martes, 1 de enero de 2019

Comentario a “La nada. ¡Qué frío!”: Poesía mística de Pilar Galán, por Ramón Palmeral







 
Comnetario crítico de: “La nada. ¡Qué frío!”: Poesía mística de Pilar Galán

La inmanencia consiste en la propiedad por la que una determinada realidad  se investiga a través de uno mismo, hacia adentro, ahondando,  agotando todos los caminos espirituales o del conocimiento metafísico, y la poesía mística es uno de los caminos de esa búsqueda o introspección del alma. El libro de Pilar es inmanente y profundo.

Pilar Galán me hizo llegar la feliz noticia de que su poemario La nada. ¡Qué frío, había quedado finalista del en la XXXVIIIª edición del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, entre diez poetas (cinco hombres y cinco mujeres) procedentes de Argentina (2), Colombia (2), España (5) e Italia (1), seleccionadas de entre 226 poemarios de 28 países. La importancia de ser finalista en este importantísimo premio me impulsó a editarle el poemario en mi editorial de autor Palmeral.

Tras el fallo del premio el día 13 de diciembre, que recayó en el poeta español afincado en Colombia Antonio Martín de las Mulas, con el poemario Viernes Santo, Pilar Galán quedó sin el anhelado premio, por lo tanto, me puse en contacto con ella para ofrecerle una publicación on-line, de la que se editan bajo demanda, puesto que un poemario de 53 poemas místicos cristianos no podían pasar al cajón de los olvidos. Por lo que se ha publicado  bajo el sello de Editorial Palmeral, de Alicante, y ya se encuentra a la venta, lo cual es una gran noticia parta la poesía mística.

Dicho esto he realizado unos buzamientos en la poesía mística y encuentro que, la poesía mística cristiana, a pesar de ser hoy día, minoritaria, aún se construye y eleva, a pesar de que tuvo su auge en el siglo XVI, en contraposición del Protestantismo, donde la lírica religiosa se separó entre la ascética y mística, en poetas y santos tan señalados como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León. La palabra mística  tiene su origen en el verbo griego myein-encerrar, que define una práctica compleja y difícil de lograr, con el objetivo de alcanzar la unión del alma humana con lo sagrado, es aquella que expresa la unión espiritual del hombre y mujeres con Dios en un acto de contemplación interior o inmanente.  

Pero hemos de entender  lo espiritual como la relacionado con la parte inmaterial del ser humano a la que se atribuyen los sentimientos, la inteligencia y las inquietudes religiosas o no, puesto que la espiritualidad se refiere a una entidad inmaterial del individuo como el alma, pero también depende de la doctrina filosófica, principalmente moral, psíquica o cultural, que posee quien tiende a investigar o experimentar en estados superiores del ser, a través de la fuerza del anhelo en su libro Filosofía del anhelo, del que nos habla tan acertadamente el filósofo afincado en Alicante José Antonio Suárez (1921-  2013).  Porque la práctica espiritual tanto a través de la oración, como la forma de actuar o, incluso de la poesía es un buzamiento interior que nos fortalece el estilo de vida para comprender que todo está atado y bien atado y nada surge por el azar. José Ortega y Gasset hizo la siguiente declaración: «El misticismo tiende a explotar la profundidad y especula con la abismático; por lo menos, se entusiasma con las honduras, se siente atraído por ellas. Ahora bien, la tendencia de la filosofía es la dirección opuesta. No le interesa sumergirse en lo profundo, como a la mística, sino, al revés, emerger de los profundo a la superficie».

La inmanencia consiste en la propiedad por la que una determinada realidad  se investiga a través de uno mismo, hacia adentro,  agotando todos los caminos espirituales o del conocimiento de uno mismo.
Por cuestiones de espacio, me limitaré a comentar uno de los poemas del poemario La nada. ¡Qué frío de la poeta vallisoletana Pilar Galán García, que se compone de 53 poemas recogidos en tres apartados: Primero “El hombre hace oídos sordo a Dios”, segundo “Dios habla en el silencio”  y  tercero “Dios abraza nuestra soledad”. Un libro que contiene 72 páginas, con una portada del pintor Palmeral que evoca la nada del Cosmos, como si através de la portada se no abriera una ventana interior hacia el libro y a un espacio azul congelado de frío. Resalto el comentario que se hace de este poemario en la Fundación Rielo: «Se produce en esta obra un choque entre el deseo de absoluto y la desposesión, entre el ímpetu hacia Dios y la experiencia de su privación”. Efectivamente Pilar es valiente y acomete esta disciplina de hablar con lo divino con gran acierto, de alguien casi monacal.

El poema IV, de la parte primer «El hombres hace oídos sordos a Dios”, sin título, pero si tomamos como referencia el primer verso: “Creo el tiempo me ha ido enseñando”, en la segunda estrofa nos dice: “Son ese puñado de sensaciones/las que se apoderan de mí cada día/ y me hacen concebir el tiempo/como un eterno presente,/en el que Dios jamás se muda”.

Este «eterno presente» de Pilar Galán, me hace pensar a la vez en la muerte, porque nada es eterno e inmortal sino en Dios. Pero jamás pronunciemos la palabra “muerte”. Pues la muerte no existe, únicamente es una fase transitoria más de la existencia.  No debemos preocuparnos, pues solo es un temor,  un pensamiento traidor,  un encendido fuego en el alma humana.  Nuestros temores luchan contra la felicidad de nuestra existencia. Nadie nos ha susurrado que somos eternos como quien nos creó en su fuego frío del crisol de la creación. Y  vos Señor hunde en vuestro silencio de siglos que presiden la oscuridad de nuestro pensamiento laico. Como nos mienten los falsos profetas que nadan en los volcanes y vuelan entre los hielos desprendidos de los glaciares.

En el poema IX de la tercera parte “Dios abraza nuestra soledad”, donde escribe: “Yo pagué el billete de la vida/con la divisa del sufrimiento...” donde identifica su propia imagen con la imagen de Dios, supone una de las más altas visualizaciones de este poemario, pues si aceptamos el panteísmo como que todos este mundo, ha sido creado por Dios, nos hallamos antes una de las bases de la creación religiosa: “creados a su imagen y semejanza”. Somos como dijera el teólogo Teilhard de Chardin: “No somos seres humanos en busca de una experiencia espiritual, sino seres espirituales en busca de una experiencia humana” o sea, somos ángeles, al menos en nuestra alma interior. Sin embargo, a pesar de los teólogos y filósofo y de los místicos,  hemos de aclarar que espiritualidad y religión  son conceptos diferentes, la espiritualidad nada tiene que ver con el alma, sino con nuestra conciencia, que podría ser una esencia de las cosas, por eso en Derecho hablamos del espíritu de las Leyes, que es la  esencia de algo en pureza, en estado larvario. Pero el espíritu no es el viento que nos viene del Universo, sino de nuestra conciencia que nos hace distinguir entre el bien y el mal, por medio de nuestra educación.

   Y para dar por finalizada esta breve crónica, pues hablar de la esencia de este mensaje místico de Pilar Galán, nos llevaría a un discurso largo y metafísico.  Hemos de vanagloriarnos de haber rescatado La nada. ¿Qué frío de una posible destrucción u olvido, puesto que todo aquello que no se publica, queda en el eterno limbo de la oscuridad y de las sombras. Porque lo que no se puede ver o leer, en caso de los libros, no existen pasaría a un Purgatorio eterno de las biblioteca celestiales de las intenciones. Hoy de venta en Editorial Palmeral.

    Desde estas líneas deseo que Pilar Galán continúe con las creaciones de poesía mística que tanta necesidad tenemos en contactar con el Alabado a través de los inmanentes sentidos de la espiritualidad, porque los premios, sí, son económicamente rentables, pero son solamente eso: vil metal, y no tienen espíritu.

Ramón Fernández Palmeral

Para Mundiario, 31-12-2018

domingo, 30 de diciembre de 2018

"Aniversario en París" de Pascual García, publicado en Sudeste de Murcia

Aniversario en París
 

Aniversario en París
Pascual García

Aniversario en París es un canto al amor en veintiocho poemas. Pero no al amor trivial sino al maduro, el desgastado por el paso de los años y que, sin embargo, puede resplandecer como el primer día durante un viaje, el que siempre soñaron y al fin hacen los amantes protagonistas de esta obra. Entre la pasión desbordante y la sabia contención del pensamiento, Pascual García hace de todo el libro un solo poema de largo aliento, como el amor desde el que escribe, para celebrar, a través de su poesía y dirigiéndose siempre a la amada, los instantes de dicha revividos.


Pascual García (Moratalla, Murcia, 1962). Es doctor en Filosofía y Letras y catedrático de Lengua y Literatura española en el IES Alfonso X El Sa­bio de Murcia.

Es autor de un importante número de libros, por los que ha recibido diferentes reconocimientos y premios. En ellos ha cultivado casi todos los géneros, siendo la poesía el principal. Así, ha publicado, entre otros, poemarios como Fábula del tiempo (1999), Alimentos de la tierra (2008) o La fatiga y los besos (2013). Destaca también su labor en el terreno del cuento con volúmenes como El intruso (1995) o Hablar durante las comidas (2014). Como narrador ha escrito, además, tres novelas: Nunca olvidaré tu nombre (2003), Solo guerras perdidas (2010) y El orden de la vida (2018). Igualmente ha dado a imprenta libros de ensayos, El Paraíso en viaje a la penumbra. La obra literaria de Pedro García Montalvo (2005) o Años fugitivosCrónica personal de Moratalla (2012), y de entrevistas, Palabras y café con escritores (2016).

Ha desempeñado labores de asesor de publicaciones durante una década en la Consejería de Educación de Murcia y es profesor asociado de la Universidad de Murcia. Ha sido crítico literario en prensa, radio y televisión, y colabora habitualmente en los diarios El Noroeste y La Verdad.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Nosotros los levantinos. cambio de nombre y cambio de bandera de la Comunidad de Valencia

Propuesta de una nueva bandera integradora para la Comunidad Levantina. / RR SS
(Idea original del pintor Ramón Palmeral)

Nosotros los levantinos: nuevo nombre y nueva bandera Comunidad Valenciana

Nunca oirás decir a un alicantino o a un castellonese que son valencianos. Este apelativo nos suena extraño y centralizado,  es ciudad  donde están los despachos del gobierno de Generalitat Valenciana. Por lo tanto propongo cambiar el nombre de Comunidad Valenciana por Comunidad Levantina, y con otra bandera más integradora de los territorios de las tres provincias levantinas. Una confusión que se ha de solucinar ya y ahora.


Propuesta de una nueva bandera integradora para la Comunidad Levantina. / RR SS
Oirás a un sevillano, malagueño o granadino decir que es andaluz, o a uno de Lugo o de Orense decir que es gallego, o a un bilbaíno decir que es vasco, o uno de Barcelona decir que es catalán; pero nunca jamás oirás decir a un alicantino o a un castellonese que es valenciano. Este mal trago se debe al error del Estatuto de Autonomía de 1982 al nombrar Comunidad Valenciana, denominación que no es integradora, porque  debió llamarse Comunidad Levantina, que es la lógica:  Castellón, Valencia y Alicante.
El territorio de la comunidad actual coincide en «su mayor parte» con el del antiguo e histórico del Reino de Valencia, reino creado dentro de la Corona de Aragón por Jaime I el Conquistador,  rey de Aragón y conde de Barcelona, que abarcó desde la reconquista de Valencia en 1238 hasta 1707 año de la derrota la batalla de Almansa, en que, con la promulgación de los Decretos de Nueva Planta para los reinos de Aragón y Valencia sus instituciones fueron abolidas. A finales del siglo XIX se conocía como Región Valenciana a partir del Estatuto de Autonomía el término de «Comunidad Valenciana» se ha extendido y popularizado. También se usa Valencia, aunque este último puede llevar a confusión con la ciudad y la provincia homónimas.
Las diferencias lingüísticas en Alicante no son ni casuales ni por olas de inmigraciones, sino que derivan del tratado medieval  de Almizra en 1244 entre las fronteras pactadas entre aragoneses y castellanos. El Tratado de Almizra lo firmó el rey aragonés Jaime I el Conquistador y el infante castellano Alfonso, hijo de Fernando III y posterior rey Alfonso X el Sabio que también tenía Murcia. Por ello, media provincia al sur de Biar (Alicante) habla castellano desde hace ocho siglos y la otra mitad al norte habla valenciano, que no catalán. Actualmente, por la temida «contaminación política de la izquierda» de la que tanto habla nuestro historiador Vicente Ramos, se ha impuesto el estudio y uso obligatorio del valenciano en las escuelas y universidades de Alicante, al menos oficialmente, pero contra natura histórica.
Por eso digo que para una mejor y progresiva identidad regional y comunitaria de integración, nosotros los Levantinos (Castellón, Valencia y Alicante), deberían votar en referéndum el cambio de la denominación de nuestra Comunidad. Entre los levantinos han surgido dos corrientes político-sociales como el blaverismo y el fusterismo.
Dos posicionamientos opuestos, porque el blaverismo es opuesto al nacionalismo valenciano o fusterismo que deriva hacia el pantacatalanismo o pro-catalana e integración o reunificación independiente de los llamados países catalanes: Cataluña, Levante y Baleares. Por ello, cuando hablo de nosotros los levantinos nos entendemos mejor de que al decir valencianos. El fusterismo deriva de la tesis del escritor valenciano de Sueca, Juan Fuster (escribía en catalán) la intelectualidad y de los universitarios de la década de los 60​ por su componente claramente antifranquista, que a su vez contagiará a toda la izquierda política a favor del pantacatalanismo del regionalismo valenciano. Cuando Juan de la Cruz Fuster Ortells  publica en 1962 su ensayo Nosaltres, els valencianos argumenta las claves del nacionalismo valenciano, y encuentra en Alicante a un gran opositor, a Vicente Ramos quien siempre defendió en Unión Valenciana, a una Comunidad dentro de España y no nacionalista ni tendente al secesionismo como ocurre hoy día en Cataluña.
Por lo comentado propongo cambiar el nombre de Comunidad Valenciana por otro nombre más integrador como Comunidad Levantina y con una nueva bandera también más integradora y diferencial. En un populismo exhacerbado del patacatanalismo, los españoles, de otras Autonomías, no saben distinguir entre la bandera de Valencia y la Catalana, por lo de las 4 barras roja sobre amarillo del antiguo reino de Aragón. Y debemos diferenciarnos completa y limpiamente, porque  los levantinos no somos catalanes, por la deriva independentistas que estos han tomado, y que, por añadidura nos podría perjudicar en nuestra economía futura. @mundiario

jueves, 27 de diciembre de 2018

¿Son tan diferentes entre sí las constituciones de 1931 y 1978?

La Constitución de 1978 aparenta ser un híbrido entre el texto de 1931 y el ordenamiento jurídico-político franquista, pero ideológicamente se acerca mucho más al primero.
Constituciones españolas del 31 y del 78.
Constituciones españolas del 31 y del 78.
Este año se han cumplido cuatro décadas desde la promulgación de la actual Constitución de 1978. Su fruto fue el resultado de un amplio consenso político y social.
Si prestamos atención a sus características ideológicas, vemos como el texto actual se parece bastante a las propuestas esgrimidas por el ala derecha del PSOE: democracia representativa en forma de parlamentarismo, monarquismo, aconfesionalidad del Estado, descentralización territorial, amplio reconocimiento de derechos individuales más la defensa de la economía social de mercado.
Si echamos un vistazo a los rasgos de la Carta Magna de 1931, observamos que esta también muestra una línea ideológica parecida, salvo, principalmente, en lo relativo al carácter republicano y laicista de la penúltima Constitución. En términos consensuales, sí hay notorias diferencias entre una y otra, pues la promulgada hace ya casi ochenta y ocho años tuvo un marcado carácter izquierdista para la época.
En lo que se refiere al análisis comparativo de contextos históricos, aquí se percibe una clara analogía (la difícil situación económica de ambos momentos), pero también tres distinciones entre 1931 y 1978 a favor del último año (clima de entendimiento entre las grandes fuerzas políticas, menor conflictividad social por motivos políticos y auge de la clase media desde la década de los 60). En contraposición, la sociedad española de los años 30 era esencialmente rural, desigual y presentaba una baja cultura política democrática.
En lo que respecta al análisis comparativo de los actores políticos de los años 30 y 70, apreciamos como hace casi nueve décadas casi toda la izquierda parlamentaria, así como los centristas y los nacionalistas periféricos, aceptaban y apoyaban el régimen de 1931. Por su parte, prácticamente toda la derecha rechazaba el sistema político republicano.
Prosiguiendo con el apartado anterior, hace cuarenta años la actual Constitución únicamente recibió el rechazo: de los extremos políticos, del ala derecha de AP y del soberanismo.
Así, ambas derechas de la época eran partidarias como forma política ideal de un régimen autoritario conservador (CEDA) o bien de una democracia limitada (AP); es decir, rechazaban una plena democracia. No ocurría así en el centro ni en la izquierda representada institucionalmente de ambos períodos (con la excepción del comunista pero antisoviético POUM), defensoras de la democracia.
En relación con esto, la principal fuerza de derechas durante la II República fue la CEDA, contraria a ese régimen y desconfiada de la democracia, mientras que en 1978 la principal fuerza derechista -aunque bastante centrada- fue UCD. Si a ello le sumamos el explicado contexto de atraso social, así como el carácter excluyente de la ley fundamental de 1931, entendemos por qué fue inevitable la confrontación en los años 30, entre otras causas.

En conclusión, las constituciones de 1931 y 1978 son bastante parecidas entre sí desde el punto de vista ideológico, pero el mayor desigualitarismo de la derecha de la época, el contexto de atraso social y conflictividad, así como la actitud intransigente de la izquierda impidió el largo desarrollo cronológico de la norma de 1931. En todo caso, pasando ya a historia-ficción, lo que seguramente hubiese sido cierto es que si un dirigente socialista de los años 30 les presentase a las fuerzas de derecha una constitución exactamente igual que la de 1978, seguramente la rechazaría, ya que la asunción por el conservadurismo español de los pilares del Estado social no llegaría hasta la década de los 60, mientras que la aceptación de las bases democráticas por parte de estos no tendría lugar hasta los años 80 (cuando la dictadura era ya inaceptable en Europa occidental como régimen político).
Curiosamente la derecha conservadora actual (PP), que se muestra oficialmente equidistante entre el régimen franquista y el republicano, se encuentra hoy en día de facto bastante más cerca del segundo que del primero. @mundiario

martes, 25 de diciembre de 2018

Breve biografoia de Juan Gil-Albeet. Alcoy

Juan Gil-Albert


El escritor Juan Gil-Albert nace en Alcoy el 1 de abril de 1904, ciudad en la que reside hasta 1912, cuando su familia se traslada a Valencia por negocios. En 1927 publica su primer libro, La fascinación de lo irreal, que pronto cosechará el reconocimiento de gran parte de la crítica.
Durante la República, Juan traba amistad con Antonio Sánchez Barbudo y Ramón Gaya, y conoce a Federico García Lorca. En 1936 viaja a Madrid, donde conoce a los escritores más afamados de la época, como Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Pablo Neruda, José Bergamín, Rosa Chacel, Concha de Albornoz, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre. Por entonces Juan publica Candente horror, una obra surrealista y de militancia contra el fascismo, con el que Gil-Albert se ponía claramente al servicio de la República. Al mismo tiempo, funda en Valencia, junto a Rafael Alberti y otros intelectuales leales a la República la revista Hora de España, considerada la publicación más prestigiosa del periodo.
Tras la caída de la República, Juan Gil-Albert partió hacia el exilio primero a Francia y después a Hispanoamérica. Sin embargo, en 1947 decide retornar a España pero se le obliga a un prolongado silencio, sólo alterado por sucesivas publicaciones.
 Con la aparición a principios de los años 70 de su antología poética Fuentes de la constancia, Gil-Albert alcanza una gran aceptación de la crítica y se le recupera en el panorama literario nacional. En los años sucesivos, Juan Gil-Albert entra en una vorágine creativa, con numerosos títulos entre los que cabe destacar Crónica general. En 1983 recibe la Medalla de Oro de Alcoy y el nombramiento como Hijo Predilecto. n 1984 la Diputación Provincial de Alicante otorga su nombre para el Instituto de Cultura, mientras la Universidad de Alicante le distingue con el grado de Doctor Honoris Causa. Gil-Albert, además, es designado primer presidente del Consell Valencià de Cultura, hasta su muerte acaecida el 3 de julio de 1994.




domingo, 23 de diciembre de 2018

FELIZ NAVIDAD 2018, PROSPERIDAD Y SUERTE PARA 2019


La Diputación de Alicante impulsa un congreso internacional sobre Gil-Albert

La Diputación de Alicante impulsa un congreso internacional sobre Gil-Albert


El diputado Augusto Asencio detalla los pormenores del congreso. /DA
El diputado Augusto Asencio detalla los pormenores del congreso. / DA
Organizado por el Instituto Alicantino de Cultura y la UA, se conmemora el XXV aniversario de la muerte del poeta y ensayista alcoyano
D. A.Alicante
El Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert ha presentado el congreso internacional 'Vibraciones de Juan Gil-Albert: la fascinación de la constancia' para conmemorar el XXV aniversario de la muerte del célebre poeta y ensayista alcoyano. Con la colaboración de la Universidad de Alicante, a través del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti, y del Ayuntamiento de Alcoi, el encuentro tendrá lugar en 2019.
Así lo ha confirmado esta mañana el diputado de Cultura, César Augusto Asencio, quien ha detallado los pormenores de la propuesta junto al vicerrector de Cultura, Deportes y Lenguas de la UA, Carles Cortés, al director cultural del IAC, José Ferrándiz, y al catedrático de la UA y codirector académico del Congreso, José Carlos Rovira. «Desde la Diputación de Alicante estamos muy satisfechos de poder desarrollar este congreso para profundizar en la obra y la trayectoria del que, sin duda, es una bandera literaria de primer orden en nuestra provincia. Juan Gil-Albert fue uno de los principales escritores del siglo XX y es un honor poder reunir en Alicante a un nutrido grupo de expertos para poner en valor su figura», ha puntualizado Asencio.
El presidente del congreso es el poeta y académico Francisco Brines, miembro de la Real Academia Española, representante de la Generación del 50 y amigo personal de Gil-Albert, a quien ayudó en su momento de eclosión editorial de los años setenta. Asimismo, la conferencia inaugural la pronunciará el escritor Luis Antonio de Villena, autor del libro de conversaciones 'El razonamiento inagotable de Juan Gil-Albert' (1984). En cuanto a los ponentes, tal como ha explicado Ferrándiz, participarán varias generaciones de escritores e investigadores. Por una parte aquellos que tuvieron contacto con el escritor en los años setenta y ochenta, como Guillermo Carnero, Jaime Siles, Manuel Aznar, José Carlos Rovira, Pedro J. de la Peña y Ricard Bellveser, autores que intervinieron en ediciones y recuperación de la obra de Gil-Albert. Por otra parte, también estarán quienes se sumaron a los estudios gilabertianos tras fallecer el ensayista o ya en el siglo XXI, como Juan Cano Ballesta, Ángel Luis Prieto de Paula, Annick Allaigre-Dunny, María Paz Moreno, Claudia Simón o José Ferrándiz, la mayoría de ellos con presencia en el centenario de su nacimiento en 2004. Finalmente, se incorporarán los últimos especialistas Pedro García Cueto y Manuel Valero, y además estarán presentes creadores teatrales y cinematográficos como el dramaturgo Alberto Conejero o el director de cine Juan Luis Iborra.
Participarán también el dramaturgo Alberto Conejero y el cineasta Juan Luis Iborra
El programa se completará, junto a las ponencias y comunicaciones, con la proyección de la película Valentín (2003), dirigida por Iborra, una lectura dramatizada de textos a cargo del actor Toni Misó y presentaciones de libros.
Asimismo, cabe destacar que el congreso está abierto para aquellos investigadores que deseen presentar comunicaciones, los cuales podrán enviar sus propuestas hasta el 9 de enero de 2019. Un comité científico internacional con miembros de universidades de España, Francia, Italia, Estados Unidos y Chile decidirá su exposición en el cónclave. Las personas interesadas podrán obtener más información en la web de la UA.
El encuentro en torno a la producción del autor alcoyano se celebrará del 3 al 6 de abril. Los tres primeros días en Alicante habrá sesiones en la Casa Bardín y en la Sede de la Universidad Ciudad de Alicante, mientras que la cuarta jornada tendrá lugar en el nuevo campus de la UA en Alcoi e incluirá una visita a Villa Vicenta, la casa que tenía la familia de Juan Gil-Albert en El Salt.


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Un congreso para reactivar a Gil-Albert

El académico Francisco Brines presidirá el encuentro internacional que se celebrará en Alicante sobre el autor alcoyano del 3 al 6 de abril de 2019

31.10.2018 | 00:23
Retrato de Juan Gil-Albert, pintado por Enrique Climent en 1940 y propiedad del instituto alicantino.
Alicante quiere impulsar la lectura de Juan Gil-Albert, uno de los poetas y prosistas más exquisitos que ha dado la provincia, protagonista del Congreso Internacional que se celebrará del 3 al 6 de abril de 2019 con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento. Bajo el título Vibraciones de Juan Gil-Albert: la fascinación de la constancia, el congreso ahondará en la figura y obra de este intelectual testigo de la cultura hispánica del siglo pasado, nacido en Alcoy en 1904 y fallecido en Valencia en 1994, exiliado en México y Argentina, que nunca ocultó su homosexualidad y que vivió a su regreso un exilio interior lejos de las corrientes dominantes.
«Queremos reactivar a Juan Gil-Albert, a su literatura, y reconectarlo con los lectores. En los últimos años han decaído sus publicaciones y creemos que su literatura fue muy avanzada estéticamente a su tiempo y aún tiene una vigencia e incluso una necesidad», explicó ayer el director del instituto que lleva su nombre, José Ferrándiz Lozano, codirector académico del encuentro con José Carlos Rovira, tras añadir que «además de que hoy puede ser leído perfectamente, Gil-Albert fue con su pensamiento un gran exponente de la tolerancia, algo que es un valor esencial para ser un autor necesario, aunque no haya sido tan conocido como otros».
El congreso estará presidido por el poeta valenciano Francisco Brines, miembro de la Real Academia Española, y será inaugurado por el poeta y crítico Luis Antonio de Villena, autor del libro de conversaciones El razonamiento inagotable de Juan Gil-Albert, con la conferencia Gil-Albert, escritor exquisito y total.
El encuentro, organizado por el Instituto Gil-Albert en colaboración con la Universidad de Alicante, a través del Centro de Estudios Iberoamericano Mario Benedetti, y del Ayuntamiento de Alcoy, contará con un total de 17 ponentes estudiosos de su obra pero también está abierto a aquellos investigadores que quieran presentar sus comunicaciones, que deberán enviar antes del 9 de enero.
Entre los ponentes se conjugarán tres generaciones de estudiosos y creadores literarios: aquellos que en los años 70 y 80 aportaron estudios sobre el alcoyano como Guillermo Carnero, Jaime Siles Luis Antonio de Villena o José Carlos Rovira; el núcleo de escritores valencianos como Ricard Bellveser o Pedro J. de la Peña o Manuel Aznar, que intervino en la recuperación poética de Gil-Albert; y la segunda generación de autores que se sumaron tras el fallecimiento del poeta, como Mari Paz Moreno, Juan Cano Ballesta, Annick Allaigre-Dunny, Ángel Luis Prieto de Paula, Claudia Simón, sobrina del alcoyano, o los últimos especialistas que más publican sobre su obra en la actualidad, Pedro Cueto y Manuel Valero.
El codirector académico y amigo personal de Gil-Albert José Carlos Rovira señaló que el planteamiento del congreso será «cronológico» pero aclaró que las etapas están conectadas con cuestiones complementarias, «desde sus inicios sorprendentes a la Guerra Civil, un tiempo de compromiso muy fuerte del escritor, pasando por el Congreso de Intelectuales Antifascistas en el 37 en Valencia y el poemario Poetas en la España Leal que abría Machado y cierra él; el tiempo del exilio donde Gil-Albert se forma conociendo otras culturas y la vuelta en 1947 con un exilio interior hasta los años 70 cuando aparecen Fuentes de la constancia y Crónica general, un libro deslumbrante, con Brines y Gil de Biedma como figuras fundamentales de su recuperación».
Rovira recordó que el homoerotismo , la homosexualidad, fue una de las claves de su audacia, «que blandió como afirmación personal toda su vida sin sufrimiento», así como su idea de ser «un español que razona», fruto de su formación lectora y de la cultura francesa que respiró. Alguien definió a Gil-Albert como el memorialista español por su afán en la reconstrucción de la memoria y los recuerdos personales, imprescindibles en su obra, cuando no estéticamente no estaba de moda, recordaron los directores.
Para el diputado de Cultura César Augusto Asencio, Gil-Albert es «una bandera literaria de primer orden en nuestra provincia y uno de los principales escritores del siglo XX», mientras que el vicerrector de Cultura de la UA, Carles Cortés, alcoyano como él, apuntó que el escritor fue doctor Honoris Causa por la UA en 1975 y destacó que su figura continúa «más viva que nunca».
El congreso se completará con diversas actividades que comienzan el 9 de enero con Juan Manuel Bonet, que analizará en el ciclo Descubre una obra el retrato que Enrique Climent le pintó en 1940.

Crónica sobre el "Epistolario de Gabriel Miró" por José Carlos Mainer

Gabriel Miró en sus cartas

Caja de Ahorros del Mediterráneo/Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, Alicante
750 pp. 32 €
 
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Hay críticas de libros que alcanzan ominosa posteridad de epitafios y quedan tan estrechamente asociadas a su autor como sus méritos más indiscutibles. El 9 de enero de 1927, Ortega y Gasset publicó en El Sol un artículo sobre El obispo leproso (1926), de Gabriel Miró, que luego recogería en el volumen Espíritu de la letra ese mismo año. Importa poco que buena parte del encanto del narrador levantino se correspondiera cabalmente al ideal de «novela morosa» que el pensador había encomiado en Ideas sobre la novela (1925) como superación de la narrativa decimonónica; lo que quedaría para siempre es la alarma del crítico ante la condición novelesca del libro («con la novela no se puede jugar») y su sentencia inapelable («cada frase está hecha a tórculo», «la perfección de la prosa de Miró es impecable y implacable», «suena sin remedio a falsedad estética»).

Miró tenía seguidores que respondieron (el Heraldo de Madrid del 18 de enero reunió una importante porción de escritos favorables) y, después de su temprana muerte, que ocurrió en 1930, se constituyó una asociación de «Amigos de Gabriel Miró», presidida por Azorín (y con la eficaz secretaría del crítico y traductor Ricardo Baeza), que en 1932 acometió la importante «Edición Conmemorativa» de sus obras, concluida en 1949 y que contó con prólogos de los mejores escritores españoles de su tiempo. El Epistolario de Gabriel Miró (que acaban de editar con admirable meticulosidad Ian Macdonald y Frederic Barberà) nos permite seguir casi al día las reacciones del escritor ante la caprichosa boutade de Ortega, pero también el enrarecido clima de incomprensión y menoscabo en que se produjeron los hechos y los vivió Gabriel Miró, siempre demasiado vulnerable y algo propenso a la autocompasión. De la salida de El obispo leproso había hablado, sobre todo, la prensa de derechas, tradicionalmente sublevada por el tratamiento esteticista (y sutilmente derogatorio) que Miró daba de la religión católica y sus ritos. Al escritor le había dolido «un codazo, o una coz» del articulista de El Siglo Futuro (carta a Ricardo Baeza, del 28 de enero de 1927) y los aviesos trabajos de Luis Astrana Marín en El Imparcial y de Nicolás González Ruiz en El Debate, porque sabía que, con todo ello, tenía cada vez más lejano obtener el Premio Fastenrath, de la piadosa e hipócrita Academia, y el propio ingreso en sus filas (donde había sido propuesto por Palacio Valdés, Azorín y Ricardo León). A Jorge Guillén se lo comentaba, con afectada resignación, y también le decía que «me sorprendió la rodillada» de Ortega (carta del 10 de febrero), pero la carta de queja más significativa (y algo enigmática) es la que escribió ese mismo día a Juan Guerrero Ruiz: acababa de salir la revista Verso y prosa, dirigida por el activo funcionario murciano, y Miró comenta sibilino que «la joven Poesía se ama mucho [...]. Son unos masones que llevan un diminuto triángulo veneno en el relojito-pulsera». Juan Ramón Jiménez le parece el «gran Hermano de la Logia» y Jorge Guillén es «frío de corazón. Fue a Murcia y nevó. Dejémelo a mí que ya me las pagará».
¿Son bromas más o menos recelosas, o Miró respira por la herida del desvío de Juan Ramón –que estuvo muy poco expresivo en su desagravio– y del silencio que mantenían Guillén y Salinas? En todo caso, en mayo vuelve a escribir a Guillén con el afecto de siempre y le cuenta que ha recibido una carta consolatoria de Salinas. Y en que puede, como secretario que era del negociado de concursos nacionales, nombró a ambos como jurados de los Premios Nacionales de Literatura que se iban a discernir en primavera y que tenían a la figura de Góngora, en su centenario, por tema obligado. El 1 de enero de 1929 Miró ha recibido la primera edición de Cántico, que le ha entusiasmado y leído con fruto: lo define como «concavidad henchida: convexidad exacta; la línea pura del huevo de Gide: por gestación lenta, selectiva del tiempo». De Juan Ramón Jiménez nada importante volvemos a saber en el epistolario, pero el comienzo de su relación, en 1919, ya fue muy poco prometedor. En su primera carta (2 de junio de aquel año), Miró le recordaba que los había presentado Gregorio Martínez Sierra y «Vd. fue para mí escasamente afectivo [...]. Después, yo le envié algunos libros míos; y Vd. nada, ni palabra: este silencio me entristeció y me enfadó. Y enfadado y todo, seguí leyéndole». Fair play ante todo... También en diciembre de 1929 le comunicaba a Ricardo Baeza su voto sobre los mejores libros publicados en España durante el mes anterior y no dudaba en incluir en el lugar más destacado el séptimo volumen de El espectador, de Ortega: «No dirá Vd. que no soy objetivo», comentó jocoso.
Un epistolario literario debe ser interrogado como importante fuente de las ideas estéticas de su autor, pero quizá nos responda con más elocuencia acerca de aquellas que deseaba tener, que no es exactamente lo mismo. Como recordaba Unamuno en el prólogo de las Tres novelas ejemplares y un prólogo, también somos lo que creemos que somos o lo que queremos ser. Los dos textos de estética personal más importantes que escribió Gabriel Miró fueron la conferencia de 1925, «Lo viejo y lo santo en manos de ahora», que se refiere, sobre todo, al don de la evocación (que comporta la «fortaleza de la ingenuidad», como la «inocencia y sensualidad») y las tres versiones de un inédito, «Sigüenza y el mirador azul», que escribió precisamente como respuesta a las imputaciones de Ortega y donde vinculó su escritura al recuerdo siempre vivo de su infancia (la conferencia está recogida en la excelente Vida de Gabriel Miró, de Vicente Ramos, y el conjunto inédito fue dado a conocer por Edmund L. King). Y estas cartas añaden copiosas y nuevas confesiones que insisten en los mismos puntos. Al poeta Tomás Morales le escribió en 1908 que nadie le entenderá mejor porque «yo que amo el paisaje y la exquisita sutileza de lo pueril fragante de cosas tristes». Con menos alharacas decadentistas, se presentaba a Valéry Larbaud, en misiva de abril de 1925, como «un escritor de comarca: de sus pueblos, de las heredades, de los caminos, del mar, de la desnudez y reconditez de las vidas rurales y de la sensualidad de las vidas devotas, favorecido por mi crianza y mi afición a la liturgia». En octubre de 1918 –en carta a Ricardo Baeza– matizaba su entrega a la escritura: «Confieso que no soy un artista voraz, de acendrada estirpe. Más que el arte, me preocupa la vida, sobre todas inquietudes, la biológica. Vivir; por los míos, a los que amo con todas mis entrañas; vivir por sentirme, por vivir; y después, vivir por mi arte». Y apenas año y medio después, a Gabriel Maura le declaraba que su ideal final es poder retirarse «en una vieja casa mediterránea, con parral y todo, y allí me llamaré, me buscaré a mí mismo, y todavía he de encontrarme». Pero, en lo que toca a la estética, sabe muy bien dónde está, como le ha dicho a Juan Ramón Jiménez (abril de 1920) a propósito de su conversación con un agente literario de Doubleday: «Mr. Houston conoce las obras de Blasco Ibáñez. Yo me definí diciéndole que era todo lo contrario de Blasco Ibáñez. Parece que me entendió».
Tanta certeza estética alimentaba una legítima soberbia de autor. A su amigo juvenil Eufrasio Ruiz le escribe en 1908 que «yo no soy un profesional del arte. Escribo cuando puedo», pero buscaba con ansia la ocasión de publicar, y cuando dos periodistas alicantinos le abren la posibilidad de hacerlo en 1909, escribe un ditirambo ruborizante: «¿Y es posible que queden Augustos y Condes de Lemos sin que se hallen Horacios y Cervantes? ¡Válgame el prodigio! ¡Toda mi alma, toda mi vida tiembla gozosamente!». Pero el tiempo y los desengaños le harán más soberbio y exigente. Vive en Barcelona, y luego en Madrid, porque no quiere ser «escritor lugareño» (carta a Rafael Altamira, en 1914), y cuando el editor Calleja inicia una colección de Páginas escogidas en las que se publican las de Clarín, Azorín, Baroja y Antonio Machado, le pide a Ricardo Baeza y a Enrique Díez-Canedo, a quienes convierte siempre en benévolos agentes literarios, que intercedan para que se editen también unas suyas. Y cuando se presenta a Valéry Larbaud (en carta que ya se ha citado), se refiere despectivamente –y con razón– a la Historia de la literatura de Juan Hurtado y Ángel González Palencia, porque «de esa Historia ni de ninguna otra se puede inferir el lugar categórico del escritor español. Sin embargo, yo creo que tengo el mío [...] porque todavía la popularidad no es del mundo de nosotros, sino de otro linaje de gentes».
Nunca anduvo muy sobrado de dinero pero, cuando pudo hacerlo, no tuvo inconveniente en negociar a la vez con Ruiz Castillo, de Biblioteca Nueva, y con Calleja la edición de sus Obras completas, que acabaron en manos del primero. Y nunca perdonó a sus editores barceloneses Vecchi y Ramos, que le encargaron la dirección de la Enciclopedia Sagrada, que en 1915 suspendieran lo que pensó que sería su maná catalán. Cuando hacia 1920 su trabajo empezó a darle más satisfacciones, exigió el reconocimiento económico correspondiente: la revista barcelonesa Lecturas –le cuenta a Alfonso Nadal en 1925– le ha solicitado hacer una edición popular de Dentro del cercado y les ha pedido más de las mil pesetas con que ya han retribuido a los Quintero, Pérez de Ayala, Azorín y Baroja: no se las han querido pagar. Y es que «son los mismos escritores que ministran las empresas editoriales los que se asustan de lo que haga un escritor que quiera mejorar su oficio en bien de todos. En adelante prefiero que se me tenga por codicioso».
Por supuesto, todo esto nos lleva a la parte más oscura de un taller literario. Miró, fracasado en tempranas oposiciones a la administración, pretendió siempre vivir de alguna prebenda: como cronista de Alicante, como empleado de la Mancomunitat de Cataluña, como funcionario en Madrid. En 1912 escribía a Germán Bernácer: «He cumplido treinta y dos años, tengo dos hijas y soy pobre; cada día más pobre. ¡Yo no sé qué haría para tener dineros!». El 27 de agosto de 1921, cesante por entonces del Ministerio de Trabajo, le escribe a Antonio Maura en términos que hubiera firmado un postulante del siglo XVII, arcaísmos incluidos: «¿No podría deparárseme un lugar retraído en Gracia y Justicia, en Instrucción Pública, en un museo, en un archivo del Ayuntamiento de Madrid, cuyo sostén redimiese mi arte de la forzada condición del oficio?». Lo logró por esa vía cuando, en octubre de 1922, le llegó la mencionada plaza de gestor de los Concursos Nacionales que mantuvo hasta su muerte. Pero fue siempre descontentadizo de sus viviendas (la de Barcelona, en la Bonanova, se cae a trozos y no la arregla el casero; la de Madrid, en la calle de Rodríguez de San Pedro, es un «horno de cal», y tan angosta que «andamos retorciéndonos como pilares salomónicos») y se declaró abrumado por sus empleos burocráticos: el último es denominado siempre en sus cartas «mi jaula del Ministerio». Y, sin embargo, sonrojan las epístolas que ha dirigido a Antonio Maura para acabar obteniendo su puesto y de las que ya hemos visto un ejemplo. En 1915 recuerda al político conservador como «bronce glorioso en una soledad histórica augusta» (se refiere, sin duda, a las campañas antimauristas de 1909) y le evoca, en plena trifulca de aliadófilos y germanófilos, cómo «han traspasado su vida todos los dolores de la excelsitud en nuestra Patria. Usted es la cumbre misma». Y en septiembre de 1917, poco después de la huelga general de agosto y de las tormentas políticas de todo aquel año, le confía que «nos resignaríamos a negarnos nacionalmente a nosotros mismos si no lo resistiese todo una verdadera ansia mesiánica en usted. Lo digo porque ya es una verdad en la que coinciden los más contrarios corazones». Y cuando, en 1921, ha rechazado «un poco de pan arrojadizo» que, en forma de conferencia, le ha ofrecido César Silió, le escribe a su mecenas para decirle que quiere que se le trate «como un escritor que ha llegado a recibir el elogio y el afecto de don Antonio Maura».
Desde Galdós hasta Miró, pasando por Azorín, el político mallorquín se llevó bien con los escritores y tuvo mano –a menudo, decisiva– en la Academia. Se hace difícil aceptar la docilidad del autor de Nuestro padre San Daniel, pero la escritura más excelsa se sustenta frecuentemente en la queja jeremiaca por las miserias cotidianas o en el paralelo ejercicio del egoísmo. La salud de su familia y la suya nunca fueron buenas, él era fuertemente hipocondríaco y las cartas están llenas de lamentos al respecto. Y la muerte de sus amigos afectaba al escritor de un modo que tiene también lo suyo, y mucho, de autocompasión: sucede en los casos de Rafael Romero («Alonso Quesada») y de Ramón Turró. Pero quizá lo más llamativo sea su reacción ante el fallecimiento de Enrique Granados y su mujer: «Creo –escribe a Bernácer– que después de los huérfanos, el más perjudicado soy yo; y me perdono a mí mismo esta palabra que materializa mi dolor» (7 de abril de 1916). Este hombre que adoraba a su familia y a sus íntimos es, sin embargo, el mismo que en 1923 (carta a Teresa Miró, de 11 de septiembre) se niega a recoger en su domicilio, por espacio de un año, a la hija de su hermano Juan (que acababa de enviudar y con quien no se trataba), porque «mi hermano sabe que mi vida de escritor exige de toda mi familia una suprema abnegación, y un régimen en mi hogar de silencio, de quietud, de comprensión de mi esfuerzo [...]. Únicamente mi mujer y mis hijas, educadas desde el principio para mi intimidad, pueden aceptar con ternura esta vida».
Este fascinante Epistolario es el volumen XX de la edición de la Obra completa en tomos sueltos, acometida en 1986 por el Instituto Juan Gil-Albert de Alicante y la Caja de Ahorros del Mediterráneo. Aunque incompleta todavía, constituye una espléndida y necesaria referencia, junto con otras y más recientes Obras completas: los tres volúmenes que ha preparado Miguel Ángel Lozano y que siguen un orden estrictamente cronológico. Y es que la condenación de Ortega, que reservó a Miró el paraíso sofocante de los paisajistas, no se ha cumplido para los filólogos, afortunadamente. Pocos autores de nuestro siglo XX han recibido un culto local tan fervoroso y delicado, interpretaciones tan afinadas, dedicaciones tan absorbentes (pienso ahora en los hispanistas Edmund King, Richard Landeira e Ian Macdonald) y ediciones tan bien hechas1. Y la verdad es que nuestro Miró se merece todo esto.
01/01/2011
1. Las citadas Obras completas, editadas por Miguel Ángel Lozano Marco, están publicadas por la Fundación José Antonio Castro, Madrid, 2006, en el marco de la «Biblioteca Castro». La mejor biografía es la ya citada de Vicente Ramos, Vida de Gabriel Miró, Alicante, Caja de Ahorros del Mediterráneo/Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 1996. Al mismo primer editor se deben los importantes volúmenes de Actas del I Simposio Internacional «Gabriel Miró» (1996) y II Simposio Internacional «Gabriel Miró» (2004), que reunieron a los más significativos estudiosos mironianos.

sábado, 22 de diciembre de 2018

Libro de Siguenza, de Gabriel por Ricardo L. landeira. BVMC



Libro de Sigüenza de Gabriel Miró





«Libro de Sigüenza»

La publicación del Libro de Sigüenza pasó casi desapercibida en la turbamulta surgida en torno al primero y segundo tomos de las Figuras de la Pasión del Señor, al encarcelamiento del Sr. Valdés Prida y la negativa de la Real Academia del Premio Fastenrath. Pensando hallarse fuera del centro del mundillo literario editorial español acaso indujese nuevamente a Miró a mudar su casa a Madrid; con ello enmendando en parte algunas de las desidias enfrentadas por sus obras, que hasta ahora habían sido editadas en su mayor parte en Alicante y Barcelona. Desde un punto de vista estrictamente editorial, Madrid hubiera sido su destino, como sabemos, ya antes de Barcelona. Sin embargo, como demuestra de modo muy claro y convincente Roberta Johnson en su libro El ser y la palabra en Gabriel Miró, el periodo barcelonés significó una maduración intelectual de valor incalculable para Miró. «Los artículos más tempranos del Libro de Sigüenza, aunque sufrieron muchos cambios entre la primera y la última versión, no salen del género del artículo de costumbres; se basan en lo anecdótico con fuertes dosis de lo moral [...] [en los] artículos escritos ya después de que Miró empezó su colaboración con periódicos barceloneses, [...] se nota una marcada diferencia con los anteriores»28. Y es que no solo se ensancharon sus horizontes intelectuales sino que se aquilataron bajo la influencia poderosa de individuos cuya formación era en aquellos momentos superior a la suya. Me refiero a Maragall, D'Ors y Turró, sobre todo, pero también a Granados en calidad de artista indiscutible en una disciplina tan ajena a Miró, complementaria quizá de la plástica aprendida en años mozos de su tío el pintor Lorenzo Casanova.

A pesar de que el Libro de Sigüenza tuvo tan poca resonancia con su publicación en 1917 en Barcelona y de que parece haber tenido asimismo tan poco relieve en los años que Miró vivió en esta ciudad, he creído -no sin algún recelo crítico- ubicar la obra precisamente en este lugar y en esta época por varias razones, algunas de las cuales quedan ya aducidas en paginas anteriores y otras que siguen. En primer lugar, el Libro de Sigüenza es libro como tal solamente en parte. Es tomo, es volumen, de modo indiscutible tipográfica y editorialmente, primero en 1917 y después en 1927, 1936, etc.; esto de modo extrínseco a su contenido, claro está, y a ello voy. Mas es libro de verdad, o sea, conjunto, únicamente en virtud de su protagonista que es Sigüenza. Y Sigüenza, como ya queda dicho, es una criatura que medra al paso que lo hace Miró a lo largo de su vida, desde 1903 (o quizá un poco antes) hasta la muerte de su creador en 1930. Jamás, ni antes ni después, habían personaje y autor convivido tan estrecha y largamente: Sigüenza es Miró en gran parte y medida. Este necesita de aquél para verter su vida en literatura y para convertir su existencia en arte duradero. Pues bien, y he aquí la razón más poderosa de situar el Libro en esta coyuntura, Sigüenza alcanza -aun dentro de sus deslindes inconcretos e «intrahistóricos»-, al igual que Miró, su madurez (no su plenitud, que no llegará hasta Años y leguas) intelectual en los años barceloneses.

Al igual que el propio Miró y que Sigüenza, el Libro de Sigüenza es anterior y posterior a los años en que el escritor reside en Barcelona, o sea, de 1914 a 1920. Los capítulos más tempranos -cronológica, no estéticamente- del Libro están fechados en 1903: «El señor de los ataques», «Sigüenza, el pastor y el cordero», «De los balcones y portales». Esto quiere decir que el Libro en parte antecede a Del vivir (1904), donde Miró da a conocer a Sigüenza públicamente por vez primera. Difícilmente, sin embargo, podrase saber nunca si en estos momentos inaugurales de la carrera literaria de Miró y de la aparición inicial de Sigüenza concebía el joven autor una futura y segunda obra protagonizada por el mismo héroe. Yo lo dudo, ya que la pauta con la que crece, desaparece y reaparece Sigüenza es tan pausada como discontinua. En los catorce años que van desde la publicación de Del vivir hasta la del Libro de Sigüenza, Miró escribió gran parte de su obra, cerca de una veintena de libros de toda índole: cuentos, novelas cortas, traducciones, novelas largas29 y relatos bíblicos. O sea, que en modo alguno se dedicó exclusivamente al Libro, todo lo contrario. Este fue haciéndose, diría yo, casi él solo, llegando el momento en que estaba ya lo suficientemente maduro cuando Miró lo dio al telar de la imprenta en 1917. Prueba de ello la tenemos en que esta obra continuó creciendo y aumentando en ediciones sucesivas: en la segunda edición (1927) había medrado un capítulo más, «Otra tarde (La gaviota)», hasta la tercera edición (1936), donde finalmente dos narraciones nuevas, «Simulaciones (Llegada a Madrid)» y «La nena de la tos ferina», fueron añadidas. De ahí que no crea yo que ab initio -digamos hasta mucho después de la publicación de Del vivir, obra que se vendió muy poco- fueran los artículos repartidos por revistas y diarios protagonizados por Sigüenza destinados a un futuro libro dado. Conviene recordar al respecto que algunos de estos relatos no se recogieron nunca en un volumen, como por ejemplo «Sigüenza y los señores concejales» (Diario de Alicante, 4 de septiembre de 1909), y otros fueron a parar a otros libros, como es el caso de «Un vagar de Sigüenza» (Del huerto provinciano, Barcelona, Doménech, 1912), antes de recogerse en la segunda edición del Libro bajo el título de «Otra tarde (La Gaviota)».

A favor de mi empeño de que el Libro casi fue haciéndose solo, pues llegaría el momento en que Miró tuvo que sentir el apremio artístico de tornar estos disperses capítulos en un tomo, nos hallamos con el hecho irrefutable de que no hay narración en esta obra que no hubiese aparecido por alguna parte -revista, diario, colección- anteriormente. Y es que Sigüenza se le impone a Miró como necesidad literaria consciente o inconscientemente espiritual. Miró, repito, necesita de Sigüenza, no como cumbre estética o literaria marcada cada equis número de años con un nuevo libro, sino como una perenne e inquietante presencia cotidiana, a la cual da salida su autor cuando ya no le queda más remedio, cuando la salida es un natural desemboque cual si fuera un parto literario. La gestación no es de Sigüenza, sino de episodios o etapas de su vida. Contamos con cinco colecciones de sus días (Del vivir, Libro de Sigüenza, Años y leguas, Glosas de Sigüenza, Sigüenza y el Mirador Azul), que además no concluyen con la prematura muerte de su autor. Sigüenza si muere es porque desaparece su creador, pero él -al despedírsenos en Años y leguas- vaga por aquel valle alicantino dominado por la cumbre de Aitana en un mes de otoño.

Los retoños más tempranos del Libro de Sigüenza, si, aparecieron en diarios de la región alicantina, pero los más y los maduros fueron escritos y publicados en Barcelona. En La Vanguardia salieron quince, otros quince en el Diario de Barcelona, y tres en La Publicidad. El resto apareció en Los Lunes de El Imparcial y en Caras y Caretas. La emoción sentida por Miró al serle acogida su primera colaboración en el diario catalán de más prestigio se trasluce al declarar, en renglón aparte, en una carta a su amigo Juan Vidal Ramos: «Hoy he escrito mi primer artículo para La Vanguardia», correspondiente al 5 de diciembre de 191330. El artículo era «En el mar (Vinaroz)», e iría destinado al Libro. Y eso que llevaba Miró más de tres años publicando artículos en la prensa barcelonesa, el primero de ellos dedicado a su benefactor y amigo Juan Maragall, bajo el título de «La paz lugareña» (Diario de Barcelona, 8 de septiembre de 1911).

El Libro de Sigüenza acaso sea el más personal de Gabriel Miró, obra donde vida y arte concuerdan en simbiosis perfecta. En él vierte su autor las experiencias más arraigadas en su espíritu, que comprenden toda una vida, desde sus años de colegial en un convento de jesuitas hasta las dificultades para ganarse el pan ofrecidas por unas oposiciones judiciales. Tomando como punto de partida un hecho real, con frecuencia autobiográfico, Miró lo eleva al nivel de la universalidad al convertirlo en materia artística. No debe admirarnos, pues, la disparidad de narraciones y cuentos incluidos en este libro, cuyo único nexo parece ser el personaje que figura en su totalidad.

El título Libro de Sigüenza es feliz acierto por ser exacto. Lo forman jornadas de la vida del personaje así llamado, que aparece en todas ellas, completas, estas, al parecer, en si, pero dotadas de la misma expresión intensa de «un ánimo individual» que las oprime. Sus capítulos individuales son ensayos unos, parábolas otros, meditaciones algunos, fábulas otros más, memorias, cuentos, y divagaciones el resto. La candidez, el apocamiento, en una palabra: la hiperestesia sigüencina, matiza todos los capítulos, proporcionándoles de este modo el ligamento más tangible que los une.

El tempo narrativo en la mayoría de estos relatos y cuentos es lento, acompasado, como es costumbre en Miró. Pocos de ellos tienen trama alguna, son composiciones breves cuyo contenido somero es propio de un romance lírico, admirado tanto por su sentido económico y vagamente arcano como por su belleza de expresión. El lirismo de las narraciones mironianas es indiscutible, el autor se regodea en la depuración de la frase que sale de su pluma como oración aquilatada. La narración se hace desde una multitud de puntos de vista y desde una pluralidad de perspectivas que en un principio agobian al lector, pero que paulatinamente lo sumen en un confín de sinestesias del cual se resiste a salir. Los personajes que en estos capítulos acompañan a Sigüenza son seres humildes de vidas oscuras y fracasadas. No obstante, pocos de ellos cuentan con «otra vida» como tiene Sigüenza. Este podrá ser un oscuro funcionario de la burocracia gubernamental, a ojos de muchos, pero sabemos que esa existencia exterior y adocenada es un mundillo insignificante para el protagonista. La verdadera vida para él es aquella que se forja en su interior y que trasciende toda ramplonería. Los personajes más cercanos a él servirán como contraste a la fantasía de sus ficciones, a ellos les es dada la tosquedad de lo vulgar y el escepticismo de hombres que trabajan para ganarse la vida. Sigüenza queda siempre alejado de todos; la constancia con la cual algo lo separa de sus «semejantes» es inquietadora, tenida en cuenta su afinidad con la Naturaleza y aquellos animales aún no domesticados por el nombre.

La temática del Libro de Sigüenza acapara toda una gama anímica, propia de un espíritu sensitivo e impresionable, respondiente a estímulos primitivos, naturales, exquisitos y malsanos. Destacan en esta riqueza de temas la nostalgia del pasado, el amor a la Naturaleza y la alienación del individuo. Otros temas plenamente desarrollados son el escepticismo ante el progreso, el amor a las Sagradas Escrituras, el menosprecio de la ciudad, la xenofobia y la misantropía, el tempus fugit y el memento mori, el odio declarado a la hipocresía de los hombres, la admiración por la civilización griega, cierta inclinación por lo morboso, la soledad no ya del hombre sino de toda criatura, y el tema del viaje, ya bien a pie, en burro o, con alguna frecuencia, en tren.

El prólogo, pagina preliminar de la primera edición, es el acercamiento de Sigüenza al lector por parte de su autor. Sirve el prefacio de puente que une el pasado del héroe, sus andanzas por Parcent en Del vivir, a su presente, que son las vivencias del Libro. La pontana une también este presente, todavía actual, al porvenir de Sigüenza, aquellas jornadas que el autor nos irá a narrar en su última obra: Años y leguas.

El ciclo vital del personaje Sigüenza ha sido para Gabriel Miró un proceso de descubrimiento. La autonomía del protagonista es tal que, lejos de ser fruto de la ficción mironiana, es imagen del escritor. El novelista no inventa a su agonista, sino que lo va conociendo poco a poco, descubriendo, según sobre él escribe, lo que ya era. Sigüenza estaba ya presente, desde un principio, en la mente de Gabriel Miró, quien lo humana al darle forma.

Este proceso expuesto por el autor en el prólogo es una ofrenda a que el lector participe del descubrimiento que él hace de su criatura. El desarrollo es tripartito: en primer lugar, el autor desencadena su pensamiento para vivificar al personaje, proyectándose en él; el lector, en segundo lugar, experimenta asimismo una sensación de descubrimiento semejante a la del novelista, en su tarea de infundir vida al héroe y su circunstancia; y, en último lugar, la autognosis del propio Sigüenza que antecede y trasciende esta obra, término medio de su existencia.

Todo el prólogo es una apología en defensa de la autonomía del héroe, que, de por sí, aparenta carecer -el autor teme por su ente de ficción. Entrañablemente encariñado Miró con su Sigüenza, y por lo tanto celoso, nos suplica que se lo dejemos en el Libro de Sigüenza, hasta que él nos lo traiga otra vez, diez años más tarde, en Años y leguas, la ubicación de su destino final.