martes, 15 de marzo de 2016

La enemistad entre Cervantes y Lope de Vega. Las rencillas literarias del Siglo de Oro.

La Primera Parte del Quijote, se publicó en 1605 y se sabe que su prólogo ofendió muchísimo al intocable Lope, a quien el esplendoroso éxito no le evitaba heridas al orgullo y, sintiéndose insultado, contraatacó con la mayor dureza posible. 

Fue una guerra desigual y cruel, habida cuenta de la situación social de ambos, con los apoyos de una de las partes, o la inexistencia de estos, en la otra. En su transcurso alguien ideó poner en circulación una segunda parte del Quijote; el llamado de Avellaneda, proyecto en el que tal vez estuvo mezclado Lope y que pretendía hundir en la miseria a Cervantes, con la verdadera segunda parte de su verdadero personaje a punto de ser publicada. 

Lope de Vega con el Hábito de Malta.

Unos meses antes de que apareciera el Primer Quijote, Lope de Vega ya lo había leído y analizado, por lo que le dedica buena parte  del prólogo de El Peregrino en su Patria, en 1604, sin decir su nombre.



Además de su contenido propiamente dicho, la edición despertó la ironía de Cervantes ante el visible y absurdo engreimiento de Lope, que sin sentido alguno del ridículo, hizo adornar la portada con su supuesto escudo en el que aparecían 19 torres, mostrando además, una leyenda en latín: Quieras o no quieras, Envidia, (Escudo de Lope, es) o único o muy raro.

Cervantes le dedica entonces este soneto:

            Hermano Lope, bórrame el soné—
            de versos de Ariosto y Garcila—,
            y la Biblia no tomes en la ma—,
            pues nunca de la Biblia dices le—.
            También me borrarás La Dragonte—
            y un librillo que llaman del Arca—
            con todo el Comediaje y Epita—,
            y, por ser mora, quemarás la Angé—,
            Sabe Dios mi intención con San Isi—;
            mas quiéralo dejar por lo devo—.
            Bórrame en su lugar El peregri—.
            Y en cuatro leguas no me digas co—;
            que supuesto que escribes boberi—,
            las vendrán a entender cuatro nació—.
            Ni acabes de escribir La Jerusa—;
            bástale a la cuitada su traba—.

Lope, ciego por su orgullo herido, le envía una carta desde Toledo, en la que es evidente, que de los dos él es quien se siente derrotado, ya que pierde toda contención para enzarzarse en una ristra de burdos insultos y expresiones vulgares:

Yo que no sé de los, de li ni le— Variante: Pues nunca de la Biblia digo lé-...
            ni sé si eres, Cervantes, co ni cu—;
            sólo digo que es Lope Apolo y tú
            frisón de su carroza y puerco en pie.
            Para que no escribieses, orden fue
            del Cielo que mancases en Corfú;
            hablaste, buey, pero dijiste mu.
            ¡Oh, mala quijotada que te dé!
            ¡Honra a Lope, potrilla, o guay de ti!,
            que es sol, y si se enoja, lloverá;
            y ese tu Don Quijote baladi
            de culo en culo por el mundo va
            vendiendo especias y azafrán romí,
            y, al fin, en muladares parará.

Quedaba muy lejos de la capacidad de comprensión de Lope, aquel favorito del pueblo y la Corte, mimado por la fortuna, y que observaba el mundo desde sus diecinueve torres, que un don nadie como Cervantes, se atreviera a presentarle armas en el terreno literario, pero este, después de leer aquella ristra de insultos y expresiones soeces, decidió referirse al divo en su segundo Prólogo, diciendo, entre otras cosas, que el mismo Lope se escribía los sonetos laudatorios, lo cual es especialmente cierto, en el que le dedica Camila Lucinda, quien no era sino Micaela Luján, mujer que, como tantas otras en la época, no sabía escribir.

Con el tiempo, Cervantes contó –con su imperturbable serenidad-, en la Adjunta al Parnaso, cómo había llegado el soneto a sus manos: 

Estando yo en Valladolid llevaron una carta a mi casa, para mí, con un real de porte; recibióla y pagó el porte una sobrina mía –sin duda, Constanza, la hija de Andrea-, que nunca ella le pagara; pero dióme por disculpa que muchas veces me había oído decir que en tres cosas era bien gastado el dinero: en dar limosna, en pagar al buen médico y en el porte de las cartas. Diéronmela, y venía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal de Don Quijote; y de lo que me pesó fué del real...  

Añadía también Cervantes en los versos atribuidos a Urganda la Desconocida

             No indiscretos hierogli—
             Estampes en el escu—;
Cervante y Lope de Vaga se conocieron en 1583 casa del cómico Jerónimo Velázquez, calle de Lavapiés en Madrid, que Lope, un mujeriego empedernido, frecuentaba asiduamente, como enamorado de la hija de éste, Elena Osorio, y donde Cervantes acudía con la secreta esperanza de que Velázquez le pusiera en escena alguna comedia. Se conocieron y estimaron.

co ni cu- (coño ni culo), obscenidades alusivas a falta de virilidad, subrayada por el segundo sentido jergal de cu- [cuclillo, marido de la mujer adúltera19], a su vez reforzado por el «hablaste, buey, pero dijiste mu» (cornudo). Profesora Helena Percas de Ponseti