miércoles, 30 de mayo de 2012

La muerte de Ofelia, novela negra

LA MUERTE DE OFELIA
Por Ramón Fernández Palmeral




ADVERTENCIA PREVIA
El texto no está completo. Los lugares nombrados para situar las diferentes escenas de esta novela corresponden a la realidad de la Costa Blanca. Los personajes, los casos presentados, y cualquier nombre o individuo que pidieran verse retratados corresponden a la coincidencia y la ficción.



Capítulo 1
HARRY, EL EX MADERO

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A la mayoría de las mujeres les encantan los tíos fresa, es decir, ricos en vitamina C, con potente energía concentrada y sean capaces de mantener un empleo fijo de por vida y les dé seguridad. Uno de esos días afortunados de terapia charlatana en los que sometía a mi yo a pruebas extremas de excentricidad y a la vez me convertía en hombre fresa, conocí a una mujer imprevisible, a Claudia, me la presentaron en la inauguración de una exposición de fotografías en el Patronato Municipal de Cultura de la Plaza Quijano 1, desde ese momento, como atraído por una extraña pasión hacia ella, hablé como un modisto de ropa y de regímenes de adelgazamiento, solté una artillería desconocida de acertadas e ingeniosas bromas, incluso para mí mismo, porque aquella mujer no me coartaba y, además, me escuchaba con interés, parecía oírme de verdad, ni yo mismo me reconocía, era como una máquina eléctrica de coser sin parar. Ella me aseguró que le encantaban los niños, por el contrario a mí me daban y me siguen dando pavor los críos, quizás huya de la responsabilidad. O es que no quiero que me quieran, no lo sé muy bien. Claudia acabó contándome su modus vivendi, se había licenciado en Derecho y trabajaba de pasante en un bufete de un famoso abogado en la Explanada de España, además ejercía el turno de oficio en el Colegio de Abogados, y tenía un tercer pluriempleo de administrativo en una fábrica de zapatos en Torrellano, cuatro horas a la semana, es decir ella era lo que se llama una mujer hiperactiva, autónoma, aunque poseía ciertos aires descerebrados feministas de lecturas del Segundo sexo de Simone de Beauvoir, de no casarse con el padre de sus hijos, propio del trasnochado socialismo francés o de alguien a quien le ha costado mucho esfuerzo acabar una carrera como para desperdiciar su tiempo de ama de casa. Nos olvidábamos de nuestros cuerpos uníamos nuestras almas.

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