miércoles, 7 de noviembre de 2018

"Mi amo Palmeral y yo" libro fábula, por Ramón Fernández Palmeral







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 (lectura infantil y juvenil). 118 páginas y 31 apartados

1.-YO, FRICO

Soy un perro lobo de unos quince años según la nomenclatura humana, pero de unos setenta años para los caninos. Estoy más allá que pa cá.
Obedezco al sonoro nombre de Frico, que he de confesar que no sé lo que significa. Me conviene ser un perro obediente y no llevar la contraria a mi amo, pero no del todo sumiso, pues de lo contrario me convertiría en una gallina. Lo entiendo todo y sé leer desde cachorro, cuando el señorito Emilio empezó a leer e ir a la escuela, porque somos de la misma quinta. Lo que sucede es que él tiene quince años y yo estoy en la vejez canina.
Los perros lobos somos, físicamente los más parecidos a los lobos salvajes, mis lejanos ascendientes, que siguen buscando comida en manada como en los tiempos antiguos. Pero a mí me dan de comer por mis servicios de compañía; es decir, que trabajo por la comida y por un techo, decentemente, sin matar a nadie.
A mi primos los lobos, lo que les incomoda son las cadenas al cuello, y del bozal ya no hablemos, porque  es como ponerse guantes en la boca. Pero como nunca jamás he mordido a un humano, y todos me conocen en mi pueblo de Frigiliana, a mí nunca me pusieron bozal.
Mis ojos no son muy grandes, de color cáscara de almendras dulces, flotan a ambos lados de mi cráneo alargado y peludo como dos huevos negros cuales gallinas negras de Ayan Cemani. Mi hocico es largo y acaba en una fresa de carne color ámbar oscuro. Mi olfato son mis ojos, de joven los tenía comparables al de los jabatos salvajes. Aunque mi oído agudo es como el de un lobo salvaje o un lince ibérico.
Rondaré los treinta kilos de peso, según mis cálculos, no como mucho, en la edad el cuarto cuadrante se come menos. Me dan patas cocidas de pollos y pescuezos, yo, a mi bol de comida le añado flores silvestres del jardín, que me gustan mucho como los grandes gurmés  las estrellas Michelín. Y luego me hecho una siestecita porque como dice el refrán: «El perro que duerme no lo despiertes».
Yo, si me encuentro a un gato no le hago ni caso, para qué, si no se comen y además tendría que correr como un galgo para alcanzarlo. La gata de la vecina es una torpe siamesa, con la que ni fu ni fa. Ella a su rollo y yo al mío, a vivir la vía  que son cuatro días. Nuestro gato del cortijo es amigo mío.
En mi juventud fui un perro policía, un cachorro adiestrado en la Escuela de Adiestramiento de Perros de la Guardia Civil, situado en la carretera de Colmenar en el Pardo, en Madrid. Mi adiestrador fue Palmeral cuando era un guardia civil guía destinaron al aeropuerto de Málaga, allí hicimos muy importantes servicios, a mí me dieron varias medallas por  descubrir más de 200 alijos de drogas en maletas.
Pasaron los cuadrantes de los años, me fui haciendo viejo, y empecé a perder facultades olfativas y, sobre todo, vista, más una enfermedad canina de la que no recuerdo su nombre, y por eso me jubilaron y me adjudicaron, o mejor dicho me entregaron a mi adiestrador, que por cierto también se jubiló a los 58 años, por edad. Yo era un funcionario propiedad del Estado, ahora solo soy un perro civil, más que responde al nombre de Frico.
Y como mis amos heredaron una casa, preciosa, con balcones que miran a los atardeceres, y algunas tierras, nos vivimos a vivir a Frigiliana, y aquí estamos, sin perder yo mis facultades olfativas policiales.

–Azú que peaso perro, este tonto del Frico.

Así pasan mis jubilares días, entre ofensas continuadas, sin poder morder a algunos de los que me increpan, porque como he dicho, la vida en sociedad consiste en respeto mutuo, incluso con la naturaleza porque también tiene su vida autónoma y cíclica
Incluso cuando la sombra de un pino se levanta y se pone de pie, partiendo del suelo fértil, como un fantasma, es porque el pino quiere decirnos algo. Los pinos son seres vivos con sombras animadas a las que le late su corazón de paisajes. Así es la vida en estos parajes al sur de Andalucía, con embelesado en el azul. Me echo a dormir vigilante, por si algún animal del corral necesita  para algo.  

La noche se convierte en un pozo de luna en el que el agua es cielo y los cubos planetas, así de onírico es mi mundo. Los sueños caninos son complejos, porque nuestra mente está diseña hacia el mundo desconocido de los olfatos y las orquestas de los olores. Huele a resina de pinos que vuela entre ramas de huesos o cuernos de cabras monteses o ciervos coronados. Todas las ocasiones son miméticas como lo pueden ser los rezos del viento en lo hondo del barranco de El Acebuchal, entre chopos y adelfos olorosos. Las hojas amarillas vuelan como mariposas a las que les hubieran puesto un motor de ciclones llevados por una corriente de pasos frustrados.

Por las mañanas me acerco al corral y veo cómo por un ventanuco entra el sol bendiciendo con sus rayos las plumas de oro de mi gallinas, las lanas de lirios de los borregos y el sedoso pelo de la crin del burro y los velludos lomos de las cabras. Una paloma zurita que estaba agachad sobre un carrizo de caña salió volando por el ventanuco con su crujiente aleteo de  aguilucho nuevo, precipitado.