viernes, 18 de agosto de 2023

Azaña en 1936: el gobierno del fraude antes del desastre de la Guerra Civil

 

Azaña en 1936: el gobierno del fraude antes del desastre de la Guerra Civil

Tras las terceras elecciones bajo la II República, el 17 de febrero de 1936, el presidente forma gobierno de manera irregular, concediendo una amnistía general y precipitando la inestabilidad política

Manuel Azaña, presidente de la II República
Manuel Azaña, presidente de la II Repúblicalarazon

El 16 de febrero de 1936 tuvieron lugar las terceras elecciones generales celebradas durante la Segunda República, pero todavía no se sabe a ciencia cierta cuáles fueron los resultados. Según muchos historiadores, el Frente Popular obtuvo alguno más de 200 diputados en un Parlamento de 473 representantes. Fueron los ganadores de los comicios, pero no por el suficiente margen. La mayoría absoluta quedó lejos de su alcance en las urnas, pero los acontecimientos se iban a precipitar en las siguientes horas. El fraude fue claro. Desde el día siguiente, sin esperar al escrutinio y publicación oficial de los resultados, se produjo una toma del poder enturbiada por la violencia y la tergiversación de la democracia. Manuel Azaña, impulsor de esta estrategia, formaría el último gobierno republicano.

Con la inspiración de la Revolución de 1934, el Frente Popularse decidió a tomar las calles y a lanzar a sus seguidores hasta el punto de apoderarse de documentos electorales. Reclamaron el poder por medio de la violencia y precipitaron la implosión de un sistema político que se encaminaba al desastre. Faltaban solo cinco meses para la Guerra Civil, pero muchos ya lo veían venir.

“Me acerco a la lucha sin optimismos ilusos, previendo magnas dificultades, esperando amarguras e injusticias , viendo desatinos mortales y suicidas, por todos lados, por todos casi sin excepción. Me queda la tranquilidad de cumplir con mi deber y de hacer cuanto puedo, que naturalmente no alcanza a curar milagrosamente contra su propia furia epiléptica a un país enfermo crónico secular y gravísimo del mal horrendo de la guerra civil», escribió Niceto Alcalá-Zamora el 15 de febrero de 1936, un día antes de celebrarse las elecciones.

Los sucesos en los días siguientes estuvieron llenos de irregularidades que vulneraron el proceder democrático. El Frente Popular elige y constituye una Comisión de validez de las actas parlamentarias, que actúa de manera irregular. Se anulan todas las actas de las provincias donde el resultado electoral favorece a la oposición y se proclama ganadores a los amigos. Pronto sucedería lo que el propio Alcalá Zamora dio en llamar un “golpe de estado parlamentario”, urdido por Manuel Azaña e Indalecio Prieto, para retirarle.

De él salió resultante el gobierno de Azaña, que tenía, como prioridades, conceder una amnistía general a los cerca de 30.000 presos políticos que se encontraban en las cárceles. Su programa contemplaba reanudar la reforma agraria, el programa de educación y restablecer la Generalitat de Cataluña. Sin embargo, pronto perdería el control de su propio Gobierno y de la realidad social. Las milicias del Frente Popular sembraban el terror con paseos y checas y se ve venir el desastre. La tensión va en aumento y los militares de África preparan un contraataque. Sería en julio de 1936, cuando empezó la tragedi

 antes del desastre de la Guerra Civil

Tras las terceras elecciones bajo la II República, el 17 de febrero de 1936, el presidente forma gobierno de manera irregular, concediendo una amnistía general y precipitando la inestabilidad política

Manuel Azaña, presidente de la II República
Manuel Azaña, presidente de la II Repúblicalarazon

El 16 de febrero de 1936 tuvieron lugar las terceras elecciones generales celebradas durante la Segunda República, pero todavía no se sabe a ciencia cierta cuáles fueron los resultados. Según muchos historiadores, el Frente Popular obtuvo alguno más de 200 diputados en un Parlamento de 473 representantes. Fueron los ganadores de los comicios, pero no por el suficiente margen. La mayoría absoluta quedó lejos de su alcance en las urnas, pero los acontecimientos se iban a precipitar en las siguientes horas. El fraude fue claro. Desde el día siguiente, sin esperar al escrutinio y publicación oficial de los resultados, se produjo una toma del poder enturbiada por la violencia y la tergiversación de la democracia. Manuel Azaña, impulsor de esta estrategia, formaría el último gobierno republicano.

Con la inspiración de la Revolución de 1934, el Frente Popularse decidió a tomar las calles y a lanzar a sus seguidores hasta el punto de apoderarse de documentos electorales. Reclamaron el poder por medio de la violencia y precipitaron la implosión de un sistema político que se encaminaba al desastre. Faltaban solo cinco meses para la Guerra Civil, pero muchos ya lo veían venir.

“Me acerco a la lucha sin optimismos ilusos, previendo magnas dificultades, esperando amarguras e injusticias , viendo desatinos mortales y suicidas, por todos lados, por todos casi sin excepción. Me queda la tranquilidad de cumplir con mi deber y de hacer cuanto puedo, que naturalmente no alcanza a curar milagrosamente contra su propia furia epiléptica a un país enfermo crónico secular y gravísimo del mal horrendo de la guerra civil», escribió Niceto Alcalá-Zamora el 15 de febrero de 1936, un día antes de celebrarse las elecciones.

Los sucesos en los días siguientes estuvieron llenos de irregularidades que vulneraron el proceder democrático. El Frente Popular elige y constituye una Comisión de validez de las actas parlamentarias, que actúa de manera irregular. Se anulan todas las actas de las provincias donde el resultado electoral favorece a la oposición y se proclama ganadores a los amigos. Pronto sucedería lo que el propio Alcalá Zamora dio en llamar un “golpe de estado parlamentario”, urdido por Manuel Azaña e Indalecio Prieto, para retirarle.

De él salió resultante el gobierno de Azaña, que tenía, como prioridades, conceder una amnistía general a los cerca de 30.000 presos políticos que se encontraban en las cárceles. Su programa contemplaba reanudar la reforma agraria, el programa de educación y restablecer la Generalitat de Cataluña. Sin embargo, pronto perdería el control de su propio Gobierno y de la realidad social. Las milicias del Frente Popular sembraban el terror con paseos y checas y se ve venir el desastre. La tensión va en aumento y los militares de África preparan un contraataque. Sería en julio de 1936, cuando empezó la tragedia.

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Manuel Azaña se ha convertido en un mito porque la Segunda República es hoy el relato de otro mito típicamente soreliano: una historia falsa del pasado con el objetivo de movilizar a los incautos del presente para deslegitimar lo existente. Esto se debe a que en la Universidad y en la política españolas se instaló una interpretación de la Historia contemporánea de nuestro país que justificaba exclusiones y superioridades morales. Era la exégesis de una invención repetida hasta la saciedad, como una oración, por alumnos y periodistas. Cuánto martirologio de grandes hombres, con un pueblo abnegado, unidos por la esperanza de sacar a este triste país del pozo en el que la monarquía, la Iglesia y el Ejército lo habían tirado para su propio beneficio. Todavía se oye esta historieta entre los doctorandos y, por supuesto, entre los periodistas menos instruidos.

Una falsa equiparación

La Segunda República no fue una democracia, ni podía equipararse a las monarquías democráticas de Suecia o Gran Bretaña, ni a las repúblicas francesa o norteamericana. El historiador Luis Arranz dice siempre para demostrarlo que se compare a Branting, el líder socialdemócrata de Suecia, jefe de Gobierno en tres ocasiones entre 1920 y 1925, con los líderes del PSOE de la misma época, desde Pablo Iglesias a Besteiro y Largo Caballero. ¿Qué se podía esperar de los socialistas españoles, revolucionarios de 1917, colaboradores de la dictadura en 1923 y conspiradores siempre? Muy poco. La pregunta es por qué los republicanos se unieron a este PSOE. Quizá porque tenían un objetivo común: llegar al poder para hacer la revolución.

La clave está en el concepto de republicanismo que tenía Azaña, y que José María Marco cuenta magistralmente en su nuevo libro sobre el personaje, subtitulado con acierto «El mito sin máscaras». Porque lo que ha caracterizado al retrato del personaje son los velos y el adorno, el tratarlo como el único antecedente decente de la democracia actual. Marco, quizá el historiador que más ha trabajado al republicano, describe a Azaña como un hombre que se odiaba a sí mismo, un antimoderno anclado en el 98 y en el regeneracionismo visionario y autoritario que traicionó al liberalismo. Esa faceta personal, y la mala interpretación de la Tercera República francesa, la mala digestión del republicanismo radical del país vecino, convirtieron a Azaña en un demagogo revolucionario. El mito del republicano demócrata y liberal se cae con esta obra a la vista de su acción política y de la relectura de sus escritos, desde las novelas a las «Memorias», unas páginas, dice seguro Marco, «dedicadas a retratar al autor como a él mismo le gustaría ser recordado» (página 273).

Todo procede del republicanismo que acuñó Azaña. Su mentalidad era propia de la época, y muy coincidente con el republicanismo histórico español, al que se echa de menos en el libro. Azaña convirtió una forma de Estado como es la República en una ideología; es decir, en una religión secular, un dogma con feligreses que debían tener el poder por derecho, y apóstatas a los que se tenía que apartar de las instituciones. Era una fe con sus mártires, símbolos y milagros a los que rendir un culto revolucionario y que traería un paraíso capaz de arreglar cualquier problema. La República era el altar en el cual se sacrificaba la misma libertad con la que legitimaba su proyecto.

Marco deja claro que Azaña concibió la República como una revolución, la creación de un régimen nuevo a cualquier coste, el «punto cero de la Historia» (página 182). Por eso se alió con los que tenían el objetivo de desmantelar España, como el PSOE, y despreció a los moderados, como Alcalá-Zamora o Lerroux, sus aliados naturales. Esta fue la razón de que, también como herencia de su paso por el Partido Reformista y el regeneracionismo, confundiera a los catalanes –el todo– con los nacionalistas –la parte–. Era una visión instrumental y revolucionaria, no democrática. Así llegó a soltar a Maura que ERC era el «mejor escudo» y los «mejores paladines» de la República.

La República era, decía, el inicio de una nueva Era, lo que venía a ser una copia de la mitología republicana francesa sobre 1789. Azaña se creía el arquitecto, el desvelador de la verdadera España, sometida durante siglos, y cuya naturaleza iba a aflorar. Cánovas dijo que venía a continuar la Historia de España, y Azaña declaró que iba a rectificarla, lo que era propio de lo que Talmón llamó un «mesías político». La Historia no se rectifica, sino que sucede. Marco define estas palabras de Azaña como una «alucinación entre el lirismo y la épica».

Azaña puso su concepto de República por encima de los derechos individuales y de la libertad. Esto hizo que permitiera la quema de conventos en mayo de 1931, y lo usara, en palabras de Marco, como «pretexto para intensificar la política anticlerical» (página 126). La secularización se convirtió en anticlericalismo. Era el conocido principio totalitario de adecuar la sociedad a la ideología a través de la legislación que impone, corrige y prohíbe. No era cierto que España hubiera dejado de ser católica, sino que, como apunta Marco, Azaña defendió que debía dejar de serlo. Si la realidad no se ajustaba al molde ideológico, peor para la realidad.

Marco lo cuenta para el otro eje de la política azañista: la reforma del Ejército. Su concepto de la milicia estaba en 1931 tan anticuado como fundado en una ensoñación sobre la República francesa pasada por la Primera Guerra Mundial, la de una nación armada para su defensa. Azaña reorganizó el Ejército sin conocerlo ni haber hablado con nadie con el propósito de sustituir la lealtad al Rey por la obediencia a «la razón republicana» (página 144). Podría considerarse un intento de despolitizar la institución si su República no hubiera sido un régimen de partido y esa «razón» no se confundiera con una nueva forma de politizarla.

Solo los de izquierdas

Azaña no entendía la República como una democracia, sino como una revolución. Nadie cabía en ella, salvo los republicanos de izquierdas. Ya lo dijo Nicolás Salmerón en 1873: «la República, para los republicanos». Era un sectario y un demagogo, dice Marco. Por esto estuvo detrás de la Ley de Defensa de la República, que la convirtió en un régimen militante, sin libertad, y no aceptó el resultado de las urnas en 1933, negando la legalidad y la legitimidad del nuevo Gobierno. Marco cuenta cómo Azaña conoció los planes golpistas del PSOE y ERC en 1934, no los denunció, y se apartó, como en 1917, para esperar el resultado. Es más; llegó a decir que el golpe del 34 fue provocado por la derecha.

La descripción del Azaña posterior al 18 de julio de 1936 es magistral. Un hombre escondido y fracasado que ve cómo su sueño de una «República absoluta», parlamentaria, no es defendido ni siquiera por aquellos a quienes su Gobierno repartió armas. Vio impotente el crecimiento del comunismo soviético, el Terror en Madrid y en Barcelona, el ninguneo de las estructuras republicanas, y el control de la economía en manos de UGT y CNT.

El mito, como casi siempre, está reñido con la Historia, que es una disciplina ajustada a una documentación que se ordena para responder a buenas y valiosas preguntas. Resulta una trampa responder a esas cuestiones antes de usar los documentos. No es el caso del libro de Marco, que culmina una brillante trayectoria sobre el camino intelectual y político de varias generaciones de españoles que desde el 98 quisieron imponer el paraíso a costa de la libertad.

Una inexplicable reivindicación

En noviembre de 2020, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, presidió un homenaje a Manuel Azaña en la sede de la soberanía nacional. Fue presentado como un demócrata, símbolo del consenso y de la mejor España. El acto recogió la reivindicación del político republicano que ya hicieron los socialistas Felipe González y Rodríguez Zapatero, y los populares Aznar y Rajoy. Los primeros ven en Azaña a un reformista que luchó contra los privilegios y por la igualdad social, poniendo «en su sitio» a la Iglesia, al Ejército y «al capital». Y los segundos, la derecha, porque Azaña criticó a los nacionalistas catalanes –ya iniciada la Guerra Civil– y se considera un defensor de la unidad nacional, aunque dijo en 1917 que si se llegaba a un punto de crecimiento del independentismo era mejor dejarlos ir. Es lógico que la izquierda considere a Azaña poco menos que un santo laico, símbolo de la España que pudo ser, pero no se entiende hoy en la derecha, cuando se sabe, como demuestra Marco, que fue un político que despreció la democracia, traicionó el liberalismo y se alió con los que querían romper el país y la convivencia.


miércoles, 16 de agosto de 2023

Manuel Azaña: el arte de gobernar

 

Entreclásicos

Manuel Azaña: el arte de gobernar

El político y escritor no creía en revoluciones, sino en reformas, y estaba convencido de que nada cambiaría sin escuelas y libros

13 junio, 2023 02:44

Vilipendiado por el franquismo y desdeñado por la izquierda revolucionaria, Manuel Azaña soñó con una España moderna, próspera, libre y plural. En una conferencia pronunciada el 4 de febrero de 1911 en la Casa del Pueblo de Alcalá de Henares, explicó su idea de España. La Restauración borbónica había desembocado en un cuadro de desánimo, corrupción y atraso. La solución de esos males solo podría llevarse a cabo mediante un programa basado en la cultura, la justicia y la libertad.

Azaña no cree en revoluciones, que dejan un rastro de rencores, sino en reformas, pero está convencido de que nada cambiará sin escuelas y libros, las únicas herramientas capaces de acabar con el drama del analfabetismo: “Ya es tiempo de que la nación española deje de ser un pueblo ignorante y aborregado, que no sabe de sí absolutamente nada, ni de sus cualidades ni de sus defectos, ni de lo que le debe la civilización universal ni de las deudas que a su vez tenga para con la civilización misma”.

Azaña aboga por la incorporación de España a la corriente general de la civilización europea. Ese objetivo no se realizará sin una enseñanza que le permita adquirir “un conocimiento exacto de sus necesidades reales, de los obstáculos que se oponen a su satisfacción y de los medios útiles de removerlos”.

[La visión política de Azaña]

Sin embargo, la enseñanza que se imparte bajo el control del Estado y la Iglesia solo es “mutilación espiritual […] una mistificación, un engaño”. Azaña se burla de que se saque a relucir la “bisutería histórica” para disimular la podredumbre cultural y política de la España actual. Se habla de Hernán Cortés, Isabel la Católica, Cervantes y Velázquez para ocultar que la marcha ascendente de nuestro país se interrumpió en el siglo XVI.

El “tradicionalismo analfabeto” se empeña en negar que “el pueblo español es uno de los más infelices y desventurados del mundo culto”. Azaña advierte que un pueblo desinformado y manipulado es reacio a la verdad y hostil a las novedades. Prefiere correr detrás de cualquier señuelo que corrobore los prejuicios inculcados. Azaña responsabiliza a los dogmas de la iglesia católica de “la paralización y la muerte del libre espíritu de investigación”.

Azaña advierte que un pueblo desinformado y manipulado es reacio a la verdad y hostil a las novedades

La falta de ilustración ha traído pobreza material. A partir del siglo XVI, el hambre es el tema preferido de los muchos literatos. Dos siglos después, el panorama no ha cambiado. Mientras en Europa se abre paso la Razón, la monarquía, la iglesia y el ejército se alían para combatir el avance de las libertades y el progreso cultural. A principios del siglo XX, España cuenta con un sistema parlamentario, pero está infectado por la corrupción. Lo peor es que no hay una orientación colectiva, pues el pueblo carece de espíritu nacional y los partidos solo se preocupan de sus intereses.

Las elecciones solo son un farsa, pues los votos se compran. Los trabajadores, con salarios miserables, aceptan ese chantaje porque así pueden llevar a casa una hogaza de pan. La libertad política vale de muy poco cuando se carece de libertad económica. Las masas populares, si quieren sacudirse la precariedad y la opresión, han de “derrocar el capitalismo, sacudir el yugo del dinero, y en lugar de hacerlo así, permiten que en la hora decisiva, el dinero mismo, con su poder desmoralizante, impida que la batalla se libre y se gane”.

[Manuel Azaña, el hombre más allá del mito]

La pobreza no se combate con limosnas, sino organizando la sociedad sobre bases justas. Con su voto, el pueblo debe tener el poder de “reformar la repartición de los impuestos, y la circulación de la riqueza”. El pueblo español no sufre ninguna “incapacidad natural” que le impida sumarse al progreso. La modernización del país depende de la capacidad de poner freno a esas oligarquías que viven como parásitos, destinando sus fincas al deporte de la caza, mientras miles de españoles emigran porque carecen de tierra y no pueden ganarse el pan con su esfuerzo.

Azaña alza la voz contra el precio desorbitado de los alimentos y contra una Hacienda pública que no trabaja para los españoles más necesitados, sino para mantener privilegios injustos. La única manera de cambiar el rumbo es implantando una democracia auténtica, con un pueblo libre e ilustrado que se implique en el gobierno de la nación: “No odiéis ni os apartéis de la política, porque sin ella no nos salvaremos. Si política es el arte de gobernar a un pueblo, hagamos todos política y cuanta más mejor, porque solo así podremos gobernarnos a nosotros mismos e impedir que nos desgobiernen otros”.

Azaña considera que el regionalismo separatista era un “kabilismo” que hace imposible “una conciliación superior”

Azaña se manifiesta en contra del localismo que enfrenta a unas regiones con otras, desentendiéndose del bien común y el interés nacional. El regionalismo separatista es un “kabilismo” que hace imposible “una conciliación superior”. Es “una manera suicida de sentir la historia”, pues lleva al colapso social y político. Lo racional es “la soberanía de la nación, dentro de ella estamos todos y de ella participamos todos”. Y esa soberanía no será un ejercicio legítimo de la voluntad popular hasta que el Estado actúe “como órgano propugnador y defensor de la cultura y como definidor de derechos”.

El Estado no cumplirá esa tarea sin leyes que limiten su poder y eviten que pisotee los derechos individuales. El porvenir de España se enfrenta a dos caminos: reformas o violencia. La violencia solo garantiza “sangre y lágrimas”. En cambio, las reformas, fecundas e incruentas, preservan la convivencia. Eso sí, su vigor y eficacia dependen de la ejemplaridad de los que las ejecutan. Un político no puede permitirse el lujo de ser deshonesto, salvo que no le importe la nación y desprecie al pueblo que representa.

[La página que no escribió Azorín]

Jorge Guillén describió a Manuel Azaña como “un firme castellano”, con una pluma austera al servicio de España. La altivez que le reprochan sus adversarios es fruto de su “carácter serio, recto, honesto, a veces áspero a causa de esa rectitud”. Su proyecto democrático fracasó por culpa del espíritu “profundamente reaccionario” de una sociedad que prefiere matar al adversario en vez de razonar con él. El talante de Azaña se refleja en sus palabras sobre sí mismo: “Todo lo que soy lo llevo conmigo. Por lo visto, conservo un casticismo de indiferencia estoica, y me digo como Sancho: Desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano… Mi duelo de español se sobrepone a todo”.

Quizás el mayor reproche que puede hacerse a Azaña es haber elegido en 1936 la Presidencia de la República en vez de la Presidencia del Gobierno. Se esperaba que asumiera la tarea de estabilizar el país, combatiendo la violencia de la extrema derecha y la extrema izquierda. Si lo hubiera hecho, quizás se habría evitado la Guerra Civil, pero carecía de la determinación de De Gaulle.

El mayor reproche que se le puede hacer es haber elegido en 1936 la Presidencia de la República en vez de la Presidencia del Gobierno

Francisco Ayala se pregunta por qué se cruzó de brazos cuando debería haber actuado enérgicamente: “¿Escepticismo de una mente crítica, intensificado por la amargura de las atroces experiencias padecidas? ¿Desengaño del intelectual cuyo esquemas han sido desmentidos por la realidad de los hechos una vez tras otra? ¿Desazón y asco ante el espectáculo de la vileza y de la estupidez humanas?”.

Manuel Azaña tal vez no estuvo a la altura de los acontecimientos, pero su visión de España no ha perdido vigencia. Soñó con un país libre, moderno, cohesionado y sin grandes desigualdades. Desde su muerte, la política nacional no ha vuelto a conocer una figura similar. Hombre de Estado, republicano, laico e ilustrado, su carácter melancólico y reflexivo tal vez le paralizó en la hora decisiva, pero no le impidió señalar cuál debía ser el horizonte de todos los españoles: “Paz, piedad y perdón”.

A MANUEL AZAÑA NO SE PUEDE REVISIONAR

 


Ramón Palmeral

Pintor y escritor de más de 50 libros

Respondiendo al artículo de Francisco Ull Barbart, de hoy en Opinión deInformación de 11-08-2023.

Estimado Fernando, Azaña fue un excelente orador y escritor, he leído algunas páginas de sus diarios, pero un pésimo gobernante, no se enteró, o no se quiso enterar de nada del oro de México, ni el llamado de Moscú.

El socialismo de Zapatero, que estableció la Ley de la Memoria Histórica 68 años después del final de la Guerra Civil española, ahora Pedro Sánchez con la Memoria Democrática, saltándose  la Constitución del 78, que pretende cerrar el ciclo de la Guerra Civil con la Transición. Ambos líderes socialista pasaron por alto el hecho de que recuperar implica también recordar algunas de las hazañas más significativas cometidas por el socialismo antes con la Revolución de octubre de 1934, durante y después de la guerra con amaños en las elecciones de febrero del 36. Estos hechos como lo del oro de México y Moscú, debido a su inconveniencia política, han permanecido ocultos durante los últimos cuarenta años de democracia.

El 13 de septiembre de 1936, Madrid se despertó con noticias sobre el intenso bombardeo republicano al Alcázar de Toledo, donde el general Moscardó resistía. Oviedo estaba siendo bombardeada y la artillería estaba atacando Teruel. España tenía apenas dos meses desde el inicio del anunciado "levantamiento militar de Melilla", mientras el gobierno de la República minimizaba públicamente el avance de los "nacionales" y exhortaba a los ciudadanos a resistir hasta la muerte contra los facciosos, asaltando cuarteles de la Guardia Civil y requisando las armas de fuego. En ese momento, el gobierno estaba encabezado por el socialista Largo Caballero, quien nombró al socialista Juan Negrín como ministro de Hacienda y al socialista Indalecio Prieto como ministro de Marina y Aire. El asesinaron del diputado de derechas Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936, precipitó la Guerra Civil.

Manuel Azaña, presidente de la República, se dice firmó un decreto reservado aquella mañana (o sea, que lo sabía), del cual las Cortes nunca tuvieron conocimiento, que autorizaba al ministro de Hacienda, Juan Negrín, a sacar todo el oro, la plata y los billetes acumulados en las bóvedas del Banco de España y transportarlos al "lugar que considerara más seguro", y embarcó en Cartagena para Odesa. Las reservas de oro como pago a la contribución rusa en la incipiente guerra española. Y La Rusia de Stalin envió todo la chatarra militar que tenía. Se piensa que fue una estrategia de precaución ante la alta probabilidad de que la II República perdiera la guerra y necesitara garantizar su futuro en el exilio. ¿Dónde se halla este decreto reservado de Añaza, que nunca llegó al conocimiento de las Cortes?

En la madrugada del 14 de septiembre, un grupo de carabineros socialistas y anarquistas, acompañados por 50 metalúrgicos y cerrajeros, ingresó al Banco por la puerta de la calle de Alcalá. Durante varios días, en secreto, cargaron 7,800 cajas de oro de 75 kg cada una, que contenían monedas de alto valor numismático y lingotes. Estas cajas fueron transportadas en tren a Cartagena y custodiadas por la Brigada Motorizada del PSOE.

De las 7,900 cajas de oro originalmente contadas, el 25 de octubre se embarcaron en los buques Kine, Neve y Volgoles con destino al puerto ruso de Odessa 7,800 cajas, según la certificación de Méndez Aspe, director general del Tesoro. Sin embargo, hubo un error o deliberadamente desaparecieron 100 cajas, aproximadamente 7,000 kg de oro de 24 quilates. Nunca se sabrá por qué el cargamento no fue inventariado, pero había prisa por sacarlo de España. En ese momento, las reservas de oro españolas eran las cuartas más grandes del mundo.

Por eso, señor Francisco Ull, tratar e blanquear al expresidente de la II República como un alma cándida, por bien que escribiera, me parece desafortunado.

martes, 15 de agosto de 2023

Las Elecciones de 1936: "fraude localizado”. Irregularidad de Alcalá-Zamora nombrado a Azaña. Anarquia revolucionaria

 España estaba en febrero del 36 como hoy Ecuador en agosto de 2023

Celebraciones por la victoria del Frente Popular en 1936.

Celebraciones por la victoria del Frente Popular en 1936.

Historia Entrevista a los historiadores

Las Elecciones de 1936 "no fueron un pucherazo", sino un "fraude localizado”

Los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa encuentran actas manipuladas que determinaron el número de escaños en los comicios ganados por el Frente Popular. Reconocen que el número de votos fueron pocos, pero determinantes.

14 marzo, 2017 02:38/ El Español

Aquel 16 de febrero se prolongó durante cuatro días. Los españoles consideraron las Elecciones Generales que determinaron la victoria del Frente Popular como unos comicios a vida o muerte. A los pocos meses, las dos Españas que se habían enfrentado en las urnas, lo hicieron en las trincheras. El Golpe de Estado de Franco acabó con la legitimidad de las urnas, que no es cuestionada por la investigación de los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, titulada 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular (Espasa).

El propio Manuel Álvarez Tardío explica a EL ESPAÑOL que no pretenden discutir sobre la legitimidad de lo que pasa después de las Elecciones, ni del Golpe de Estado posterior. “Sólo queríamos contar lo que no se había contado, no vamos más allá del momento que estudiamos. No podemos viciar el análisis de lo que pasa en las Elecciones: incluso con todo lo que nosotros contamos, no significa que eso fuera a cambiar los acontecimientos. Podíamos haber optado por la militancia basada en la especulación, pero no especulamos”. Dicen que uno de los méritos de su trabajo es la reconstrucción, “minuto a minuto”, de lo que pasó aquellos cuatro días, entre la votación y el recuento. Ambos responden al cuestionario sobre su investigación:

Son unos acontecimientos que deciden la historia moderna de este país, ¿cómo influye el impacto en su trabajo?

Nosotros trabajamos con la misma dinámica académica de siempre. Pero el pasado como elemento de identidad ideológica tiene más presencia de lo que pensábamos. Aparentemente, hay mucha bibliografía de la Segunda República y la Guerra Civil, pero te sorprende que haya tantos autores que repitan fuentes secundarias con hechos no contrastados.

¿Qué aporta su estudio al de Javier Tusell (a finales de los sesenta)?

Tussell estuvo muy condicionado por su contexto, por las limitaciones de consulta. Nosotros hemos tenido acceso a datos digitalizados. Explotaron las hemerotecas, pero les faltaron fuentes. No tuvieron acceso al archivo del Congreso, ni al archivo de la Fundación Pablo Iglesias, ni al Archivo de Salamanca. Lo hicieron con prensa y el diario de sesiones de las Cortes. El nuestro es más rico.

¿A qué conclusiones llegan?

Reflejamos el clima de radicalización política durante la campaña, los diferentes tipos de discursos de campaña y cómo las candidaturas acaban formándose (incluimos las negociaciones internas). Abordamos las antiguas encuestas de una manera más precisa y, sobre todo, reconstruimos la votación y el escrutinio. El dietario de Alcalá Zamora también es importante, así como el de Portela. Hemos reconstruido de una forma más precisa aquel periodo. Javier Tusell reconoce que sus recuentos son incompletos, pero con el Archivo del Congreso los reconstruimos al completo. Los resultados oficiales a nivel nacional no se conocían hasta ahora.

¿Por qué se decidieron a investigar el desarrollo de las Elecciones?

Cuando se publicó el dietario de Alcalá Zamora hace unos años leímos la parte del fraude. El propio presidente de la República es el que habla de fraude. Sin ese dietario no nos habríamos metido en la investigación. Antes éramos muy escéptico, siempre he dicho que ganaban las izquierdas. Hasta que encontramos las pruebas y documentos cotejados. Veíamos claro el fraude en A Coruña y Cáceres, pero sólo con estos votos la mayoría no cambiaba. Y aparecieron los casos de Tenerife, Las Palmas, Lugo, Pontevedra, Valencia, Jaén, Murcia y hasta Málaga (donde ganan indudablemente las izquierdas, pero el escaño de las minorías debería haber pertenecido a la CEDA y no al PSOE).

¿Prefieren hablar de fraude que de pucherazo?

Sí, el pucherazo generalizado se dejó de hacer en los años treinta. En este caso hablamos de una falsificación postelectoral, sobre la documentación hecha sobre las mesas. Hay una falsificación electoral urdida la noche anterior a la reunión de la Junta Provincial en algunas provincias. Un fraude localizado.

¿Son capaces de determinar el número de votos fraudulentos?

No a nivel nacional. Pero sí a nivel provincial en Valencia, Jaén y Las Palmas. En cuatro provincias, la madrugada del 19, se arrebata el poder a las derechas (A Coruña, Lugo, Tenerife y Cáceres). Y lo importante no es el número de votos, sino el reparto de escaños. No podemos saber cuántos votos fueron fraudulentos a nivel nacional, quizá más de 150.000 votos, sobre más de 8.000.000 de votos. Los que fueran bastaron para determinar el reparto, porque el resultado estaba muy apretado. El fraude en Cáceres fue de 10.000 votos. En Jaén, si ganabas te llevabas 10 y si perdías, 3. Se jugaban la mayoría.

¿Fue un movimiento orquestado o espontáneo?

Está orquestado desde las provincias. Es una dinámica que se repitió en muchos sitios: empezaron celebrando y acabaron asaltando gobernación civil. Son las 36 primeras horas de Azaña antes de la reunión de la Junta del Censo. La iniciativa la llevan las autoridades provinciales. El día 19, cuando Manuel Azaña accede al poder, el Frente Popular y las derechas no tienen mayoría parlamentaria, la cosa está muy abierta. Si el Frente Popular consigue la mayoría final fue gracias a la manipulación.

Proclamación de la II República en Madrid, el 14 de abril de 1931.

Proclamación de la II República en Madrid, el 14 de abril de 1931.

¿Qué importancia tuvo la dimisión del presidente del Consejo de Ministrios Manuel Portela Valladares, líder liberal centrista?

Absoluta. Portela (presidente del gobierno en funciones) se marcha o dimite durante el proceso de recuento por la fuerte movilización en la calle. Portela se va porque está muy tocado moralmente, sus candidatos no parece que estén obteniendo los resultados que esperaban y se marcha sin saber cómo queda. Además, la violencia en la calle le asusta. Manuel Azaña preside el final del recuento y no aplaza los ánimos de la movilización instrumentada por los sectores extremistas, con los que luego tendría que negociar para gobernar. La última fase del recuento es muy importante.

¿Cuestionan el papel de Azaña?

No hay orden de Azaña para alterar el recuento. En Madrid hubo pasividad y connivencia con las movilizaciones. El propio Azaña se refiere a los resultados de A Coruña y en Cáceres como la “resurrección de candidatos”. Demostramos un fraude local. Tachones, raspados, manipulaciones. La campaña no fue sucia, ni siquiera el día de las Elecciones. De hecho, hubo un gran despliegue de fuerzas del orden para evitar problemas. Sin embargo, Portela no pudo declarar el Estado de Guerra durante el recuento, porque Alcalá Zamora no le deja, pero Azaña sí lo hace en algunas partes.

¿Qué ocurre en la segunda vuelta?

La segunda vuelta está muy condicionado por la falta de seguridad jurídica, pero ahí no hemos hecho especulaciones. No fue un fraude total, pero sí introduce elementos de fraude en algunas provincias. Son pequeñas diferencias de votos que afectaban al recuento de escaños. Es un fraude en determinados lugares que han hecho bailar escaños. Cuando Azaña acude a la sede de Gobernación se desespera al ver que los gobernadores civiles han huido y están en manos de los poderes locales, que intimidaron. Hay sitios en los que la intimidación y la coacción fue muy potente. La calle interpreta la salida de Portela como una victoria y van a impedir una victoria por fraude de los conservadores.

¿No hubo intimidación por parte de los conservadores?

No hay rastro de una ocupación del poder ni de los conservadores, ni de los portelistas. La CEDA no hizo llamamiento a la violencia para hacerse con el recuento.

En el libro insisten en que las marchas de aquellos días no eran festivas, sino intimidatorias.

La documentación y las fuentes demuestran que la avalancha hacia los centros de poder no fueron celebratorias, ni festivas, sino para hacerse con el control.

Pero, ¿hay documentación de las protestas?

Las protestas que hubo en estas provincias fueron tumultuarias. El Frente Popular no estaba dispuesto a dejar perder ni una sola provincia. Tal y como aparece en el archivo de Pablo Iglesias, Prieto dice de las actas de A Coruña que son “indefendibles”. Cuestionó anular Granada [resultado a favor de la derecha, con denuncia de la izquierda], si no se hacía antes con A Coruña y Cáceres.

En Granada se denunció que miembros de la escopeteros y guardas impedían el voto en pueblos. Ganó la derecha, pero se anuló. ¿En Granada, quién hizo más trampas?

En Granada, el Frente Popular protestó un fraude de 8.000 votos pero no aportaron datos, a pesar de que la diferencia con las derechas era de 50.000. No era un fraude acreditado.

Elecciones febrero 1936 en España, por José Luis Guerrero

 

Elecciones febrero 1936 en España.


"Casi todos los gobernadores de Portela han huido, abandonando las provincias. En algunas, también se ha marchado el secretario del Gobierno. No hay autoridades en casi ninguna parte y la gente anda suelta por las calles". (Memorias de Azaña. 19/02/1936)

Quien escribió estas líneas acababa de ser investido Presidente del Gobierno español tras las elecciones de febrero de 1936, habiendo tenido que aceptar, deprisa y corriendo, el nombramiento que le ofreció el Presidente de la República.

Alcalá-Zamora se saltó a la torera todo el procedimiento legal de traspaso de poderes.

Te lo resumo: tres días después de las elecciones, sin terminar el escrutinio oficial, sin celebrarse la segunda vuelta, y sin esperar a la preceptiva convocatoria de nuevas Cortes.

Elecciones febrero 1936 en España.

Azaña —pienso— era consciente del lío en el que se estaba metiendo, mira si no lo que escribía a su cuñado (de gira en sudamérica) un día después del singular nombramiento: “resulta que el Gobierno republicano nace, como el 31, con chamusquinas. El resultado es deplorable. Parecen pagados por nuestros enemigos”.

Hay que tener muy presente que la gente "suelta por las calles” eran las huestes obreristas de los socios de Azaña en el "Frente Popular": se estaban dedicando a asaltar las cárceles para liberar a los que cumplían condena por el golpe de Estado de 1934.

Pronto le siguieron incendios de iglesias ("chamusquinas" según apunta Azaña con un cinismo a la altura de las circunstancias), asaltos a periódicos, y sedes de los partidos “enemigos del pueblo”.

Manifestación frente a la cárcel modelo de Madrid exigiendo la liberación de los presos al día siguiente de las elecciones. ("La agonía de España", 1936)

A los que seguro que no les llegaba la camisa al cuerpo, eran los representantes de la derecha.

Imaginaros como estaría el ambiente, que la derecha no solo aceptó sin rechistar el imprevisto nombramiento de Azaña, es que además votaron a favor de su primer acto de gobierno: un improvisado decreto de amnistía para dar apariencia legal a las excarcelaciones.

Si no me crees, mira lo que escribió Don Manuel en su diario:

"Tienen tanto miedo que, si no llevase el proyecto de ley a la Diputación de las Cortes, acabarían por venir a pedírmelo." (Memorias de Azaña, día 20/feb/1936)

(Para los legos en derecho político: la Diputación de las Cortes ejerce las funciones del Parlamento cuando este se encuentra cerrado).

Según la Constitución, Portela Valladares debía entregar el Poder el 16 de Marzo, una vez que se constituyeran las nuevas Cortes y después de dar cuenta al Parlamento de su gestión durante el proceso electoral.

Pero una vez que Portela vio fracasado el proyecto de fabricarle un partido al Presidente, y en vista de que no paraban de llegar telegramas al Ministerio alertando del tsunami de violencia que crecía por España, os decía que al viejo tránsfuga le dio un soponcio y presentó la dimisión.

Portela dejó a los funcionarios encargados del escrutínio en manos de las turbas.

Después de una campaña electoral repleta de mítines en los que se prometia a voz en grito vendetta contra los responsables de represión tras la revolución de Asturias, cualquiera era el guapo que les metía ahora en cintura sabiendo que podían gobernar en breve. 

Portela dejó tirado el Poder “como si me entregase las llaves de un piso alquilado”, le escribió (con mucha intención) Azaña a su cuñado.

Francisco Galán (instructor de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas) arenga a una multitud frente al Ministerio de Interior al día siguiente de las elecciones. (Ahora. 18/02/1936)

Así se entiende mejor por qué ningún partido dijo "ni mu" cuando don Niceto le pasó la patata caliente a Manuel Azaña.

Como cabeza de cartel del Frente Popular, hasta los fascistas coincidieron en que Azaña era el político con más posibilidades de evitar que las masas se lanzaran a la calle a imponer su santa voluntad.

Mira si no lo que escribió José Antonio Primo de Rivera en "Arriba": un elogioso artículo anunciando que había llegado la hora de Azaña "frente al triste pantano cedoradical del último bienio".

La resurrección de Manuel Azaña en las elecciones de 1936.

Llegados a este punto, conviene conocer la trayectoria política de Manuel Azaña desde que tuvo que dejar del Poder a finales de 1933.

Puedes creerme o no, pero te aseguro que tras el descalabro electoral de las elecciones de 1933, pocos españolitos hubieran apostado un duro a que Azaña volvería a gobernar algún día.

Salió del gobierno totalmente desprestigiado, en Madrid no le votó ni la familia, y si consiguió escaño, fue gracias a que su amigo Indalecio Prieto le cedió un puesto en las listas del P.S.O.E. por Bilbao.

A lo largo de 1934 adoptó un perfil bajo, sin apenas actividad parlamentaria. Renunció al típico "recurso del pataleo" que solo hubiera servido para desgastar más su imagen y, a la chita callando, se dedicó a construir un nuevo partido: Izquierda Republicana. 

Izquierda Republicana se construyó sobre los escombros de la antigua Acción Republicana, al que se fueron sumando a lo largo del 34 otros naufragios de las elecciones del 33: el ala más izquierdista del partido radical-socialista y la O.R.G.A., los galleguistas de su inseparable amigo Santiago Casares Quiroga.

Don Manuel recorría España, buscando apoyos, cuando el golpe de estado independentista de Cataluña le pilló en una situación muy comprometida: el día anterior se había dejado ver reunido con los dirigentes de la Generalidad y lo habían detenido escondido en el domicilio de un alto funcionario de la Generalidad. 

Tomó las uvas en un barco-prisión del puerto de Barcelona.

Sin embargo, paradójicamente, este momento marca el inicio de su resurrección política.

Veréis.

Azaña recibe la visita de su mujer estando preso en el destructor Sanchez Barcaiztegui.

A principios de 1935 el Supremo sobreseyó su caso por falta de pruebas.

La comisión de investigación parlamentaria a la que posteriormente le sometió el Gil-Lerrouxismo resultó estéril. Lo de siempre: solo sirvió para convencer a los que ya estaban convencidos, a cambio de coronarlo con la aureola de mártir injustamente perseguido entre sus acólitos.

Una gira de mítines multitudinarios "en campo abierto" por obra y gracia de la U.G.T., que movilizaba ex profeso a sus masas para hacerle la clac (sus discursos promediaban 3 horas de oratoria florida y se me hace difícil imaginar a un obrero aguantando de buena gana sus sermones).

El caso es que la gira le sirvió para volver a llenar titulares y ponerlo de nuevo en el candelero.

Esta reseña del periódico "El Socialista" del 10/02/34 demuestra lo que acabo de decir: para "evitarle peticiones que no podrán ser atendidas" el periódico informa que se han agotado las entradas para el primer mitin de Azaña tras las elecciones.

La formación del Frente Popular en las elecciones españolas de 1936.

A la facción más templada del socialismo (encabezada por Indalecio Prieto) le interesaba potenciar una figura del izquierdismo liberal y burgués. La presencia de Azaña mitigaba el repelús que generaba entre sectores del electorado progre, el marxismo violento y revolucionario de Largo Caballero.

El Lenin español y sus nuevos amigos comunistas (andaban en negociaciones para fundirse en un solo partido) seguían en modo avión con la lucha de clases y dictadura del proletariado y no atendían a razones.

En el P.S.O.E. andaban a hostia limpia prietistas con caballeristas (Besteiro influía menos que un pin de nevera), sin embargo todos coincidían en que la absurda Ley electoral imposibilitaba que el partido pudiera ganar en solitario las elecciones.

La ley electoral les forzaba a presentarse en coalición.

Era vital no espantar a las clases medias progresistas y moderadas, tocaba reeditar una nueva coalición republicano-socialista como en las elecciones de 1931

Azaña primero pergueñó una coalición exclusivamente de partidos republicanos de izquierda, a saber: además de la mencionada Izquierda Republicana, se sumó Unión Republicana (formada por los tránsfugas que Martínez Barrio arrancó al Partido Radical de Lerroux en 1934) y el Partido Nacional Republicano de Sanchez Román (formado con los restos de liquidación de la intelectualoide  “Agrupación al Servicio de la República”).

Los socialistas se unieron a finales de 1935, tras una espinosa negociación, en la que los republicanos aceptaron la exigencia impuesta por Largo Caballero de que entraran también los comunistas.

Precisamente fue el P.C.E. quien puso de moda el término “Frente Popular”, un término que ya venían utilizado en Francia por consignas de Moscú.

Los Frentes Populares eran la nueva idea de Stalin, una "fórmula transitoria" para frenar el “fascismo” y, ya de paso, derrotar a la burguesía utilizando sus mismas armas electorales.

Jorge Dimitroff (secretario general de la Komintern) la describía en sus discursos como la “táctica del caballo de Troya”.

El Frente Popular tenía franquicia propia en Cataluña: “Front d' Esquerres” que agrupaba a las izquierdas catalanas en torno a E.R.C.

Bien.

Las elecciones de 1936 se convirtieron en un plebiscito sobre la revolución de Octubre, como las del 31 lo fueron sobre la monarquía.

Aunque la coalición se presentó con un único programa electoral, lo cierto es que cada uno se rascaba con sus propias uñas: los marxistas se comprometieron a dar sus votos, pero se negaron de antemano a formar parte del futuro gobierno.

Para ellos (no lo ocultaban) las elecciones eran “una gran batalla revolucionaria” que abriría “el camino para acciones de tipo superior” (Mundo Obrero, 21/01/1936).

Puesto que el Gobierno iba a estar constituido exclusivamente por republicanos burgueses, estos obtuvieron bastantes más candidatos en las listas de lo que justificaban sus pobres resultados en las elecciones de 1933.

Los del Partido Nacional Republicano se pusieron nerviosos con las exigencias de los “bolchevizantes” (como se decía en la época); una cosa era aceptar de boquilla su negativa a renunciar a la revolución y otra muy distinta que se negaran a disolver a sus milicias.

Total, que en último momento se salieron del Frente Popular.

En cambio si recibieron el apoyo de los anarquistas. Estos eran de tradición abstencionista, tradicionalmente se habían negado a colaborar con la organización estatal “opresora”, pero ahora les convenía apoyar la amnistía que preconizaba el Frente Popular.

El programa electoral del Frente Popular.

La prueba histórica de que la coalición era una mayonesa mal ligada la encontramos en el propio programa electoral del Frente Popular.

Acordaron un texto (enlace a pdf) cargado de buenas intenciones, donde lo realmente llamativo es el énfasis que pusieron los republicanos burgueses en plasmar lo que rechazaban de sus socios marxistas.

Mira.

Los republicanos no aceptan el principio de la nacionalización de la tierra y su entrega gratuita a los campesinos solicitada por los delegados del Partido Socialista [...]

no aceptan el subsidio de paro, solicitado por las representaciones obreras [...]

no aceptan las medidas de nacionalización de la banca propuestas por los partidos obreros [...]

no aceptan el control obrero solicitado por la representación del Partido Socialista…..”

Sin embargo, tanta salvedad no constituyó obstáculo para que el "acuerdo" de programa fuera todo un éxito: sirvió para engatusar a la burguesía progre y hacer frente a un centro-derecha etiquetado en bloque como “fascista”.

Todo en orden.

Elecciones febrero 1936 y el "Frente de derechas".

Si se le veían las costuras a la coalición de izquierdas, no menos absurdo era el popurrí de partidos que constituyeron el "Frente de derechas", también conocido como “Frente antirrevolucionario”.

Como ya he mencionado, la Ley Electoral favorecía descaradamente las mayorías y la casta política estaba dominada el instinto de conservación.

Entre la derecha, la C.E.D.A. era el partido mayoritario y mejor implantado en la geografía nacional. Gil-Robles ("El Jefe") se encontró en posición ventajosa para negociar las listas electorales con el resto de partidos antimarxistas.

Habían acabado como el rosario de la aurora tras las elecciones de 1933 y esta vez ni siquiera se molestaron en presentar un programa electoral conjunto.

En realidad no era una alianza de gobierno. Se trataba de una candidatura con el eslogan “contra la revolución y sus cómplices”, en la que cada uno tiraría por su lado al día siguiente de las elecciones.

Puro cambalache.

No había ningún tipo de compromiso para después de las elecciones. Se trataba de una coalición "anti": los votantes sabían lo que rechazaban (el marxismo), pero no les quedaba claro a favor de qué votaban.

La lluvia destiñó este arrogante cartel de "El Jefe" en la Puerta del Sol causando rechifla entre los madrileños.

Confecionarion unas listas electorales a varias bandas, como dijo Gil Robles: “adaptadas a las peculiaridades de cada provincia”.

Te explico.

— En unas candidaturas se presentaban los democristianos de la C.E.D.A. junto con candidatos del "Bloque nacional", que eran monárquicos de corte autoritario y antiparlamentario.

El "Bloque Nacional" estaba a su vez constituido por monárquicos de dos ramas dinásticas diferentes: carlistas y alfonsinos que históricamente se habían llevado a matar pero ahora se presentaban juntos.

— En otras provincias, la muy mucho católica C.E.D.A. se presentaba con los republicanos de Miguel Maura, el mismo que había expulsado de España al cardenal Segura y asistido impávido a la quema de iglesias del 31, siendo Ministro de Interior del primer Gobierno provisional.

— En otras circunscripciones, los de Gil-Robles se presentaban con los radicales de Lerroux de ascendencia masónica y anticlerical. Habían sido sus principales socios de gobierno en el último bienio hasta que el escándalo del Straperlo hizo trizas la coalición.

— Y en otras candidaturas, la C.E.D.A. iba coaligada con el partido Agrario. Ambos partidos se habían hecho republicanos de ocasión después de las elecciones de 1933 a cambio un plato de carteras ministeriales.

— El puzzle se completaba con el "Front Català d'Ordre": la franquicia catalana de la derecha, encabezada por la "Lliga Catalanista" (antes "regionalista") de Cambó.

Cambó era tan nacionalista como Companis, y del estatuto catalán solo deploraba no haberlo firmado él.

Un sudoku.

*   *   *

Mientras el electorado de izquierdas acudió a las urnas ilusionado con un programa electoral encabezado por la amnistía y readmisión de obreros y funcionarios despedidos por su participación en la revolución de Asturias, el electorado de derechas tuvo que votar tapándose la naríz: a nadie se le escapaba que Gil Robles había tenido todo un año para acabar con el peligro revolucionario que ahora prometía erradicar.

Carteles de propaganda electoral en las elecciones de 1936
"Contra la revolución y sus cómplices": principal eslogan de la coalición antimarxista.

El pucherazo de las elecciones de 1936.

La derecha aceptó el improvisado nombramiento de Azaña, pensaron que se trataba de algo provisional para tapar el vacío de Poder dejado por Portela, que no afectaría al recuento electoral.

Já.

Como dice el refrán: el que a sí mismo se capa, buenos cojones se deja, y los republicanos se pusieron a gobernar como si ya hubieran ganado las elecciones.

A pesar del tranquilizador discurso de investidura de Azaña, radiado a toda España, en el que se presentó como un hombre enérgico y responsable dispuesto a mantener el país en orden:

«Nosotros no hemos venido a presidir una guerra civil; más bien hemos venido con la intención de evitarla»

Decía que la marcha de Portela no acabó con la violencia política, al contrario, la extrema izquierda se vino arriba.

Aumentaron los escraches en torno a edificios oficiales, las ocupaciones de ayuntamientos, los motines en las cárceles (los presos comunes se sumaron a la fiesta), nuevas “chamusquinas” de iglesias, y asaltos a sedes de partidos, periódicos, domicilios sociales de la patronal y círculos agrarios. 

Y el nuevo gobierno pasó a calificar los disturbios como "expresiones de júbilo popular" y responsabilizar de la violencia a las "provocaciones fascistas".

Bien.

 Asaltos a comercios e incendios en Puente de Vallecas ("La agonía de España", 1936).

Los hechos: once gobernadores civiles abandonaron precipitadamente sus puestos por coacciones, con un balance de 16 muertos y 36 heridos graves en las primeras 48 horas de nuevo gobierno.

Este es el ambiente de normalidad democrática en que se realizó el escrutinio de las elecciones de 1936.

No se que pensarás, pero hoy día las garantías de imparcialidad parecen escasas.

*   *   *

Desde que Javier Tusell señaló por primera vez en los 70 la existencia de un pucherazo (en realidad utilizó otro término), la discusión historiográfica no se centra ya tanto en su existencia (que pocos historiadores ponen en duda), si no su verdadera dimensión: en qué medida ayudó (o no) a configurar la mayoría absoluta del Frente Popular.

No me gusta extenderme en este galimatías que tanto gusta a los oxpertos en Historia. Habría que meterse en un análisis pormenorizado por circunscripciones, que tampoco no se comprende sin conocer previamente el galimatías de la ley electoral de 1933, no me atrae, y tampoco es el objeto de este artículo.

Cifras sobrescritas para dar votos al Frente Popular en una plantilla de la Junta Provincial del Censo de Jaén. (Sacado del último trabajo sobre las elecciones de 1936 de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García)

Ahora bien, eres muy libre de  creer que el recuento electoral fue impoluto en aquel ambiente de escraches y coacciones.

No voy a ser yo quien prohiba la libertad de pensamiento como pretende la Ley de desmemoria Democrática.

El pensamiento no delinque.

Faltaría más.

*   *   *

Ahora bien.

Si nos centramos solo en cuántos de nuestros abuelos votaron rojo y cuántos azul, las elecciones de 1936 en España resultaron en realidad un empate técnico.

Las izquierdas subieron un millón y medio de votos respecto del batacazo de 1933, mientras que las derechas solo consiguieron mejorar el resultado en 700.000 votos (al aumento de de participación, se sumó un incremento del censo).

Cuatro millones cuatrocientos y pico mil españoles votaron al Frente Popular, mientras que otros cuatro millones cuatrocientos y poco mil votó al Frente Antimarxista.

Los votos restantes (cerca de seiscientos mil) fueron a parar a un variopinto grupo de partidos (desde el PNV hasta Falange), de los cuales, la mitad fueron a parar al chiringuito centrista de Portela Valladares

— Primero la ley electoral, por su disparatada forma de convertir los votos en escaños.

— Segundo, los atropellos en el escrutinio de varias provincias.

— Tercero, la anulación de abusiva de 12 actas por obra y gracia de la comisión parlamentaria encargada de dirimir las actas protestadas (la ley electoral había hurtado esta función al Tribunal Supremo).

— Y finalmente la repetición de elecciones en Cuenca y Granada, donde primero ganó el Frente de derechas, y en la repetición arrasó la izquierda (así de cambiante era el electorado).

Decía que estos cuatro factores convirtieron un empate técnico en un arrasador triunfo parlamentario de las izquierdas: 263 escaños fueron para el Frente popular, 156 para el Frente de derechas y 54 para el centro.

En la primera sesión de la legislatura se escuchó "La Internacional" por primera vez en la historia del Parlamento Español.

Una vez más se impuso el "trágala" de la más rancia tradición española.

Pero lo peor fue que el nuevo Gobierno de Azaña continuó a remolque de las presiones de sus socios marxistas. Hasta tal punto, que el propio Azaña se cansó de sufrir desplantes y vejaciones de los que le habían ayudado a ganar las elecciones, y abandonó el gobierno solo tres meses después de haberlo aceptado.

Una huida hacia adelante que lo convirtió en Presidente de la República. Pero eso lo cuento en otro capítulo de esta Crónica política de la 2ª República

lunes, 14 de agosto de 2023

Elecciones fraudulentas en febrero del 36 en Málaga. Republica ilegal de Frente Popular

 

Málaga

El día 20 debían abrirse de nuevo 57 colegios de la capital malacitana. Se disputaban nada menos que 29.000 votos. Los resultados del día 16 favorecieron con holgura al FP. Por eso resulta un misterio que la coalición cambiara de candidato (práctica legal), el socialista Luis Dorado, que tenía que sacar 13.000 votos de diferencia respecto del cedista para asegurar su escaño. Militantes del FP ocuparon en la víspera la sede del Gobierno Civil y sustituyeron al gobernador por un concejal afín. Lo mismo hicieron en el Ayuntamiento y la Diputación. El nuevo gobernador clausuró las sedes de la CEDA y Falange y detuvo a varios afiliados. Finalmente, el cedista Emilio Hermida retiró su candidatura (lo que no impedía que fuera votado). Hubo disturbios y tiroteos, pero votó todo el mundo: unos 29.000 censados. Casi 28.000, al socialista Dorado. Es decir, el error de permitir el anarquismo revolucionario. Ni el presidente Quiroga ni Azaña hacían nada para evirarlo,

Málaga fue liberada por los nacionales en febrero de 1937.

Más información en El Mundo, 2017

 https://www.elmundo.es/cronica/2017/03/12/58c3b8bb46163f9f338b457d.html

 

 El centrista Portela, presidente del gobierno en funciones le cede el cargo a Azaña, sin el refrendo de las Cortes. Por lo tanto, su auto nombramiento era ilegal. En España reinará desde febrero la anarquía revolucionaria, los asesinados y las huelgas. El fracaso del golpe Estado, en España el 19 de julio del 36, da inicio a la guerra civil.

 El presidente del gobierno en funciones entregó antes de tiempo el poder a la coalición ganadora del Frente Popular, sin esperar a que se celebrara la segunda vuelta de las elecciones (prevista para el 1 de marzo). Así, Manuel Azaña, el líder del Frente Popular, formaba gobierno el miércoles 19 de febrero que, conforme a lo pactado, solo estaba integrado por ministros republicanos de izquierda (nueve de Izquierda Republicana y tres de Unión Republicana, más uno independiente, el general Carlos Masquelet, ministro de la guerra). Sin socialistas. Una de las primeras decisiones que tomó el nuevo gobierno fue alejar de los centros de poder a los generales más antirrepublicanos: el general Goded fue destinado a la Comandancia militar de Baleares; el general Franco, a la de Canarias; el general Mola al gobierno militar de Pamplona. Otros generales significados, como Orgaz, Villegas, Fanjul y Saliquet quedaron en situación de disponibles.​ Sin embargo esta política de traslados no serviría para frenar la conspiración militar y el golpe que finalmente se produjo entre el 17 y el 18 de julio, e incluso en algún caso, como el del general Franco, les hizo aumentar su rechazo al gobierno de Azaña al considerar su destino a Canarias como una degradación, una humillación y un destierro.34