lunes, 9 de enero de 2017

El primer libro de un autor. Impposible publicar, no tiene nombre.


REPORTAJE

Los escritores y su primer libro

Escritores como Antonio Muñoz Molina, Lolita Bosch, Alberto Fuguet o Santiago Roncagliolo recuerdan cómo se estrenaron en la literatura


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El azar, la necesidad, la picardía y la ingenuidad influyen en el estreno editorial de muchos escritores.
Una voz dice algo en el teléfono, o una mano escribe un par de frases, y, al otro lado de la línea, del buzón, de la pantalla, un ser humano recibe el impacto con el cerebro paralizado por la euforia, con un vahído de felicidad o desesperación, porque la voz o el par de frases son el punto de llegada —y de partida— de algo que busca su destino desde hace meses, o quizás décadas, y ahora, al fin, después de que una cantidad de azares o insistencias hicieran su trabajo, la llamada o las frases vienen a decir estimado, aunque a usted no lo conoce nadie, aunque no ha publicado nunca nada, hemos leído su manuscrito y se lo vamos a publicar. El vahído y el impacto y la parálisis eufórica se repetirán, después, con variaciones. Pero nunca —nunca— como en ese punto de la existencia en el que un escritor inédito recibe la noticia de que alguien lo publicará por primera vez.
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La forma en la que una persona puede, al fin, corregir ese error de paralaje entre la pregunta “¿a qué te dedicás?” y la respuesta “soy escritor” depende de miles de estambres por los que corren pequeños ríos con dosis de buena suerte, momentos propicios, editores curiosos, llamados providenciales. El español Antonio Muñoz Molina, autor de El invierno en Lisboa, trabajaba como empleado municipal en Granada cuando empezó a publicar en un periódico local una serie de artículos. Después de un año, sus amigos lo alentaron a publicarlos en un libro y lo hizo en la editorial de uno de ellos. Así fue como, a los 27 años y en 1984, publicó El Robinson urbano.
“Recordar cómo empezaste es una lección de humildad. Mucha gente con talento no llega a nada”, dice Muñoz Molina
—No hizo que me sintiera más escritor, pero sí sirvió para lo que vino después. Porque Pere Gimferrer, editor de Seix Barral, fue a Granada, un amigo le dio mi libro, Gimferrer lo leyó y llamó para decir que le había gustado. Fue un impacto tremendo, porque yo estaba habituado a que nadie me hiciera caso. Cuando le envié la novela que estaba escribiendo y me dijo que la quería editar, fue la alegría de mi vida. Y le doy muchas vueltas a qué hubiera pasado si yo no publicaba aquel primer libro, si Gimferrer no iba a Granada. Es una lección de humildad, porque hay mucha gente con mucho talento que no llega a nada, o llega a mucho menos.
Lolita Bosch, en cambio, tenía un plan. Ella, catalana y residente en México desde los 18, decidió que iba a publicar solo cuando tuviera 35 años.
—Un año antes de cumplir los 35 fui a una librería y anoté nombres de editoriales. Envié cinco novelas para adultos, una novela para niños, y empecé a recibir rechazos de todas. Debo tener 50. Pero yo pensaba que era un proceso natural. Un día supe que un editor, Constantino Bértolo, estaba al frente de un sello llamado Caballo de Troya. Lo llamé, pero me decían: “No se puede poner”. Entonces llamé y dije: “Le hablo de parte de la agencia Balcells”. Y se puso. Le dije: “Mira, no te llamo de la agencia Balcells. Soy Lolita Bosch y tengo cuatro novelas”. Se las envié y doce horas más tarde me escribió diciendo que se había enamorado de tres. Y publiqué Tres historias europeas en 2005. No me cambió a mí, pero sí a mi entorno. Para empezar, todo el mundo deja de preguntarte de qué vas a vivir.
“Ser escritor es como ser padre, algo que vas a tener que demostrarte a vos mismo todos los días”, afirma Marcelo Figueras
Después de haber enviado una novela a catorce editoriales de cuatro países, y haber recibido el rechazo de todas, el peruano Santiago Roncagliolo, autor de Abril Rojo, se fue a España para intentar ser un escritor profesional. Allí supo que Ediciones del Bronce había iniciado una colección de libros sobre ríos y presentó una propuesta —el Amazonas— que fue aceptada. Pero él nunca había estado ahí, de modo que se encerró durante tres meses a leer todo lo que se hubiera publicado sobre el asunto y a fingir que estaba en Brasil.
—El libro se llamó El príncipe de los caimanes y salió en 2002. Un año después me llegó una carta de la editorial, preguntando si quería una caja con ejemplares, porque los iban a destruir. Pero yo sentía que había cumplido. “He publicado un libro en España. Si todo sale mal puedo volverme a Perú y trabajar como empleado bancario”.
No siempre el camino al primer libro está tapizado de jirones de piel de escritor. La española Mercedes Cebrián presentó un relato al Certamen de Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Madrid y se llevó el primer premio. Belén Gopegui, que estaba en el jurado, le dijo que, si tenía más, se los enviara a su marido, el editor Constantino Bértolo.
—Constantino empezó a hacerme una puntuación en plan escolar: “Este es un cuatro, este es el típico ‘qué listo soy”. Al final me dijo: “Si esto cambia, te lo publico”. Así fue que publiqué El malestar al alcance de todos en 2004. Si preguntas al ciudadano de a pie por mí, te dice: “Y quién es esa”, pero yo siento que me he podido hacer una profesión gracias a ese libro.
“Uno no debe aprender
en público, por eso quité
mis dos primeros libros de las contraportadas”, dice Juan Gabriel Vásquez
Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, se crió en un mundo de escritores, pero quería dedicarse al cine. Habría que preguntarse, entonces, qué astros se movieron para que enviara un cuento a un concurso, ganara, la llamaran de la agencia de Carmen Balcells para alentarla a publicar y ella pensara en un hombre para cuya editorial había trabajado como lectora: Jorge Herralde, de Anagrama.
—Los cuentos las editoriales no los quieren, y Herralde habrá pensado: “Uf, qué compromiso, no solo la conozco sino que ahora resulta que también escribe”. Pero se lo di un viernes y me llamó un lunes. Me dijo que le habían gustado mucho, y publiqué En jaque en 2006.
Las reseñas que recibieron Cebrián y Marsé fueron buenas, pero los lanzazos beligerantes sobre la carne blanda de sus primeros libros produce, en los escritores, efectos tenebrosos. El argentino Marcelo Figueras, autor de Kamchatka, era un periodista joven cuando, en 1992, publicó El muchacho peronista, en Planeta.
—Todas las críticas fueron más o menos buenas, excepto la de Clarín. Era atroz. Mi siguiente novela, El espía del tiempo, es de 2002. Diez años me duró el trauma. Pero pensar que cuando publicás un primer libro te transformás en escritor es lo mismo que pensar que cuando sos padre por primera vez te transformás en padre. Es algo que vas a tener que demostrarte a vos mismo todos los días.
"Pensar que cuando publicás un primer libro te transformás en escritor es lo mismo que pensar que cuando sos padre por primera vez te transformás en padre", avisa Marcelo Figueras
El chileno Rafael Gumucio, autor de La deuda, era, en los años noventa, un joven inédito pero conocido (asistía al taller de Antonio Skármeta, del que salió un grupo de talentos magnéticos), cuyo primer libro se esperaba con ansias. En 1995, cuando tenía 25 años, entregó sus relatos a Planeta.
—Se llamaba Invierno en la torre y El Mercurio publicó una reseña que se llamaba "A patadas con las palabras" y decía que la condena para el autor era pasar cinco años y un día sin escribir. En un programa de televisión donde había críticos y escritores preguntaron: “¿Cuál es el peor escritor de Chile?”, y una señorita dijo “Rafael Gumucio”. Me quedé bloqueado por años, hasta que escribí Memorias prematuras, en 1999, y dije, bueno, si está mal, es el final de todo. Pero hubo críticas halagüeñas y ahí empezó mi carrera real.
El chileno Alberto Fuguet, autor de Missing, consiguió su primer contrato porque Antonio Skármeta, a cuyo taller asistía, le habló con admiración de un texto suyo a un editor de Planeta.
“Solo puedes escribir tu primer libro una vez, nunca vas a pasar de nuevo por esa inocencia”, le dijo una profesora a Daniel Alarcón
—El editor me citó en un café y me hizo firmar un contrato en una servilleta. Fue como existir antes de existir. Tardé tanto en escribir esa novela que antes publiqué un libro de cuentos, Sobredosis, en 1990. Es superimportante cómo se lanza un escritor y en ese sentido yo siento que sobreviví a pesar de todo. La fiesta de lanzamiento se hizo en una discoteca, con cocaína, con actrices. La crítica que salió en El Mercurio fue atroz, pero el libro se agotó en cuatro días. Si bien me dolía no ser aceptado, tampoco me interesó porque yo quería ser director de cine. Y entonces me envalentonaba, y pensaba: “¿Quieren pelear? Vamos a pelear”.
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Si Daniel Alarcón, nacido en Perú y criado en Alabama, no hubiera recibido una beca del programa de escritura creativa de Columbia y no hubiera tenido como profesor a un editor de la revista Harper’s y si ese editor no hubiera mostrado interés por sus textos y no le hubiera dado la tarjeta de Eric Simonoff, un agente literario, y si Simonoff no hubiera firmado contrato con él y si el editor del New Yorker no se hubiera retirado dando así lugar a que la editora que lo continuó quisiera dedicar un número a nuevos escritores, y si Simonoff no le hubiera hecho llegar a esa editora un relato de Alarcón y si esa editora no lo hubiera publicado, ese relato no hubiera despertado, como despertó, el interés de tantas editoriales y es probable que su primer libro, Guerra a la luz de las velas jamás se hubiera editado en Harper Collins en 2007.
—Una profesora me dijo: “Solo puedes escribir tu primer libro una vez, nunca vas a pasar de nuevo por esa inocencia”. Ahora he visto a muchos amigos que han fracasado, he visto a gente criticando escritores que nunca ha leído. Esas cosas son parte de perder la inocencia. Uno ya no vuelve a tener la sensación de escribir solo para uno mismo, sin pensar en la crítica ni en los lectores.
Los primeros libros son inevitables (para que haya un segundo debe haber un primero) y esa inevitabilidad tiene momentos altos, si se piensa en ponemos Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline, o La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig. Pero, a veces, la inevitabilidad es simplemente la inevitabilidad.
—A mis dos primeros libros los desheredé, los quité de las contraportadas —dice el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, autor de El ruido de las cosas al caer, que, en los noventa, envió una novela a tres editoriales de Colombia y fue rechazado por las tres—. Al fin, la llevé a Magisterio y la aceptaron. Tenía 23 años, era 1997, todo me parecía un sueño. Firmé el contrato y me mudé a París. Allá recibí el libro, que se llama Persona. Ese libro y el segundo fueron escuelas de aprendizaje, sobre el segundo, que fue una gran lección acerca de todo lo que no se debe hacer. No creo que uno deba aprender en público y por eso los quité.
Para el escritor argentino Martín Kohan, autor de Bahía Blanca, la primera publicación fue consecuencia de una paradoja blindada.
—La condición que me ponían las editoriales grandes para publicar un primer libro era tener ya publicado un primer libro. Había un grupo de escritores que estaban formando una editorial, y me acerqué. En 1993 salió La pérdida de Laura, en Tantalia. A la novela le fue bien, tuvo buenos comentarios, y entonces fui a Sudamericana. Yo había cumplido mi parte. Ahora quería que el sistema editorial cumpliera con la suya. Y en efecto, me publicaron mi segundo libro. Yo creo que el primero me abrió una posibilidad de publicación. Hasta ese momento me parecía imposible que alguien pudiera editar un libro mío.
"La condición que me ponían las editoriales grandes para publicar un primer libro era tener ya publicado un primer libro", recuerda Martín Kohan.
Para el colombiano Andrés Felipe Solano, el primer libro publicado —Sálvame, Joe Louis, Alfaguara, 2007— fue, también, el primero que escribió.
—Yo era periodista, y la editora de Alfaguara me preguntó si tenía una novela. Yo estaba en eso, así que se la envié y me dijo que la quería publicar.
Lo difícil vino después, porque Solano estaba haciendo una labor de periodista encubierto en Medellín, trabajando como obrero en una fábrica para contar cómo se vive con el salario mínimo.
—Yo no podía contarle a nadie, y mi editora me llamaba y me decía: “¿Qué estás haciendo en Medellín, vendiendo un riñón?”. Tuve que ir a firmar el contrato a una notaría, y, como yo ya vivía con mi sueldo de obrero, la pequeña cantidad de dinero que tuve que pagar me descompletó el bus de la semana.
El argentino Ariel Magnus publicó su primer libro, Sandra, en 2005 y en Emecé pero, para entonces, ya había escrito decenas.
—No quería publicar, porque me parecía una traición a la libertad. Pero cuando me escribió el editor de Planeta que había leído unas notas mías en un suplemento para preguntarme si tenía algo de ficción, fue una alegría. Cuando fui a ver la tapa, el nombre del autor era Ariel Manguel. Pensaba: “A lo mejor lo ponen así por alguna razón”. Y no dije nada hasta que me dio miedo y dije: “Che, yo me llamo Magnus”. Y lo cambiaron. Pero la publicación de un libro es el antievento. Al principio, vas a las librerías y no está, no salen reseñas. Y sin embargo, para alguien que escribe hay un antes y un después de ser publicado.
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"Mi primera novela ganó el premio Clarín en 1998. Se vendieron 20 mil ejemplares, estaba en las librerías, en los kioscos. Me reconocían los taxistas. Fue arrasador", dice Pedro Mairal
Lo primero que publicó el argentino Pedro Mairal fue un libro de poemas, en 1996, y, si se comparan la discreta repercusión y los delicados comentarios que recibió ese libro con los de su primera novela, el resultado es porno duro.
—Yo había escrito Una noche con Sabrina Love, y un día un amigo me pasó las bases del Premio Clarín y la mandé. La novela ganó el premio en 1998. Se vendieron 20 mil ejemplares, estaba en las librerías, en los kioscos. Me reconocían los taxistas. Fue arrasador. Era una máquina de mercadeo puesta al servicio del libro, pero una máquina. Sentí que tenía que recuperar el silencio, hacerme invisible. Como si todo eso me quedara grande. Así que estuve cinco años sin publicar. Pero creo que el primer libro es importante, porque empieza a quedar claro un rol que era confuso: antes la gente se preguntaba, “¿y este qué hace?”. Después, sos el que hace libros.
La escritora argentina Samanta Schweblin publicó su primer libro para demostrarle a su familia que ella no estaba hecha para eso.
—Creían que yo merecía el Nobel, y para demostrarles que estaban equivocados junté diez cuentos y los presenté a dos premios y gané los dos. Después dejé el manuscrito en la recepción de Planeta, y al tiempo recibí un mail diciendo que me iban a publicar.
Se llamó El núcleo del disturbio, se publicó en 2002, y tuvo reseñas muy buenas.
—Pero fue devastador. Los periodistas me hacían preguntas como en qué tradición literaria me enmarcaba, y yo no entendía nada. Me asustó, me destrozó, deje de escribir durante dos años. Yo era muy chica. Mi segundo libro salió recién siete años después.
En los primeros noventa, Mariana Enríquez, argentina, autora de Cómo desaparecer completamente, tenía 21 años y estudiaba periodismo. Tenía una novela escrita, pero no había pensado en publicarla. Una periodista, hermana de su mejor amiga, se la pidió y la presentó a Planeta. Bajar es lo peor se publicó en 1994 y, aunque casi no salieron reseñas, esa historia atravesada por las drogas y el amor gay armó revuelo.
—Fue atroz. Me llevaban a programas de televisión bizarros, el 80% de las preguntas eran si me drogaba, un periodista me preguntó si yo estaba con la línea de los escritores autorreferenciales o narrativistas, y yo no tenía idea de qué era eso, entonces di una respuesta muy ignorante: “Bueno, me gustan las dos”. Durante mucho tiempo ese libro me dio vergüenza, como un peinado adolescente. El segundo es de 2004, para que veas el tamaño del trauma.
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"Me llevaban a programas de televisión bizarros, el 80% de las preguntas eran si me drogaba, un periodista me preguntó si yo estaba con la línea de los escritores autorreferenciales o narrativistas"
Más allá del cliché autor que se desloma trabajando en una oficina y embiste tozudamente contra el sistema editorial, los caminos de la publicación son, a veces, tan insondables como simples. Juan Pablo Roncone es chileno y estudia abogacía, pero siempre quiso escribir. Una amiga le avisó que una editora, Andrea Palet, estaba recibiendo manuscritos para su editorial, Los libros que leo. Roncone le envió relatos, Palet los leyó y el resultado fue Hermano ciervo, un suave y prestigioso suceso de 2011. La misma editora, en 2005 y cuando trabajaba en Ediciones B, recibió una novela de ciencia ficción del amigo de un escritor al que estaba editando. La publicó y la novela, Ygdrasil, fue un éxito de ventas y de crítica.
"Descubrimos dos cosas: que él, aparte de catedrático de Filosofía, era el dueño y editor de KRK, y que yo, aparte de un profesor interino del sistema público, había escrito una novela", explica Ricardo Menéndez Salmón
—Hoy —dice su autor, Jorge Baradit— hay literatura fantástica chilena. Antes no había. Y no me cabe duda de que fue por Ygdrasil y por Andrea Palet.
El argentino Carlos Busqued, autor de Bajo este sol tremendo, finalista del Premio Herralde en 2009, es ingeniero metalúrgico, trabaja armando libros en una universidad tecnológica de Buenos Aires, y cuando mandó la novela al premio era un desconocido perfecto. “Cuando lo contraté”, cuenta Herralde, “le escribí a nuestra jefa de prensa en Buenos Aires, pero ella no tenía ni idea de quién era, ni tampoco ninguno de sus amigos escritores y periodistas”.
—Mandé la novela al premio porque era el único que no especificaba cantidad de páginas, y mi novela era muy corta. Herralde me mandó un correo que decía: “Estás entre los diez finalistas, y aunque no ganes te quiero publicar”. Recibir una muestra de respeto de una persona como él es importante. Es como si hubiera tocado jazz una sola vez en la vida y el disco me lo hubiera publicado Blue Note. Pero no me cambió la cotidianeidad. Yo tengo que seguir yendo a laburar y poner cara de “qué interesante es esto”.
El mexicano Juan Pablo Villalobos trabajaba en Barcelona en una empresa de comercio electrónico. Después de que en México le rechazaran unos cuentos, escribió una novela que fue rechazada en tres editoriales de México y de España. Un día, mirando las novedades de Anagrama en la web, vio que estaba abierta la convocatoria al premio Herralde.
—La mandé pero asumí que no iba a ir a ningún lado. Cuatro meses después Herralde me mandó un mail diciendo que quería hablar conmigo.
El día de la cita, Villalobos se sentó a esperar en la recepción de Anagrama, entre las fotos de Vila-Matas, Paul Auster, Sergio Pitol.
—Pensaba, “joder, es como el peso de la tradición literaria”. Ese día Herralde me dijo: “Si yo fuera un editor serio no te publicaría, porque nadie te conoce, pero la novela me gustó”. Cuando publicaron Fiesta en la madriguera yo me seguí sintiendo tan escritor como antes, pero la mirada de los otros cambia. El libro te legitima.
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En Jérome Lindon, mi editor, Jean Echenoz, escribe: “He escrito una novela, es la primera, no sé si es la primera, no sé si escribiré otras. Todo lo que sé es lo que he escrito y que si pudiera encontrar un editor, estaría bien. Si este editor pudiera ser Jérome Lindon estaría, por supuesto, todavía mejor, pero no soñemos”. Lindon fue, en efecto, el editor de Echenoz, y la relación duró muchos años, hasta que Lindon murió, en 2001. El libro de Echenoz, escrito apenas después de esa muerte, es el recuerdo de esa relación entrañable. En 1998, el español Ricardo Menéndez Salmón trabajaba como profesor de filosofía y lo habían destinado a un instituto de Oviedo. “Una noche en que tenía una hora libre, subí a mi departamento y me encontré a un compañero, Benito García Noriega, ojeando unos papeles. Eran unas galeradas del Viaje sentimental de Laurence Sterne. Descubrimos dos cosas: que él, aparte de catedrático de Filosofía, era el dueño y editor de KRK, y que yo, aparte de un profesor interino del sistema público, había escrito una novela. Benito me pidió que le mandara el manuscrito. Se lo dejé un viernes por la tarde y el sábado por la mañana me llamó entusiasmado. En febrero de 1999, KRK publicó La filosofía en invierno. Huelga decir que el libro pasó desapercibido. Hoy no solo ha conocido una segunda edición en KRK, sino que ha sido traducida al francés, lo cual no deja de causarme asombro y un raro sentimiento de gratitud: hacia Sterne, hacia el azar y hacia las viejas y románticas relaciones entre editor y autor”.
Fabián Casas, argentino y autor de Los lemmings, llegó a la publicación porque Juan Gelman, a quien había conocido en un encuentro de poetas, le presentó a José Luis Mangieri, editor de Tierra Firme, que lo leyó y lo quiso publicar. El resultado fue Tuca, elegido como el mejor libro de poesía de 1990 en Argentina.
—Mangieri era una persona increíble. Cada vez que yo andaba mal de plata, venía a verme. Cuando se iba, me había dejado plata escondida debajo de los libros que me traía de regalo. Lo mejor que me dio Gelman fue a José Luis Mangieri.
Hace unos años Mangieri se enfermó y, junto a su cama, turnándose con sus hijos para velar la agonía, estuvo Fabián Casas. Así, aun sabiendo que cargaría para siempre con esa muerte en la memoria, acompañó, hasta el final, al hombre que lo había ayudado a alumbrar aquel principio.

martes, 3 de enero de 2017

La Sirena seductora del mar de Ulises. Comentario al cuento "La Sirena" de Julio Calvet














La Sirena seductora del  mar de Ulises



      «El discreto amigo Julio Calvet», como dice el prologuista Fernando Claramunt, acaba de hacernos entrega del cuento largo La Sirena, ECU, 2016 de 75 páginas. Me preguntarán ustedes, desocupados lectores, ¿de sirenas en estos tiempos?  Sí de sirenas, pero no de unas  sirenas cualesquiera sino unas sirenas seductoras de los argonautas que regresaban a la míticas isla de Ítaca en el mar Jónico, ¿recuerdan La Odisea? las aventuras que sufrieron los guerreros a las órdenes de Odiseo o Ulises (en latín) al regreso a su patria después  de diez años guerreando en la mítica ciudad de Troya, con los reyes aqueos Agamenón, Melenao, Aquiles y otros héroes.
     La sirena, de Julio Calvet es un cuento que podíamos situarlo como retorno al neoclasicismo más depurado de los héroes de La Ilíada más la Odisea, ambas obras del gran ciego Homero, una docena de ciudades reclaman su paternidad, aunque otros autores dicen que no existió, que es un especie de marca que amparaba a varios rapsodas, porque La Ilíada es una obra épica para ser cantada en certámenes, que muy bien podría tener unos tres mil años.

     La obra de  Calvet nos cuenta las vidas paralelas de Odiseo y Alexandros, el primero rey de Ítaca y el segundo un itacense, pescador, guerrero y lanzador de jabalinas que le acompaña en la guerra de Troya. De regreso siempre protegidos por la diosa Atenea, desembarcan los hombres de Odiseo en varias isla donde es seducido por varias princesas como Calipso, Cirso o Caribdis que le van retrasando su regreso, en el que tardarán otros diez años. Por que como escribiera el divino Homero: «Nada hay tan dulce como la patria y los padres propios, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana la mansión más opulenta». Odiseo es el nombre griego del rey de Ítaca, el astuto y el de arco de plata, quien se hace atar el palo mayor de la nave para oír los cantos de la sirenas seductoras.  En cambio, Alexandros no se ata al palo, pero será abducido por una sirena, a pesar de él amaba a la bella Eirene de Ítaca.  Cuya historia no puedo seguir contándoosla porque reventaría la historia que ha de descubrir el lector.  
    Ulises, como he comentado es el nombre latino de Odiseo, protagonista del libro La Odisea de Homero, cuyo argumento ya lo sabéis, y yo, no os lo voy a volver a contar. La guerra de Troya existió realmente ocurrió sobre el 1250 a. C., un asedio que duró diez años.  La rica ciudad Troya (también llamada Ilión) se situaba en Asia Menor a la entrada del estrecho de los Dardanelos. Fue un conflicto bélico entre los aqueos (griegos) y troyanos, seguramente por sus riquezas y por la causa que siempre provocan las guerras: el económico o riqueza de otros.
     Pero luego, como es propio de los vencedores de todas las guerras, se buscó una justificación legítima como el rapto de la bella Helena, mujer del rey Melenao de Esparta, por los héroes ateniense Teseo y Pirítoo. Aunque otras versiones cuentan que Helena se enamoró del bello Paris, hijo del rey de Troya llamado Príamo, porque fue un enamoramiento y no un rapto. Helena no fue devuelta  a su  marido Melenao. De haber sido un rapto donde mediara un rescate, se hubiera cobrado éste y devuelta a Melenao. Pero nada de ello se cuenta en La Ilíada.

     Necesitamos creer en la existencia de las sirenas como una forma de creer en la necesaria fantasía que nos alimentan los sueños, pero que sin duda alguna los sueños pertenecen a la vida, y es tan importante como el estado de vigilia y la realidad que nos sustente en este espacio-tiempo, deshumanizado y rotundo. Me ha sido muy grato y placentero leer este maravilloso cuento y  a la vez difícil de componer, menos mal, que como dice Julio Calvet se ha leído un par de veces o más: La Ilíada y la Odisea, de lo contrario no podría contarnos tan minuciosamente los personajes del cuento en relación a los héroes clásicos, porque Julio es indiscutiblemente un erudito.

   Nos podemos sustraernos la magia de una noche de verano o la obra de arte de la pintura, la música, de la literatura o de la naturaleza, por la conversión desde los mitos. El enloquecedor y seductor canto de las sirenas en la Odisea son también los cantos que Don Quijote escucha en la Cueva de Montesinos  en  las Lagunas de Ruidera, pues el alcalino Miguel Cervantes había leído a Homero, cuando lo cita en el capítulo XVI de la segunda parte:   «Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada».

    No falta en la obra de Julio, el mítico caballo de Troya, construido por Epeo, que fue una idea del astuto Odiseo (por inspiración de la diosa Atenea partidaria de los griegos) para poder entrar por  una de las puertas de Troya. Lo del gran caballo de madera no está en La Ilíada, sino que aparece mencionado en La Odisea en el Capítulo VIII y XII, no es todo un mito literario, porque aparece por primera vez en un Vaso de Mikonos (Museo Arqueológico de Mikonos, Grecia), del siglo VII a. C. Se trata de una de las más antiguas representaciones del caballo de Troya. El caballo o la bestia de madera, también es citado por Virgilio en la epopeya latina La Eneida, que es la continuación de La Ilíada, del héroe troyano Eneas, que se lleva a su padre Anquises a hombros, pertenecía a la familia real troyana  descendiente de  los dárdanos. Aunque no venga a cuento en esta reseña, he de decir que el gran poeta latino Virgilio (Siglo I. a.C.) escribió La Eneida durante once años en doce libros, por encargo del emperador Augusto para vincular Troya con Roma y glorificar el Imperio Romano.  

   Tampoco falta en La Sirena  el rapto de la princesa Europa,  hija del rey fenicio  Agenor y la reina Telefasa de Tiro, raptada por el dios Zeus transfigurado en toro, princesa  que le da nombre al continente europeo.
    El léxico de Julio  es muy marinero donde no faltan bajeles, trirremes, cóncavas naves, y mar donde la luz riela en sus ojos (página 57), que ya dijere el gran Espronceda en la «Canción del Pirata» cuando dice «la luna en el mar riela», porque rielar es brillar los astros cobre el mar. Y he de decir que el  cuento La Sirena contiene grandes cargas de prosa poética como: «Y los límites con el mundo real son a veces difusos y de contornos indefinidos». (pág. 21). O también la frase: «Tenebroso y al tiempo enormemente hermoso, al estar poblado de una vegetación lujosamente inverosímil de unos seres extraordinarios…» (página. 28). O «Volcán de abundantes aires para aguantar su inmersión por las costas de su isla  y los acantilados repletos de flores» (pag. 39). O «Pechos para amar y pecho para amamantar quizás los hermosos corales». (pág. 57.  Y como última referencia destacaría un hallazgo poético como: «Pero  imagen de la sirena se reflejó en su memoria» (pág. 63). Este «reflejó» en lugar de recordar creo que es un sinónimo con futuro.

     A mí me gusta  La Sirena  porque me trae las lecturas del mundo clásico  de los griegos,  que Julio trata magistralmente, unido a buena carga de sentimientos humanos, pues el sentir de aquellos hombres y  mujeres eran idénticos a los nuestros, de aquí la pervivencia de las tragedias griegas.    Yo particularmente, no me canso de leer este cuento ni le eruditísimo prólogo de Fernando Claramunt donde no describe toda tipo de sirenas  de mar, de río, de fuentes o de pequeñas corrientes fluviales, parientes de la náyades, nereida y sílfides. Cuando uno regresa de un sueño siempre nos deja una señal de haber pasado por él.
    Una de las reglas fundamentales de la literatura es la de no aburrir, y puedo asegurar que Julio Calvet nunca nos aburre ni con este cuento ni con otros libros como fue el anterior  Miscelánea en el Otoño.



Relación de personajes homéricos relacionados en  “La Sirena”, anotados para facilitar su lectura:

Homero, autor de La Ilíada y La Odisea.

Helena, mujer del rey Melenao, secuestrada y lleva a Troya, y se inicia la guerra.

Odiseo (en griego) Ulises (en la latín), rey de Ítaca, el astuto, o el de arco de plata, héroe mitológico de la guerra de Troya, ideó el caballo de Troya, inspirado por la diosa Atenea (partidaria de los griegos) y construido por Epeo. Protagonista de La Odisea, tardó diez años en regresar a Ítaca donde los pretendientes acosaban a su esposa Penélope, y al hijo de ambos Telémaco. Es también uno de los personajes de La Sirena de Julio Calvet.

Alexandros, joven pecador nativo de la Isla de Ítaca que acompaña a Odiseo en le guerra de Troya y en el regreso como remero, además en lanzador de jabalinas.

Melenao, rey de Esparta micénica, esposo de Helena, hermano de Agamenón.

Príamo, rey de Troya o Ilión, aunque tuvo cerca de cincuenta hijos con varias esposa  entre ella Hécuba madre de Deifofo, Casandra, Paris. En la Ilíada aparecen  otros hijos como Ántifo, Heleno, Cebriones, Cromio, Doriclo, Dolón…

Agamenón, Rey de Argos en el Peloponeso y jefe de los argivos.

Penélope, la fiel esposa de Odiseo que lo esperó en Ítaca durante veinte años, madre de Telémaco.

Aquiles, el de los pies ligeros uno de los principales héroes de La Ilíada, como era hijo de Peleo, por ello se le conoce también como el “Pélida”, así aparece en el Canto I. Amigo de Patroclo que al ser muerto por Héctor, se venga y lo mata en las murallas de Troya, cuyo cadáver fue  arrastrado por carro de Aquiles, hasta que su padre Príamo pidió su compasión. Aquiles murió como consecuencia de una flecha envenenada por que el lanzó Paris, en famoso talón de Aquiles (Fecha dirigida por el dios Apolo partidario de los troyanos).

Agenor, rey de Fenicia, hijo de Poseidón y padre de Cadmo, Europa, Cílix y, según algunos, de Fénix.

Europa, princesa hija de Agenor, huyó con el dios Zeus transfigurado en un bello toro. Esta figura mítica da nombre al continente Europeo.

Cirse, diosa hechicera que vivió en la isla de Eea. Cuando Odiseo-Ulises llegó a la isla de Eea, mandó desembarcar a la mitad de la tripulación, y él se quedó en las naves con el resto. Circe invitó a los marinos a un banquete, hechizó la comida con una de sus pócimas y luego, cuando se hubieron atiborrado, empleó su vara mágica o cayado mágico para transformarlos en cerdos.

Calipso, princesa de la isla de Ogigia. Cuando Odiseo que se hallaba a la deriva tras naufragar su barco, llegó a esta isla, Calipso lo hospedó en su cueva, y le agasajó con manjares, bebida y su propio lecho.


Ramón Fernández Palmeral
Escritor y poeta.

Alicante, 4 de enero de 2016