sábado, 3 de mayo de 2014

En los extramuros de la ciudad



Por Ramón Fernández Palmeral

Una vez lo vi detrás de mí por el espejo del cuarto de aseo, era un ser de mi estatura, piel escamosa y cabeza de dinosaurio.  Me llevé un susto de muerte y huí del apartamento, al bajar por la escalera vi a mi amiga hablar con dos enfermeros de la clinica universitaria, sospeché que venían a cazar el dinosaurio invisible pero que dejaba huellas de su existencia.  Cuando en el portal llamé a mi amiga, los dos enfermeros vinieran directamente a por mí, me cogieron de los brazos sin darme explicaciones y me metieron en una ambulancia, odiaba a mi amiga, y sospeché que ella colaboraba con la clínica, a la que yo no podía regresar. ¿Cómo librarme de ellos, si no habla duda de que mi sangre era un arma nueva, un arma letal deseada por cualquier gobierno, por una vez iba a utilizar ese arma en mi beneficio para escapar de la ambulancia antes de que me pusieran camisa de fuerza.
Me mordí en el canto de la mano para absorber ese liquido monstruoso color whisky y comprobar su sabor, una simple gota me dejó dormida la boca con una sabor amargo indescriptible, escupí en un estornuda que espurre6 toda la ambulancia. y empecé a escuchar el ta-ta~ta metálica de mordiscos al aire de dentaduras postizas que daban bocados, luego empezaron a moverse y a atacar a todo lo que encontraba a su alcance, como pirañas mordieron al enfermera y al conductor que se vio obligado a detener la ambulancia, a los botes de suero, las asientos, mis zapatos, hasta que salga de la ambulancia, mientras las dentaduras postizas mordían todo como si tuvieran vida propia, al principio eran dentaduras humanas luego de tiburones, de toda clase de animales.  La ciudad se había llenado de fieras, todas las gentes eran fieras de una selva evacuada, la selva de la ciudad, y yo era el único ser humano entre ellas.
No sabia donde esconderme, cada taxi lo conducía un jaguar, el Ketro lo ocupaban manos colgados de las barras sujetadoras o ulanzabuses", los autobuses los conducían Draguntanes e iban llenos de Thelémacos que asoman sus cuellos de pértigas por las ventanillas, cada coche la conduce un tigre, en los bancos de los parques rugen los elefantes e "hipopótamos" celosas con sus crias, jamás como en aquella ocasión deseé tanto ser una fiera.
Aparecí en el extramuros de la ciudad, en las chabolas, cuyas paredes estaban formadas por muros de libros amontonados, los tejados forrados por hojas sueltas de incunables, la Biblia de Gutemberg, Betato de Liábana, manuscritos todos llenos de bestias monstruosos de la imaginación medieval, y nada de esta encontraba explicación, en una chabola salió una mujer con bata blanca parecía mi amiga a la cual yo creía en mi apartamento, en la mano me enseñaba un folio con un dibujo que era una pirámide egipcia y sobre ella un gota de sangre, todo ella podía tener explicaciones a mi Irrealidad, a mi fantasía a los efectos de algún alucinógeno a medicamento, presagié una advertencia como que la próxima gota de sangre se yo derramara se convertirla en pirámide en un inmenso pisapapeles aplastando ciudades, coma meteoritos sobre los mares, bombardeando el planeta desde el espacio.  Ni amiga enfermera no decía una palabras se ocultaba el rostro con el perfil que tenía la pirámides, no me decía nada, me Indicaba la pirámide que venían del cielo como proyectil y la gota de sangre encima...
De vuelta a los extramuros de la ciudad, el moustruo no se separaba de mí, tras mucho tiempo, me di cuenta que el moustruo era un espejo de mí mismo, así de horrible era yo por dentro, puesto que el temor al dolor se fue haciendo más grande en mi mismo. A veces nosotros mismos no creamos moustruos que se hacen grande por el miedo al dolor que nunca es insoportable. Pido que el dolor no me impida ser feliz. Se puede ser feliz con dolor.
Fue cuando decidí marcar al mounstrio invisible con un sparay de color rojo en el pecho. Al día siguiente cuando me fui a duchar me dic cuenta que la pintura spray roja la tenñia yo en el pecho.

Alicante, 3 de mayo 2014