Marinos vascos en Terranova
En 1535, cuando Cartier a cuenta de la corona francesa penetra en el estuario de San Lorenzo y funda Quebec, las pesquerías vascas a la zona ya están harto estructuradas. Hasta el punto que los micmacs, los indios locales, utilizaban de forma común palabras vascas… ¿Qué pintaban allí los vascos?
La principal razón fue satisfacer la demanda peninsular de bacalao, muy apreciado en cuaresma por soportar la salazón y ser de los pocos pescados comercializables en Castilla. Ciertamente, la presencia vasca faenando en el Gran Sol es anterior, pero los vascos encontraron en las “tierras nuevas” posibilidad de puertos y materia prima para montar factorías de salazón y además… ballenas. La ballena (la ballena boreal, ballena de Vizcaya, entre otras) ya era pieza codiciada desde tiempos antiguos. Su grasa era especialmente demandada como sebo para vela, aceite de precisión y medicinal de los hígados, en tanto las barbas tenían mil aplicaciones. Las primeras capturas documentadas en el Cantábrico se retrotraen al 760. A lo largo del XV se produce una sobrepesca en el Cantábrico de la mano de vascos, gallegos, ingleses y franceses. Esto llevará a los vascos a protagonizar toda una epopeya siguiendo las concentraciones de reproducción que les lleva a señorear el San Lorenzo, Groenlandia, Islandia, así hasta el XVIII, en que Inglaterra impondrá sus flotas. Puede decirse sin exagerar que los vascos fueron los grandes especialistas en pescar ballenas hasta el siglo XVIII.
Los vascos dispusieron de diversas ventajas que explican su temprana presencia en Terranova. En primer lugar los barcos, mientras ingleses y rocheleses construían naves de 100 toneladas a lo más, los astilleros vascos, adoptando los avances introducidos por los portugueses, producían ya en el siglo XV naos de entre 200 y 500, cuasi galeones, más maniobrables que sus primas las altas carracas bálticas, más rápidos y menos volubles a las tormentas. Eso supone rentabilizar travesías de altura y embarcar grandes contingentes de pescadores; en el siglo XVII, se contaran campañas a Terranova que movilizaban a 3.000 vascos cada año. La lista de arribada del Saint Esprit (200 toneladas), de San Juan, datada en 1743 (ya en declive de la pesquería) refiere un oficial, tres oficiales marineros, 47 marinos y 6 grumetes, 59 almas en total, que se anotaron 200 barricas de aceite –“tres ballenas y media (sic) de bahía grande, 1 cachalote y 2 ballenas sardas-, así como 80 quintales de barbas.
La pesca de la ballena fue determinante en establecimiento, durante la primera mitad del XVI, de estaciones temporales vascas a lo largo del golfo de San Lorenzo. Aún hoy la toponimia nos traslada a aquellos remotos tiempos con asentamientos tal que Isla Mingan, Isla de los Vascos, Portuchoa, Plasencia, Bahía de los Españoles…. En su estudio, el padre Belanger recoge más de 30 puntos con presencia vasca, que en un primer momento motivaba la instalación de factorías para licuar la grasa y embarrilarla. Posteriormente, allá por el 1630, los vascos atinan con un método para fundir la grasa en alta mar, lo que a su vez amplia el rango de actuación de las pesquerías. El nacionalismo vasco, por otra parte, ha invertido grandes sumas de dinero en demostrar la penetración del euskera entre las comunidades aborígenes locales (así como en Islandia), sin resultados excesivamente desalentadores. Las campañas empezaban con la llegada de las golondrinas, en marzo, y terminaban en septiembre. No siempre de la mejor manera, tempestades, arrecifes y sobre todo, guerras y corsarios, convertían la pesca de la ballena en oficio de alto riesgo, muy reputado por los vascos (a diferencia de otras marinerías, que lo tenían por desempeño de desesperados), y pilar de verdaderas sagas, como los Araneder de San Juan de Luz o los Soppite. Inicialmente los vascos (franceses y españoles, mezclados, resulta muy difícil diferenciarlos), compartían aguas con rocheleses, bretones y eventualmente, ingleses. Cabe decir que durante el XVI el San Lorenzo fue una zona de libre pesca, aunque la hegemonía francesa terminó imponiendo monopolios y venta de derechos de explotación que, progresivamente, motivaron la desaparición de la presencia española de iure, que no de facto, los barcos eran de San Juan o Hendaya y la marinería de Lekeitio o San Sebastián. La pesca de ballenas tuvo por epicentro la desembocadura del Seguiney, en Tadussac, aguas ricas en kril norteño. La sobreexplotación y la inestabilidad política en la zona (pasó de ser un mar libre a ser monopolio de Francia, de ahí a Inglaterra y vuelta a Francia, y de ahí a Inglaterra) fue desincentivando la presencia vasca, que sin embargo, siguió cazando en Islandia, Gran Sol, Groenlandia... En líneas generales, cabe caracterizar el estuario como un inmenso frente de batalla en la expansión americana de Francia e Inglaterra, con guerras cada poco, deportaciones demográficas (la epopeya de los Acadianos) y una inestabilidad general que no concluirá hasta el fin de la presencia inglesa en Norteamérica.
*Otra colaboración alimentaria del Sr. IA. Breve contexto de la pesca del bacalao y la ballena en Terranova entre los siglos XVI y XVIII. La pongo en "estudios groenlandeses", abandonadísima sección.
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En las décadas de 1530 a 1570, el negocio ballenero registró su etapa de mayor apogeo. La flota vasca llegó a estar formada por una treintena de barcos, tripulados por más de dos mil hombres, que capturaban unas cuatrocientas ballenas cada año. No obstante, la tradición ballenera en el Cantábrico se remonta a la Edad Media y fue un importante motor de las poblaciones costeras. La principal fuente de ganancia estaba en la grasa del animal, posteriormente convertida en aceite a la que se denominaba saín. Este producto se empleaba en el alumbrado y ardía sin desprender humo ni dar olor. Asimismo, los huesos servían como material de construcción para la elaboración de muebles. La carne apenas se consumía en España, pero se salaba y se vendía a los franceses.
Vikingos, portugueses y vascos en Terranova
En una fecha sin determinar, los pescadores cantábricos extendieron su área de acción hacia el Atlántico, especialmente a Islandia, donde fueron protagonistas de una salvaje matanza ya en el siglo XVII, y a lo que hoy es la provincia canadiense de Terranova y Labrador. En busca originalmente de bacalao, la Isla de Terranova se convirtió en un objetivo preferente de los pescadores del cantábrico. Pero no se trataba del primer contacto de los pobladores de esta región con europeos. Alrededor del año 1001, «las Sagas islandesas vikingas» ubican las expediciones del explorador Leif Ericson en Helluland, Markland y en lo que él llamó Vinland («Tierra de pasturas»). Y las investigaciones arqueológicas, en efecto, han confirmado la existencia de un asentamiento nórdico, «L'Anse aux Meadows», en Newfoundland, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978.En cualquier caso esta presencia vikinga en América, que incluso los estudios genéticos han avalado, fue de carácter efímero, y en ningún caso se produjeron asentamientos en territorio continental americano. Así y todo, las incursiones vikingas pudieron ser sucedidas por las de otros europeos, los marinos portugueses. Como si fuera una especie de búsqueda del Santo Grial, los navegantes portugueses acometieron varias décadas antes de Colón la travesía hacia la Isla Bacalao (también llamada «Bachalaos»), representada de forma difusa en los mapas del siglo XVI en las proximidades de Terranova. Así, el portugués Joao Vaz Corte Real habría alcanzado las proximidades de Terranova en 1472, e incluso se especula que bordeó las orillas del río Hudson y del San Lorenzo