jueves, 14 de julio de 2016

EL OLIVAR DE LA PLAZA DE LA VIÑA O DE MI VIDA



EL OLIVAR DE LA PLAZA DE LA VIÑA O DE MI VIDA



    El helado cadáver de la escultura de cerámica en homenaje a Miguel Hernández de la plaza de la Viña reclama una mirada de mi ojos, de nuestra atención colectiva, es una cerámica del gran escultor Arcadi Blasco que presenta dos bloques decorados con cerámicas refractarias con dibujos que el propio Arcadi me dijo que eran geometría cinética para recordar a Eusebio Sempere, el artista nacido en Onil, la que fábrica los juguetes. En una de sus decoradas moles nos muestra un ojo de cíclope, que a la sombra dibuja un hueco de luz que se mueve.
    En el huerto intelectual cerrado, aunque más jardín encarcelado que huerto, precipitado, circunvalado por una reja de hierro perimetral que le protege del depredador más terrible del mundo: el hombre. El jardín se muestra alegre poblado de pinos, palmitos, encinas, malezas y cambrones, más cuatro olivos sembrados a las cinco de la tarde, recuerdos de una herida cuando los destetaro de su madre del jardín botánico, de un hospicio de olivos trasplantado, y desde entonces se negaron a dar sus fruto redondos como olivas de cristal, perlas aceitunadas del collar de un cuello sometido al yugo del trabajo y el sudor.
    Mientras sentado en un banco de madera, fuera del jardín aherrojado, me concentro en contemplar su fauna, aparecen juguetones gorriones, pardos, blandos y mimosos, tras las palomas zuritas que han llegado en busca de algún trozo de pan que algún niño tiró de su bocadillo tras jugar en el jardín infantil que a su proximidad se sitúa. O los negros  pajarracos, menores que cuervos, casi grajillas que por allí saltan entre los jarales, y la mansa maleza cuajada aún de amarillas trompetas de flores o trompetillas.

    Sobre la tierra aparecen húmedas manchas que son la red de raíces de gomas de las manguera de riegos, que acariciando dulcemente la tierra la muerden con los aspersores, y algunas florecillas violetas, blancas de los romeros dejaron su huella de color en la imagen de los viandantes, que por la sombra de los tilos triste de la plaza de la Viña se dejan pasear con amarres, algunas veces, en los bancos de madera que hace poco renovaron.
    Otros días desde mi terraza puedo ver el jardín que casi puedo acariciar si lanzo el brazo en fantasías y siento como si se me diluyera la imaginación y asciendo hacia ti, para entrar a hablar con Miguel de cabras y de rayos, de cancioneros y de brisas del pueblo, herido poeta por la muerte joven quizás sombras de una guerra, de un odio entre hermanos que no se debe volver a repetir. Por este jardín encarcelado tiene olivos y palomas de la paz que un día el gran Pablo Picasso nos dibujara con manos de ángeles custodios, policías de los cielos y del mundo terrenal.
    Y esta plaza de la Viña, que si cambiáramos la “ñ” por una “d”, obtendríamos otro significado como vida, sin embargo, si lleváramos el espíritu a la realidad permanente de mis días. Yo me paso casi todo el día mirando a esta plaza y paseando por ellas y sentándome e sus bancos armados de listones de madera como lanzas, que es donde con mi bloc de notas escribo mi diario, o incluso algún relato de los que se me ocurren mirando el pasar de la gentes, el jugar de los niños en el jardín infantil, y viendo cómo los asustadizos gorriones se me acercan buscando algún trozo de pan que le ha hubiera caído a un niño a un anciano o algunos de las personas que se sientan en las sillas de las terrazas que aquí se muestran como lugares de esparcimiento, contemplación o refrigerio.
     Y cuando ese ciclista con la camiseta del Barça que vive en la bicicleta y grita repetidas veces ¡Quien no quiera la plaza de la Viña que se muera! Pienso que muy bien me cambiaría por él, o más bien cambiaría mi rodilla derecha “artroprotésica” por una de las suyas, puesto que deben ser de acero por dentro con músculos de un equilibrista.          
   A eso de las doce me llegó la hora fatídica, la hora en que medió un mareo y caí al suelo como un trompo cuando se le acaba la fuerza. Un viandante tuvo la vehemencia de llamar a una ambulancia, que se presentó en cinco minutos. Me había quedado bloqueado como si no me pudiera mover. Me tomaron la tensión la tenía 5 por 8, muy baja para mí, habían sido 2 pastillas contra  la tensión alta. Me llevaron a Vistahermosa, me hicieron análisis de sangre y todo estaba bien. Y así es la vida te caes y te puedes levantar o no te puedes levantar. Vi la muerta cerca.
Alicante, 31de julio de 2013.
Ramon Fernández Palmeral