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21.- DE REGRESO A ALICANTE. ALMANSA
Sr. Azorín:
La mañana del día 12 de mayo de 2005 me levanté
con las luces tempranas sobre el verde manchego tímido de las lagunas,
no eran las de alba, sino más bien las de hora tercia, con rayos a la espalda
de los cerros llamando a la ventana de la habitación 409 con diligencia de
símbolos del Hotel La Colgada en las lagunas de Ruidera. Y como no quería perder el
diseño de esta mañana de manantial de un río fecundo que con luz que nos riega,
aulas de las facultades, silenciosamente
me vestí para no desperta a mi mujer,
bajé al verde armado con la cámara de fotos hasta las lagunas quietas de
placer, llegué a las cascadas de La Colgada donde ya estuve la mañana del día
anterior, junto a la fábrica de la luz eléctrica que lleva 30 años en paro.
Cuando recorremos los lugares conocidos, los repetidos lugares matinales,
acogedores y sosegados parece que son
otras zonas distintas, quizás porque ya los damos por conocidos y nos son
familiares o que ya no nos sorprenden como cuando releemos una novela, ya no
nos intranquiliza la intriga, porque en el fondo somos almas sustantivas,
asustadizas en el recreo de la vida, o es que sin miedo, ya no le prestamos
tanta atención a los peligros invisibles y latentes que nos acechan, que nos
aguardan, que nos impresionan, o no sentimos la novedad de lo nuevo porque nos
hemos endurecido las espaldas del corazón.
Mis lagunas muestran su color perla de
oriente, fucsias, verdes, las mismas cascadas, huele a frescor de los romeros y lavanda, a pinos despiertos, los mismos patos, el gorrión, el
mirlo, los tilos entrelazados con la jacarandá o palisandro. Mi paseo matinal
es rápido, sin el encanto de lo virginal, es
como un monótono camino a nuestro lugar de trabajo, apenas hice fotografías, porque las fotos las
tenía ya reveladas en mi cerebro, memoria recuperada. Las cascadas de agua fluyen como un Amazonas.
Después del desayuno de media tostada con
aceite de oliva verde manchego en un porrón de vidrio, muy sabroso, aunque no
me atreví con el ajo refregado, vino la hora de pagar, y miestras Julia
preparba las males yo bajé a recpeción.
–Deme la cuenta, que dejamos la
habitación.
El recepcionista es un hombre fuerte con
bigote, parece una cara familiar, es amable, tranquilo como si tuviera todo el
tiempo para él.
Pagué la factura de la habitación con la
tarjeta: 124.6 € IVA incluido, por dos noches con una comida y dos desayunos,
un precio que nos dejó muy contentos, estos precios favorecen el turismo, y
sobre todo, lo discretos que son los dueños: los hermanos Ramírez, según pone
en el membrete de la factura. Las
lagunas nos dicen adiós con sus manitas de agua, con sus colores tranquilos, unidos al silencio de los
bosquecillos de olmos y álamos, jacarandás
o palisandro y los tilos, juncos y
eneas, y las cascadas ruidosas con los ojos llorosos no dejan ver sus
cuevecillas húmedas y oscuras, la luz mañanera, nueva, ávida lee la germinación
del día sobre los reflejos de las lagunas asentadas, aún dormidas, que nos
dejaba el ánimo como que nos faltaban días de viaje y reposo. Salimos mustios
con el ánimo empobrecido en los
ojos, nos prometimos que volveríamos
pronto.
–¿Cuándo vamos a volver otra vez? –le
pregunto a mi mujer por entrar en conversación.
–Si ya hemos estado una vez, para qué
volver otra con la cantidad de sitios nuevos que nos quedan que ver en España y
en el extranjero.
–Sí, pero estarás conmigo, en que tranquilidad tienes aquí toda la que puedes buscar y
encontrar.
–Demasiada tranquilidad, con un par de
días es suficiente.
Y es que para ella viajar no es ver
naturaleza ni paisajes, sino tiendas, teatros, la movida nocturna y cuanto de
civilización pueda tener una ciudad en las tardes largas y aburridas en la
terraza de una cafetería. Pero para mí
estos lugares de La Mancha, estas lagunas, estos chopos, estos montes donde se
refugia la paz tiene un sentido muy especial, casi indescriptible.
Castillo de Rochafrida
Montamos en
el coche de motor triste y sonoro dirección a la cueva de Montesinos, para
acercarnos a la ermita de San Pedro de Verona, desde la ermita por un carril
hasta el castillo de Rochafrida en el Alto Guadiana, que también en ruta de Don
Quijote. Aún conserva parte de la antigua muralla y torre del homenaje, y que
fue tomado a lo moros por Alfonso VIII en 1213.
Sobre un roquedal están los restos del
castillo y la fuente llamada Fontefrida. El castillo es del siglo XII y de
origen árabe de la tribu berberisca de Masmuda. Cuando fue conquistado por los
cristianos recibió el nombre de San Felices. Pasó a la Orden de Santiago y fue
abandonado hacia el siglo XV.
Este castillo no se nombra directamente en el Quijote pero es cervantino
debido a la leyenda sobre Montesinos, hijo de los condes de Grimaltos, que
según cuentan los romances viejos se había criado en el palacio del Rey de
Francia y que caído en desgracia huyó de Francia y abandonaron al niño en una
ermita. Historias que don Quijote contará a Sancho y al primo una vez que había
salido de la cueva de Montesinos en el capítulo XXIII de la II parte.
Recordamos que Montesinos era primo de
Durantarte que le pidió a éste que una vez muerto le sacara el corazón y se lo
entregara a Belerma, «ya con puñal, ya
con daga». Dice Montesinos: «–Ya,
señor Durantarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandaste en el aciago
día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os
dejase una mínima parte en el pecho…». La cueva de Montesinos se llamó así porque
después de la batalla de Roncesvalles, el mago
Merlín encantó en ella a Montesinos, a Belerma y a Durantarte y a muchos
amigos. Belerma tenía una dueña llamada Ruidera, y tal fueron los llantos de
ésta y de sus hijas que Merlín las convirtió en lagunas.
El murciano don Diego Clemencín comentó que:
«Andando el tiempo, Montesinos, según los mismos romances se casó con la doncella llamadas Rosaflorida,
señora del castillo de la Rochafrida en
Castilla, la cual enamorada de Montesinos, solicitó y obtuvo su mano». Y que según el romance viejo dice: «¿Qué es aquesto señora,/ qué es esto,
Rosaflorida? / O tened mal de amores, /
o estáis loca sandía/mas llevásesme estas cartas /a Francia la bien guarnida;/
diéseslas a Montesinos,/ la cosa que yo
más quería;... ».
De las tradiciones nacen los romances, y
Cervantes conocía este historia puesto que ya figuraba el castillo, la fuente y
la cueva en la Relaciones Topográficas
de Felipe II (1575).
En el capítulo XXIV de la II parte del Quijote, después de la aventura
en la cueva de Montesinos nos habla el narrador Cide Hamete de una ermita, de
cuyo nombre se prescinde, pero que si seguimos la lógica de la ruta del
Quijote, es la de San Pedro de Verona:
«–No lejos de aquí –respondió el
primo– está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño, que dicen ha sido
soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy discreto y
caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha
labrado a su costa; pero, con todo, aunque chica, es capaz de recibir
huéspedes.
» –¿Tiene por ventura gallinas el
tal ermitaño? –preguntó Sancho.
»–Pocos ermitaños están sin ellas
–respondió don Quijote–, porque no son los que agora se usan como aquellos de
los desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma y comían raíces de la
tierra [parece referirse a San
Onofre]. Y no se entienda que por decir bien de aquéllos no lo digo de
aquéstos, sino que quiero decir que al rigor y estrecheza de entonces no llegan
las penitencias de los de agora; pero no por esto dejan de ser todos buenos; a
lo menos, yo por buenos los juzgo; y, cuando todo corra turbio, menos mal hace
el hipócrita que se finge bueno que el público pecador».
El viajero –yo– ha perdido fuerzas, tiene
el ánimo bajo ante la necesidad de abandonar estos parajes de peñas y encinar
con malezas y cambrones, y ello se nota, se me nota en la melancolía de los
trazos, apáticos, flojos en el bloc de notas, tristeza más que nada por
abandonar los míticos y nobles lugares por donde pisara don Quijote y Sancho.
Ya no tengo que buscarle a usted, señor Azorín, porque ya le encontré por La Ruta de don Quijote como he
comentado.
La carretera a
Ossa de Montiel es secundaria, comarcal dehesas, encinas y monte bajo y alguna
casa de campo. Ya cantan las chicharran que anuncian un caluroso verano. La
entrada al pueblo por esta parte Oeste es como si entramos a una trastienda o
una rebotica, por la puerta falsa.
Actualmente es conocido por ser el pueblo natal del
ciclista Oscar Sevilla. La cueva de Montesinos es término municipal de este
pueblo de Albacete. El gentilicio es oseños. Perteneció a la Orden de Santiago
hasta el s. XIX. Actualmente atrae cazadores
debido a la abundancia de la caza menor en sus cotos. Este es el pueblo donde don Quijote y
Sancho encuentran a Maese Pedro, con el retablo [teatro pequeño] y el mono
adivino (cuando enteraba en los pueblos Pedro se enteraba de los chismes
vecinales, y luego fingía que el mono era adivino) o sea, un titiritero
despabilado y buscavidas que representaba en su pequeño escenario diversas
historias, según E.J.Varey los títeres compañía teatrales y acróbatas procedían
de Italia. Maese Pedro socarrón y tan
vivo como el hambre quiso hacer una función en honor a Don Quijote y representó
una historia de Don Gaiferos, en la cual: «Trata de la libertad que dio el
señor don Gaiferos a su esposa Melisendra [hija de Carlomango], que estaba cautiva en España, en poder de
moros, en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se
llama Zaragoza» (II parte, capitulo 25).
Durante la
actuación de Maese Pedro, Don Quijote creía tan real lo que sucedía en el escenario
que interviene en la obra, y, furioso, iracundo, y en otro arrebato de locura
descontrolada desenvainó la espada y atravesó a todos los muñecos “malos” de
Maese Pedro como si de criaturas reales malvada se tratara, porque don Quijote
como buen caballero andante quería
ayudarlos a escapar del acoso que sufrían. Después cuando don Quijote despierta
de su locura culpa de ello a los encantadores.
En realidad
Maese Pedro era Ginés de Pasamonte uno de los galeotes a los que Don Quijote
había liberado en anteriores aventuras.
Por ello Ginés conocía la vida del Caballero de la Triste Figura.
La bicha de Balazote
Pasamos con el coche por Munera y Barrax,
donde me desvié a Balazoteo por la CM-3135, me atraía su famosa escultura
ibérica conocida por La Bicha de Balzote (Albacete) el original se muestra en
el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, cuyo pie de página dice que representa un toro
androcéfalo, es decir un animal mítico con cuerpo de toro y cabeza humana. Está
recostado sobre las cuatro patas con la cola enroscada sobre uno de los cuartos
traseros formando un roleo. Parece como su fuera una ghran urna funeraia. Aunque en Balazote tienen una reproducción exacta. No he encontrado fecha de su
descubrimiento. Según mis notas la
escultura es de caliza, mide 93 X 73 cm,
es una figura funeraria, un toro echado
con cabeza humana con barba y cuernos
cortos, oreja de bóvidos, que una es
pieza aparte. La cabeza resulta más hierática, muy rígido el bigote, la barba y
la cabellera, detallados con surcos rectos, unos ojos desmesurados y muy
abiertos como en los dibujos arcaicos, entre los que asoma un rostro más
carnoso y expresivo. La escultura es de
la segunda mitad del siglo VI a. C. Creo y entiendo que tanto la Bicha de
Balazote como su coetánea la Dama de Elche deberían mostrarse en los lugares de
donde se descubrieron. Balazote. La
leyenda cuenta, que en su iglesia de Nuestra Señora del Rosario del siglo XVI,
se encuentran errados los maridos de las hijas del Cid. Alfonso Díaz de Mendoza
fue conde de Balazote, fue senador
monárquico durante el reinado de Isabel II y durante la Restauración Borbónica.
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Desde Balazote por la carretera
N-322, hasta Albacete. Me hubiera
gustado pasar por el pueblo de unos amigos míos, por San Pedro, no por Peña de
San Pedro que es otro pueblo que tiene el nombre del apóstol, que será en otra
ocasión. La carretera hacia Albacete es recta es como un cordel o como una
aguja de hacer punto que tuviera unos cuarenta kilómetros, se cultiva el trigo
y se riega con largas norias de aspersión, brazos con ruedas que marcas los
verdes círculos de cultivos. Si
Cervantes hubiera visto estos largos brazos con ruedas de aspersión es seguro
que mete a don Quijote en una aventura. Pasamos por encima del trasvase
Tajo-Segura, tan controvertido por los hectolitros que se concederán este año.
Entiendo, a priori, que tenga quien tenga la razón, el agua nunca debe de ser usada como arma política.
Más adelante cruza el trazado del ferrocarril Utiel-Baeza, ya sin
raíles, que lamentablemente, para el desarrollo de esta zona deprimida de
Castilla-La Mancha nunca llevó a funcionar. Esta línea férrea fue aprobada en
marzo de 1926 durante la dictadura de Primo de Rivera con un presupuesto
inicial de 54.560.731 pesetas fue cuando más se adelantó el trabajo. A finales
de 1930 empezaron los problemas de financiación y a finales de 1931 a poco de instaurarse la Segunda
República se despidió a la mitad de los obreros. En mayo de 1932 se
suspendieron las obras quedando unos pocos obreros hasta 1934, en que se
paralizaron definitivamente hasta la fecha. Y por cuyo trazado se ha abierto
una Vía Verde, hay un tramo entre los municipios de Alcaraz y Balazote muy
turístico al pasar por pintorescos desfiladeros. La consejera de Economía y Hacienda y
presidenta de la empresa pública “Don Quijote de la Mancha 2005”, María Luisa
Araújo, ha asegurado que la Ruta de Don Quijote «un proyecto de largo recorrido
que no ha hecho nada más que empezar». El tramo en tramo entre Alcaraz y
Balazote trascurre sorteando el valle del río Jardín, con un paisaje de tajos y
desfiladeros, pasando por un total de seis túneles, rodeado de monte y
arbolados.
Pasamos la circunvalación de Albacete, ya
conocemos esta ciudad de aleación murciano-manchega, por su museo arqueológico
provincial, donde recuerdo haber visto La Cierva de Caudete y muñecas romanas
de marfil, y una sala dedicado a al pintor de la Escuela de Vallecas Benjamín
Palencia, que donó obras, y además conocido en el mundo de la literatura por su
amistad con el poeta de Orihuela Miguel Hernández, a quien le hizo un dibujo tocando la armónica.
Almansa, la
coronada
Llegamos a Almansa con intención de
practicar el sano deporte de la gastronomía. El castillo es como una corona
real asentado encima de un risco eveldado y afilado,
debió de ser muy visto por usted cuando pasaba en tren desde Madrid a
Monóvar. Por casualidades de los nombres
existe una multióptica que se llama Azorín, en calle Corredera 21, lo más seguro
es que no tenga nada que ver con su seudónimo, y sea el apellido de un
optometrista.
Los orígenes del Castillo de
Almansa se remontan al período almohade, cuya forma característica de
construcción alcázar y fortaleza de resistencia queda hoy patente en alguno de
sus muros. En la época árabe, Almansa,
perteneció al reino de Murcia. Hacia el siglo XIII se inició la conquista de
estas tierras por los cristianos aprovechando las desavenencias entre los reyes
moros murcianos y sus vecinos. En 1707 el castillo fue escenario, durante la
Guerra de Sucesión, de una batalla de renombre histórico: la batalla de
Almansa, en ella, fueron derrotados y capturados nueve mil soldados austriacos.
Venció el ejército franco-español, encabezado por el duque de Berwick. A partir
de esta batalla, se inclinó la guerra a favor del asentamiento del Rey Felipe V
y la dinastía de los Borbones en el Trono de España.
Tras la batella de Almanza
del 25 de abril de 1707 las tropas borbónicas comandadas por D'Asfeld asediaron
la ciudad de Játiva, se dice que ardió completamente durante 8 días (de ahí el
apelativo de socarrats, "chamuscados", que se da popularmente
a los setabenses). Por ello el cuadro con el retrato de
Felipe V está boca abajo en el Museu de l'Almodí de Xàtiva.
En la
puerta de la conocida Casa Grande me hice la foto testigo de mis viajes.
Pertenecía al Conde de Cirat, Miguel de Catalá y Calatayud, que tenía el titulo
de Grande de España (de ahí puede venir lo de Casa Grande). Pasó después a los
Marqueses de Montortal, hasta que en 1992 fue adquirida por el Ayuntamiento.
La fachada principal se abre a la
Plaza de Santa María. Su portada, ligeramente desplazada del centro, está
dividida en dos cuerpos: el inferior posee a ambos lados de la puerta columnas
fajadas almohadilladas. Este fajamiento rústico se extiende hacia el segundo
cuerpo y a los ventanales con figuras gigantes.
Tras nuestro particular viaje por
la ciudad de Almansa, en otros tiempos famosa por sus zapatos, aparcamos en la
puerta del restaurante “Los Rosales”,
uno donde mejor se puede comer el gazpacho manchego y así lo hicimos
para no cambiar la tradición. Tras la
comida y sin una sola gota de alcohol, llegamos por la tarde a Alicante, la
ciudad del cetro de cal del Becantil o
Cara del Moro Juan.
Autor. Ramón Fernández Palmeral.
Libro "Bucando a Azorín por La Mancha" Segunda edicion en LULU.