1.-Simbología secreta de Perito en lunas, con prólogo de José Carlos Rovira
2.-Simbología secreta de El rayo que no cesa, con prólogo de Francisco Esteve
3.-"El hombre acecha" como eje de la poesñias de guerra, con prólogo de Manuel Roberto Leonís
Es inevitable mencionar, antes de comenzar, que nos encontramos en estas tres obras de Ramón Fernández Palmeral con un acercamiento muy especial y novedoso ante la figura de Miguel Hernández. En primer lugar, porque se acerca no desde la perspectiva que pueda adoptar un filólogo o crítico literario, sino desde la de alguien que, amando profundamente la obra hernandiana, intenta rendirle el homenaje que cree que merece. Y en segundo lugar porque, para dar más particularidad a este acercamiento, le aporta su faceta de artista plástico. El resultado son las sugerentes ilustraciones que hace en cada uno de los tres ensayos de las poesías de Miguel Hernández. Todo un “estudio ilustrado” que, en palabras del propio Fernández Palmeral, no intenta sino suscitar interpretaciones inéditas hasta el momento; abrir nuevas vías de investigación y acercamiento a la obra hernandiana. Una nueva forma de encarar su obra poética que destacarán, en los prólogos de dos de los libros, tanto José Carlos Rovira como por Francisco Esteve y Manuel Roberto Leonís.
Procura, en cada una de sus obras, resaltar una faceta bien definida de Miguel Hernández. Así, nos encontraremos con el Miguel que está todavía formando su vocación poética, consolidando los cimientos de lo que será su posterior creación, en Perito en lunas; el Miguel ya plenamente consciente de que, habiendo asentado esos andamios técnicos, está preparado para dar el salto que le lleve a dar rienda suelta a todo su caudal poético, en El rayo que no cesa; o también con un Miguel que, tras el compromiso social y político que tan fuertemente le calara, se encuentra debilitado ante los terribles efectos que la devastadora guerra le ha infringido, en El hombre acecha. Por eso, por recalcar esas tres facetas por separado, hemos pensado que tratándolas unitariamente, obtendremos una visión mucho más completa y conjunta de la figura de su figura. Esta, y no otra, es la razón por la cual hemos intentado realizar este estudio de un modo homogéneo.
Es, sin duda alguna, su estudio sobre Perito en lunas el más completo y cuajado de los tres. Logra plasmar con claridad, en sus representaciones gráficas, el impacto que las 42 octavas reales producen, así como el sinfín de metáforas que generan; siendo este el ensayo en el que las ilustraciones de Palmeral cobran un significado más claro y conciso. A ello también ayuda el hecho de que Perito en lunas es, posiblemente, la obra más visual de todas las de Miguel Hernández, pero también el proyecto más complejo técnicamente de todos en los que se embarcó, por lo que puede llegar a resultar tremendamente críptico si no prestamos la atención debida o no logramos retener con precisión lo que se nos está intentado transmitir.
Desde el Miguel “asalvajado” del principio, al que acaba sometiéndose al “registro noble” de las octavas, analizará cuidadosamente toda la densa simbología que destilan las 42 composiciones (haciendo especial hincapié en la luna, los colores o la higuera, por citar los más significativos). Incluye seguidamente una selección de comentarios a cargo de los que, bajo su punto de vista, son algunos de los más prestigiosos analistas de la obra hernandiana. Así, y en palabras de Arturo del Hoyo, Odón Betanzos, María de Gracia Ifach o Eutimio Martín, entre otros, observaremos como la importancia que Perito en lunas pueda tener dentro del corpus hernandiano sea, quizás, menor de la que realmente merece. Estamos, pues, ante, un libro de referencia y de enorme vigencia también, a pesar de haber transcurrido más de 70 años desde su publicación (una publicación de las que nos dará Palmeral debida cuenta de todos los avatares y vicisitudes en los que se vio envuelta). Lo que deberemos concluir de todas estas opiniones es lo que para el autor es la esencia misma de la obra: la construcción, por parte de Miguel, de esos andamiajes poéticos que mencionábamos al comienzo del texto, en un constante afán de superación para poder sentirse así poeta.
En El rayo que no cesa nos muestra un poeta seguro de sus posibilidades, quedando lejos ya la época de la experimentación poética. Esa confianza a la que nos referimos la plasmará en una poesía amorosa en la que los símbolos del rayo, la muerte, la pena, el amor o el toro cobrarán una importancia inusitada. Establece Fernández Palmeral los precedentes de todo este imaginario poético en Ovidio o Garcilaso de la Vega, en lo que bajo su punto de vista es un intento de acercamiento a la poesía de sus amigos de la generación poética del 27. Y, tras un somero repaso a la similar métrica de la obra (sonetos puros, salvo alguna excepción como la sentida “Elegía” a Ramón Sijé) pasa a centrarse en la controvertida cuestión de la dedicatoria de la obra; es decir, quién es la destinataria de la misma, si la pintora gallega Maruja Mallo, la escritora María Cegarra o Josefina Manresa. A pesar de no decantarse con claridad por ninguna de las tres, si que llega a suponer que pueda tratarse de Maruja Mallo la persona a la que están dirigidos la mayoría de los poemas de la obra.
Tras explicar el significado y sentido de las metáforas que pueblan los versos de la obra, concluirá el estudio con un útil apéndice en el que traza, en seis breves apartados, los datos más significativos de la trayectoria vital de Miguel. Esto no hará sino ayudar a que el lector se forme, de un modo más claro si cabe, una imagen más completa de su figura. Así, repasará desde su infancia y juventud hasta su posterior proceso y muerte, pasando por las tertulias en la panadería-tahona (junto a Sijé y los hermanos Fenoll), sus decisivos viajes a Madrid, la no menos importante visita a Rusia o su faceta como miliciano de las letras y altavoz de la causa republicana.
Ya por último, en El hombre acecha nos encontramos con un acercamiento a la figura de Miguel como poeta de poderosa y prodigiosa capacidad de asimilación, pero también de comunicación que, después del compromiso político, se siente totalmente desarmado y descorazonado ante el sufrimiento que la guerra había causado a su gente, a su país; un sufrimiento que sentía y asumía como propio. Un descenso a una poesía de guerra y compromiso, pero también de desazón vital y fracaso. Recupera, con el fin de ubicar la obra en su contexto más próximo, la trayectoria vital más cercana a la época en la que fue compuesta la obra (1937-1938), así como todos los factores que pudieron incidir en su creación y composición.
Si el ensayo sobre Perito en lunas, por la propia naturaleza de sus poesías, albergaba unas ilustraciones que ambicionaban descifrar el contenido de sus metáforas, nos encontramos en este con imágenes más oscuras y rotundas, propiciadas por esos textos con olor a muerte, hambre, desánimo, dolor y guerra que componen El hombre acecha.
A pesar de que fue el primero de los tres ensayos en ser escrito, lo hemos analizado en último lugar, pues dentro de ese tratamiento homogéneo que hemos intentado, con mayor o menor fortuna, llevar a cabo, este texto supondría la culminación del proceso de la evolución poética de Miguel Hernández, que iniciáramos con Perito en lunas.
Tres ensayos que, en definitiva, no intentan ni aportar luz a los estudios hernandianos, ni tampoco embarcarse en un minucioso análisis filológico o en un exhaustivo comentario literario. Ramón Fernández Palmeral simplemente se deja guiar por aquello que las poesías le evocan. Tomando esta premisa como punto de partida, y sumándole su reconocida admiración por la obra de Miguel y su faceta más puramente plástica, logra, además de las ricas interpretaciones de los poemas, unas ilustraciones cargadas de un tremendo valor visual; imágenes impactantes y crudas, sensibles y delicadas, complejas y crípticas, pero siempre con el trazo fino del que subyace el innegable amor que siente por el objeto del que están sacadas.
Óscar Moreno
Publicado en la revista digital "El Eco Hernandiano" nº 9 de la Fundación Cultural Miguel Hernández de Orihula.