravesó de una estocada; y el moro, pasado de
parte a parte, cerró con él, y bregando le
quitó una daga que llevaba en la cinta, y le hirió
con ella sobre la celada tan reciamente, que se la hendió, y
le matara si no fuera por ella. Mas al fin, no pudiendo resistir el
desmayo de la muerte, cedió, y cayendo en el suelo, le
cortó el soldado la cabeza, y el capitán
retiró su bandera. Hecho esto, los capitanes y soldados
quisieran saquear las casas, porque estaban llenas de muchas
riquezas que habían traído de otros lugares, a causa
de estar aquel de paces, y no les parecía que era bien
dejarlas a los enemigos; mas don Antonio de Luna no lo
consintió, diciendo que tenía aviso que venían
de las Guájaras más de seis mil moros a las ahumadas,
y que no convenía detenerse; y aunque hubo hartos
requerimientos sobre ello, se hubieron de quedar las casas llenas.
Volvió nuestra gente aquel día al Padul, que
está dos leguas de allí, con más de mil y
quinientas almas captivas, y gran cantidad de bagajes y de ganados
de toda suerte. Esta presa mandó don Juan de Austria que se
repartiese entre los soldados, dando las moras por esclavas; y dio
libertad a la mujer y hijas y sobrinas de Bartolomé de Santa
María, pagando por ellas a los que les habían cabido
por suerte seiscientos ducados de la hacienda de su majestad; y
demás desto, les dio licencia para que pudiesen vivir en
Granada, o donde quisiesen en aquel reino.
—273→
Cómo el comendador mayor de Castilla
llegó a la playa de Vélez, y avisado del suceso del
peñón de Fregiliana, determinó de hacer la
empresa por su persona con la gente que llevaba
El comendador
mayor de Castilla llegó a Adra a 1º de mayo, y no se
deteniendo allí más de una hora, pasó con
veinte y cinco galeras que llevaba a la ciudad de
Almuñécar, donde fue avisado de todo lo que
había sucedido a nuestra gente en el peñón de
Fregiliana, en la sierra de Bentomiz. Y navegando hacia la playa de
Vélez, llegó a la torre de la Mar, que está
poco más de media legua de la ciudad, a tiempo que
Arévalo de Zuazo estaba con harto cuidado de deshacer los
moros que allí se habían juntado; el cual
acudió, luego que vio las galeras, a la marina. Y como el
Comendador mayor, deseoso de saber en particular lo que
había pasado, y el estado en que estaban las cosas de aquel
partido, enviase una fragata a tierra, Arévalo de Zuazo se
metió luego en ella, y fue a verse con él a la galera
real, donde trataron del negocio, y de lo mucho que convenía
deshacer aquellos moros antes que se hiciesen más fuertes
con socorros forasteros, expugnando aquel peñón,
donde estaba recogida la gente y riqueza de la sierra de Bentomiz.
El Comendador mayor, que ninguna cosa deseaba más que
emplear aquellos soldadas tan aventajados donde pudiesen ser de
provecho, dijo que holgara de tomar la empresa por su persona; mas
que no traía orden para ello, ni venía
proveído de bastimentos ni de las otras cosas necesarias; y
que le parecía, según la cantidad de enemigos le
decían que había juntos en sitio tan fuerte, que
sería menester mayor número de gente, y una
provisión muy de propósito. Mas al fin satisfizo a
todas estas dificultades su buen deseo, y entender del Corregidor
la cantidad de caballos y peones que se podrían juntar de su
corregimiento, y la provisión de bagajes y bastimentos que
se podría hacer en él. Solo faltaba la orden; y
mientras se aprestaban las otras cosas, envió por la posta a
don Miguel de Moncada, caballero catalán, su primo, a
Granada, a que informase a don Juan de Austria de aquel negocio, y
se la pidiese. Partido don Miguel de Moncada, mandó el
Comendador mayor desembarcar la gente, y haciendo reseña,
halló que tenía dos mil y seiscientos soldados de los
de Italia, y cuatrocientos de los ordinarios de las galeras; y por
no perder tiempo, mientras le venía la orden de don Juan de
Austria, envió a don Martín de Padilla, que
después fue adelantado de Castilla y general de las galeras
de España, con docientos arcabuceros de los de Vélez
y sesenta caballos, a reconocer el fuerte y a ver si andaban los
moros desmandados fuera dél, de quien poder tomar lengua.
Don Miguel de Moncada llegó a Granada, y hizo
relación en el Consejo del negocio a que iba; y con orden
que el Comendador mayor hiciese la jornada, volvió con la
mesma diligencia a la ciudad de Vélez. Y luego envió
el Consejo a mandar a don Gómez de Figueroa, corregidor de
Loja, Alhama y Alcalá la Real, y al licenciado Soto, alcalde
mayor de Archidona, que con el mayor número de peones y
caballos que pudiesen recoger en sus gobernaciones fuesen a
juntarse con él, entendiendo que sería menester
más fuerza de gente de la que tenía para hacer aquel
efeto; mas cuando llegaron fue ya tarde, por mucha priesa que se
dieron.
Cómo el Comendador mayor juntó
toda la gente en Torrox, y de allí fue a poner su campo
sobre el peñón de Fregiliana
Estando pues
apercibido todo lo necesario para la jornada, a 6 del mes de junio
del año de 1569 partió Arévalo de Zuazo de
Vélez con dos mil y quinientos infantes y cuatrocientos
caballos de las dos ciudades de su corregimiento, y fue a poner su
campo cerca del lugar de Torrox, en un sitio fuerte cerca del
río. El mesmo día saltó en tierra el
comendador mayor de Castilla, y acompañado de don Juan de
Cárdenas, que agora es conde de Miranda, y de don Pedro de
Padilla y de don Juan de Zanoguera, y de otros caballeros y
capitanes, fue a reconocer el fuerte, y de vuelta vio la gente de
las ciudades, que le dio mucho contento verla tan bien en orden.
Aquella noche se volvió a las galeras, y otro día
desembarcó su infantería en la playa del castillo de
Torrox; y puestos los unos y los otros en sus ordenanzas, caminaron
los dos campos, apartado el uno del otro, la vuelta de los
enemigos. El Comendador mayor fue a poner su campo en la fuente del
Álamo, y el Corregidor de la otra parte, donde llaman la
fuente del Acebuchal, en una umbría que cae entre cierzo y
levante, cerca del puerto Blanco. Capitanes de la infantería
de Málaga eran Hernán Duarte de Barrientos, don Pedro
de Coalla, Gómez Vázquez, Luis de Valdivia y el
jurado Pedro de Villalobos; y de la de Vélez Antonio
Pérez, Marcos de la Barrera y Francisco de Villalobos; y de
la caballería Luis de Paz; y sargentos mayores el
capitán Berengel Cáncer de Omos y Martín de
Andía, vecinos de Vélez. Don Martín de Padilla
reconoció el peñón, y refirió que era
muy fuerte, y que no se podría subir a él sin
grandísimo trabajo y peligro; y aunque al Comendador mayor
le pareció lo mesmo, su mucha prudencia y gran valor le hizo
dar a entender a los soldados que había menos dificultad de
la que parecía, diciéndoles que no había cosa
tan áspera, donde la virtud y el esfuerzo del buen soldado
no hiciese camino. Era el sitio que el Corregidor tenía,
áspero y poco seguro; mas convenía mucho tenerle
ocupado, por ser aquella la entrada por donde podía ser
socorrido el enemigo, de la gente de la Alpujarra; y para ver
cómo se había alojado el campo, y dar orden en lo que
se había de hacer, pasó luego el Comendador
allá, y vuelto a su alojamiento, estuvieron aquella noche
todos puestos en arma, sin que hubiese cosa notable. Otro
día de mañana se trabaron dos escaramuzas, la una con
la gente de Vélez Málaga, defendiendo a los moros el
agua del acequia, y la otra con don Miguel de Moncada, que fue a
reconocer el peñón por la parte de levante con
setecientos arcabuceros y cincuenta caballos; el cual anduvo al pie
dél hasta llegar a la loma de Fregiliana, y subió
tanto por ella escaramuzando con algunos moros, que llegó a
descubrir el llano que se hace en la cumbre del
peñón, y vio tantas tiendas y chozas de rama, que
parecía estar junto en aquel sitio un ejército
numeroso de gente. En estas escaramuzas murieron algunos moros, y
se retiraron los cristianos a sus alojamientos sin daño.
Estando apercebidos los ánimos y las armas para el asalto
tan deseado de nuestra gente, la víspera de San
Bernabé en la noche dio orden el Comendador mayor a los
capitanes de lo que cada uno había de hacer. Por la
—274→
loma de los Pinillos, que cae entre poniente y
mediodía, donde primero había estado Arévalo
de Zuazo, mandó que fuese don Pedro de Padilla con tres
mangas de infantería de su tercio, reforzadas a manera de
escuadrones; por la otra, que llaman de Fregiliana, que cae a la
mano derecha, don Juan de Cárdenas, hermano de don Pedro de
Zúñiga, conde de Miranda, a quien después
sucedió en el estado, con cuatrocientos aventureros y alguna
gente de Italia; don Martín de Padilla, que agora es
adelantado de Castilla y conde de Santa Gadea, por otra lomilla que
se hace entre estas dos, con trecientos soldados de los de Galera y
alguno de Málaga y Vélez, y una
compañía de los del tercio de Nápoles; y por
la parte de Puerto Blanco, hacia la umbría que dijimos,
mandó que subiese la gente de las dos ciudades que estaba
alojada hacia aquella parte, por la loma que dicen de Conca. Y
porque el asalto había de ser a un mesmo tiempo, y no se
descubrían los unos a los otros, les ordenó que
llegando a sus puestos hiciesen ahumadas, y que no se moviesen
hasta oír tirar una pieza de artillería de su
cuartel. En el siguiente capítulo diremos cómo se
combatió y ganó el fuerte.
Cómo se combatió y ganó
por fuerza de armas el fuerte de Fregiliana
Cuando estuvo la
gente apercebida y puesta en sus lugares para en oyendo la
señal dar el asalto, los soldados de Italia que iban con don
Pedro de Padilla, queriendo llevarse la honra y el premio de la
vitoria, se anticiparon, y comenzaron a subir animosamente por el
cerro arriba; mas presto fueron pocos los que quedaron libres de
muertes o de heridas, porque los moros los aguardaron muchos
detrás de sus reparos, y tirando muchas saetas y piedras,
aunque pocas escopetas, porque no las tenían, los tuvieron
arredrados con daño. Y aun se comenzaron a retirar, cuando
el Comendador mayor, viendo la desorden, mandó dar la
señal del asalto, para que no se acabasen de perder aquellos
soldados atrevidos; lo cual se hizo con tanta furia y presteza, que
daba bien a entender nuestra gente el deseo que tenía de
llegar a las manos con los bárbaros infieles, subiendo por
laderas tan ásperas y fragosas, que aun huyendo temieran
otros de ir por ellas. Hubo muchos que antes de llegar arriba iban
vencidos del cansancio, que les doblaba la necesidad de irse
apartando y encubriendo de las peñas y piedras que los
enemigos echaban rodando sobre ellos, que no era el menor peligro.
A este se les juntaba otro inconveniente muy grande, y era que la
loma por donde subían no tenía buena arremetida, y
los moros industriosamente habían arrancado las matas y
cortado los estribos que hacían las peñas, porque no
hallasen los soldados donde estribar con los pies ni de qué
asir con las manos; mas aunque estas dificultades aguaban el
ímpetu de los animosos veteranos, muchos las vencieron con
valor proprio, hasta llegar a pegarse con los reparos de los
enemigos. Allí se trabó una pelea harto reñida
y porfiada de entrambas partes, no se oyendo más que un
horrible estruendo de armas y los dolorosos gemidos de los que
caían con desigualdad de las partes, por ser el sitio
más favorable a los moros que a los nuestros. Ya comenzaban
a salir del fuerte animosos bárbaros, que con pronta
ligereza herían y mataban cristianos, y nuestra gente se
retiraba para tornarse a rehacer, viendo que se peleaba con adversa
fortuna, cuando las compañías de las ciudades de
Málaga y Vélez, en oyendo la arcabucería,
comenzando a subir por la loma o cuchillo de Conca, donde
había una larga legua de cuesta, vinieron a conseguir la
deseada vitoria, ayudados de la desorden de los soldados de Italia.
Estaban confiados los enemigos de la natural fortaleza que sin
artificio de hombres tenía el peñón por
aquella parte, atajando la entrada una peña tajada tan sin
camino ni vereda, que parecía imposible poderla hollar
hombre humano; y desta causa había acudido el golpe de la
gente hacia donde les pareció haber más necesidad de
resistencia. Iba la infantería repartida por tres partes,
unos por la loma de Puerto Blanco, otros por la mesma
umbría, y el mayor golpe de gente por el cuchillo que dije
de Conca, y el Corregidor con los caballos, de retaguardia; solos
docientos soldados quedaron de guardia de los alojamientos.
Llegando pues los delanteros a la peña que dijimos, aunque
hallaron alguna resistencia, comenzaron a subir a gatas y como
mejor podían, ayudándose unos a otros, no sin muertes
de algunos animosos, que señalaron con su sangre el camino
por donde habían de ir los compañeros. Gonzalo de
Bozmediano, vecino de Vélez, alzó arriba una tobaja
blanca en la punta de la espada, y los alféreces Hernando de
Caraveo, vecino de Málaga, y Gaspar Cerezo, vecino de
Vélez, cada uno por su parte, fueron los primeros que
arbolaron sus banderas y las campearon sobre el fuerte,
acompañados de sus capitanes y soldados, que animosamente
vencieron la dificultad de la subida y la ofensa de los enemigos,
siendo bien servidos de piedras y saetas por aquella parte, y
fueron ocupando tanto espacio del fuerte, que la otra gente tuvo
lugar de subir arriba. Luego subieron los trompetas a pie y
comenzaron a tocar el son de vitoria, con que se acobardaron y
perdieron el ánimo los enemigos, y lo cobraron los
esforzados del tercio de Nápoles, que habían tornado
a renovar el asalto, y les iba tan mal en él como en el
primero, y el Comendador mayor los mandaba ya retirar. Cobrando
pues nuevo aliento, no de otra manera que si entonces se comenzara
la pelea, de docientos moros o más que habían salido
a darles carga, ninguno volvió al fuerte, que todos los
pasaron a cuchillo; y hallando desocupada la entrada, cargaron a
los otros de manera, que arrojándose por aquellos
despeñaderos abajo, pusieron su esperanza en los pies,
buscando lo más fragoso de la sierra, donde poderse guarecer
huyendo. El mayor golpe de los enemigos fue dar a dos
cañadas que caen, la una cerca de la loma de Fregiliana, y
la otra hacia Puerto Blanco, donde los caballos que llevaba
Arévalo de Zuazo dieron con ellos, y mataron muchos; otros
acudieron a otras partes, que también cayeron en manos de la
infantería. Finalmente, de cuatro mil moros que había
en el peñón murieron los dos mil; los otros pudieron
irse a la Alpujarra, y muchos dellos tan heridos, que murieron en
el camino. Hubo algunas moras que pelearon como esforzados varones,
ayudando a sus maridos, hermanos y hijos; y cuando vieron el fuerte
perdido, se despeñaron por las peñas más
agrias, queriendo más morir —275→
hechas pedazos que venir en poder de cristianos. A otras no
les faltó ánimo para ponerse en cobro con sus hijos
en los hombros, saltando como cabras de peña en peña.
Fueron captivas tres mil almas, y el despojo de seda, oro, plata y
aljófar valió mucho precio. Tomose gran cantidad de
ganado mayor y menor, trigo, cebada y otros bastimentos que
tenían recogidos en el fuerte en tanta cantidad, que
pudieran sustentarse con ello muchos días. No hubieron los
nuestros la vitoria sin sangre, porque murieron en los asaltos
más de cuatrocientos hombres, y entre ellos don Pedro de
Sandoval, sobrino del obispo de Osma, y hubo más de
ochocientos heridos, la mayor parte dellos soldados de Italia, y
casi todos los capitanes, y entre ellos don Juan de
Cárdenas, don Antonio Luzón, don Luis Gaitán,
Carlos de Antillón y otros caballeros. Ganado el fuerte y
saqueado lo que había en él, el Comendador mayor se
estuvo quedo en su alojamiento aquella noche, dejando encargadas
las esclavas y el despojo que allí había al
capitán don Alonso Luzón; y el siguiente día,
habiendo hecho desbaratar los reparos y destruir los bastimentos y
las otras cosas que no se podían llevar, y dado orden en
curar los heridos, caminó la vuelta de Torrox, y de
allí se embarcó para Málaga, donde fue bien
recebido, y los ciudadanos con mucha caridad y amor recogieron los
caballeros y soldados, y los acariciaron y hicieron curar, que lo
habían bien menester, según el trabajo que
habían pasado en la mar y en la tierra. Arévalo de
Zuazo con la gente de su corregimiento se fue a Vélez, y los
soldados que quedaron sanos fueron bien aprovechados; y lo fueran
todos si el repartimiento de las esclavas que cupieron a los
soldados del tercio de Nápoles se hiciera luego; mas
dilatose algunos meses, hasta que se consumieron, como se suelen
consumir las cosas de comunidad; y cuando vino a darse alguna
parte, ya los que la habían de haber eran muertos o idos. No
era bien acabado de ganar el fuerte de Fregiliana, cuando la gente
de Loja, Alhama, Alcalá la Real y Archidona, que
serían ochocientos hombres de a pie y de a caballo, llegaron
a la sierra de Bentomiz, y viendo que no había qué
hacer, la pasearon muy a su voluntad, y recogieron los ganados que
pudieron haber en los campos, y de las casas de los moros sacaron
muchos silos de ropa y joyas, que habían dejado escondido
cuando se subieron al peñón; y no con menor despojo
que los que habían combatido se volvieron a sus casas.
......................
Peñon de Frigiliana. El Fuerte. Frigiliana. Fuente de Acebuchal
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Autor Ramón Fernandez Palmeral
Journal of Iberian and Latin American Literary and Cultural Studies
Historia.de la Acebuchal, Una aldea de Málaga en la Axarquía recuperada.
El Acebuchal recupera la vida y la dignidad
La aldea fue desalojada en 1948 por la
Guardia Civil recelosa de su relación con el Maquis · El empeño de una
familia ha logrado que se restauren todas sus casas
Encarna Maldonado / Málaga | Actualizado 11.12.2011 - 01:00
En aquellos años de posguerra y miserias los desalojados buscaron el refugio de los familiares en los pueblos de los alrededores y El Acebuchal entró en una devastadora agonía. No volvieron al pueblo cuando desapareció la guerrilla porque el miedo continuaba, aunque durante los veranos la aldea recobraba algo de vida al calor de una venta y una taberna a las que acudían los arrieros que atravesaban la sierra camino de los pueblos granadinos de Jayena y Fornes para vender pasas, tomates o pescado y comprar garbanzos, trigo o lentejas. Entre aquellos arrieros había un niño huérfano, Antonio García. Cuando tenía dos meses su padre fue detenido en Frigiliana por la Guardia Civil y junto a otros dos vecinos del pueblo fue maltratado y rematado con arma de fuego en la Loma de las Vacas. El escritor británico David Baird explica en su libro Historia de los maquis: entre dos fuegos (Almuzara, 2008) que los tres hombres murieron en venganza por el ataque que sufrió un soldado del destacamento de Regulares desplazado a Frigiliana para contener al Maquis. Fueron elegidos porque los tres tenían familiares en la sierra.
Cuando se acabó el trasiego de arrieros El Acebuchal quedó muerto y perdido. Sólo algunos días festivos acudía una mujer, Virtudes Sánchez, de excursión con sus hijos. Su padre había nacido en El Acebuchal y a ella le gustaba relatar a sus hijos las historias que a ella le habían contado de pequeña sobre la vida en el pueblo. En 1998 Virtudes Sánchez y su marido, el hombre en el que se había convertido aquel arriero adolescente y huérfano, compraron dos casas en la aldea. Trece años después El Acebuchal está reconstruido "tal y como era antes". La historia de Virtudes y Antonio ha sido una carrera de fondo. Ella supo ver que el incipiente turismo rural que nacía a finales de los 90 podía ser la salvación de El Acebuchal y él puso sus manos y su conocimiento para reconstruir las casas.
Llevaron, pagada de su bolsillo, el agua y la luz en 2003, instalaron una depuradora, reutilizaron los escombros para volver a levantar en total siete viviendas que habían comprado cuando eran solo ruinas. Todavía no tiene carretera. Los últimos 1.700 metros de los siete que la separan de Frigiliana se tienen que recorrer por un carril de tierra. "Supe de unas ayudas, pero resulta que si te daban las subvenciones tenías que hacer las casas y poner los colores que ellos querían y me negué. Yo quería ver El Acebuchal como era antes", aclara Virtudes. Por eso, en las casas que ellos han recuperado los techos tienen vigas y cañizos, las escaleras peldaños estrechos y altos, los anaqueles son de obra y la parte superior de las habitaciones ha recuperado los colores ocre con los que otras veces se buscaba disimular la acción del humo.
"Me venía aquí a trabajar unas veces solo, otras con mis hijos, pasaban los extranjeros que hacían senderismo y siempre me decían: Antonio aquí pon una taberna para beber algo. Así un día y otro. Al final, en 2005, abrimos el bar". Y buscaron una carta con identidad, apropiada para el ambiente de montaña: choto, cordero, jabalí o ciervo junto a tartas y pan elaborado por la familia.
La aventura de El Acebuchal ha acabado arrollando a buena parte de la familia: Virtudes alimenta las ideas, Antonio se ocupa de la reconstrucción y el mantenimiento, su hijo Antonio, de 33 años, atiende el bar y Sebastián, de 22, ha aprendido de su madre el arte de la cocina y es el amo de los fogones del restaurante.
Lo más singular es que la aventura de esta familia ha sido contagiosa. A medida que recuperaban casas, los antiguos propietarios volvían la mirada hacia las suyas. Virtudes confiesa que tuvo "miedo a los desertores", o sea, a los urbanitas dispuestos, por ejemplo, a levantar chalés de aires ibicencos en la falda de la sierra. Pero no fue así. Sin ordenanzas y sin normas arquitectónicas de obligado cumplimiento, comenzaron a levantarse viviendas de cal, piedra y vigas, sobre calles empedradas destinadas casi en exclusiva al turismo rural. En el pueblo hay 36 casas, de la que sólo una sigue en ruinas. Sin embargo, únicamente hay tres ocupadas durante todo el año. Son las de Antonio García y su hijo Sebastián y la de un matrimonio británico que ha elegido este ignoto punto de la Axarquía para criar a sus dos hijos.
La recuperación de El Acebuchal va más allá de la mera restauración arquitectónica de las viviendas. Virtudes ha tejido con los recuerdos y las fotografías que ha recopilado a lo largo de su vida la historia de este trozo de la Axarquía que encierra la que quizás sea el episodio más cruel y sangrienta de la represión inmediata a la Guerra Civil.
Las paredes del bar están atestadas de fotografías. La más antigua, una montería del siglo XIX en la que aparecen enhiestos cazadores y ojeadores. Junto a ella decenas de imágenes de las familias de la zona: parejas que miran muy serias a la cámara, escenas costumbristas, familias completas y hombres jóvenes. Algunos de ellos no llegaron a sobrevivir a los tiempos del fuego cruzado. Unos huyeron a la sierra, otros fueron represaliados simplemente por tener a sus padres o hermanos en el Maquis, otros fueron víctimas de los guerrilleros y todos presas del miedo.
Virtudes y Antonio son hijos de aquella época. Él tuvo que aprender a vivir con la ausencia dramática del padre y ella se hizo mayor en una familia atrapada entre los dos bandos. Dos de sus tíos se echaron a la sierra. Uno murió delante de su mujer y sus hijas a 500 metros apenas de El Acebuchal cuando se disponía a entregarse a la Guardia Civil. Los restos del segundo los localizó hace poco más de siete años en Polopos (Granada). Por los testimonios que ha recogido sabe que murió tiroteado por la espalda en el cortijo al que acudió a buscar refugio. Su padre, como hermano de sospechosos, estaba obligado a presentarse tres veces al día en el cuartel de la Guardia Civil.
Pero ambos miran lo sucedido sin odio. "La historia hay que contarla para que se conozca y para que no se repita, pero hay que vivirla sin resentimiento", dicen. Mientras desmenuzan estos recuerdos en el bar que regenta la familia en El Acebuchal, el todo terreno de una patrulla de la Guardia Civil estaciona fuera y un agente acude a comprar los panes artesanos que hace el hijo de Virtudes y Antonio.
lunes, 21 de marzo de 2016
Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury. El duende en la palabra. Por Ricardo Sanz
Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury
El libro de Bradbury es un conjunto de once ensayos, escritos a lo largo de treinta años, sobre el placer de escribir. Aunque en el título aparezca la palabra “zen”, podéis estar tranquilos los ateos y agnósticos, porque no es un libro sobre espiritualidad; tampoco va de técnicas literarias, aunque os será más útil que todos esos manuales que proliferan por ahí y que reducen el acto de escribir a un asunto técnico y profesional.
“Zen en el arte de escribir” es un libro sobre el corazón de la escritura, sobre la pasión, el amor y la alegría con que se debe enfocar este acto creativo que es escribir. El autor nos habla de su experiencia, de su vida, de sus cuentos, de su trayectoria, de los errores y de los aciertos; pero sobre todo nos habla de la pasión, del arrebato, del entusiasmo y la garra, del amor que han puesto siempre los grandes escritores en su obra. Porque escribir es una celebración y no una pesada tarea.
A mí me agarró desde el primer párrafo, en el que cuenta cómo a los nueve años decidió no hacer ni caso a las críticas de sus compañeros de clase porque coleccionaba historietas de cómic y seguir a lo suyo: “Eran un montón de idiotas (…). A los nueve años aprendí que hacía bien y todo el mundo se equivocaba“. Y cómo desde entonces ha sido fiel a ese niño, a sus amores, a sus odios, a sus miedos y a sus pasiones y “con esos primitivos ladrillos he construido una vida y una carrera”.
Cuando te sientes a escribir, “no pienses“, nos dice Ray Bradbury. “En la rapidez está la verdad (…). Sé como una lagartija” Corre con tu papel y tu boli o con tu máquina de escribir detrás de tus personajes, agarra al vuelo ese verso como un rabo de nube y déjate llevar por los cielos de la imaginación. Disfruta. Ama la vida y déjate sorprender por ella. Utiliza los sentidos en la escritura y atraparás al lector. Haz listas de tus amores y tus odios y ponlos a trabajar para ti. Alimenta a tu musa con recuerdos y lecturas, paseos y contemplación. O aprende a cortar y pulir tu obra sin matarla.
Y sobre todo ponle: “Garra. Entusiasmo. Cuán raramente se oyen estas palabras –nos dice Ray Bradbury–. Qué poca gente vemos que viva o, para el caso, cree guiándose por ellas. Sin embargo, si me pidiesen que nombrara los elementos más importantes del carácter de un autor, aquello que da forma a su material y lo impele hacia donde quiere ir, solo podría advertirle que pusiera atención a su garra, que se fijara en su entusiasmo”.
Hablando de los grandes escritores y artistas, nos dice: “Son los hijos de los dioses. Sabían divertirse trabajando. No importaba si de vez en cuando crear era difícil, qué tragedias o enfermedades les afectaban la vida más íntima. Las cosas importantes son las que nos llegaron de sus manos y sus mentes, y están llenas a reventar de vigor animal y vitalidad intelectual. Nos transmitieron sus odios y desesperaciones con una especie de amor”.
“Zen en el arte de escribir“, de Ray Bradbury, te tocará el corazón de escritor y te lo abrirá de par en par, para que jamás vuelvas a dudar de ti mismo.
Os dejó con algunas frases de Ray Bradbury, gentileza de Andrea.
viernes, 18 de marzo de 2016
Presentado el cartel de la Semana Santa de Frigiliana
La llegada de la Semana Santa es inminente, y buena prueba de ello es que todo el engranaje necesario para sacar a la calle nuestros desfiles procesionales ya está en marcha. La prueba más palpable de ello fue el acto de presentación del cartel y pregón de Semana Santa que tuvo lugar el pasado viernes en el Centro de Usos Múltiples.
El pregón de este año corrió a cargo de Encarnación Bermúdez, vecina de Frigiliana, estrechamente ligada a la Semana Santa local desde hace décadas, cuyo discurso se centró en sus extensas vivencias cofrades relacionadas con nuestra Semana Santa mayor y sus desfiles procesionales.
El acto de presentación del cartel es una tradición relativamente nueva en la Semana Santa de Frigiliana, ya que tan solo desde hace unos años se le da relevancia al mismo, pues hasta entonces las imágenes elegidas para ilustrar nuestros desfiles procesionales no correspondían al encargo específico de la agrupación. Sin embargo desde que se cambiara la fórmula han sido varios los vecinos, de Frigiliana y otras localidades, que han tenido la responsabilidad de ilustrar el mencionado cartel, recayendo este año la responsabilidad en Juan Antonio Ortega Montesinos, nerjeño encargado de plasmar la imagen de Ecce Homo que ilustrará este año el cartel de Semana Santa de Frigiliana.
Además del cartel y el pregón, el público asistente pudo observar el resultado del gran trabajo que el escultor e imaginero Israel Cornejo ha llevado a cabo sobre la imagen de Ecce Homo o Cristo de la Caña, que ha recibido una necesaria restauración, mejorando notablemente su aspecto, restaurando los colores, que con el tiempo habían pasado a ser verdosos, mejorando la estructura de sujeción a la peana, y dotando al Ecce Homo de la corona de espinas y la caña que le dan su popular nombre de "Cristo de la Caña".
En el acto, Damián Herrero Sánchez tomó el relevo como Hermano Mayor de la Agrupación de cofradías, recogiendo el testigo dejado por Francisco Acosta Retamero tras 27 años de trabajo con dicha responsabilidad.
A continuación reproducimos el calendario de actividades de la Semana Santa 2016, que también puede ser consultado en el recien estrenado calendario de eventos de esta web.
El prólogo de Azorín al libro de Rafael Coloma. Azorín
EL
PRÓLOGO DE AZORÍN AL LIBRO DE
RAFAEL COLOMA
Por Ramón Fernández Palmeral
A
Miguel Ángel Lozano Marco
Veamos la
historia de un prólogo de Azorín al libro de Rafael Coloma Viajes por
tierras de Alicante (1957). Y además veamos una relación de
cierta amistad entre el monovero Azorín y el alcoyano Rafael Coloma,
pero antes situemos a este olvidado periodista y literato alicantino de la
Generación del 36, en su tiempo histórico para lo que es necesario hacer una
semblanza.
Rafael Coloma
Payá nació el siete de marzo de 1913 en Alcoy, en esa ciudad vivió la mayor
parte de su vida. A comienzos de la guerra civil (1936) fue detenido y
trasladado a la cárcel Modelo de Alicante, donde permaneció los tres años de la
contienda. Tras su liberación fue nombrado Delegado Local de Propaganda de la
Falange y de las J.O.N.S., en su ciudad natal en abril de 1939.
Luego marchó voluntario con la División Azul, y a su regreso fue funcionario
del Ayuntamiento alcoyano, donde puedo compaginar su afición literaria con el
periodismo. Su deseo, según las personas que le conocieron, era que Alcoy
tuviera un periódico propio, lo cual consiguió el once de marzo de 1953. Este
periódico se llamará «Ciudad», del que fue director durante 25 años, y
además subdirector del diario «Primera Página». Promovió ediciones
periodísticas en Gandía, Benidorm y Onteniente.
Autor de varios
libros: «Libro de la fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy» (1962), «Crónica
del Monte de Piedad de Alcoy», un libro sobre la llamada «guerra del petróleo»
en los sucesos de julio de de 1873, durante la I República ocurridos en Alcoy.
También autor de biografías sobre alcoyanos célebres. Nadie le puede quitar un
amor desmedido por su ciudad, la ciudad del Serpi. La
relativa amistad y la correspondencia entre ambos la publicó el propio Rafael
Coloma en Anales Azorinianos, número 2 de 1985, de la Casa-Museo de Azorín en
Monóvar (Alicante), pp. 99-104. Comienza el artículo colomanero
explicando los motivos que le llevaron a ponerse en contacto con Azorín:
«La diputación Provincial de Alicante convocaba, el 26 de julio de 1955, un
concurso literario “para premiar el mejor libro de viajes por los pueblos de
Alicante”. Me ilusionó el certamen desde el primer momento y, tras recorrer
entera la provincia, compuse mi obra Alicante de cabo a rabo, que
presenté al certamen el 30 de abril de 1956. Y la Corporación Provincial, en un
pleno celebrado al efecto el 17 de julio siguiente, acordó por unanimidad
aprobar la propuesta del jurado calificador del certamen, previa consulta, por
el definitivo de Viaje por tierras de Alicante, con el que vio la luz la
obra. En curso la edición de la misma, el 21 de agosto escribí a don José
Martínez Ruiz…»
Nuestro Rafael
Coloma escribió la carta cargada con toda retórica ilusionada y cortesía
posible, en la que se despedía con la fórmula «suyo devotísimo y atento s.s.q.e.s.m.»
Tres días después recibió Rafael una carta desmoralizadora y desilusionante
de Azorín en la que le decía «siento de veras no poder aceptarla. No escribo ya
nada; me lo impiden edad y achaques», firmado el 24 de agosto de 1956. Pero
Rafael lleno de ilusiones y de verdadera devoción al maestro, en vez de
enojarse, en lugar de lanzar improperios como cualquier hijo de vecino,
da por buena estas mínimas líneas manuscritas de Azorín para que le sirvan como
prólogo. Rafael escribe un borrador preámbulo o pórtico, a modo de proemio,
pero antes de entregarlo a los talleres donde se componía la edición en
Afrodisio Aguado, S.A. de Madrid, decide, como él mismo escribe en la página
(1985,100) «agotar el último cartucho», y le escribe otra vez a Azorín, a la
calle Zorrilla 21 de Madrid, preguntándole si accede a que se publiquen las
cortas línea que había mandado el 25 de agosto como proemio. Una forma de
recordarle al maestro Azorín aquella cercana petición de un prólogo para
su libro que, está aún en imprenta, sin tener el aval de un prólogo como
compañero de viaje de su libro.
Aunque
esto de los prólogos tiene sus vanidades y sus muchas historias, habría que
escribir una miscelánea de prologuistas célebres con sus pequeñas anécdotas.
Azorín no era dado a escribir prólogos. Cuenta el propio Ernesto Giménez
Caballero, que le pidió a Azorín en 1923 un prólogo para su primer libro Notas
marruecas de un soldado. Y Azorín le dijo «Yo no hago prólogos. Los
prólogos no sirven para nada. Si el libro es bueno no necesita prólogo. Y
si es malo se hunde a pesar del prólogo». Y Ernesto Giménez Caballero
(Gecé), se quedó sin prólogo (1985, 53 Anales Azorinianos), porque Azorín no
era amigo de escribirlos, quizás porque supone un esfuerzo inútil en favor de
otro escritor, que siempre, al pedir el prólogo se sitúa por debajo en esa
línea invisible de medir la importancia o valía de un escritor. Además se
pasaría la vida escribiendo prólogos a los amigos o alumnos.
Siguiendo con nuestra anécdota sobre el prólogo de Azorín a Rafael. Pues
bien, esta insistencia se cumplió como ese refrán tan castellano de
que quien no llora no mama. Porque el maestro le manda un preámbulo más
que prólogo, no hay tal prólogo como se debe entender la
acepción de un prólogo que consiste en una introducción del libro, el de
explicarle al lector, avanzarle, lo que se va a encontrar en el texto se
sigue. Azorín el mandó el "prólogo" con carta datada en Madrid,
el 20 de octubre de 1956, que dice:
Mi querido amigo: Envío a usted, amañado, para le propósito, un artículo
que tenía inédito. ¿Le servirá? ¿Lo podrán componer… sin erratas? Cordialmente.
Firmado.: Azorín.
(Advierte Azorín sobre las inevitables erratas
de imprenta, conocedor de los descuidos de linotipistas y demás gnomos de de
las imprentas).
Esta carta y
el prólogo debió de volver loco de alegría a Rafael Coloma, como cualquiera que
ha tenido el honor de ser prologado, como puede ser el caso de este humilde
articulista, que los ha recibió de personas muy importantes en nuestras letras
(algún día escribiré sobre ellos). Bien, Rafael escribe (p.101:
«A esa media docena de líneas acompañaba Azorín cuatro holandesas escritas a
máquina: un artículo «El campo sin nada» [en el prólogo del libro no aparece
este título, se debió poner, aunque no era costumbre que los prólogos llevaran
títulos], que servía a propósito para prologar la obras mí. ¡Honra mayor no
cabía imaginar! Ni gozo tan intenso, menos…»
El
artículo/prólogo de Azorín habla sobre un hipotético viaje en automóvil con
salida desde Madrid a las diez de la mañana camino de Levante. Lo dice en
plural. "Vamos a emprender un viaje…". Azorín le habla al
anónimo compañero de viaje que ha tomado menajes inservibles: viático,
atlas de flora mediterránea y un tratado de agricultura. Y le llamará «bodoque»
o persona de corto alcance. Una salida que inevitablemente me recuerda, una vez
más, a otro viaje memorable en la literatura La ruta de don Quijote(1905) como periodista, cuando sale del mechinal o habitación de la pensión madrileña hacia al
estación del ferrocarril en Mediodía y se despide de doña Isabel, la patrona,
con cierta tristeza y resignación, porque el viajero no tiene ganas de
internarse por profunda La Mancha, solo, a una Mancha que celebraba el III
Centenario de la publicación de El Quijote. El artículo/prólogo se
dirige a un lector «hiperestésico; en punto a sensibilidad exacerbada te la
puedes apostar con un Erasmo, con un Nietzsche…». Y como Azorín tiene añoranzas
de su tierra en la comarca del Vinalopó, le dice a su hipotético acompañante,
tan al estilo azoriniano, porque también podía entenderse como escrito en
segunda persona:
«Te darán aquí un pan blanco y sentado en Monóvar; aceite de aceitunas del
cuquillo, elaborado en Onil; vino clarete, de las viñas de Elda».
Al
menos, Azorín nombra tres localidades alicantinas: Monóvar, Onil y Elda, que ya
es un honor, y también a Rafael, le nombrará al principio el prólogo:
«Vamos a emprender un viaje; dentro de unas horas nos encontraremos en una
tierra apacible; tal vez estrechemos la mano de un buen amigo: Rafael Coloma
Payá; que ha escrito un libro muy bonito. Tiene relación –el libro- con estas
líneas…».
Aunque decir
que un libro es bonito, es no decir nada, sin embargo, Azorín no miente, porque
Azorín no había podido leer el borrador, que esto suele pasar, que queremos un
prólogo sin enviar primero un borrador, por lo que no debemos esperar otros
calificativos que bonito, interesente o bueno, que es como no decir
absolutamente nada. Sin embargo, el prólogo es un alarde la técnica de
espacio y tiempo, que nos evoca el pasado desde le Edad Media para hablarnos
primero de Eduardo de Palacio, de Guevara, de Lope de Vega o de Francisco
Gregorio de Salas. También nos evocará su exilio en París a través de la marca
de agua embotella de Vittel, para finalizar con algunas frase en francés. Pero
no acaba aquí la intención del prólogo azoriniano, porque el maestro es
muy sutil cuando al final apunta una frase célebre «Quien vive sin locura
no es tan cuerdo como él cree», y se calla el nombre de su autor, que es una
frase del filósofo y moralista francés Francoise La Rochefoucauld (1613-1680),
que exactamente dijo «Quien vive sin locura no es tan cuerdo como parece», que
tiene un matiz diferenciador de significación que le da Azorín entre creerse
loco o parecer cuerdo. La Rochefoucauld escribió
Máximas (1658-1663), colección de 700 epigramas que constituyen un hito del
clasicismo francés. Por ello lo que escribe Azorín al final: Edición 1666,
segunda. Es la edición segunda en francés de la Máximas de Rochefoucauld, y la
primera es la máxima 210 «Al envejecer se torna uno más loco y más cuerdo», y
la anterior máxima, la número 209, es la ya explicada: «Qui vit sans
folie n`est pas si sage qu`il croit».
Rafael Coloma sabe muy bien que se lo tiene que agradecer y le escribe una
carta de fecha 23 de octubre de 1956: «Admirado maestro Azorín: Muy agradecido
a su bondad. La provincia de Alicante se enorgullece y le da las gracias. Yo
apenas sé decir otra cosa. Por correo le mando el homenaje que en Alcoy le
hicimos». (Se refiere a los 80 años de su nacimiento en 1953).
Unos
meses más tarde Rafael Coloma no se lo piensa más y va a visitar al maestro en
su casa de Madrid, le recibe aquella ya famosa doncellita con
cofia, de la que hablan todos los que visitaron la casa en la calle Zorrilla 21,
y muchos se quedaron sin ver al maestro porque, esta doncellita les decía que
estaba descansado y no se le podía molestar. Pero a Rafael le recibe en el
saloncito. Ambos se sentaron en el sofá que había debajo del famoso
retrato que le pintara Zuloaga, nada más y nada menos, Rafael debía alucinar,
por creer que se encontraba en el Parnaso, no en el Parnasillo madrileño de
tiempos del Romanticismo. Azorín le habló del libro de su bisabuelo José
Soriano García, y lo sacó para que lo viera, se trataba de El contestador
de 1838, editado por José Martí Casanova. Estuvo una hora escuchándole
que es lo que se debe de hacer en estas situaciones, calla y oír.
Al final de la reunión salió la mujer de Azorín «Lo hice reverendamente, tal
como si saliera de una iglesia», escribe Rafael.
Rafael
Coloma Payá, falleció el día 24 de febrero por la tarde en su casa de
Millena (Alcoy) el periodista Antonio Reverte, en la nota necrológica del
Diario Información de 25 de febrero de 1992, escribió que Rafael
hacía escarbado como nadie en la intrahistoria de «nuestro pasado; se sabía de
memoria todos los hechos, todos los eventos que habían ocurrido por estos pagos.
Él fundó, junto a Camilo Visedo el Museo Arqueológico donde constan los Plomos
de La Serreta y la Dama Ibérica – a modo de Dama de Elche, en miniatura y
cantidad enorme de piezas, que hacen del museo uno de los más interesantes en
arte ibérico…». Es decir, nos encontramos antes un erudito, escritor, biógrafo,
historiador, ensayista y poeta, admirador de Gabriel Miró y sobre todo de
Azorín.
Alicante, 1º de febrero 2006
Ramón
Fernández Palmeral
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