Como el Instituto de Estudios Manchegos cumple setenta años (70), situado en Ciudad Real, le he donado mi libro "Buscando a Azorín por La Mancha) de 2016. Autor Ramón Fernández Palmeral, nacido en Piedrabuena (C.R.) en 1947.
No tengo problemana ente la tilde de "sólo" (solamente), porque la he eliminado de mi vocabulario escrito el solamente y ahora escribo el sinónimo de "únicamente", y se acabaron los problemas y las posibles confusiones. El acento diacrítico se usa cuando hay confusión entre dos palabras.
El tan sólo, de (solamente) ya no lleva tilde, y evidentememnte se confunde con la exclamación "¡Estoy tan solo!"
Se sabe cómo empieza. Un día un escritor recibe un correo electrónico
cuyo asunto reza Invitación. Lo abre y encuentra el consabido y amable
“estimado fulano” y, después de unas pocas líneas introductorias el
consabido y amable “nos encantaría que nos acompañara en nuestro
festival/congreso/feria entre tal fecha y tal fecha en la ciudad de”. El
escritor, que nunca ha estado en un evento como ese, quizás se sienta
halagado, quizás se pregunte por qué a mí. Quizás no sienta ni se
pregunte nada. En cualquier caso, responde con el consabido y amable
“será muy grato participar”. Así empieza. Y no termina. En los últimos
años, la agenda de festivales literarios y ferias de libros cubre el
calendario completo en Iberoamérica.
El Hay festival de España,
Colombia, México y Perú; el festival Puerto de Ideas en Valparaíso; las
ferias de Oaxaca, Guadalajara, Bogotá, Lima, Buenos Aires, Madrid,
Santiago de Chile; las fiestas del libro de Medellín y Quito; el
festival literario de Paraty en Brasil; el FILBA en Buenos Aires y
Montevideo; el Festival Gabo en Medellín; la Bienal de Novela Mario
Vargas Llosa en Lima; Centroamérica cuenta, en Nicaragua; los Encuentros
Literarios de Formentor; el Festival de la Palabra en Puerto Rico; el
Festival Ñ de Madrid; el Getafe negro; la Semana Negra de Gijón: mes a
mes, uno o varios eventos de mayor y menor antigüedad reúnen, tan sólo
en el mundo de habla hispana, a cientos de autores ante miles de
personas que van a ¿escucharlos, verlos, pedir la firma del libro, el selfie del final?
Hoy es posible que un escritor (sin hablar de la-gama-premio-Nobel o
del círculo áulico Rushdie-Houellebecq-etcétera) reciba entre veinte y
treinta y cinco invitaciones por año para participar en eventos
literarios de su país o el extranjero. Si las aceptara todas, pasaría
más de cien días entre aviones y mesas redondas. Nadie las acepta todas
pero, a veces, casi. Si un escritor es sobre todo alguien que escribe,
¿cuándo lo hace, en medio de ese movimiento? ¿Contribuye o impacta en su
oficio ese nomadismo intermitente? ¿Qué tensiones se mueven entre
circular en público y escribir en privado? El escritor chileno Alberto Fuguet
hizo diez viajes de este tipo en 2016, y pasó más de cuarenta días
fuera de su país. Acaba de regresar de la feria de Guadalajara, donde
presentó su novela Sudor. Estando allá le llegó por twitter la foto de
un papel en el que se veía su nombre junto a unas balas, lo que atribuye
al hecho de haber escrito una novela de tema gay con Carlos Fuentes al fondo. El resultado fue que la fiscalía le puso guardaespaldas.
Hoy un autor puede recibir entre 20 y 35 invitaciones por año para participar en eventos literarios
-Lo tomé como una señal: viajar no es gratis, algo se debe pagar. Mis
guardaespaldas me comentaron “Nunca pensamos que escribir podía ser una
profesión peligrosa”. Les dije “No lo es, lo peligroso es la
promoción”. Quise reírme del jet lag y 2016 fue uno de mis años menos
productivos. Creo que es casi imposible escribir en los viajes, pero a
veces se me ocurren ideas. Creo que los viajes serán el crack de la
nueva generación y algo que habrá que combatir con el sedentarismo:
menos cosmos y más hogar. Ahora ando viviendo la resaca de la gira y
lleno de dudas de si “vale la pena”. Creo que valió la pena pero igual
hay que ponerse límites. Uno puede creer que viaja como premio y
descanso, y puede ser. Lo que creo que es mentira es que un viaje a una
feria pueda ser considerado un viaje creativo. Es un desgaste. En cada
uno está ver si ese desgaste puede ser algo simpático, iluminador, o una
dependencia patológica. Escribir es algo solitario y es bueno
conectarse, pero en estos festivales uno conecta poco. Viajar para
hablar de uno es muy raro. Viajar al final es escuchar, y en estas giras
uno no escucha y queda afónico.
-Uno elige leer primero y escribir después, dos actividades para las cuales tenés que estar solo –dice el escritor argentino Rodrigo Fresán-.
Y que tengas que convertirte en un ser hipersocial por una vocación por
la cual lo que querías era quedarte solo, es un poco raro. Creo que la
proliferación de festivales ha cambiado, para mal, la percepción del
escritor por parte del lector. Updike dice que sospecha que la
poliaparición del escritor acaba deteriorando la obra porque distrae de
la obra. Y yo estoy bastante de acuerdo.
Si las primeras invitaciones se reciben con un alborozo en el que se
mezcla la excitación de conocer un sitio en el que no se ha estado nunca
con la posibilidad de conocer autores a los que se admira, el alborozo
empieza a desmigajarse ante algunas evidencias: el sitio en el que no se
ha estado nunca sigue siendo el sitio en el que no se ha estado nunca
puesto que el escritor suele pasar el tiempo entre el hotel y la feria;
no todos los autores a los que se admira son tan admirables de cuerpo
presente; y la fatiga de materiales se acumula cuando un viaje conecta
con el próximo en una serie interminable de aeropuertos y sonrientes
conductores de taxi que esperan para llevar al autor al hotel donde se
aprestará a emprender cuatro días de sociabilidad extrema que disfrutará
como un cerdo –¡todos esos amigos, todos esos lectores, todo ese hotel
cinco estrellas que nunca podría pagar!- o vivirá en modo “ánimo: pasará
rápido”.
-Como todas las primeras veces –dice Fresán- tuvo su gracia. Pero lo
cierto es que enseguida empecé a sentirme como una de esas modelos de
trasnoche de teletienda promocionando el libro propio. Creo que hoy no
se puede ser escritor sin ir a ninguna feria, a ningún viaje de
promoción. Hay sitios a los que hay que ir porque es importante para tu
libro. Así que uno va del mismo modo en que va a los actos escolares de
su hijo: por amor a la propia sangre y por amor al arte de uno, que
otras personas que te quieren tuvieron el enorme detalle de apoyar. A mí
cada vez me gusta más escribir y menos ser escritor como se supone que
hay que serlo ahora.
ampliar fotoKirmen Uribe lee poemas
de Pedro Salinas ante un grupo de escritores durante un homenaje en el
cementerio del viejo San Juan de Puerto Rico en 2013. DANIEL MORDZINSKI
La invitación a los sitios más prestigiosos podría vivirse, también,
como una validación solapada: el reconocimiento de que un autor forma
parte de su círculo de pares. De eso se desprendería que, a la sombra de
la lista de los que van, habría otra: la de los que no son invitados.
-Creo que la no invitación puede derivar en formas, más o menos grotescas, de resentimiento –dice la escritora española Marta Sanz-. Y el resentimiento o la experiencia de la exclusión pueden impregnar también la escritura.
Desde que recibió el premio Herralde por Farándula, en 2015,
las invitaciones le llegan en tropel, pero eso no le supone un problema
porque, además de poder escribir en cualquier sitio, estar en su casa
la distrae más que estar fuera.
-En el último año, prácticamente he ido a todo: desde las
invitaciones con más glamour hasta las más modestas. De todas he
aprendido y por todas estoy agradecida. Te permiten compartir un espacio
con los lectores. Sin embargo, también son una exigencia del mercado: a
menudo nos lleva a auto-explotarnos y a echar de menos lugares de
intimidad que se identifican con unas condiciones de escritura
"favorables". Aun así, pienso que las conversaciones y el ruido son
inherentes a la escritura y la enriquecen. Yo tengo un oficio, sujeto a
unas exigencias. A veces me incomodan; otras soy consciente de mi
situación privilegiada y procuro disfrutarla, porque sospecho que los
privilegios no son para siempre. Mis necesidades económicas también
provocan que rechazar invitaciones me dé miedo. Porque todo lo que sube
baja. Acepto porque lo necesito económicamente y porque creo que se
puede cambiar el sistema desde la centralidad del sistema.
Alberto Fuguet: “Quise reírme del ‘jet lag’ y 2016 fue uno de mis años menos productivos”
La escritora Sara Mesa
atiende la llamada en un intervalo de su trabajo en una dependencia
pública de Sevilla, donde vive. El Hay festival de Arequipa de 2016
significó fue su primer viaje a América, y la feria del libro de La Paz,
el segundo. Las invitaciones todavía son manejables pero, aun así, ha
gastado todas sus vacaciones para aceptarlas.
-Aunque yo puedo escribir en cualquier sitio, la vocación de escribir
la entiendo como algo solitario, y muchos somos como niños pequeños:
necesitas tu rutina, tu lugar. En esos sitios estás forzando la
personalidad de muchos escritores. Yo soy muy tímida y siempre pienso
que lo hago fatal. Claro que también estableces relaciones muy buenas.
Cuando regresé de Arequipa coincidí con Fernando Savater en el
aeropuerto de Lima, esperamos horas, hablamos, y desde entonces nos
escribimos mucho. De otra manera, no habría hablado con él. Pero yo
estaba el año pasado con una novela corta, y el retomarla y volver a
soltar la ha afectado mucho. Se nota una falla en el ritmo. Necesitas
inmersión. Si yo tuviera el tiempo sólo para escribir, hubiera acabado
en cuatro meses. Pero el problema no es que tardes más. El problema es
que salga peor. Que se resienta la calidad de la escritura, y creo que
se resiente.
-No hay demasiadas ocasiones para conversar de literatura: las que se
ofrecen, las aprovecho. La literatura le interesa a poquísima gente, y
de pronto surge un lugar donde te vas a encontrar con cincuenta personas
interesadas. A mí me parece bárbaro- dice el escritor argentino Martín Kohan-.
Los viajes me dejan muchísimo tiempo libre y me rinden, por los pocos
requisitos que tengo para escribir o leer. En cualquier lado me acomodo.
El lugar de peor concentración es mi casa. Yo trato de decir que sí
siempre, porque me parece un gesto de consideración muy grande que
alguien se muestre interesado por lo que yo tengo para decir. No lo
pienso en términos de promoción, porque no soy un promotor. Pero sí me
doy cuenta de que en esos sitios hay un consumo de figuras de escritor.
Ver cómo son, que cuenten qué comen. Si todo eso estimula el
acercamiento de la gente a los libros, está bien. Pero mi impresión es
que, a veces, lo reemplaza y ocupa el lugar de la literatura.
A Kohan lo perturba algo por lo cual muchas ferias y festivales son
famosos: la fiesta del después. El instante en el que el escritor es
invitado por los organizadores a revivir por unas horas su espíritu
adolescente, beber como un cosaco y regresar al hotel con una resaca de
corsario.
-Para mí eso es una invitación al infierno. Lo único que me puede dar
la sensación de que perdí el tiempo es cuando noto que la literatura es
una excusa para lo que verdaderamente importa, que es ir a
emborracharse con escritores. Cuando desalojan a la literatura para
poner eso en el centro, se me vacía de sentido todo lo demás. Mi fiesta
es estar en una mesa redonda y hablar de literatura, sobrios y a las
seis de la tarde.
ampliar fotoDe izquierda a derecha:
Renato Cisneros, Héctor Aguilar Camín, Rita Indiana, Carlos Franz y Juan
Gabriel Vásquez, retratados en Lima en 2016.
En su libro La intimidad como espectáculo (Fondo de Cultura
Económica, 2008) la ensayista Paula Sibilia escribe: “En esta nueva
generación de eventos literarios globales que obedecen de manera
explícita a la lógica de la exhibición, los principales productos en
exposición y venta no son las obras, sino los mismos festivales o,
incluso, los fulgurantes autores (...) Esas novedades evidencian algo
que afecta a la creación artística contemporánea en todos sus flancos:
“La producción del arte gira en torno a la exposición del arte, que a su
vez gira en torno a la producción de exposiciones”, apunta (el filósofo
alemán) Peter Sloterdijk”.
-Somos tantos que las ausencias apenas se notan –dice el español Juan Bonilla,
autor de Prohibido entrar sin pantalones, novela que ganó la primera
Bienal de Novela Mario Vargas Llosa en 2014-. Que no viene Rushdie,
traemos a Baricco, que no puede Knausgard, Martin Amis está disponible.
Lo que importan no son Fulano o Mengano, sino el evento en sí, que se ha
convertido en el protagonista. Contradictorio como soy, si no me
convocan me sentiré desgraciado porque no cuento para nadie, y si me
convocan me sentiré desgraciado porque me enfrento a incomodidades. La
literatura puede que se haya vuelto el único oficio del mundo en el que
lo que cuentas sobre lo que produces te acaba rindiendo más beneficios
que lo que produces. Si uno publica una novela cada cinco años, puede
pasar cinco años hablando de esa novela. Pero ¿sabes cuánto vale un
pasaje a Santiago de Chile o México, más alojamiento? Yo me los tomo
como regalos inmerecidos a cambio de los cuales debo ofrecer lo mejor.
Los criterios por los cuales un autor acepta o no invitaciones
abarcan una gama amplia, que no excluye el miedo a que, si rechaza
demasiadas, el tren de los festivales lo deje en el andén. Lina Meruane
es chilena, profesora en la Universidad de Nueva York, donde vive, y en
los últimos tiempos se procuró un criterio para seleccionar las
invitaciones que se multiplicaron a partir de 2012, cuando su novela Sangre en el ojo ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, que otorga la feria de Guadalajara.
-Tengo unas 25 invitaciones al año. Acepto no más de cinco viajes
internacionales. Hay que agradecer que te quieran escuchar, pero hay un
costo no menor en cada salida. Al principio aceptaba porque eran viajes
gratuitos o pensaba que sería la única y última vez. Después descubrí
que cada vez que vas a un lugar te invitan a otro. En un momento de
estrés invitacional me impuse unos criterios que toman en cuenta 1) el
momento: si estoy en plena escritura, no acepto, 2) si estoy presentando
libro nuevo me hago el tiempo, 3) si es un lugar que quiero conocer o
puede ser útil para mis clases, voy 4) si me invitan de Chile, voy,
porque mi país tiene prioridad 5) si el tema me interesa muchísimo, voy.
Marta Sanz: "Pienso que las conversaciones y el ruido son inherentes a la escritura y la enriquecen"
La mayor parte de los escritores tiene, como Meruane, otros trabajos
(la edición, la docencia), de modo que las tareas atrasadas al regreso
resultan abrumadoras -además de un obstáculo para retomar la escritura-
y, cuando logran ponerse al día, ya es hora de emprender el siguiente
viaje. Esa vida alterada tiene efectos colaterales, como el hecho de que
el escritor-viajero frecuente puede descubrir que conoce más
restaurantes o museos en otras ciudades que en la suya, y que si en el
extranjero está rodeado de gente desde el desayuno hasta la madrugada,
en su casa es un ermitaño ávido de soledad.
-En un momento, toda mi diversión y mi vida social estaban afuera
–dice Meruane-. Llegaba a casa a ponerme al día con el trabajo. Todo el
tiempo se estaba yendo en el viaje. Yo puedo escribir en cualquier lado,
pero el flujo de lo creativo, cuando hay tanto movimiento, se me
paraliza. Y también hay un factor económico. Yo evalúo que no termine
pagándome el viaje, porque en muchos sitios no te pagan.
-Esas invitaciones –dice la escritora mexicana Guadalupe Nettel-
te seducen por el lugar, el hotel, la gente que va, pero muchas veces
no te pagan. Si le dices al plomero “te doy de comer pero no te pago” te
manda a la mierda. Y nosotros trabajamos gratis. Tienes que moderar
cinco paneles, leerte libros, y eso es trabajo y es tiempo que no le
estás dedicando a escribir.
Desde el banco de un parque de Coyoacán, en Ciudad de México, donde vive, dice con un suspiro:
-Yo pienso muchísimo en escritores como Montaigne, que escribían en
algún lugar apartado, y digo “Qué maravilla de vidas”. Pero los
festivales sí sirven. Si no, sería mucho más fácil renunciar a ellos. Yo
conocí a Jorge Herralde en la FIL de Guadalajara, y a partir de una
conversación él se volvió mi editor. De todos modos, las invitaciones
han aumentado muchísimo. Si quiero tener una continuidad en un proyecto,
tengo que estar aquí. Hay escritores que escriben en su cuarto de
hotel. Yo no puedo, y me cuesta mucho reengancharme. Tengo clarísimo que
es una distracción que me está impidiendo hacer lo que quiero, que es
escribir, y una forma muy atractiva de la procrastinación. Todos
tendemos a postergar, porque la introspección que implica el trabajo de
escritor es bastante angustiante y quieres evadirla. Te convences de que
ir a esos sitios es trabajo, pero podrías no hacerlo. Claro que cuando
llevas tres años sin publicar un libro ir a los festivales te permite
sentir que sigues circulando y que no has muerto.
-¿Hubieras escrito alguno de tus libros más rápido sin estos viajes?
-Yo creo que sí. O no sé si más rápido, pero quizás hubiera salido
mejor. A lo mejor está dañando la calidad literaria toda esta viajadera.
Porque te desconcentra. Salir y entrar no es lo mismo que permanecer.
Juan Gabriel Vásquez: "Trabajo fantásticamente en aviones y hoteles. Nunca son un padecimiento"
Se sale no sólo de casa sino de la realidad: en estos mundos de
ficción perfectos, las salas están repletas de gente que hace largas
colas para escuchar una ponencia sobre la novela del siglo XIX, y donde
la poesía es más relevante que la política internacional. Dependiendo
del talento escénico de los autores, los asistentes ríen, aplauden, se
emocionan. El punto es, precisamente, ese: dependiendo del talento
escénico de los autores. Que, en su mayoría, sienten que no tienen
ninguno.
-A mí me cuesta trabajo hacer sociales, y en un festival tienes que
encarnar un personaje y seducir al público –dice Nettel-. Lo que quieren
es que convenzas a la gente de lo maravilloso que eres.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez
participa asiduamente de ferias y festivales, y los disfruta desde el
momento mismo de armar la maleta. El encuentro con sus pares le permite
retomar la larga conversación de la amistad y sentirse parte de lo que
Lina Meruane llama “una comunidad flotante”.
-Es muy enriquecedor encontrarme con esa familia secundaria que son
los escritores –dice Vásquez-. Me da la sensación de pertenencia a una
cofradía, y también me interesa el contacto con mis mayores, gente que
ha escrito libros que yo admiro. Cuando te recuerdas encerrado en tu
estudio, pensando si alguna vez vas a ser escritor, y unos años después
tu libro está circulando en esos ámbitos, acompañado por autores que te
ayudaron a escribirlo, es muy satisfactorio.
Aunque el año pasado estuvo 170 días fuera de Bogotá, donde vive, los
viajes no sólo no afectan su escritura, sino que la enriquecen.
-Se han vuelto un ingrediente que necesito. Acepto las invitaciones
porque disfruto la conversación literaria, veo a mis amigos. Pero al
mismo tiempo se han convertido en un momento de soledad privilegiada.
Trabajo fantásticamente en los aviones y los hoteles. He escrito muchas
páginas de mis novelas durante esos viajes, y he leído libros
fundamentales. La concentración y la soledad que esos viajes dan son
parte de las razones por las que acepto. Nunca son un padecimiento. Si
lo fueran, no lo haría, porque mi trabajo es el centro de todo.
Rodrigo Fresán: "Que tengas que convertirte en
un ser hipersocial por una vocación por la cual lo que querías era
quedarte solo es un poco raro"
¿Cuánto es suficientes; es, en algún momento, demasiado: podría un
escritor empezar a ser alguien con más millas acumuladas que escritas y
por tanto quedar fuera de la mira de quienes arman las grillas de los
festivales puesto que una autopista forrada en bandejas de pasta o pollo
lo separa de su última novela, fechada diez años atrás?
-Para mí –dice Vásquez- la vacuna es tener muy claro el lugar que uno
quiere tener en el mundo de adentro. Esa forma de la disciplina que es
la vocación es lo que te permite hacer de todas estas cosas un alimento.
Lo que sí me parece grave es la exigencia de la figura pública del
escritor. Hay enormes escritores que se sienten incómodos frente al
público, y que sus libros sufran por eso me llena de indignación. El
sistema ha generado esa distorsión en la cual se confunde escribir con
ser escritor, y se pone la escritura en segundo plano.
Para muchos, exponerse ante un auditorio es motivo de tensión. En
todos los festivales puede verse a algún escritor nerviosísimo escuchar,
ante las puertas de la sala en la que dará su charla, que los
organizadores comentan la conferencia excepcional que acaba de hacer
fulano, Gran Autor Ingenioso y Brillante, de la cual la gente salió
dando vítores, y el escritor nerviosísimo, mirando la escuálida fila de
los que esperan para verlo, le toma el peso a su fracaso anticipado, se
dice que esos pocos ni siquiera están allí por interés hacia su persona
sino porque no consiguieron entradas para ver a otro Gran Autor
Ingenioso y Brillante que, además, se hospeda en un hotel lujoso con
desayuno de titanes y no en el tres estrellas del extrarradio donde lo
pusieron a él.
Sergio Ramírez: "Cuando se acerca el fin de año
me siento agotado y quisiera excusarme de lo que me queda pendiente,
pero no lo hago porque la gente que me invitó no tiene culpa de cómo me
sienta".
-Esa situación es como “¡Auxilio!” –dice Nettel-. Cuando vas a un
concierto y no te sientas en primera fila es porque no te alcanza el
dinero. Pero cuando no tienes la primera fila por tu trabajo, por tu
escritura, es mucho más perverso.
El nicaragüense Sergio Ramírez
no puede escribir donde sea: lo hace de 8 de la mañana hasta el
almuerzo, en su casa. El año pasado estuvo escribiendo una novela y
entonces decidió disminuir los viajes. Según él, drásticamente.
-Si abandono la novela por algún tiempo, tengo que comenzar de nuevo
desde el principio, porque hay que volver a meterse en la atmósfera. Así
que reduje mi calendario a 16 compromisos, entre Buenos Aires, San Juan
de Puerto Rico, San Salvador, Bucaramanga, Cali, Biarritz, Madrid,
Austin, Ciudad de México, Cartagena de Indias, Arequipa y Guadalajara.
Unas quince semanas en total. Cuando se acerca el fin de año me siento
agotado y quisiera excusarme de lo que me queda pendiente, pero no lo
hago porque la gente que me invitó no tiene culpa de cómo me sienta.
Pero en general lo disfruto. Hablar de literatura es lo que más me gusta
en el mundo, después de escribir y de leer.
Al cubano Leonardo Padura
los viajes le suponen un atractivo extra: el yogur. Cuando regresa a su
casa en La Habana después de un viaje por el extranjero, llega con una
maleta cargada de yogur, que en Cuba no se consigue. Puede parecer
banal, pero salir, ver mundo, cambiar de perspectiva, es, para muchos,
un valor intangible, y muy alto, que, además de la conversación
literaria y el contacto con los lectores, otorgan estos festivales.
-Cuando empecé a publicar y me invitaban a algún sitio fuera de Cuba
era una fiesta –dice Padura-. No viajábamos con libertad y salir tenía
una connotación especial. Además, si te pagaban algo podías comprar
cosas que no tenías en Cuba. Pero ahora recibo treinta invitaciones por
año. Me paso seis meses fuera, entonces no escribo. Aunque trabajo, y
mucho. Lo llevo bien y mal. Pero asumo la promoción como parte del
trabajo. Te da visibilidad y eso es importante. Y en mi caso
especialmente, porque en Cuba tengo muy poca: mis libros se publican de
manera aleatoria, y casi nunca me invitan a eventos.
El español Marcos Giralt Torrente estuvo fuera de casa, en festivales y ferias, un mes y medio durante 2016.
-Dos veces en Colombia, dos en México, una en Canadá, dos en Italia,
una en Gran Bretaña, otra en Bulgaria, además de las españolas. Pero no
puedo decirte con seguridad porque tengo el pasaporte en la embajada
India. Allá voy en enero. Después no tengo todavía ningún viaje. ¿Por
suerte o por desgracia? Ando acuciado con un libro y supongo, entonces,
que lo primero. Durante una larguísima época, las invitaciones me dieron
la posibilidad de viajar y conocer escritores de otros países. Ha sido
una felicidad conocer lugares como Buenos Aires, Ciudad de México, Lima.
Con el tiempo cada vez me da más pereza. Tengo un hijo de siete años y
me cuesta mucho separarme de él. Pero lo que me atrae del viaje es la
posibilidad de estar solo: el avión alternando la lectura con películas
que nunca vería, la habitación de hotel. No trabajo cuando viajo. Mi
vida diaria es una lucha desesperada por encontrar tiempo para escribir y
el viaje representa un fracaso anticipado. Además, cada vez que salgo
me cuesta mucho reconectar. Pero voy por el interés de conocer a otros
escritores, por agradecer la generosidad de quien me invita. Pero estar
dentro de ese circuito no es síntoma de nada. Tan sólo de que un
programador se ha acordado de ti. Encajas en su puzle. Lo importante
para los escritores no es encajar en el puzle. Somos oportunistas y
aceptamos el privilegio temporal, pero nuestra mirada está puesta en
otro sitio. Creo.
Antes o después, casi todo escritor-viajero frecuente se despierta en
un hotel de Guayaquil y no sabe si eso es Madrid o Quito, si es lunes o
jueves ni dónde está el baño, hasta que después de un breve karate
mental dispone cada pieza en su lugar –Guayaquil, martes, baño a la
derecha- y se dispone a seguir durmiendo. Y entonces, quizás, un leve
chisporroteo le recuerde que en tres días más tendrá que estar en Lima y
después en Bogotá y luego en Barcelona, todo eso antes de volver a
casa, y envuelto en las sábanas de setecientos hilos podría preguntarse,
con diversos niveles de angustia o despreocupación, “¿Dónde es casa?”,
donde casa no significa, precisamente, un techo y unos muebles.
-Todo evento literario ayuda a promover el hábito de la lectura –dice la escritora brasileña Andréa del Fuego-.
Tengo simpatía por estos encuentros y asisto por militancia hacia la
lectura. Es verdad que, para el autor, el centro gravitacional es su
escritura, y que eso es algo íntimo. Pero los eventos son el alma del
mercado y los autores siempre volverán a su intimidad, donde no hay
ningún contacto con los mecanismos de divulgación.
Después, como quien sienta las bases de un credo inamovible, dice:
-Un autor con sólida disciplina no encuentra, en la participación de
estos eventos, un obstáculo para su escritura. No es eso lo que lo
desvía de su producción. Un espíritu que no encuentra el camino a casa, a
la escritura, también se perderá en el supermercado de su barrio.
El 12 de enero de 2017 se impartió la primera conferencia sobre los 75 años de la muerte de Miguel Hernández en Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Alicante. Presentado por Tomy Duarte, con un lleno de píblico entusiasta. Imparte el hernaniano Ramón Fernández Palmeral.
El artículo titulado “MIGUEL HERNÁNDEZ, POETA
UNIVERSAL, GIENNENSE DE APOCIÓN”, de Dámaso Chicharro. Consejero del Instituto
de Estudios Giennenses, páginas XI- XXV,
del libro “Miguel Hernández. Breve Antología poética. 2014, es un magnífico
artículo sobre la vida y obra de Miguel Hernández, tratándose de una persona
que no es especialista de Miguel Hernández, pero ha hecho un gran trabajo de citica
literaria. Incluso en la página XII, citaeste portal “Miguel Hernández, multimedia-centenario”.Además cita 8 ó 9 artículos deRamón Fernández Palmeral, en el
encabezamiento de la página XIII, sin citar expresamente a su autor.
Nos llama
la atención cita diez veces a Díez de Revenga, que no es sino el ilustre
hernandiano catedrático de literatura de la Universidad de Murcia Francisco Javier
Díez de Revenga. También se cita a los grandes hernandiano como Juan Cano Ballesta,Agustín Sánchez Vidal, José Carlos Rovira, Mariano
de Paco, Josefina Manresa, Jesucristo
Riquelme. Y otros.