Dos de
Febrero (desde la Isla de Ogigia...)
22
-¿Guapo, quieres que echemos
un polvo?
Aun recuerdo esta pregunta de una puta callejera en Málaga.
-¿Un francés… hazme lo que tú
quieras?
…………………….
Pensar en algo. Debo pensar en algo diferente al dolor para no
sentir dolor. No dormir. No dormir para no dejarme de vigilar. Dejarme pisar.
No dormir. Dejarme arrastrar. Dejarme quemar vivo en hogueras medievales en un
auto de fe. Oler la defecaciones de estos horribles sueños. Dejadme orinar en
mitad de la noche. En mitad de mis sueños falibles. Dejadme morir como el gallego
tetraplégico de Rigoelberto Sampedro: una cabeza pegada a un cuerpo
muerto. Me duele todo el cuerpo. Penar en algo mortífero. los gritos me salen
solos. Huir, viajar, quiero viajar,
marcharme de mí mismo, porque me odio cada día más hasta pienso algunas veces
en el suicidio. Abandonar mi cuerpo, recipiente de basura, vengan a por
mí, personajes resucitados, con toda sus
corazas, de la Iliada, de la Odisea, de Amadis de Gaula, Guardianes de la
guerra de la galaxias, de submarinos nucleares con mísiles atómicos. Guardianes de mi celda. El fantasma o el
ectoplasma de una enfermera llamada Manuela, que asesiné como quien estrangula
un ave, me persigue. La veo por portas parte, en las páginas de los libros, en
la ventana mirando y sonriendo. Tal vez sea la mensajera de tantas mujeres a
las que maté o poseí brutalmente o pegué como ocurrió con Juani, por aquel
motivo del robo de la cartera a un cliente.
Pensar en algo y, luego, desear la vigilia.
No dormir. No dormir nunca, en cuanto me derrote el sueño entran a por mí los
héroes de la Iliada y me llevan a donde no quiero, a luchar entre las sombras
antropófagas que te engullen en esos pantanos de fangos donde los hombres son
odres deformes llenos de arcilla líquida, donde de pronto se hacen gigantes y
yo, diminuto e insecto, o al revés, me contraigo en puro dolor. Acaso tengo que dominar el cepo de mis ojos
traidores, los párpados cortantes de la noche, el pelo de los párpados como
antenas de una llamada extraterrestre, la capa de los pelos de los párpados
lagañosos, los ozuelos en el borde mismo del párpado enrojecido por la falta de
sueño Los ojos me escuecen como si
estuvieran hirviéndome en una olla de azufre. Sobre la mesita de mi cuarto veo
cómo saltan alegres folios en blanco convertido en guerreros efímeros pajaritas
como caballos de Troya, por el arte de la papiroflexia y veo como se van
multiplicando y armando y agigantándose, si resisten a mis manotazos. ¡So
besugo, fuera de aquí..! Barquitos de
vela que se van a la mar con su tripulantes
odiseos, argonautas de un mar de madera, los folios se arrugan solos en
un arte de papiroflexia fantástico, dudo
entre la realidad y los sueños, entre mis fantasías desbordante de deseo. En el exterior se enciendes las farolas del
jardín de este local de locos, luz amarillenta que deja paso a la noche que nos
visitará como si no se acordará de la pasada noche, farolas que relevan a los
árboles en la vigilancia del jardín para que se dediquen a la labor de
oxigenarnos.
Pensar en algo y escapar de aquí. En el techo, que no es bóveda celestial ni
completamente rectangular, sino más bien en forma trapezoidal, aplastoidal, protejoidal, se centra el sangriento ojo de una lámpara
llorosa de luz, menguada de luz, en realidad es la cabeza de un espía electrónico
que me vigila, siempre vigilante, siempre sabe que estoy aquí, siempre son las
24 horas del día y de la noche. En
frente de mí, la nariz de un interruptor que le guiña a la luz y nunca se mueve
de su esquina, objeto blanco preso en la pared.
Fuera, en el corredor, se
escuchan pasos, tacones de gente que no deja de pasar, son el tic-tac de un
despertador de pasillo. El pasillo
guarda seis habitaciones de aislamiento, no sé quienes las ocupan ni me
interesa: A lo mejor son dioses con el encargo de escuchar el latir de mi
pensamiento.
Pensar en algo para no vivir en el presente
climático. El prisionero no se puede
morir, el prisionero no se puede dormir
en la comodidad de las sombras de este pozo de silencio amaestrado. Yo y mi enfermedad, vamos caminando juntos
por camino de dolor y de sufrimiento.
Salgo levitando por la ventana de mi celda, apenas sin hacer ruido,
suavemente, sin despertarme siquiera, desoyendo el desglose de los días y de la
noche, ese instante que es jurisdicción
del sol, burlando la vigilancia de la bombilla, ya estoy fuera, en el jardín
ocupado ya por la noche y una luces amarillas mercuriales de farolas que como
lanzas protegen a los árboles, a los tejos, a los geranios nocturnos, a la dama
del rocío, que llegará helándonos con sus manitas gélidas como si al
acariciarla nos fuéramos con el frío de la inmortalidad. No me alejo mucho del jardín de psiquiátrico,
mi peso es el aire y voy de acá para allá
sobre dos metros del suelo, sin molestar a la noche ni al silencio.
Pensar en algo. Escribir. Fugarme de vez en
cuando. Hago un último esfuerzo por no acostumbrarme a la irrealidad, por
abandonar las alucinaciones. Ahora mismo no sé si estoy aquí o en mi turbulento
pasado sobre el algarrobo de Isla Ogigia donde mi abuelo me engañó con los
piñones dulces como la miel para que bajara al castigo de sus menos recias
marcadas por el tatuaje del trabajo. No
iré a Barranco Moreno esta noche ni
mataré cabras monteses con la lanza del abuelo, no mataré a nadie. “¿Sabes por qué se asustan de ti las
mariposas?”, sentenciaba mi abuelo, “porque eres malo y feo por dentro, la
mariposas saben cuando un niño es bueno”.
Pensar en algo. Para no estar aquí conmigo. No dormir para no ser sacado de la habitación
a media noche por loe enfermeros que vienen a mi celda, para llevarme a los
laboratorios donde me harán pruebas. No
tomar más pastillas para dormir, para no ser capturado en el sueño de los
Molinos de Viento, en el sueño de otro sueño de caer por el abismo hacia los
dedos presa de una armadura medieval, dedos armadillo de las armaduras
medievales. No dormir para no volver a
Alemania. No dormir para no tener un
mano muerta y lenta para escribir, lenta en la ausencia de la idea. No dormir para no ver mi sangre cómo se
congela y se pone azul y todas mis venas se me revelan contra mí y se me salen
del cuerpo a trenzar cestos, venas como víboras reliadas en mi cuello, duras
como red de alambrada, puede verme dentro de un capullo de alambradas. No dormir para no asfixiarme. No dormir para
que algún coño metafórico en el poemario de Juan Manuel de Parada me asfixie
con su melena de estropajo de aluminio o níquel. No dormir...
Pensar en algo venenoso y mortal al instante. ¿Cuándo morimos , a dónde nos
llevan?, quizá la incertidumbre de no saber cuándo salir de quí, qué pasará
mañana, me haga sentir preocupación por un pronto morir. Quizás resucitamos, nos reencarnamos, nos
metamorfoseamos en aire, o salimos a flote de una oscuridad total. Lo que me pregunto, es si mi delirio es
consecuencia de una incertidumbre constante. Lo que quiero preguntarme es cómo
se da de comer al aire, tomar oxígeno, oxigenarme, un poco, tan poco, tantos
pocos..., (abanicoxigenar, alimentoaire) a tanto ser vivo ¿respiran los
muertos?. Vuando muera, que sea pronto,
no me gustaría ser león , ni tigre, ni lobo, ni millonario, sin guapo, sino
aire, quiero ser aire. ¿Quién puede encerrar al aire, volver loco al aire,
abusar del aire, humillar al aire..? El
aire se cuela por todas partes, viaja veloz como el huracán o el ciclón, es
anónimo, es tremendo, es vida, es la incertidumbre del aire. Lo lamentable es creer lo que me sospecho,
que morimos y se acabó, no hay nade después de la muerte, y esa incertidumbre
te hace crear o imaginar nuevas formas de vida más allá de la muerte.
Pensar en algo. No dormir. Volar, solo volar en el aire.
Pelearme con el aire de sotavento cuerpo a cuerpo con el mar de las batallas,
el mar de los tiranos, caballos blancos de espuma, vienen caballos de ilusión
blanca hacia mi lengua de arena, en la orilla de mi seguridad. Dios Morfeo, atente a mis deseos, y te
llevaré a tu seno una ciudad despierta, una ciudad moderna con ordenadores y
hormiguitas que parecen letras. Las
ciudades del insomnio, invadidas por nuevos truco con carrozas de dieciséis
caballos, naves de dieciséis válvulas, caballos de dieciséis remos, portafolios
de ocho cilindros, cortaplumas con filo de Toledo. Vulcano ha desembarcado su fragua de cien mil
fuegos y martillos de cien botones, máquinas de asar bronce y de comerse a los
hombres robotizados, androides sin cabeza.
Pensar en algo nuevo, que, corre que te corre, no esté fundido en mi memoria de los
vientos, algo nuevo e “in-con-intra” sustancial, algo que me haga volver a la ilusión no
recobrada, y el buen sentido, recobrar mi libertad, la de antes de nacer, la de
no haber sido, la de no haber cometido asesinatos, la de las oportunidades
nuevas. ¿en qué lugar esperamos el
nacer?, en el mismo lugar inexistente que después de infra-morir, porque es consecuencia de la vida, son
vacaciones desde la muerte. Facilidad
para irme con el personaje, con Luis de Villena y su mariconadas de amigos
raros como Orcar Wulde, el genio sin una libra para gastar, acabó en el cárcel
por inmoral, la moralidad de lo normal, colgados deberían de estar todos los
gays del mundo. Lo mismo que dieron, contra mi voluntad, por delante que por
detrás, métele todo, todo los caramelos en el bolsillo, métele todo el paquete,
por eso, estoy seguro de ellos, me consumo en este SIDA que progresa, que aprueba
siempre lo exámenes del mal, peso 65
kilos, y voy perdiendo peso progresivamente.
Pensar en algo como la novela de Juan Goytisolo “Reivindicación del conde don
Julián”, el traidor que abrió la puerta a la invasión árabe en el 711 para
vengarse del rey don Rodrigo por no casarse con Florita, y la leyenda cuenta
que Don Rodrigo fue enterrado vivo con una serpiente que diariamente le
devoraba como a Prometeo encadenado, quien le devoraba era le águila. El
simbolismo del animal que te devora es la culpa de haber actuado mal, mis
devoradores son los personajes de
ficción de la novelas que he leído que, de una forma extraña, se me presentan cada noche.
Continuará...