Cervantes y Palmeral buscando a Azorín por la Mancha
 Julio Calvet Botella • Miércoles 11 de mayo de 2016
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El año 1605, y de la madrileña imprenta que en la calle de Atocha tenía Juan de la Cuesta, vio la luz la genial novela 
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
 Tres siglos después, trescientos años postreros, se cumplió el tercer 
centenario de su nacimiento, surgiendo a su socaire un número de 
publicaciones sobre el Hidalgo y su autor, don Miguel de Cervantes, 
destacando según dicen ilustres y modernos autores dos hondos y hermosos
 libros que se hayan escrito nunca sobre el 
Quijote, 
Vida de Don Quijote y Sancho, de don Miguel de Unamuno, y 
La ruta de Don Quijote, del gran escritor de Monóvar don José Martínez Ruiz, 
Azorín.
Azorín,
 tal vez por la cercanía de su tierra natal o tal vez por su perspectiva
 limpia de España, quedó seducido por Cervantes y por el 
Quijote,
 y marchó a recorrer los caminos que siguiera el ingenioso hidalgo y 
emprender una hermosa ruta por la Mancha abarcando los confines sin 
límites de aquellos lugares de los que el narrador no quisiera acordarse
 del nombre de la aldea donde justamente naciera el hidalgo don Alonso 
de Quijano, y así, como nos dejó dicho, “para que todas las villas y 
lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijárselo y tenerle por 
suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero”, 
disputa que 
Azorín en su libro zanjó definitivamente 
diciéndonos que aquel lugar forzosamente debía ser Argamasilla de Alba, 
porque “el pueblo entero de Argamasilla es lo que se llama un pueblo 
andante”.
Y en el año de 2005, cuatrocientos años después, y IV 
Centenario de la puesta de largo de nuestra gran novela, Ramón Fernández
 Palmeral volvió a recorrer la ruta de don Quijote en un memorable 
libro: 
Buscando a Azorín por la Mancha, que ahora tengo entre mis manos.
Yo
 creo que Ramón Fernández Palmeral es un hidalgo español, con rasgos muy
 acusados de artista del Renacimiento. Escritor, poeta, pintor, 
recitador y creador de ámbitos publicistas, es difícil acomodarlo a una 
sola expresión de la cultura. Y ese desbordamiento de su arte impecable 
le hace salir de aquella adusta España de Don Quijote en la que 
difícilmente puede decirse que hubiera un Renacimiento tan esplendoroso 
como el que se produjo en la península itálica, y en el que Ramón 
Palmeral, tras un salto en el tiempo, de alguna manera participa.
No
 ha mucho, y en la presentación de mi último libro, nos regaló a los 
presentes con su recitado de la “Elegía a Ramón Sijé” que Miguel 
Hernández le escribiera “en Orihuela, su pueblo y el mío”, a su 
compañero del alma, llenando aquel acto de sentimiento y de su 
inquebrantable admiración al poeta. Y es que, Ramón, como dice en unos 
versos de un poemario antológico suyo, “Somos esencia de estrellas / que
 podemos pensar sobre las estrellas”.
Y este año de 2016, un año después del nacimiento de la segunda parte del 
Quijote,
 y como homenaje al centenario del fallecimiento de su autor, don Miguel
 de Cervantes Saavedra, ocurrido el día 23 de abril, nos regala la 
lectura con la publicación de la segunda edición de su libro 
Buscando a Azorín por la Mancha,
 tras una primera edición artesanal, tan del gusto y originalidad del 
autor, agotada definitivamente. Y lo hace en una cuidada y elegante 
edición, recordando aquella puesta en el camino, y así procede a “salir 
de los libros para entrar en los lugares míticos y venerables de una 
Mancha que nada tiene que ver con los descritos por Azorín en 1905 y 
menos aun con los inventados por Cervantes a través de su narrador Cide 
Hamete Benengeli, y de otros narradores más”.
Y se pone a recorrer
 aquellos lugares y pueblos, porque Ramón, que es de Piedrabuena, y yo, 
que soy de Orihuela, y somos así hijos de lugares provincianos, vamos 
siguiendo a nuestro admirado Gabriel Miró, y podemos decir con él, 
“caminando por este huerto provinciano me entré en las espesas y doradas
 mieses de la vida”.
Nos contará Ramón su inicio del viaje 
diciendo: “Y una mañana de mayo mi mujer y yo salimos sobre las nueve 
horas, el cielo mostraba ese azul cobarde y cobalto, limpio, 
característico del levante marino, ese azul comestible que nos regalan 
los cielos y no merecemos, mi mujer se santiguó como de costumbre…”, y 
emprenden el camino de la ruta de Azorín y Don Quijote. Con una 
descripción impecable de personas, lugares, pequeños y grandes detalles,
 siguiendo acaso el libro, también de Azorín, 
Los pueblos, nos 
desliza por los caminos y rutas, manchegas y quijotescas: Monóvar, 
Ruidera, Montesinos y su cueva, Peñarroya y su castillo, Argamasilla de 
Alba, “El lugar” donde Ramón nos dice: “Yo saltaba de contento y de 
alegría, no podía más e incluso me había olvidado el bastón con 
empuñadura de madera de algarrobo blanco dentro del coche, allí, con 
aquella temperatura de abrigo de visón, ya no estaba ni cojo ni me dolía
 nada, porque había entrado en una fantasía literaria, en la médula de 
La Mancha tan plana como una bandeja de plata”.
Y tras continuar 
por la ruta, Tomelloso, Alcázar de San Juan, Campos de Criptana, El 
Toboso, Puerto Lápice, Villarta de San Juan… y por fin llegar a Almansa,
 acabar el viaje y volver a Alicante, “la ciudad del cetro de cal del 
Benacantil o Cara del Moro Juan”. Anexiona el libro con estudios 
posteriores: “Azorín, el último romántico”, “Azorín y Machado con 
Castilla al fondo” y otros, con un álbum de fotografías del viaje 
entrañables, y una magnífica serie de grabados nacidos de su pluma con 
un último “retrato” de Sancho Panza, como “representante del pueblo 
llano”. Pueblo llano que, como se nos refiere en la novela, llegó a 
“sanchificar” a Don Quijote, tal y como éste llegó a “quijotizar” a 
Sancho, con el que cierra la segunda edición de su libro.
Gracias 
por este libro, Ramón. Gracias por todos y gracias por mi parte, pues me
 lo has dedicado muy cariñosamente y donde me dices: “Un viaje que te 
recomiendo hacer cuando puedas”. Te prometo, Ramón, que te haré caso. Y 
dejo constancia de ello aquí con mi felicitación y abrazo en Alicante en
 el mes de abril del año de dos mil dieciséis, a pocos días de la 
efeméride del cuarto centenario de la muerte de Don Miguel de Cervantes 
Saavedra, que le sobrevino escasamente un año después de que naciera al 
mundo del papel la segunda parte del libro de los libros en lengua 
española, 
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
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Magistrado, docente y ensayista español (Orihuela, 1946). Secretario de la 
Administración de Justicia de España. Profesor honorífico de derecho procesal de la 
Universidad de Alicante y profesor asociado de dicha cátedra desde 1996. Presidente de la fundación de la Comunidad Valenciana 
Patronato Histórico-Artístico de la Ciudad de Orihuela. Colaborador en revistas jurídicas del 
Ministerio de Justicia de España y de las revistas literarias 
Oleza, de Orihuela, y 
Numen y 
Amanecer, de Alicante. Miembro del Consejo consultivo de la 
Revista Peruana de Derecho y Literatura, de la 
Pontificia Universidad Católica de Lima (Perú). Ha publicado estudios jurídicos en obras colectivas, así como los libros 
Don Quijote y la justicia o la justicia en Don Quijote; 
Ramón Sijé, semblanza (
Editorial Club Universitario, ECU, 2009); 
Don Trinitario Ruiz y Capdepón (Orihuela 1836-Madrid 1911), resumen de una ilustre existencia (ECU, 2011); 
Cuéntame un cuento, abuelo (ECU, 2012), 
El proceso de Jesús (ECU, 2013), 
Versos del mar y otras soledades (2014) y 
Miscelánea en el otoño (2015).