sábado, 30 de enero de 2016

400 años de la muerte de Miguel de Cervantes. 23 de abril de 2016

 
(Cervantes y Sancho con los Reyes de España en Alcalá de Henares)

 

No hay plan para Cervantes

Hace falta un programa sólido para aprovechar la celebración del cuarto centenario del autor del ‘Quijote’. De las tareas de la Comisión responsable del cuarto centenario de Cervantes poco se sabe. Y eso, a estas alturas, parece confirmar que no hay ningún plan claro.



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Las comparaciones son odiosas, pero a veces pueden servir para valorar cómo distintos países gestionan desafíos parecidos. Tanto Miguel de Cervantes como William Shakespeare murieron el año 1616, y tanto uno como otro son los mayores referentes de la lengua española y de la inglesa, respectivamente. Con el calendario gregoriano en la mano, Cervantes murió diez dían antes que Shakespeare que lo hizo el 3 de mayo de este calendario. Como ingleses y españoles llevaban calendarios diferentes, el 23 de abril no es válido para comparar la muerte de estos dos genios de la literatura universal.


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A principios de año el primer ministro de Reino Unido, David Cameron, lanzaba al mundo un rotundo mensaje, que Shakespeare sigue vivo, y poco a poco se ha empezado a concretar la ofensiva internacional de propuestas con las que se pretende proyectar la obra del clásico en 141 países. En cuanto a Miguel de Cervantes, solo existe la vaga afirmación de que están en marcha 131 proyectos —académicos, culturales, turísticos, educativos—.
No tiene sentido medir la envergadura de los clásicos por la magnitud de los fastos que se programan para celebrar sus centenarios. Lo que importa es que sean leídos y representados y que su obra siga hablando en el presente. En ese sentido, El Quijote ha contado con prestigiosos valedores que lo llevan mimando desde que en 2005 se celebrara el cuarto centenario de la aparición de su primera parte.
El año pasado, que recordaba el aniversario de la publicación de la segunda, hubo excelentes iniciativas que ayudaron a confirmar su grandeza. Pero fueron hechos puntuales, fruto muchas veces de la sociedad, a falta de un verdadero plan riguroso y bien articulado que cumpla con las expectativas que deben exigirse a cualquier Gobierno respecto al patrimonio cultural del que es responsable: convertirlo en pieza esencial de la educación de los menores, cuidarlo para que siga manteniéndose vivo y saber proyectarlo para sacar provecho de todo su potencial (también económico).