Blas de Lezo, el almirante español cojo, manco y tuerto que venció a Inglaterra
Día 25/07/2014 - 15.42h
Este marino consiguió resistir el ataque de la segunda flota más grande de la historia (195 buques) con sólo seis navíos en Cartagena de Indias
JAVIER TORRES
Cojo, manco, y tuerto
Blas de Lezo Olavarrieta nació en Pasajes, Guipúzcoa,
el 3 de febrero de 1687, aunque aún existe controversia sobre el lugar y
el año en que vino al mundo. «Las fuentes son confusas y señalan otro
lugar posible de nacimiento y otra fecha dos años posterior, pero en lo
que no hay duda es que es un marinero vasco que se convirtió en uno de
los más grandes estrategas de la Armada española en toda su historia»
determina Jesús María Ruiz Vidondo, doctor en historia militar, colaborador del GEES (Grupo de Estudios Estratégicos) y profesor del instituto de educación secundaria Elortzibar.
Su carrera militar empezó en 1704,
siendo todavía un adolescente. En aquellos años, en España se sucedía
una guerra entre la dinastía de los Austrias y Borbones por conseguir la
corona tras la muerte del rey Carlos II, sin descendencia. «Blas de
Lezo había estudiado en Francia cuando esta era aliada de España en la
Guerra de Sucesión. Tenía 17 años cuando se enroló de guardiamarina al servicio de la escuadra francesa al mando del conde de Toulouse», destaca el historiador.
Ese mismo año se quedaría cojo. «La pierna la perdió en la batalla naval de Vélez-Málaga, la más importante de la Guerra de Sucesión 24 de octubre de 1704, en la que se enfrentaron
las escuadras anglo-holandesa y la franco-española» afirma Vidondo. «Fue
una dura batalla en la que una bala de cañón se llevó la pierna izquierda de Blas de Lezo, pero él continuó en su puesto de combate. Después se le tuvo que amputar, sin anestesia, el miembro por debajo de la rodilla. Cuentan las crónicas que el muchacho no profirió un lamento durante la operación», cuenta Vidondo.
La pierna la perdió debido a una bala de cañón
El ojo lo perdió dos años más tarde,
en la misma guerra, en la fortaleza de Santa Catalina de Tolón mientras
luchaba contra las tropas del príncipe Eugenio de Saboya. «En esta
acción y tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla se le alojó en su ojo izquierdo, que explotó en el acto.
Perdió así para siempre la vista del mismo, pero quiso continuar en el
servicio y no abandonarlo» determina Vidondo. Sin duda la suerte no
estaba de su lado, pero Lezo siguió adelante.
Finalmente, cuando tenía 26 años, el destino volvió a ser
esquivo con este marino. «La Guerra de Sucesión había prácticamente
finalizado en julio de 1713 con la firma de la paz con Gran Bretaña,
pero Cataluña seguía en armas por los partidarios de la casa de Austria.
El marino participó en varios combates y bombardeos a la plaza de
Barcelona. En uno de ellos, el 11 de septiembre de 1714, se
acercó demasiado a las defensas enemigas y recibió un balazo de
mosquete en el antebrazo derecho que le rompió varios tendones y le dejó
manco para toda su vida», determina el experto. Así, y tras quedarse cojo, tuerto y sin mano, Blas de Lezo pasó a ser conocido como el «Almirante Patapalo» o el «Mediohombre». Su leyenda había comenzado.
Hazañas iniciales
Una vez finalizada la Guerra de Sucesión, Lezo se destacó
por su servicio a España. Una de sus misiones más destacadas fue la que
realizó en 1720 a bordo del galeón «Lanfranco».
«Se le integró en una escuadra hispano-francesa al mando de Bartolomé
de Urdazi con el cometido de acabar con los corsarios y piratas de los
llamados Mares del Sur (Perú)», sentencia el historiador.
«Sus primeras operaciones fueron contra el corsario inglés John Clipperton.
Éste logró evitarles y huir hacia Asia, donde fue capturado y
ejecutado», finaliza el doctor en historia militar. Por esta y otras
hazañas, el rey ascendió al «Almirante Patapalo» a teniente general en 1734. Sin embargo, su misión más difícil llegó cuando fue enviado a Cartagena de Indias (Colombia) como comandante general.
El mayor reto de Lezo
El mayor desafío de Blas de Lezo se sucedió sin duda en
Colombia, donde tuvo que defender Cartagena de Indias (el centro del
comercio americano y donde confluían las riquezas de las colonias
españolas) de los ingleses, ansiosos de conquistar el territorio. En
este caso, los británicos aprovecharon una afrenta a su imperio para intentar tomar la ciudad.
El pretexto fue el asalto a un buque británico. «En este contexto se produjo en 1738 la comparecencia de Robert Jenkins ante la Cámara de los Comunes, un contrabandista británico cuyo barco, el Rebecca,
había sido apresado en abril de 1731 por un guarda costas español, que
le confiscó su carga. La oposición parlamentaria y posteriormente la
opinión pública sancionaron los incidentes como una ofensa al honor
nacional», determina Vidondo. La excusa perfecta había llegado y se
declaró la guerra a España.
Los preparativos se iniciaron, y los ingleses no escatimaron en gastos. «Para vengar la oreja de Jenkins Inglaterra armó toda una formidable flota jamás vista en la historia (a
excepción de la utilizada en el desembarco de Normandía), al mando del
Almirante inglés Edward Vernon. La armada estaba formada por 195 navíos, 3.000 cañones y unos 25.000 ingleses apoyados por 4.000 milicianos más de los EEUU, mandados éstos por Lawrence, hermanastro del Presidente Washington», afirma el experto en historia militar.
Los ingleses contaba con 195 navíos, 3.000 cañones y unos 25.000 ingleses
Pero, lo que tenía a su favor el «Almirante Patapalo» era
un terreno que podía ser utilizado por un gran estratega como él. Y es
que la entrada por mar a Cartagena de Indias sólo se podía llevar a cabo
mediante dos estrechos accesos, conocidos como «bocachica» y «bocagrande». El primero, estaba defendido por dos fuertes (el de San Luis y el de San José) y el segundo por cuatro fuertes y un castillo (el de San Sebastián, el de Santa Cruz, el del Manzanillo, el de Santiago -el más alejado- y el castillo de San Felipe).
Lezo se preparó para la defensa, situó varios de sus buques en las dos entradas a las bahías y dio órdenes de que, en el caso de que se vieran superados, fueran hundidos para que no fueran apresados y para que sus restos impidieran la entrada de los navíos ingleses hasta Cartagena de Indias. La guerra había comenzado y el «Mediohombre» se preparó para la defensa.
Comienza la batalla
«El 13 de marzo de 1741 apareció la mayor flota de guerra
que jamás surcara los mares hasta el desembarco de Normandía. Para el
día 15 toda la armada enemiga se había desplegado en plan de cerco. Al
comienzo se notó la superioridad británica y fáciles acciones les
permitieron adueñarse de los alrededores de la ciudad fortificada»,
afirma Vidondo.
«La batalla comenzó en el mar. Tras comprobar que no podían acceder a la bahía, los ingleses comenzaron un bombardeo incesante contra los fuertes del puerto. Blas de Lezo apoyaba a los defensores con la artillería de sus navíos, que había colocado lo suficientemente cerca. Usaba bolas encadenadas, entre otras artimañas, para inutilizar los barcos ingleses», narra el historiador.
Lezo incendió sus buques para obstaculizar la entrada de los ingleses
El ímpetu del ataque obligó al español a tomar una decisión dura: «Lezo incendió sus buques para obstruir el canal navegable de Bocachica, aunque el Galicia no prendió fuego a tiempo. Sin embargo, logró retrasar el avance inglés de forma considerable.
Blas de Lezo decidió dar la orden de replegarse ante la superioridad
ofensiva y la cantidad de bajas españolas», afirma Vidondo.
A su vez, en Bocagrande se siguió la misma táctica y se hundieron los dos únicos navíos que quedaban (el Dragón y el Conquistador) para dificultar la entrada del enemigo. «El sacrificio resultó en vano, pues los ingleses remolcaron el casco de uno de ellos antes de que se hundiera para restablecer el paso y desembarcaron»,
sentencia el experto. Las posiciones habían sido perdidas y los
españoles se defendían en el fuerte de San Sebastián y Manzanillo.
Además, como último baluarte, se encontraba el castillo de San Felipe.
Vernon se cree vencedor
Los ingleses habían conseguido acabar con varias fortalezas
y asentarse en las bahías de Cartagena de Indias tras pasar los
obstáculos puestos por los españoles. Sin duda, sentían la victoria
cerca. «Vernon entró entonces triunfante en la bahía con su buque
Almirante con las banderas desplegadas dando la batalla por ganada», narra el historiador.
Vernon envió en ese momento una corbeta a Inglaterra con un mensaje en el que anunciaba su gran victoria sobre los españoles. La noticia fue recibida con grandes festejos entre la población y, debido al júbilo, se mandó acuñar una moneda conmemorativa para recordar la gran victoria. En ella, se podía leer «El orgullo español humillado por Vernon» y. además, se apreciaba un grabado de Blas de Lezo arrodillado frente al inglés.
La victoria del «Mediohombre»
Vernon estaba decidido, la hora de la victoria había
llegado. Por ello, quiso darle el broche final tomando el símbolo de la
resistencia española: el castillo de San Felipe, donde resistían únicamente seis centenares de soldados,
según cuenta el historiador. Sin embargo, el asalto desde el frente era
un suicidio, por lo que el inglés se decidió a dar la vuelta a la
fortaleza y asaltar por la espalda a los españoles. «Para ello
atravesaron la selva, lo que provocó la muerte por enfermedad de cientos
de soldados, pero al fin llegaron y Vernon ordenó el ataque», sentencia
Vidondo.
Según narra el doctor en historia, el
primer asalto inglés se hizo contra una entrada de la fortaleza y se
saldó con la muerte de aproximadamente 1.500 soldados a manos de los 600
españoles que consiguieron resistir y defender su posición a
pesar de la inferioridad numérica. Tras este ataque inicial, Vernon se
desesperó ante la posibilidad de perder una batalla que parecía hasta
hace pocas horas ganada de antemano. Finalmente, y en términos de
Vidondo, el oficial ordenó una nueva embestida, aunque esta vez planeó que sus soldados usarían escalas para poder atacar directamente las murallas.
En la noche del 19 de abril los ingleses se organizaron en
tres grupos para atacar San Felipe. «En frente de la formación iban los
esclavos jamaicanos armados con un machete», explica el doctor en
historia. Sin embargo, los asaltantes se llevaron una gran sorpresa: las escalas no eran lo suficientemente largas para alcanzar la parte superior de las murallas. «El ‘Almirante Patapalo’ había ordenado cavar un foso cerca de los muros para aumentar su altura y evitar el asalto»,
determina Vidondo. Los españoles aprovecharon entonces y acabaron con
cientos de ingleses. La batalla acababa de dar un giro inesperado debido
al ingenio de un solo hombre, o más bien, «Mediohombre».
Tras la derrota, Vernon maldijo a Lezo mientras huía
Después de esa batalla, se sucedieron una serie de intentos
por parte de los ingleses de conquistar la plaza fuerte, pero fueron
rechazados. «Vernon se retiró a sus barcos y ordenó un bombardeo masivo
sobre la ciudad durante casi un mes, pero no sirvió de nada», determina
el experto.
Finalmente, Vernon abandonó las aguas de Cartagena de Indias con, según los datos oficiales, unos 5.000 ingleses muertos. Sin embargo, según determina Vidondo, es difícil creer que la cifra sea tan baja,
ya que el oficial tuvo que hundir varios navíos en su huída debido a
que no tenía suficiente tripulación para manejarlos y no quería que
cayesen en manos españolas. «Cada barco parecía un hospital», afirma el
historiador.
De hecho, y según cuenta la leyenda, Vernon sentía tanto
odio hacia el «Mediohombre» que, mientras se alejaba junto a su flota de
vuelta a Inglaterra, gritó a los vientos «God damn you, Lezo!» (¡Que Dios te maldiga, Lezo!). Podía maldecir todo lo que quisiera, pero había sido derrotado.
La mentira del inglés
Además, según determina Vidondo, a Vernon todavía le
quedaba un último mal trago: informar en Inglaterra de que la había
perdido la batalla. Al llegar a su tierra, sin embargo, parece que no
tuvo valor para dar a conocer la noticia públicamente, por lo que fue
pasando el tiempo hasta que, finalmente, sus compatriotas descubrieron el engaño.
Cuando salió a la luz, la vergüenza fue tan arrolladora para el país
que se tomaron medidas más drásticas para acallar la gran derrota: «El rey Jorge II prohibió todo tipo de publicación sobre la batalla», finaliza Vidondo.