JOSEFA PAREDES
Era un hombre frío, duro y básicamente imbécil. Eso pensaba Byron de él.
Tan frío y de corazón tan duro como los acantilados escoceses donde
nació. Y tan listo como para llevarse la mitad del Partenón a Gran
Bretaña con la idea de decorar una magnífica mansión y regalársela a una
mujer que después le abandonó. Ni siquiera a Byron le pareció
romántico. Sólo un ególatra estúpido que pasó a la Historia por robar
-salvar, dicen algunos ingleses- el mayor tesoro arquitectónico de la
Grecia clásica.
Byron se declaró enemigo de aquel hombre. Se llamaba Thomas Bruce, nació
en 1766 y a los cinco años ya era conde de Elgin. Su título nobiliario
sigue dando nombre a la colección de «mármoles» que se exhibe desde hace
casi 200 años en el Museo Británico de Londres.Allí siguen, pese a las
recomendaciones de la Unesco, la Unión Europea y las reiteradas
exigencias del Gobierno griego. Tan fuera de lugar como un pulpo en un
garaje. Un garaje muy caro, perfectamente climatizado, protegido de la
contaminación y los vientos del Egeo.
Elgin, en 1795, era diplomático de carrera. Tenía 29 años, mucho dinero y
aún más ambición. También tenía una novia de 21 y un amigo arquitecto,
Thomas Harrison. Y fue él, se supone, quien le convenció de que el
estilo clásico era el único adecuado para la residencia de un caballero
de su posición. Cuatro años después, el precoz conde fue nombrado
embajador de Reino Unido ante el Imperio Otomano. Y el arquitecto vio su
oportunidad: «Hay que llevarse Grecia a Escocia».
En teoría, era una metáfora. Los historiadores más benévolos con Elgin y
su arquitecto creen que lo que el uno dijo y el otro entendió fue
simplemente que tenían delante la oportunidad de acceder a los mayores
tesoros del arte clásico: dibujarlos, copiarlos, modelarlos y
reproducirlos. Cuándo, cómo, y sobre todo quién fue el primero en
cambiar de idea y decidió arramblar con todo es un asunto más
complicado. Los cómplices: toda una banda incluida la mujer de Elgin, un
pintor italiano y un clérigo anglicano.
En cualquier caso, si no fue Elgin quien tuvo la idea, estuvo más que de
acuerdo. Cuando él y su mujer viajaron a Constantinopla para presentar
sus credenciales hicieron escala en Nápoles y reclutaron a Giovanni
Lusieri, pintor de paisajes. El italiano y un asistente personal de
Elgin se quedaron en Atenas, con el único encargo, supuestamente, de
formar un equipo que midiera minuciosamente cada monumento, hiciera
moldes y dibujara, explica el historiador Rusell Chamberlin.
La Acrópolis era entonces una fortaleza militar turca. El Disdar, su
gobernador, negó la entrada al equipo de Elgin. [Salvado del expolio turco] La codicia se vence con
el soborno: cinco libras diarias y asunto resuelto.Sin embargo, no les
dejaron instalar ni un andamio. Un año después, los agentes de Elgin
sólo habían copiado las esculturas que estaban a nivel del suelo.
Y ahí es donde entra la Iglesia. Philip Hunt, el capellán anglicano de
la embajada británica en Constantinopla, viajó a Grecia y no podía creer
que el equipo estuviera progresando tan poco.Hunt era, según
Chamberlin, el auténtico loco de las antigüedades que no se conformaba
con dibujos y moldes. Quería las cosas.Así que escribió a Elgin para que
consiguiese una autorización más amplia. El conde vivía entonces el
mejor momento de su carrera.Los turcos no les negaban nada a los
ingleses, aliados suyos en la guerra contra Francia, porque dependían de
su flota. Y el embajador británico era sistemáticamente cubierto de
honores en Constantinopla. Su vanidad era halagada sin descanso, y su
ego y su ambición crecían al mismo ritmo. Sin más obstáculos, pidió la
autorización y se la dieron. Levantar unos andamios y llevarse unas
piedras era el capricho sin importancia, pensaron, de un inglés algo
excéntrico, con el que había que llevarse bien.
A ese supuesto permiso se agarran los responsables de Museo Británico
para asegurar que los «mármoles» no fueron robados. Pero la auténtica
autorización, de 1801, no existe. Sólo se conserva una traducción
italiana posterior que les permitía llevarse «qualche» pedazo de piedra,
incluso con inscripciones y figuras. Y «qualche» puede ser traducido al
inglés como «algún» o como «cualquier». Así que, por exceso, más de 300
trabajadores comenzaron a desmantelar el friso sin ningún tipo de
traba. Sólo en eso tardaron más de un año.
Lord Elgin escribió a su pintor napolitano en 1801: «Los planes para mi
casa en Escocia deberían resultarle familiares [...].El hall estará
adornado con columnas. [...] Mucho mejor si hubiera dos columnas de cada
clase. En cualquier caso, desearía recoger la mayor cantidad de mármol
posible... Tengo otros lugares en mi casa donde lo necesitaré...»
Para la magnífica villa escocesa nada era suficiente. Carta de Lord
Elgin a Lusieri en 1802: «Lo primero en la lista son las metopas, los
bajorrelieves y los restos de las estatuas que puedan ser encontrados
todavía, en particular las figuras del frontón del Partenón -al menos la
figura del hombre- y tantas metopas como pueda conseguir. Le ruego, por
tanto, que embarque algunas».
Los trabajos empezaron a agilizarse. «Tengo, señor, el placer de
anunciarle la posesión de la octava metopa, esa donde hay un centauro
llevándose a una mujer. Esta pieza ha causado muchos problemas y me he
visto obligado a ser un poco bárbaro», informó el pintor.
Él mismo dejó descrita su barbarie: «La pieza central del friso este no
fue bien aserrada, y siendo un poco débil en el medio, se partió en el
transporte [...]. Felizmente se rompió por el medio y en línea recta,
así que el accidente nos ha ayudado a transportarla y ponerla a bordo». Y
sigue. «También tomaré un capitel del Partenón, pero es necesario
aserrarlo en dos [...].Tres capiteles, uno dórico del estilo más
temprano y dos corintios, están en el almacén». Lusieri, además, le pide
material: «Envíe una docena de sierras de mármol a Atenas, tan
rápidamente como sea posible. Necesitaría tres o cuatro de 20 pies de
longitud para aserrar un gran bajorrelieve (la pieza central del friso
este) que no podremos transportar a menos que reduzcamos su peso».
SIN MARMOL PARA EL BAÑO
El mármol embarcó, pero nunca llegó al cuarto de baño de Elgin.Para
transportarlo todo hicieron falta 33 viajes en barcos de guerra
ingleses. Diecisiete, sólo para las esculturas.
Mientras trabajaban a sus órdenes, Elgin no se dignó -o no se atrevió- a
visitar Atenas. No vio ni una sola de las piezas que habían sido
desmanteladas y embaladas para él. Sólo apareció por allí en la
primavera de 1802. Urgió a los trabajadores para que fueran más deprisa,
dejó a su equipo dinero suficiente para los sobornos y se fue con su
mujer a visitar otros lugares de Grecia susceptibles de ser saqueados.
El año siguiente los franceses le hicieron prisionero, y le mantuvieron
retenido tres años. Mientras, los primeros 65 arcones con las piezas del
Partenón [de Antenas de Fidias] llegaron a Inglaterra y se pasaron todo ese tiempo criando
polvo en la aduana. Cuando el conde fue liberado y llegó a casa en 1806,
su botín estaba desperdigado entre un montón de puertos británicos y
los trasteros de sus amigos, que le urgían a que se llevase aquellos
mamotretos. Y más tópico imposible. Durante su cautiverio, su mujer le
dejó por su mejor amigo. El divorcio fue un escándalo colosal que
arruinó su carrera.La gesta con la que él creía que ganaría honor y fama
le creaba enemigos en su propia casa. La Sociedad de Diletantes
londinense, colmo del esnobismo, le condenó, no por ladrón sino por su
«mal gusto». Byron empezó a humillarle por escrito y 12 de las cajas del
tesoro se hundieron con el barco que las transportaba junto a la isla
de Cerigo, cerca de Corfú. Recuperarlas le costó dos años y miles de
libras.
Para entonces, hacía tiempo que había dejado atrás la idea de montar su
particular Partenón escocés. En su lugar, construyó un cobertizo en su
casa de Park Lane, junto a Picadilly, para guardarlas y tratar de
ganarse el favor de los artistas a los que invitaba. Arruinado, tuvo que
mudarse y los dioses griegos acabaron en una carbonera, hasta que el
Gobierno compró el tesoro, en 1816, por 35.000 libras.
Lord Byron nunca perdonó al hombre de «mente estéril». «Ciegos están los
ojos que no derramen lágrimas» por los dioses desterrados, escribió. Y
los dioses, como se sabe, odian el mal tiempo inglés.
LAS CLAVES
EL BOTIN
La mitad. Elgin y los suyos se llevaron 15 metopas, 56 relieves del
friso principal, 19 esculturas importantes y varias columnas.En total,
la mitad de la decoración del Partenón, decenas de piezas de la
estructura y cientos de vasos y otros objetos de la Acrópolis ateniense.
LOS TESTIGOS
Destrozos. «He visto una maravillosa escultura [...] pero al acarrearla
parte de la estructura se hundió y las voluminosas piezas de mármol se
derrumbaron ruidosamente, dispersando sus fragmentos entre las ruinas»,
relata un testigo inglés en 1800.
LA ESPOSA FIEL
Mary Nisbet. La rica, ingeniosa y encantadora heredera escocesa tuvo,
dicen, un papel decisivo. Se le atribuye haber conseguido el permiso de
los turcos. También se dice que convenció a un capitán para que
desobedeciera al almirante Nelson y embarcase el botín.
LA «LIMPIEZA»
Con «estropajo». El cuidado de la colección es extremo, pero no siempre
fue así. Entre 1937 y 1938, los conservadores del Museo Británico
«blanquearon» los mármoles con cepillos de púas de metal y abrasivos.
Los responsables fueron expedientados.
EL PRECIO
Polémica. El British se aferra a que Inglaterra pagó por los frisos.Pero
no a los griegos, sino a Elgin. El conde se gastó 51.000 libras en
sobornos, sueldos y rescates submarinos. Y pidió al Gobierno 74.000.
Tras deliberar ocho días, el Parlamento decidió darle sólo 35.000.
LA EXPOSICION
Encuestas. Siete de cada 10 británicos se declaran a favor de devolver
el tesoro. Grecia ha invertido 43 millones de euros en crear el Museo de
la Acrópolis para albergar las piezas. De momento han logrado sólo que
Londres ceda algunas de ellas, que exponen hasta octubre. | | | |
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